Derechos Humanos y Coacción Estatal

Diciembre 2015

“Creo que con el tiempo mereceremos que no haya gobiernos”
Jorge Luis Borges (1899-1986)

Frente al cambio republicano propuesto por el presidente Macri, las Sras. de Bonafini y de Carlotto acaban de convocar la una a la resistencia y la otra a una suerte de cínica paciencia, en espera ambas de un pronto retorno al populismo.
Dos mujeres icónicas del totalitarismo criollo, cuyos nombres quedaron en la historia de lo que para el peronismo han significado los derechos humanos. Madres responsables de educar a sus hijos en el anti republicanismo militante y en la violencia comunera, con su visceral desprecio por la vida ajena (tercer derecho humano según la respectiva Declaración Universal). De instruirlos en la delincuencia terrorista del irrespeto a la propiedad, base de nuestra Constitución y en su corolario: el agigantamiento de la misma pobreza que dicen deplorar. Señoras para las cuales las canas parecen haber crecido en vano y que a juzgar por sus declaraciones, poco han aprendido de las (injustificables) desgracias que debieron sufrir.

El populismo que las cobijó hasta el 10 de Diciembre de este año, que las enriqueció a costa de todos mientras hundía a la clase media “conurbanizando” a (volveré y seré) millones y que ambas sueñan restaurar es el mismo que ignoró, día tras día, la mayor parte del listado de los 30 derechos humanos básicos. Una cosa, claro, llevó a la otra.

La más brutal incompetencia por amiguismo, las constantes violaciones al derecho de propiedad y disposición, la discriminación ideológica contra sectores enteros bajo impuestos confiscatorios, los ataques a la libertad de industria lícita perpetrados por legislaciones regresivas, los quebrantos presupuestarios a caballo de una corrupción estructural desbocada o la más sucia manipulación judicial, de propaganda mendaz y espionaje interno de la historia nacional hicieron imposible -de facto- su vigencia.
La “titularidad” de tales anti-derechos bajo el gobierno kirchnerista en cabeza de personajes adscriptos a las ideologías más salvajemente retrógradas y genocidas que registra la historia universal, nos exime por otra parte de mayores comentarios.

Para cuantificar por aproximación el problema comprehensivo argentino, si bien el peronista Scioli obtuvo 12.300.000 votos en la segunda vuelta electoral, resulta sensato suponer que el resultado de las elecciones primarias (PASO, donde 8.900.000 personas lo apoyaron) refleja con mayor fidelidad el número de quienes comulgan con el kirchnerismo duro, cuyo falso concepto cliento-populista de los derechos humanos está representado en la imagen y en las opiniones de ambas damas.
Sobre un padrón electoral de 32 millones de personas, equivale a algo menos del 28 % de los adultos que además, según encuestas confiables, se ubican en el cuartil menos educado/informado.

En su carácter –ya clásico- de tema manoseado por autoritarios dirigistas, el gravísimo déficit de verdaderos derechos humanos en nuestro país (que no es patrimonio exclusivo del régimen que acaba de fenecer), implicó durante décadas un freno directo a la disminución de pobrezas e indigencias y al consecuente crecimiento de nuevas clases medias tanto como de su nivel educativo.
Y un freno muy fuerte, por derivación, a las posibilidades solidarias de nuestra gente, virtual “pata maestra” (en total acuerdo con la Iglesia) de cualquier transición hacia el bienestar definitivo de los más.

Y aunque la conciliación nacional, el cierre de grietas y el olvido de los crímenes cívicos de tantos argentinos durante tantos años de prostitución legislativa, resentimientos y avivadas desatadas estén en el centro de las buenas intenciones del gobierno entrante, la élite pensante debería tener muy presente el norte a seguir más allá de las necesarias consideraciones coyunturales de orden político, si no queremos lamentar dentro de cuatro años… un enésimo fracaso.
Un norte des-masificador; de responsabilidad individual sobre los propios actos, de implacable respeto a la propiedad ajena y de fortísimas libertades creadoras que, aunque se vea lejano al amparo del pensamiento de Borges que encabeza esta nota, nadie que se diga evolucionado debería perder de vista.

En tal sentido, valgan las también premonitorias y ultra vigentes palabras del sabio francés Frederic Bastiat (1801-1850) “La fraternidad es espontánea o no lo es. Decretarla es aniquilarla” y “Aunque deba amarse la conciliación, hay dos principios inconciliables: la libertad y la coacción”.








