Febrero
2016
Pese
a las declaraciones y medidas de orden público que debió adoptar y de otras (más proactivas) que debió
resignar por motivos políticos, antes en la ciudad y ahora a nivel nacional,
son varios los indicios que apuntan al hecho de que el presidente Macri es un
hombre que cree en el potencial benéfico del mercado y que descree, por tanto,
del estatismo como solución socio-económica de largo aliento.
Desde
el iniciático estudio desarrollado en el libro La Riqueza de las Naciones por parte del filósofo moral y economista
escocés Adam Smith (1723-1790), se sabe que los mercados libres sujetos a leyes
de orden general se auto-regulan en beneficio del conjunto social a través de
la mejor asignación posible de los recursos existentes, siempre escasos,
mediante complejos mecanismos de decisiones participadas, que funcionan como
operadas por una “mano invisible”.
Mano
invisible que, a pesar de documentadas fundamentaciones de economistas tan
célebres como Ludwig von Mises o
Friedrich Hayek entre otros fue siempre tomada en solfa por la izquierda
internacional, partidaria de un intervencionismo estatal que asegurase ventajas
personales y sectoriales a sus partidarios (contrariando el beneficio del conjunto y en
especial el de los más desfavorecidos) por vía del forzamiento en lo
legal-impositivo.
Una
situación de violencia de Estado –siempre contraproducente- que perdura aún
hoy. Y que patentiza en qué punto tan atrasado de la evolución humana nos
hallamos: optando al mejor estilo cavernario una y otra vez por la coacción en
lugar de hacerlo por el estímulo.
Quienes
en democracia han votado intervencionismos crecientes se han comportado como
una auténtica jauría de perros de hortelano, no pasando ni dejando pasar.
La
auto-regulación dentro del libre mercado tanto como la ventaja real que este
aporta a las mayorías honestas, proactivas, pacíficas y trabajadoras es materia
que desde los tiempos desde Adam Smith ha venido demostrándose cierta en cuanto
caso se haya estudiado.
Lo
que no obsta para que los partidarios –por cierto exitosos- del forzamiento
interesado y los buscadores de la igualdad económica (no de la igualdad ante la
Ley) por la igualdad misma sigan negando el cúmulo de evidencias de sus errores.
Que a su pesar, se acumulan. Errores que se traducen en un aumento relativo de
los niveles de pobreza, carencias estructurales, malnutrición, menor
expectativa de vida o de acceso a la seguridad y a las posibilidades de
elevación personal para millones. Algo que vemos a diario a nuestro alrededor.
La
vanguardia científica de nuestro siglo XXI, no obstante, vuelve a reconfirmar hoy
desde nuevos ángulos aquello que La
Riqueza de las Naciones afirmaba desde el siglo XVIII.
Si
bien es cierto que parece contra-intuitivo esperar que del azar aparezcan construcciones
socio-económicas coherentes, no lo es tanto si
entendemos el principio de los fenómenos emergentes. Que lidia con
sistemas complejos en los cuales el orden no surge desde arriba o desde afuera
sino que emerge desde abajo, haciendo de su auto-organización eficiente… algo
casi inevitable.
En
biología, por ejemplo, podemos monitorear a millones de moléculas “tontas” que
individualmente consideradas parecen incapaces de evolucionar, pero que
interactuando por mera coexistencia espacio-temporal y sin coordinación
jerárquica alguna dan origen a un estado superior de la materia denominado
célula; capacitada para nuevas y avanzadas funciones tales como crecer y
reproducirse. De millones de células “tontas” emergerá una nueva manera de
auto-coordinación que dará lugar, por caso, a la formación de algo tan complejo
como un corazón. Órgano “tonto” a su vez a no ser que, auto-coordinado con
muchos otros durante la gestación, den lugar a la emergencia de… un ser humano.
El
nuevo principio científico de los fenómenos emergentes se repite en muchos
sistemas y asiste también al “misterio” de la mano invisible en mercados
complejos, cumpliendo sus 4 condiciones: alto número de agentes interactuando;
con agentes que siguen protocolos simples y rutinarios ignorando conductas
emergentes de otros niveles; en una retroalimentación que afecta y modifica
gradualmente los protocolos entre agentes; y donde la suma de estas acciones de
proximidad conduce a la emergencia de fenómenos originales de escala superior
en eficiencia conducente, no previstos como consecuencias obvias de lo
precedente.
En
ciertos sentidos, aún no entendemos del todo cómo funciona un mercado liberado para
beneficiar al mayor número; pero lo hace.
Igual
que en el cerebro humano, donde billones de neuronas con un funcionamiento
“simple” de impulsos eléctricos se auto-ordenan generando fenómenos emergentes
de niveles tan altos como la inteligencia, la conciencia o la memoria, así el
complejo -y tan humano- gusto por la libertad de “hacer en combinación con
otros” origina emergentes tan perfectos como los descriptos por Smith en su
momento. O como los previstos para nuestro futuro posible por brillantes
teóricos libertarios en la actualidad.
Nuestro
Presidente parece haber asumido la maravilla (y la promesa) que encierran tales
claves. Su inmensa potencialidad para convertir a la Argentina, otra vez, en un
país-meca de inteligencias y capitales a gran escala.
Millones
de perros del hortelano aún se oponen a este salto cualitativo, sin embargo,
porque su naturaleza fue educada por generaciones en la cultura de la dádiva,
de la igualdad económica y de la silenciosa, resignada creencia culposa de que,
finalmente, en el estancamiento encontrarán igualdad y cierta seguridad.
A
esto, nuestro ilustrado Presidente deberá oponer el camino de los sabios: tal y
como describió David Hume (sociólogo y filósofo, también escocés, 1711-1776) “La naturaleza humana es inmodificable. Si queremos cambiar
los comportamientos, deberemos cambiar las circunstancias”.