Buenos Aires Tour

Agosto 2015

La incapacidad para asimilar políticamente los cambios sociales de los últimos años, nos pone ante el riesgo de una implosión del sistema constitucional instaurado a mediados del siglo XIX.

Lo que parecía impensable hace un año, resulta muy posible hoy: el kirchnerismo podría seguir gobernando por otros 4 u 8 años a través de un triunfo de la fórmula Scioli – Zannini.
Si como muchos suponen, D. Scioli resulta víctima de algún accidente o es desplazado de la presidencia mediante alguna maniobra pseudo legal,  C. Zannini podría empujar a nuestra Argentina por la senda venezolana de mordaza informativa, violencia piquetera, cierre económico, freno a la movilidad social y corrupción… en grados aún más altos que los actuales asegurando para los suyos, clientelismo exacerbado mediante, mucho más que 8 años de gobierno. 
Si fuesen sólo 8, el modelo en vigencia se habría aplicado aquí durante dos décadas seguidas.

El caso Venezuela (donde el chavismo gobierna decidiendo sobre vidas y bienes desde hace 17 años) nos permite asomarnos a un futuro probable: en un país de 28 millones de habitantes, 1 millón y medio ya emigraron huyendo del socialismo real y otros 2 millones 800 mil –según estudios serios- en su mayoría jóvenes, se aprestan a hacerlo. Se trata de un verdadero vaciamiento de cerebros, emprendedores y capitales ya que los que se van con sus familias en busca de sitios más libres son los más productivos y preparados.
Una extrapolación simple de estas cifras a nuestra población actual nos llevaría a un equivalente donde 2,25 millones de argentinos de élite decidirían abandonar el país en las primeras oleadas y otros 4,26 millones  tratarían de hacerlo después.

El tipo de instituciones extractivas del peor populismo peronista habría triunfado, entonces, en toda la línea (incluyendo un Poder Judicial bien sometido, como ocurre con el venezolano) y la Constitución liberal de 1853/60, la que permitiera a la República Argentina sus únicos 80 años de gloria y poder, habría implosionado de hecho. Estaríamos hablando de la ruptura de nuestro Contrato Social. El que nos mantiene desde entonces unidos como nación.

En esa eventualidad y adelantándonos al desastre, cabe aquí la valentía (y la conveniencia ético-económica) de preguntarse sobre la posibilidad de denuncia del tal Contrato o pacto. Sucede en países como España con regiones que buscan su independencia de un Estado central que ya no los representa; sucede en Barcelona, el país vasco e incluso en la provincia de Valencia entre otras.
Tal vez se esté acercando la hora de cuestionarse si la Ciudad Autónoma de Buenos Aires con sus 3 millones de habitantes, por ejemplo, debe seguir mansamente sentada en un tren que acelera hacia el averno; si los porteños deben seguir siendo expoliados por los habitantes de otras regiones que tuvieron a bien elegir ineptos y delincuentes para que los gobernaran, haciendo implosionar la Constitución Nacional; violándola con alevosía tanto en letra como en espíritu.
O si prefieren, plebiscito mediante, separarse como en el pasado del resto de la confederación para pasar a ser una Ciudad Estado.
A imagen y semejanza de Mónaco o Singapur, por caso. Poderosas, respetadas e independientes, con bajos impuestos, altísimo desarrollo económico, alta densidad poblacional, grandes libertades para ser y hacer y elevadísimos ingresos promedio per cápita.

No es necesario tener exclusividad de dominación sobre un extenso territorio, gobernar sin límites republicanos ni aplicar estúpidos torniquetes fiscales sobre los rehenes más productivos para lograr el bienestar real de la gente. Más bien es a la inversa: como casi siempre, la verdad está en lo acotado, en lo perspicaz, diverso, particular y disidente; donde menos se la espera.

Una Buenos Aires independizada del vasallaje impositivo-reglamentario de los incapaces, del asfixiante yugo populista de los corruptos conformaría un Estado más que viable cuyo poderío financiero acabaría con la pobreza, llevando a sus víctimas a la clase media en muy poco tiempo. Tal como pide la Iglesia.
Y promovería a sus habitantes y a todos los argentinos que instalaran allí sus domicilios y empresas a la riqueza sin prejuicios, la solidaridad bien entendida y la elevación personal en todo sentido.
Dejando que los distritos del resto del país elijan libremente al vivillo que más les apetezca para que siga hundiéndolos.
Eso sí: teniendo frente a sus narices el ejemplo vivo, con instituciones inclusivas, de lo que pudieron ser… y no quisieron.