Terrorismo, Poder Nacional, Bienestar y Libertad

Diciembre 2015

Los recientes atentados terroristas de Estado Islámico en Francia resultan motivo de confirmación positiva respecto de las inmensas ventajas del sistema de la libertad y de los horrores que acarrea el autoritarismo.
Aunque las matanzas en Europa y otros sitios compelen al mundo civilizado a una reacción, sus autoridades estatales siguen sin mostrar la madurez requerida para actuar concertadamente, incapaces de dejar a un lado sus respectivos proyectos de dominación nacional. Priman así los objetivos de poder de los integrantes de cada gobierno y como consecuencia del aquelarre de intereses políticos cruzados, el nuevo califato sigue adelante saliéndose con la suya.
Apoyándose, desde luego, en tales divisiones: la guerra fría sigue viva y sus contrasentidos alimentan al monstruo del terror autoritario que pretende devolvernos al Medioevo cultural.

La reflexión pertinente tras la comprobación de que el gobierno francés decretase el estado de guerra y excepción, reduciendo más libertades personales de las que ha venido reduciendo con el pretexto de su defensa, debería hacernos asumir que la emergencia se ha tornado -allí y aquí- en algo constante. A entender que al revés de lo debido, hoy la ley es la excepción y las garantías suspendidas… la norma. Que tenemos a la peligrosísima e inasible “razón de Estado” (bajo este u otros pretextos) ganando la pulseada contra el bienestar.

Es comprobación cada vez más extendida que el poder político (en verdad el de quienes lo administran) sirvió de muy poco a lo largo de los siglos si el parámetro a considerar es el bienestar sustentable, creciente y a libre opción para las mayorías.
Porque tanto el poder de los políticos como su vieja y querida razón de Estado dependen del estado de miedo de esas mayorías; de mantener una perenne sensación de inseguridad física y financiera, laboral, sanitaria, educativa, patrimonial y previsional; necesitada de un Gran Hermano protector. Disciplinador. Autoritario.
Se guardaron bien que dependiera de un bienestar general sólido, de altos valores y autoestima, altas responsabilidad y capacidad intelectual de decisión. Hubiera sido trabajar contra sus intereses de casta; por su propia y natural extinción.

Uno de los innumerables resultados negativos de este orden de cosas es el terrorismo que hoy enferma y coarta a nuestra civilización.
Lo es porque se trata de un orden que no fue capaz de crear las condiciones sociales que evitaran el surgimiento de tal cantidad de fanáticos violentos.
Que no fue capaz de sostener en alto las fantásticas banderas de los Padres Fundadores de la revolución norteamericana, que sirvieran de ejemplo a nuestra Argentina y a tantos otros países.
 Banderas libertarias que intentaron plasmar en una constitución que asegurase el bienestar de los más. Aherrojando al Estado para impedir su deriva hacia el viejo autoritarismo fiscalista y regimentador que siempre acababa ahogando las iniciativas personales y el progreso de la comunidad. Para evitar que se transformara en un delincuente legal; en un ladrón y un forzador.
Hablamos de un orden meritocrático abierto, justo, inteligente y no discriminatorio que mientras funcionó impulsó a los Estados Unidos (y a la Argentina en su momento) al mayor crecimiento económico y a la más poderosa movilidad social sustentable que recuerde la historia de la humanidad.

Las fuerzas unidas de la demagogia, de la ignorancia y del humano resentimiento aflojaron sin embargo los grilletes del Estado y la deriva descendente se afianzó.
El orden que gobierna la civilización occidental no es hoy meritocrático ni abierto, salvo honrosas y pequeñas excepciones. Ni acredita ninguna de las otras características mencionadas, en el grado en el que sería necesario tenerlas.
Es así como, especialmente durante los últimos 100 años, no se verificaron los avances sociales y económicos que hubieran evitado, en retro-efecto dominó, las recientes masacres de Francia. Además de una inmensidad de otras calamidades observables a nivel mundial, en cuya raíz está el autoritarismo cortador de libertades que nos rige.

La vigencia efectiva de los derechos individuales y a la búsqueda de la propia felicidad, fundamentos de hierro de aquella revolución y de nuestra gloriosa Constitución, implican una “libertad de industria” de raigambre ética, lamentablemente olvidada.

