El Proyecto S, ejemplo de Ambientalismo Libertario

Noviembre 2016

Es hecho observable en todo el campo de la acción humana y no sólo en economía, que mientras lo socialista tiende genéricamente al cierre, lo liberal lo hace hacia la apertura.
Siguiendo los respectivos hilos evolutivos, también se verá que lo colectivista tiende a destruir el medio ambiente por vía de su ineficiencia jurídico-económica en tanto lo libertario lo interviene proyectándolo hacia adelante, en virtud de la razón inversa.

El populismo argentino como expresión real de 7 décadas de políticas de centro-izquierda ha sido fiel a esta secuencia de cierres, con efectos siempre negativos sobre los ecosistemas natural y social.
 Fiel a esta tenaz protección del obsecuente, el vago y el corrupto a costa del ciudadano con valores y, por supuesto, del productor eficiente. A este usar la función pública y los planes sociales como sucedáneo de seguro crónico de desempleo y a las barreras aduaneras como guiño a los vivillos de siempre, oportunistas de zona liberada y mercados cautivos.  Impulsando este tratar de “vivir con lo nuestro” cuyo resultado fáctico fue haber pasado del top six mundial, de tener salarios más altos que en Europa, de ser meca de su emigración con un PBI mayor al de toda Latinoamérica sumada… a la actual “conurbanización” argentina con su increíble 32,2 % de miseria.
Un lugar, eso sí, de grandes “conquistas sociales” donde 8 millones 700 mil argentinos son pobres y 1 millón 700 mil, directamente mendigos indigentes. Pasto del clientelismo, las mafias y el latrocinio.
Todo un sistema “socio-ecológico” que durante décadas regó y fertilizó las malezas mientras pisoteaba y arrancaba los plantines de trigo que intentaban crecer a su lado.

Hoy, sin embargo y contra todo pronóstico, con un impensado gobierno de centro-derecha que brega por la restauración republicana en lo institucional, aunque no todavía por el liberalismo de nuestros Padres Fundadores en lo productivo, nos balanceamos al borde de otra gran oportunidad.
Pero el estatismo, ese verdadero “opio del pueblo” que siguen prefiriendo nuestras mayorías, nos cierra el paso. Es el paradigma-tapón que obstruye cual bolo narcótico la creación de nueva riqueza social… y que hace necesario un verdadero enema mental.

Revulsivas para muchos, las ideas libertarias que salen al cruce de este bloqueo, en su carácter de expresión de máxima de nuestro potencial creativo en la mayor libertad, trascienden al liberalismo clásico y a la derecha conservadora.
Y lo hacen con el ímpetu de la empatía social, la dignidad y libre albedrío del individuo (no de la tribu o electorado clientelar), con tecnología para una economía participativa (cooperativa, abierta de ida y vuelta) y con un ambientalismo de vanguardia, con el objetivo de abrir la mente de las mayorías.

En tal sentido, nos parece pertinente traer a modo de ejemplo un tipo de política ecológica (y también económica) en línea con estas ideas avanzadas.
Una que vuelva a dar lugar a la audacia que un día tuvimos (para pasar de desierto semisalvaje al top six planetario), a la innovación, al pensamiento lateral y sobre todo al paradigma de origen de aquel círculo virtuoso: el uso, reinversión y disfrute sin podas de lo que cada uno produjo en honesta competencia.
Necesitamos una política que vuelva a confiar en el ingenio humano libre de lastres burocráticos y en el hacerse cargo de los problemas y de sus soluciones en tanto grupo humano inteligente. Con alta autoestima. Motivado por el progreso de cada una de sus familias. En franco proceso de liberación de las cadenas psíquicas del Estado socialista, a saber: miedos, inseguridades, odios, resentimientos y envidias.

El ambientalismo de punta, lejos de los eslóganes desactualizados de la izquierda, se llama hoy ecomodernismo.
Intervención humana pro-positiva para superar la vieja dicotomía entre un planeta bucólico y pastoril, aunque incapaz de alimentar a una población en crecimiento con ansias de consumo en bienestar por parte de los cientos de millones que aún no lo lograron… y un planeta polucionado que sí es capaz de hacerlo, aunque a costa de la biodiversidad y la calidad general de vida.

Porque ya en los años ’60 se propuso en nuestro país un plan visionario, representativo tanto del actual ecomodernismo como de la filosofía libertaria, que planteaba forestar parte de la meseta patagónica con 300 millones de árboles.
Incorporando a la producción intensiva a una gran franja de desierto con (hasta hoy) monocultivo lanar extensivo y bajísimo valor fundiario. Asentando nuevas poblaciones; generando trabajo y riqueza lejos de Buenos Aires.
Y cambiando el clima a través del frenado de los vientos, de la producción a gran escala de oxígeno fotosintético, de la evapotranspiración ambiental y del riego planificado.
En su momento el presidente A. Frondizi se interesó y apoyó este audaz planteo denominado por su creador, el ingeniero ítalo-argentino Folco Doro (1930–2000), Proyecto Sequoia. Intención presidencial que quedó trunca, como no podía ser de otra manera, tras su prematuro y estúpido derrocamiento.

El plan preveía -y aun prevé- plantar una barrera de árboles (pinos, álamos y otras especies) de 1.400 kms. de largo por 100 kms. de ancho, bajando por el centro de la meseta desde el Alto Valle del Rio Negro hasta el fin del continente.
Algo perfectamente posible; probado en pequeña escala en los montes de cascos de muchas estancias patagónicas, que nacieron y prosperaron en la misma situación edafo-climática mediando riego y cuidado humano.
Las nuevas pautas políticas de la Argentina y la eventual valorización de la región hacen hoy factible encontrar financiamiento de largo plazo para un emprendimiento de este tipo, tan ambicioso. Más privado que público, si bien por ahora forzosamente mixto.

Organizado en módulos de 18.000 hectáreas con 800 árboles/ha. el proyecto apela al agua existente (en ríos y subterránea), a distribuirse mediante sistemas de bombeo movidos por energía eólica.
En el interior de la barrera, nuevas y viejas poblaciones y más de 350.000 has de pasturas y producciones intensivas protegidas del viento darían la necesaria sustentabilidad, sin hablar de la industria del aprovechamiento y replantado racional de la madera que vaya surgiendo de esta inmensa forestación.

He aquí una alternativa superadora al necio conservacionismo actual que sólo atina a “sentarse” sobre los montes nativos (improductivos) de provincias norteñas pobres, impidiendo las inversiones e intervenciones inteligentes que, en un contexto de verdadera desregulación y libertad de mercados, proveerían trabajo de calidad y divisas para la nación con escasa afectación del balance fotosintético y la huella de carbono.
Además de cumplir con el deber moral (y geoestratégico) de proveer alimentos para un mundo hambriento, que ya cuenta con 7.350 millones de personas que serán 9.500 millones hacia el 2050 y más de 11.000 millones a fin de siglo.

Pintar nuestro mapa de verde aumentando el bienestar de la gente no es tan difícil si abrimos la mente al aire fresco del pro-activismo libertario cerrándola al socialismo que, durante 70 años y con mil excusas, nos frenó.