Deber de Élite

Marzo 2017

De mantenerse la actual sumatoria impositiva (de cada 3 pesos producidos en blanco el Estado termina succionando 2, en particular de los sectores más competitivos) la Argentina va a seguir hundiéndose en la categoría de país inviable a la inversión productiva.
Aunque el deseo de ser meca de los ahorros del orbe esté tapizado y alfombrado de republicanismo, seguiremos internándonos en un purgatorio de capitalismo fallido y pobrismo triunfante.
Caminando hacia un destino final de disgregación o bien de pura y dura esclavización al estilo cubano.

Hay quienes se distienden confiados en que el gobierno, por su parte, promete encargarse del caso estudiando y consensuando para el mediano plazo una reforma tributaria “integral”.
Mas no deberíamos confiar en que el Estado pueda solucionar este problema (ni ningún otro, ciertamente) porque en verdad el Estado (con sus tres poderes, en sus tres niveles y con todos sus “servicios” a la rastra) es y seguirá siendo el problema.
Un ente crónicamente ineficaz por resultados en todo lo que toca, en nuestro caso consolidados tras 200 años de prueba con especial ánimo deconstructivo en los últimos 70.

A pesar de que nuestra realidad fue sustituida a lo largo de ese último lapso por un laberinto de espejos deformantes (la Leyenda o Relato peronista acerca de lo que pasó con más el ocultamiento de lo que nos perdimos), la élite pensante argentina sigue teniendo el deber de superarlo.
¿Cómo? Educando a la sociedad. Marcando el ritmo al común en una mirada crítica más vanguardista acerca de nuestro devenir social a largo plazo. Con una visión mucho más profunda (o revolucionaria en el mejor sentido) que la que se ve, salvo notables excepciones, por estos días.
Para dejar atrás la clase de nacionalismo al que nuestra sociedad se aficionó, traducido en una estúpida, estéril revancha del Estado y sus parásitos contra la globalización (inevitable, por otra parte) y contra su consecuencia final: la libertad de elección de las personas del llano.
Un nacional-socialismo de turbas que, pisoteando sabios preceptos constitucionales de libertad económica e igualdad ante la ley, promovió y promueve su reemplazo por un sistema de protección social de cartón pintado para una creciente legión de nuevos pobres, con el “valor agregado” de grandes oportunidades de riqueza por izquierda para la oligarquía surgida de cada nueva camada de vivillos políticos.
Un modelo que sólo pudo ser sostenido a través de una consistente descomposición ética (sindicatos docentes al frente) en línea con subsidios, deuda, inflación y finalmente con el desmoralizante 2 sobre 3 de tributos cobrados, como es habitual (y ya incorporado a “lo normal”), mediante amenaza armada.

La élite intelectual tiene el deber de influir a través de todo medio disponible para alejar al país del riesgo de continuidad de esos 5 generadores de miseria; de ineficiencias sociales en estado puro que aún perduran y que amenazan con perpetuarse a través de estrategias gatopardistas.
Debe hacerlo aumentando por todas las vías la independencia mental y (a través de ella) la autosuficiencia económica de más de 20 millones de argentinos que no las tienen para que, por fin, puedan elegir. Optar libre e individualmente, teniendo con qué.
Para poder decidir entre dos o más bienes, formas de vida, futuros posibles, solidaridades inteligentes, yugo tributario o prosperidad familiar escapando a la estrecha dicotomía tribal de lo malo y lo peor.

Para encarar esta tarea hace falta valor: se trata de ideas que van contra el paradigma estatista y proteccionista que en nuestro decadente país es, claro está, mayoritario; tanto entre la opinión pública como en casi toda la prensa editorial.
Una valentía como la que en su momento tuvieron nuestros próceres rebelándose en forma temeraria contra el imperio español, en gran inferioridad de condiciones, sabiendo que si fracasaban sus familias quedarían en la ruina y ellos mismos serían ejecutados.

La autosuficiencia económica de nuestra gente viene cayendo desde hace 7 décadas de la mano del proteccionismo, ese verdadero coto de caza comercial que encarece todos los bienes de consumo al tiempo que enriquece a los “empresarios” cortesanos que los producen.
Porque no es empresario quien sólo puede producir dentro de un “taller protegido” sino aquel que crea valor desde la nada sin subsidios ni ventajas discriminantes (¿volviendo a la sabia igualdad ante la ley, quizás?), soluciona problemas de competitividad, reinvierte gran parte de las ganancias y se pregunta constantemente ¿cómo puedo hacerlo mejor?

Cortar el círculo vicioso peronista que pialó al país entre un déficit insostenible, niveles de pobreza intolerables, impuestos paralizantes y millones de trabajadores rehenes de empresas globalmente inviables requiere, tal vez, de más deuda que financie una transición no sangrienta hacia lo viable.
Si no la hacemos, el encalle argentino en el fondo del averno totalitario es mera cuestión de tiempo. De un par de períodos populistas más, a lo sumo.