En tal sentido, el desarrollo global de fuertes libertades en el comercio y los servicios, en los intercambios culturales y tecnológicos, en los flujos turísticos y financieros, en las infraestructuras y comunicaciones entre otros ítems provoca con el tiempo poderosas imbricaciones sociales a nivel transnacional.
Una red de relaciones, empatía, bienestares crecientes e intereses compartidos entre diferentes sociedades que dificulta enormemente la difusión de odios y enfrentamientos. Simplemente porque no le convienen a la gente; porque son caros, dolorosos e inconducentes. Del mismo modo que tampoco le convienen, por idénticas razones, los gobiernos autoritarios. O quemando etapas evolutivas, los gobiernos, a secas.
Asimismo, las libertades en tecnologías sofisticadas para usos defensivos a nivel individual y en redes privadas cooperativas de primero, segundo o tercer grado promoverían, combinadas, un altísimo nivel de seguridades e inteligencia que incluirían la posibilidad de letales represalias, disuasorias frente a ataques arteros de cualquier origen. Represalias avanzadas, implacables y mucho más desarticulantes que las del atacante que osara intentarlo.

Con el tiempo no cabrá más que aceptar que la seguridad depende de la expansión del bienestar, que este depende de la expansión de las relaciones globales a todo orden, que estas dependen de la expansión de la libertad en todos los campos y que esta depende de la contracción de los poderes estatales que la condicionan.

Se trata, claro, del ineluctable camino hacia la no-violencia.





Anticipándonos

Noviembre 2015

Dejemos de lado por unos minutos lo urgente y permitámonos levantar la mirada, repensando algunos temas de fondo.

Considerando, por ejemplo, qué tan arrinconada ha quedado nuestra sociedad por algunas creencias estúpidas, jurásicas, como la de que los precios están mayormente determinados por los costos físicos de producción, la de que el sistema de elecciones personales (el mercado, en toda su extraordinaria complejidad) puede ser manipulado desde el Estado en beneficio de los más necesitados o la de colocar a la gente que nos gobierna en un estándar intelectual y ético superior, creyendo seriamente en su “vocación desinteresada de servicio”.

Supersticiones que no son exclusivas de argentinos lumpenizados; obligados por generaciones a someterse a la picadora cerebral y de adoctrinamiento cretinizador de las escuelas públicas.
También lo son de muchos individuos educados, pudientes y hasta cierto punto ilustrados. No así de personas evolucionadas.

Estupideces de este tipo sólo produjeron pérdidas netas de “valor social” tanto financieras cuanto productivas; tanto cuantitativas como creativas que lenta pero fatalmente se expandieron en círculos concéntricos por la economía nacional, como ondas en el agua. Olas que terminaron llegando a las orillas de la indigencia, el “paco” y la malnutrición, visibles como nunca al cabo de estos últimos doce años en el impresionante, descorazonador crecimiento (en número y tamaño) de los asentamientos “de emergencia” o villas miseria en las márgenes de todas nuestras grandes ciudades.

Vivimos –y esto es muy grave- arrinconados por la costumbre de que cada consecuencia desastrosa de la intervención gubernamental contra las decisiones de la gente (contra el mercado) sea usada como justificativo para nuevos y más imaginativos palos en la rueda a las libertades de acción creativa de la sociedad.
Recordándonos que en lo esencial, el propósito del controlador estatal es impedir; no crear. Impuestos y regulaciones (siempre crecientes) básicamente frenan, no aceleran el ahorro, la innovación, la inversión, la creación de nueva riqueza y de oportunidades reales para la gente común.

El fracaso de las mayorías en entender esto no es una tara exclusiva de la Argentina: constituye en sí uno de los hechos más notables de la Historia. Y la explicación más directa de porqué a esta altura del tecnológico siglo XXI cientos de millones de oprimidos en todo el mundo siguen sufriendo pobreza, ignorancia y exclusión.

