Cuando Menos es Más

Octubre 2017

Durante un reciente viaje por Italia, recorriendo diversos pueblos y ciudades nos llamó la atención volver sobre la comprobación de cuántos de estos sitios, tan antiguos y encantadores, contaban con el hecho de haber sido en algún momento ciudades-Estado.
Y de que, de una mirada más detenida sobre sus respectivos derroteros, surgía como patrón común el que fueron precisamente esos períodos de independencia los que marcaron la menor cantidad de corruptelas e iniquidades junto al mayor auge económico y sentimiento de orgullo en libertad de sus poblaciones.

Fue la historia de ciudades como Florencia, Venecia, Milán, Bolonia o Perugia (con sus tierras circundantes), pero también la de asentamientos más pequeños como Asís, Pisa, Amalfi, San Geminiano, Arezzo o Verona entre otros.
San Geminiano, por caso, sigue siendo una pequeña ciudad en altura, fortificada y de estilo medieval, que vivió su apogeo durante los siglos XIII y XIV como ciudad libre y que halló su crecimiento en aquellos años especializándose en el cultivo y comercio del azafrán. A partir de allí, su riqueza y bienestar fueron también perdición ya que la cercana Florencia, más poderosa, terminó anexándola por la fuerza a sus dominios.

La prosperidad que conlleva la independencia de un gran Estado burocrático, lejano, siempre propenso a un mayor tributarismo e indolencia es algo que se replica en ciudades o mini-Estados autónomos actuales, tales como Mónaco, Singapur, Liechtenstein, Barbados, Andorra, Granada, Malta o San Marino. Naciones, algunas, que se cuentan entre las de más alto PBI per cápita del mundo a pesar de no poseer, prácticamente, recursos naturales. Entre otras ciudades autónomas no tan independientes pero más libres, estimulantes y ricas que el resto de sus respectivos países como en los casos de Macao, Shenzhen o Hong Kong en China.

Resulta sintomático, por otra parte, que la intelligentsia occidental haya perdido de vista el dato fundante de que la Grecia clásica, paradigma de civilización democrática y vanguardia de la mejor tradición de evolución humana en su momento… nunca fue un país. Mucho menos un Estado-nación equiparable de algún modo a los pesados ingenios político-territoriales que soportamos hoy.
Lo que conocemos por “Grecia” en su período de mayor gloria, libertad intelectual y riqueza no era sino una constelación de ciudades-Estado independientes (en eventual interacción) tal como las italianas durante el medioevo y el renacimiento. Sólo unidas por un idioma, algunas creencias religiosas y un cierto origen étnico-geográfico.

El actual gigantismo de la mayoría de los Estados con sus aberrantes cuotas de impositivismo y abusos de poder, con más el caos de los desacuerdos políticos expresados con furia en las calles tanto como sufridos silenciosamente en las periferias, contrasta con el orden, la baja imposición y el bienestar de pequeños enclaves… de escala más humana.

La estrategia libertaria de desarrollo generalizado, libertad y no-violencia (utopía por ahora) es hoy más que nada un retorno conceptual, recargado y tecnologizado, a sistemas exitosos probados tanto en el pasado como en la actualidad.

También fue y es posible, desde luego, la existencia de un gran país exitoso sin Estado, como lo demostró durante casi mil años una entidad tan grande como la isla de Irlanda entre los siglos VII y XVII, posiblemente la sociedad más avanzada de su tiempo, regida sin inconvenientes por cortes y leyes libertarias funcionando dentro de una sociedad sin gobierno (sin rastros de justicia monopólica ni de coacción estatal), hasta su brutal anexión por parte de la vecina Inglaterra. Un largo episodio histórico de convivencia civil y progreso sin tutelajes parásitos, convenientemente “olvidado” por los historiadores oficiales.

Que mayorías electorales clientelizadas durante muchas décadas prefieran hoy cierta idea difusa de seguridad por sobre el más arriesgado concepto libertad, no es novedad. Es la respuesta esperable al infantilismo social cultivado sin pausa por todos los programas oficiales de educación.
Preferir la “regulocracia” fiscalista de un Estado-mamá al más adulto emprendedorismo capitalista de un sistema de libertades es, en este marco, entendible. Sobre todo, cuando el contexto incluye en nuestro país un desesperante porcentaje de pobreza -ya estructural- generada y nutrida por el propio fiscalismo que dice combatirla.

El aún vigente triunfo maradoniano de la sinvergüenzada empobrecedora es algo sumamente notable a nivel nacional, si bien resulta algo menos notable a escala provincial y baja otro punto de notabilidad cuando la observamos a nivel municipal.
Una secuencia delincuencial descendente que apoya su lógica en la de las relaciones interpersonales: a niveles locales y cuanto más pequeña sea la comunidad, la gente se conoce más. Existen lazos familiares, de amistad, barriales y comerciales tangibles, cotidianos e incluso históricos entre individuos, que potencian el reconocimiento social para aquellas personas con real vocación de servicio público desinteresado y solidario, tanto como refuerzan el antiguo (y eficaz) freno de condena social a toda incorrección, a través de diversos niveles de ostracismo.
El combo todavía vigente de avales intra-estatales al robo, a la insolencia de los peores y a la estafa desciende otro nivel hacia su mínimo cuando nos centramos en las relaciones y acuerdos personales. Libres; voluntarios y privados; laborales, de servicios o de negocios.

Si dejamos que algo de cierta civilizada evolución siga su curso natural, será el mercado (o sea todos) reemplazando de a poco a la regulación mafiosa lo que hará la diferencia.

El norte debe estar, entonces, en el aval legislativo y el fomento ejecutivo de comunidades descentralizadas con más y más independencia a todo nivel, sin tantos límites a la libertad contractual individual y de unión en eventuales redes de acuerdos intercomunitarios.
Des-demonizando incluso a la tan temida palabra secesión. Entendiendo a y simpatizando con catalanes, kurdos, escoceses, chechenos y tantas otras gentes en busca de autodeterminación; de una escala más humana, menos corrupta para la resolución de sus problemas y para el logro de sus sueños de mayor progreso en libertad.
Para ejercer, en suma, el siempre vetado derecho a la búsqueda de la felicidad.





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