Es más; con algún cinismo podríamos visualizar incluso al Sr. Scioli o a su sucesor implementando la construcción de un “muro de Berlín” a lo largo de la Av. General Paz, con sus reflectores,  alambradas de púas y sus guardias con perros, para impedir la fuga masiva hacia la libertad de sus mejores ciudadanos. Y al Sr. Rodríguez Larreta, a su vez, armando un prolijo Check Point Charlie a la altura de Liniers.

Mas volviendo a la realidad actual, digamos que una iniciativa semejante implicaría profundizar hasta el hueso en el hoy devaluado concepto “democracia” dando la posibilidad de elegir en serio, sin extorsiones ni cortapisas, qué queremos.
¿A nombre de qué debería impedirse a personas libres optar? No serían en tal caso personas libres sino simples rehenes esquilables, ciudadanos-objeto usables más allá de su consentimiento. En una palabra, medios al servicio de los fines de otros.
Es precisamente la inmoralidad que vivimos hoy y que un nuevo golpe electoral del Frente para la Victoria consolidaría.

Hace unos años, las provincias bolivianas de Santa Cruz, Beni, Pando y Tarija amenazaron al Estado izquierdista de Evo Morales con avanzar en un proceso de secesión. Sus autoridades lo hicieron en disconformidad con las políticas paleo-económicas de corte indigenista que Morales pretendía imponer por la fuerza bruta del número sobre sus regiones, las más (relativamente) pro capitalistas –y por ello prósperas, claro está- del país.
El gobierno central cedió entonces atribuciones a las autonomías locales y los reclamos independentistas pasaron a archivo.
Siguen sin embargo siendo un antecedente válido de que tal cosa no es mera utopía en Sudamérica, sino algo posible. Grandes crisis suelen ser, históricamente, grandes oportunidades.

Los que profesamos un pacífico pero inconmovible convencimiento libertario sabemos que la persona siempre es anterior al Estado. Y que este ingenio no puede ostentar sobre ella más poderes y legitimidad de los que esa persona voluntariamente le delega. Poderes y legitimidad que en nuestra Argentina sólo tienen cierto viso de verosimilitud a través de un único Contrato Social: la Constitución de 1853/60, en su parte dogmática.
Desaparecida esta de facto, no existe más contrato que la conveniencia personal de cada uno de los pobladores de este suelo, tal y como ocurría antes de su sanción.

El proceso de involución decadente que padecemos se halla muy cerca de lograrlo. Estemos pues preparados porque a la hora menos pensada… aparecerá con más violencia que nunca el ladrón del autoritarismo estatal horadando las paredes de cada una de nuestras casas.






Elogio de la Inmoderación

Agosto 2015

Resulta muy común escuchar a la gente decir que lo mejor con respecto a política socio-económica, será siempre hallar “el justo medio”; ese equilibrio equidistante tanto de comunistas como de libertarios; ni sumisa esclavitud en masa ni airada libertad individual.
Lo moderado, el centro, aquello que se considera como alejado por igual de los extremos se traduce, así, en el conocido modelo de economía mixta que nos rige. En esa supuesta receta magistral, mezcla de estatismo y capitalismo que desde hace siglos todo político que vive de los impuestos, la emisión y la deuda nacional, trata de hacer funcionar.

Nuestra Argentina viene optando por el mix de un clientelismo de subsidios moderados y favoritismo legal para ciertos millonarios “empresarios” cortesanos. Por un moderado respeto del estado de derecho y un moderado uso de la fuerza bruta extorsiva. Optando por un moderado grado de seguridad, en equilibrio con un grado moderado de terror. Por un populismo que nos concede moderadas libertades personales mientras nos aplica una –a su criterio-  moderada esclavitud (impositiva, reglamentaria).
Somos una sociedad que opta por tolerar con moderación este sistema con sus mil y un inconvenientes, trabas, pérdidas de dinero, tiempo y oportunidades, destratos, caídas de planes familiares, estrés, cooptaciones corruptas y decepciones comerciales. Que elige tolerar un respeto apenas moderado de la Constitución.
Una sociedad que opta por aceptar decaer frente al resto del mundo, si, pero de manera gradual y moderada.