Lo cierto es que no tenemos porqué seguir esta receta ruinosa. No es obligatoria ni ineluctable. Es sólo un mito, orquestado por las castas opresoras (hoy a la intemperie, unidas tras la candidatura de D. Scioli) que de él se benefician.
La decisión de reconvertirnos en una superpotencia futurista implicaría, justamente, tirarla al tacho de las recetas perniciosas y de las creencias inservibles… antes que otras sociedades.
Puede que el cachetazo del actual, monumental fracaso peronista a todo orden sea el shock que despierte las energías (y genialidades) dormidas de nuestro pueblo.

La receta contraria a la pobreza es la abundancia. Y la experiencia práctica, el sentido común, los economistas de vanguardia y hasta los ambientalistas más evolucionados nos aseguran que para poner al alcance de la totalidad de las personas bienes hoy estúpidamente “limitados” (todo lo que es deseado y existe, como los mejores servicios de salud, los inmuebles, la educación de excelencia, la más efectiva solidaridad, los esparcimientos, las tecnologías de abaratamiento y abundancia sustentable etc. etc.) hay que pasarlos al área de la propiedad privada, haciéndola funcionar en un mercado abierto, libre, competitivo y sin sectores privilegiados.

Resulta coherente a esta verdad, observar cómo colectivistas que nos proponen el sacrificio tributario y la conformidad como forma de vida, que aborrecen la riqueza, el éxito personal, la felicidad e independencia humanas se dan la mano en nuestra Argentina 2015 con “industriales” y “empresarios” que resienten del capitalismo popular; que prefieren sostenerse sobre favores obtenidos de amistades, retornos y presiones sobre burócratas cebados antes que sobre derechos éticos y merecimientos igualitarios.
Claro está, es lo más conveniente para ambos extremos de la cadena: no tener que competir en un verdadero mercado laboral ni en un verdadero mercado comercial, donde los primeros beneficiados serían los integrantes del capítulo argentino de esos cientos de millones de oprimidos sin proyecto ni sueños de los que hablábamos más arriba.
Lo que no es de ningún modo conveniente para funcionarios y  “empresarios” e “industriales” protegidos es que el pueblo llano se sacuda esa cadena, liberándose de ellos. Haciendo tronar el escarmiento de las condenas social y judicial.

En este sentido, el cambio de gobierno que se aproxima se presenta como tiempo propicio al cambio de ciertos paradigmas.
En particular los que apunten a empezar a liberarnos de las creencias irracionales que nos hundieron durante los últimos 70 años.
A romper otra vez las cadenas (como bien clama nuestro himno); sacarse el dogal del cuello, la media de la cabeza y el trapo de la boca para caminar hacia la libertad de opciones, dejando atrás el modelo socio-fascista de tribus beligerantes: grupos de presión económicos en lucha por los favores de la nomenklatura o bien para guarecerse de sus descargas de napalm impositivo y reglamentario.

La simple verdad es que el Estado será a corto, mediano y largo plazo, siempre, nuestro enemigo; por más amables que parezcan las caras de quienes lo dirigen. Y que el precio de una relativa prosperidad social será el someterlo a perpetua vigilancia en tanto evolucionemos lo suficiente en masa crítica como para comprender que hemos estado avalando un ingenio costosísimo, innecesario y sobre todo… muy peligroso. Siempre renovado y siempre listo a repotenciar el sistema de tribus beligerantes, fuerza bruta monopólica y discrecionalidad digitada que tanto conviene a los demagogos clientelistas.

Ninguna constitución, por buena que fuera, pudo limitarlo en el tiempo a sus funciones teóricas de servicio público eficiente. Por más que fatiguemos los libros de historia, no encontraremos en los últimos 8.000 años un solo ejemplo que contradiga esto.
Algo que se verifica por una enciclopedia de razones, de las que mencionaremos una: como cualquier otra persona, el funcionario de Estado con cierto poder desea su bienestar; no ingresa al “servicio público” para vegetar, empobrecerse ni granjearse antipatías; creer otra cosa implica una ingenuidad inaceptable a esta altura. Lo que es en sí algo natural y socialmente útil. Pero ocurre que a diferencia de cualquier otra ocupación -excepto la de ladrón- la única vía de acción con la que él cuenta para satisfacer su deseo es utilizar la fuerza que tiene a su disposición restringiendo, más y más, los derechos a la propiedad y la libertad de otras personas.
No existe otra manera de hacer auto sustentable su empleo e incrementar su ingreso. Una nefasta desigualdad con el resto de los mortales que se mantiene debido a la dificultad de un cálculo costo-beneficio comunitario imparcial de su productividad como frenador. La que en verdad es negativa.