Aunque estemos en un túnel oscuro, la luz de nuestro círculo virtuoso podría perfilarse en este 2017 electoral con sólo reemplazar nuestra viveza criolla de tiro corto por algo de sentido común.
Supongamos, en un ejemplo 100 % hipotético, que el fabricante de pantalones A goza de una protección arancelaria del 200 %, que vende 20.000 unidades mensuales y que viabiliza una cadena de producción que sostiene a un total de 200 empleados.
Sigamos suponiendo que bajar esa protección estatal a cero implicaría el cierre de su fábrica y el despido de los 200 trabajadores.
Sin embargo, también implicaría que los clientes argentinos de esos pantalones, en lo sucesivo importados con salvaguardas anti dumping dentro de una negociación global inteligente, podrían adquirirlos un 200 % más baratos.
20.000 personas al mes se encontrarían, así, con más dinero en el bolsillo tras adquirir su pantalón. Dinero que destinarían a su siguiente necesidad insatisfecha.
Un contexto que haría, por caso, que el fabricante B, ofertante perteneciente a un sector de la economía sin protección arancelaria, vea aumentada sus ventas. Y que, con acuerdo a tal tendencia, decida ampliar su capacidad de producción incorporando tecnología, nuevos empleados y/o servicios pagos conducentes provistos por los empresarios C y D.
El emprendedor extranjero E, a su vez, vería la oportunidad y arriesgaría capital en un negocio innovador con base local orientado también al mercado externo, incorporando empleados en el proceso.
La secuencia del ejemplo se cierra con los 200 desocupados de la ex fábrica de pantalones de A y otros 50 más, contratados por los empresarios B, C, D y E en combinación con sus respectivas cadenas comerciales.

La generalización del efecto virtuoso de esta destrucción creativa tendría otra ventaja: aumentar el bienestar general a través del crecimiento simultáneo del consumo, de la competitividad argentina y por ende de nuestra capacidad de exportar.
Crecería así la cantidad de ciudadanos con ingresos aumentados y a renglón seguido la cantidad de nuevos propietarios. Interesados a su vez en proteger y aumentar la vigencia del derecho de propiedad (a través del voto, por ejemplo), condición necesaria para la vigencia real del resto de los derechos, incluidos los humanos.
Repotenciando de este modo la corriente inversora y reinversora.
Hablamos de una revolución poderosa cuyo círculo cerraría hermanando la rebaja de aranceles “protectores” con rebajas impositivas a gran escala, desregulaciones laborales consensuadas individualmente sobre base retributiva a nivel local y desregulaciones comerciales y financieras masivas sobre base competitiva a nivel global.

Con una visión ya más libertaria, digamos que por ahora el gobierno sigue teniendo un rol en la provisión de infraestructura, salud y educación públicas, además de seguridad, justicia, previsión social y asistencia mínima para los millones de pobres e indigentes que nos legaron décadas de cretinismo y delincuencia gubernativa, de Leyendas y Relatos estupidizantes.
Pero no tiene por qué ser así. La necesidad de tales servicios podría ser suplida en el futuro, en abierta competencia y con alta tecnología, por proveedores particulares (nativos o no) a una sociedad de propietarios dotados -capitalismo mediante- de un poder económico tal que les permita optar, cambiar y adaptar cada bien que se desee usufructuar a las más diversas realidades financieras, personales y familiares.
A medida que el Estado se retirara abriría espacio empoderando a ciudadanos hoy de a pie y sin perspectivas, en sus inmensos monopolios poco productivos. Porque allí donde haya una demanda aparecerán las más creativas ofertas… si las dejan.
Escasa sería la pobreza a asistir en un entorno semejante. ONG’s voluntarias dedicadas a una solidaridad inteligente podrían cubrir la mayor parte de ese déficit, como ya ocurrió en nuestra nación durante su época de oro, cuando grandes organizaciones de caridad apadrinadas por la Iglesia brindaban asistencia y abrían puertas de utilidad social a los desesperanzados, sin cargar al resto del pueblo con el costo

Brillantes mentes libertarias nos preceden con explicaciones plausibles de cómo y a qué velocidad podría desarrollarse una sociedad así, liberada de cadenas, yugos y mafias estatales. Tan civilizada como para darse cuenta tanto de su poder creador como de su natural auto organizador sin pistolas a la espalda.

Las personas “de izquierda” y los vagos improductivos odian esta idea. Porque intuyen correctamente que es cierta y que podría ser el futuro, contradiciendo (y mejorando) todo lo que hoy sostienen.
Para peor, a través de tecnologías democratizadoras hasta un nivel de vértigo, que hoy son vanguardia científica y cultural.
Nuestros intelectuales sólo tienen que plegar sus convicciones a tal futuro para que la profecía se auto cumpla, con fuerza creciente.
Y para quedar en la Historia como los que iluminaron el camino al resto, como en su momento hicieran Alberdi y Sarmiento.