Curiosamente, la moderación generalizada que todo lo justifica encuentra su límite, su “hasta aquí llegamos”, en el rechazo histérico que generan las palabras de cualquier defensor del capitalismo explícito, vale decir de la libertad, de la responsabilidad y moralidad del hombre. De su sacralidad individual y del respeto por sus decisiones, dejando la extorsión a un lado.
Caídas sus caretas, saltan entonces a la luz el odio, los insultos, las descalificaciones personales, los bombos, los piquetes y gritos de la turba; la furia de los intolerantes pronta a caer sobre cualquiera que se atreva a proponer límites al gobierno.
Pero claro, la violencia en la voz no es más que el estertor agónico de la razón en la garganta. Y cuando el sistema de retroalimentación de ignorancias los junta en una misma votación, tras un mismo y avispado candidato (cosa que la intelligentsia nunca debió permitir), se forma una supernova de sandez; una masa crítica de mal comportamiento social. De creer que todo problema puede arreglarse mediante el mágico poder de la fuerza bruta dirigista.
Una creencia que arrastra en estos días a demasiados “ciudadanos” de nuestra ex república hacia el redil del referente de la impunidad, Daniel Scioli.

La moderación de la mayor parte de nuestra élite intelectual nos condujo hasta el borde del abismo venezolano, donde nos encontramos. ¿O acaso habrán sido su pusilanimidad y su  ya clásica tendencia a venderse al mejor postor?
Señores: el punto medio de encuentro entre el sabio y el imbécil sólo condujo al medio-imbecilismo, al azuce del oportunismo explícito de las mafias más violentas, mendaces y lanzadas. Las mismas que, intra gobierno, vemos operar abiertamente hoy y aquí.
No es necesario ni correcto ser centrista (o para el caso, equilibrista). En cuestiones de índole política, sólo hay que ser razonablemente ético y práctico.

La compulsa política que se vive con tanta pasión y dramatismo en nuestro país no es más que la disputa entre fascistas de distinto grado a los que desde el llano se les pide tan solo… “moderación”.
Quien decida sacar la cabeza de la bolsa  verá que el modelo que nos sujeta, de propiedad privada nominal regida al detalle en su uso y disposición por controles estatales, no es otra cosa que fascismo.
Un sistema que no es moral ni práctico. Que hundió y hunde a todas las sociedades que de un modo u otro fueron colaboracionistas a su implementación.
Partidos que aquí se dicen “socialistas” o “progresistas” son en verdad, fascistas. No aplican al socialismo real, que aspira a nacionalizar medios de producción y servicios igualando el ingreso de la población por medio de la deslegitimación del capital. Es decir, de la abolición del libre albedrío y del derecho de propiedad.
Socialismo y fascismo, primos hermanos, coinciden en considerar al ser humano no como un fin en sí mismo sino como un medio (o cosa sin opinión relevante) usable a los fines de otros.

En el extremo opuesto del arco se encuentra el sistema liberal cuya vanguardia intelectual, el libertarianismo, propone avanzar con decisión hacia las mayores libertades personales en lo jurídico, hacia la sacralidad del hombre como fin en sí mismo en lo moral y hacia el capitalismo de libre mercado en lo económico como expresión lógica de los dos puntos anteriores. Y cuanto más se avance, tanto mejor: sus beneficios retornan al pueblo en proporción geométrica.
Podemos ver en la actualidad cómo, en aquellos lugares donde se permite un grado más o menos alto de libertades capitalistas, la sociedad responde como aquellos autos modificados para grandes aceleraciones, cuando el conductor presiona el botón de cambio de combustible a nitrometano (nitro). Saltan hacia adelante superando todo lo conocido. Sucede bajo diferentes modos y prevenciones en Singapur, en Liechtenstein, en Hong Kong y en muchas partes de la inmensa China entre otros sitios-ejemplo, con ingresos promedio al tope del ranking y todos los indicadores sociales en alza.

No necesitamos ningún justo medio ni ningún “cambio justo” como el que propone Sergio Massa. Menos aún, más de lo mismo. Necesitamos un cambio libertario; y urgente. Uno que ponga dinero en serio en los bolsillos de la gente y autoestima reparadora de la vergüenza de lo que cada votante facho ha hecho de la patria.


¿Será Mauricio Macri quien dé el primer paso hacia la inmoderación?