Lo que facilita que la parte más ignorante o cínica de la población consienta en avalar despojos y atropellos pseudo-legales, camuflados bajo palabras previamente sacralizadas desde la currícula educativa tales como “razón de Estado”, “justicia distributiva”, “soberanía económica” y otros infantilismos tóxicos para la salud económica de todos.

Anticipémonos, como en su momento lo hizo la generación del ’80. Subamos la apuesta. Realineemos con mayor fineza nuestro norte intelectual. Y sigamos plantando las semillas de una nueva Argentina, rica sin complejos, poderosa, abierta, ética e inclusiva en serio.







Un País Leming

Noviembre 2015

Los lemings son unos roedores gregarios cuyo hábitat se sitúa al norte de los continentes euro asiático y americano.
Viven en cuevas formando grandes colonias de miles de individuos y no son muy diferentes de otras familias de roedores excepción hecha de una tenebrosa peculiaridad: transcurrido cierto lapso de tiempo (usualmente cada 4 años),  la colonia entera emprende una enloquecida carrera hacia territorios desconocidos siendo común que terminen lanzándose en masa por algún acantilado para perecer todos ahogados en el mar. 

Dejemos a los zoólogos el estudio de este extraño comportamiento suicida y viajemos hacia el sur de nuestro continente para observar in situ a otra población de tendencias autodestructivas, esta vez de la especie homo sapiens.
Se trata de los votantes populistas argentinos que, como los lemings, saltan periódicamente en masa al vacío del resentimiento, la pobreza auto infligida, la violencia y el odio al éxito.

Sucede, en efecto, desde hace unos 70 años. No ya los zoólogos sino los sociólogos deberían estudiar las razones por las que una enorme cantidad de argentinos apoya en las urnas a organizaciones que ostentan una visión tan primitiva -casi cavernaria- de nuestras opciones económicas.
Buscando el pleno empleo y la mejora de los salarios reales a través de hundir con impuestos y prohibiciones al sector exitoso de la economía para subsidiar al sector incompetente, tras la idea de cerrar el país sustituyendo importaciones; intentando fabricarlo todo de cualquier manera sin tomar en cuenta nuestras ventajas comparativas.

Modelo ya obsoleto en 1945 mas claramente suicida a esta altura del siglo XXI donde sólo se salvan aquellas sociedades que orientan sus economías hacia la exportación, la integración eficiente y la especialización global.
La antigualla que nos imponen el peronismo y otros retro-progresismos criollos supone ese crecimiento de patas cortas orientado al mercado interno que una y otra vez nos lanza por el acantilado, estrellando a la Argentina contra el mar del atraso y la indigencia.

Dejando de lado las tentadoras propuestas de campaña, guste o no, el ADN peronista (en sus estilos evista, isabelista, menemista, duhaldista, kirchnerista, sciolista o… massista) impone la prepotencia como sistema dentro de un solo modo de resolver las diferencias: mediante el sometimiento a la masa por ellos manipulada. Un libreto-base que reiteran desde los ’40.
Promueve un autoritarismo paternal que desvirtúa y viola las instituciones republicanas (incluyendo tanto auditorías y sindicaturas como el funcionamiento de los poderes Legislativo y Judicial, el federalismo o la propia Constitución Nacional), suponiéndolas trampas anti populares que es necesario eludir.
Una concepción tribal, donde la adhesión al líder siempre reemplazó a los valores éticos propios de sociedades civilizadas y que resulta clave para entender por qué nos hundimos.

El ideario pejotista posee, sí, algunos “valores” constantes: des-educación pública, elevación de impuestos distorsivos y gasto clientelar, corrupción endémica, colapso sanitario, estafa previsional, endeudamiento, destrucción de la moneda y sobrevolándolo todo, una defensa cerril de intereses sectoriales aunque estos obstruyan la creación de riqueza generalizada.

Uno de estos intereses sectoriales es la corporación gremial adicta comprada por el gobierno con inmunidades, cotos de caza monopólicos y privilegios, que no representa al mundo del trabajo sino al mundo de los sindicalistas. Instituciones como los gremios, que debieran ser profesionales, con amplia libertad de afiliación y políticamente neutrales, trocan en fuerzas de choque antidemocráticas serviles a los funcionarios que los apañan.
Con dinero de aportes obligatorios o de fondos destinados a ayuda social costean grupos piqueteros de presión social que  blindan al poder político peronista por fuera de las instituciones de la república y del sistema de partidos.

El populismo argentino conforma así una organización básicamente mafiosa, vengativa, minada de envidias, prejuicios, desactualización e ignorancia. Sin moral ni sed de verdadera justicia, a quien importa menos el progreso de la patria que el mantenimiento de los privilegios de la oligarquía que forman sus líderes con gremialistas millonarios y  “empresarios” subsidio-dependientes.
La historia de estas últimas siete décadas dominadas por el justicialismo, por sus ideas o bien por su oposición destructiva, son el ejemplo palmario de cómo se despedaza un gran país haciéndolo retroceder hasta el pelotón de cola del planeta, con un inmenso costo en sufrimiento y muertes prematuras pagado, en especial, por nuestros compatriotas más desprotegidos.
Tal como lo vemos hoy y aunque siga procurando cambiar caretas, cada vez que el peronismo gobierna deja a la economía al borde del colapso y a la sociedad en estado de grave confusión y desesperanza.

Una sociedad que, engañada o no, temerosa o no, por estúpido oportunismo inmediato o no, elige esto cada 4 años no puede sino retroceder hacia la barbarie y el empobrecimiento, hacia el enfrentamiento y la disgregación, hacia el sálvese quien pueda, la indignación de los expoliados y el descrédito internacional.

La fracción pensante de nuestra ciudadanía no debería engañarse: sobre unos 25 millones de votantes en la elección del pasado mes, con más de 14 millones que lo hicieron por variantes peronistas y más de 1 millón que optaron por plataformas “de izquierda”, estamos todavía y sin duda alguna… ante un país leming.

La responsabilidad de cambiar este descalabro moral e intelectual, que asumirá el Ing. Macri con el frente Cambiemos en nombre de todos, aparece tan abrumadora… ¡como desafiante!





Libre Mercado ¿Para Qué?

Octubre 2015

Tal vez sea obvio decir que la solución más inmediata a la mayoría de los problemas argentinos pasa por dotar de poder económico real, honesto y sustentable al mayor número de ciudadanos en el menor lapso posible. O no tanto: las elecciones generales de este mes amenazan con hacer avanzar a nuestro país desde la grieta interpersonal (entre los partidarios del país de matriz productiva y los partidarios del país de matriz parásita) al siguiente nivel de ruptura social: el que va de Argentina a  Argenzuela.
Un nivel que nos acerca a un sometimiento más severo y a más pobreza; a la emigración, a la secesión o a la guerra civil.
El modelo vigente nos lleva en línea recta, desde 2003, en esa dirección. Aún con los retoques que pueda hacer con su mejor voluntad populista, esperanza, fe y optimismo el Sr. Scioli.

Al momento de escribir esta reflexión, los candidatos peronistas Massa y  Rodríguez Saa tanto como los socialistas Del Caño y Stolbizer aportan como funcionales a esta marcha estorbando la consolidación del Sr. Macri, único con alguna posibilidad de detener el desbarranque nacional causado -como en los ’50, los ’70 y los ’90- por el Justicialismo. Movimiento político portador de una responsabilidad sin atenuantes (y una prospectiva aterradora para los más necesitados), desnudada por Fernando A. Iglesias en su último e impresionante libro “Es el Peronismo, Estúpido”.

Los cuatro candidatos nombrados en primer término, por caso, siguen tan ansiosos de tropezar con la misma piedra como lo estaban sus abuelos en los ’40.  Sus eventuales construcciones sociales están destinadas a quedar otra vez truncas cuando no a caer, toda vez que insisten en asentarlas sobre cimientos de barro.
Como la tara conceptual que les impele a equiparar el poder político con el poder económico, partiendo de la base de que la producción debe tener su contrapeso en la coerción, forzando así un juego de frenos mutuos con supuesto beneficio para todos. Algo que la malvada  realidad se encarga de desmentir a diario.

En los casos socialistas (Stolbizer y Del Caño) por una cuestión de orgullo y/o culpa mezclado con desactualización y en los casos peronistas (Scioli, Massa y Rodríguez Saa) por una cuestión de conveniencia oportunista de casta, lo cierto es que todos se niegan a asumir en profundidad el hecho de que el poder económico es ejercido por medios positivos (morales, éticos) al ofrecer a todos los participantes el incentivo de una recompensa, valor o pago voluntario si satisfacen a la sociedad con aquello que ofrecen, toda vez que se permite la libre competencia sin actores privilegiados. Mientras que el poder político es ejercido por medios negativos (inmorales, antiéticos por violentadores de quienes no han violentado previamente a nadie) al basar su razón de ser en exacciones bajo amenaza de castigo, daño y destrucción aplicadas en forma monopólica, así como en el otorgamiento de privilegios.

Debería estar claro para todo ciudadano, además, que la así llamada “competencia” por el poder político no es sino la opción entre dos o más variantes de forzamiento (opción entre males) mientras que la competencia comercial que posibilita el poder económico se define como la opción entre bienes, en un marco legal no coercitivo.

Vale decir, se trata de poderes que no son del mismo orden ni pueden ser equiparados como proveedores de bienestar ya que uno opera mediante valores ofrecidos y el otro mediante miedos impuestos.
La autoridad moral (y práctica) de un emprendedor creativo liberado de sus cadenas en relación al beneficio comunitario de su acción es incomparablemente superior a la de un burócrata, que no crea nada.
Ningún coaccionador debe tener autoridad sobre un productor que haya quedado sujeto al control popular del libre mercado. Punto.
Al menos si no queremos seguir internándonos en el fangal de mentiras, pobrezas y decadencia en el que millones de votos poco reflexivos nos metieron.
¿Por qué se aplican frenos y sobrecargas a personas dispuestas a arriesgar lo suyo, trabajar duramente y crear bienes generando empleos y oportunidades antes inexistentes?
Tal vez por esos cada vez más frecuentes aguijonazos de barbarie, como resentimiento de enano, que florecen en las familias argentinas al ritmo “tumbero” del clientelismo y sus ni ni.
Ya fracasamos colectivamente intentando privilegiar, entre otras, a una casta de industriales incompetentes, eternos talleres protegidos que lucraron alegremente durante décadas. Bancados por los consumidores y por los genuinos creadores argentinos de poder económico y trabajo. Todo ello a costa del hundimiento de la nación frente a la enormidad de lo que pudo ser y frente a una pléyade de naciones a las que antes mirábamos desde arriba.

Por forzar contra natura un menos efectivo uso del capital, accedimos a un nivel de bienestar general mucho menor al que de otro modo hubiésemos conseguido. Es eso y no el odiado respeto al derecho de propiedad y la denostada búsqueda de la propia felicidad lo que ha determinado los espantosos índices de desigualdad y podredumbre moral que padecemos.

Señoras: entre los gritos del aquelarre argentino del sálvese quien pueda, una notable mayoría sigue rechazando el libre mercado a pesar de que sus problemas, entre ellos el pavoroso déficit educativo,  fueron creados por gobiernos que se dedicaron a bloquearlo.
Clave maestra, si las hay, para encarar con la ayuda de valores más evolucionados la reconstrucción de nuestra república.
Nótese que la totalitaria Cuba tiene una sociedad “educada” y aún así sus ingenieros manejan taxis de los ’50, haciendo patente que sin mercado libre la educación tampoco sirve.
Hoy está claro: como bien dijo Mariano Yela (filósofo y psicólogo español 1921-1994) “Educar es liberar. Sólo educa el que libera. Pero a su vez, liberar es educar. Sólo libera el que educa”.

Señores: ¿Podremos evitar nuestro jueguito cuatrienal de ruleta rusa?

Todo indica que, esta vez, la bala quedó situada frente al percutor.







Darse Cuenta

Octubre 2015

En ocasiones la conveniencia política y las verdades esenciales que buscamos están tan cerca, tan encima de nosotros que no atinamos a verlas.

Una de las causas, sino la principal, de que la pobreza, la exclusión y sus resentimientos autodestructivos no hayan remitido en la medida en que podrían haberlo hecho a esta altura de la historia estriba en un “error” de enfoque.
Un reduccionismo que cometen sociólogos, políticos y economistas cuando analizan las situaciones a mejorar, enfocados en “la sociedad”.
Buscando dilucidar e intervenir sobre complejas interacciones de grupos cuyos sujetos constitutivos no han sido previamente definidos, identificados ni comprendidos con la debida precisión.

Como si un productor agropecuario se enfocase sólo en conseguir créditos bancarios para volcar sobre “el campo” a fin de cubrir su desbalance sin un estudio previo y pormenorizado de factores productivos individuales tales como el trigo, las vacas, la pastura consociada, los silos, las ovejas, las malezas, el maíz, los caminos internos, los novillos, las raciones, los híbridos de soja, las aguadas, los tractores y maquinarias, los entornos climáticos y de suelos… con más la interacción dinámica de todos ellos (y de muchos otros a decir verdad).

La mujer, el niño, el hombre no es “aquello que se ajusta a nuestras ecuaciones” sino la realidad de fondo a la que hay que adaptarse. Una realidad individual sagrada, anterior e inviolable en su libre albedrío responsable. Una realidad que da sentido, condiciona y permite (o no) voluntariamente, luego, todo lo demás. Constitución, Estado y gobierno incluidos.
Un sitio mental donde lo civilizado, claro, es la aceptación plena del orden de los derechos individuales, que conlleva la renuncia básica al uso de la fuerza contra quienes no la han iniciado. Lo demás es basura atávica de la que -antes o después- deberemos deshacernos.

Por razones de corte mafioso que nada tienen que ver con la conveniencia de la mayoría ni con verdades éticas esenciales, los campeones de la planificación estatal procuran alejarse de la genialidad liberal de poner a la persona y sus derechos –sus libertades- como eje central de la política; como lo que hay que proteger y fomentar a ultranza; como la potencia creadora de una riqueza a escala superior. Algo que nadie que tenga dos dedos de honestidad intelectual se atrevería hoy a desmentir.

Definir, comprender e identificar los “factores individuales” de un sistema que genere elevación social a gran escala implica asumir la verdadera naturaleza humana, poniendo en su sitio la ilusa  obnubilación por la naturaleza que se quisiera tener y no se tiene (por el “hombre nuevo” de los socialistas, por el “hombre altruista” de los místicos o por el “homo ladri-impune” de los populistas).
Implica aceptar con realismo que por encima del noble apego humano a la bondad solidaria está su innato afán de superación personal, lucro laboral, bienestar material y seguridad sustentable para su propia familia.

La genialidad económica no está en usar a media máquina ese afán innato, esa fuente de energía inagotable encadenándola con regulaciones y sobrecargas desestimulantes sino en usarla en todo su magnífico potencial.
Y la genialidad del político que quiera pasar al bronce de los grandes estadistas estará en hacer ver y asumir (a todos, sin excepción) que el horror de la carencia de bienestar y su increíble lucro cesante social son lo que tenemos hoy y aquí, no lo que podría sobrevenir en caso de pasar a confiar en nuestra gente, liberándola.

La interacción dinámica a todo orden de estos “factores individuales” (las personas) en libertad de vivir, planear, acordar y construir sin cortapisas en el marco de una sociedad moderna es materia que escapa hasta al planificador más capaz; hasta a la tecnología de controles más avanzada.
Y está muy bien que así sea pues más allá del breve contrato social básico de nuestros preceptos constitucionales es en el pueblo llano individualmente considerado en quien debe residir el poder, no en algunos burócratas corruptos elegidos bajo escasa libertad de opción real y mediante procedimientos amañados.

En perfecto acuerdo con las más luminosas enseñanzas de la Iglesia, debemos ser conscientes de que cada mujer, niño y hombre es un fin en sí mismo que jamás podrá considerarse como parte amorfa de un “paquete” (la sociedad o una “tribu” dentro de ella, como grupo de presión determinado).
Paquete que los sociólogos, políticos y economistas del ejemplo coinciden en proponer hoy como el ámbito donde cada uno considere a su prójimo como medio sacrificable para sus fines y muy en especial a los fines del paquete como un todo.

Desde luego, las personas son lo único que cuenta siendo la sociedad la simple suma aritmética de quienes la componen; nunca un ente concreto con albedrío ni responsabilidad propia.

La verdad está tan cerca que no atinamos a verla. Tal vez a la sola distancia de un voto. Del voto de ese individuo que tras 32 años de elegir populistas cayó en cuenta de que sólo un tercio de la población activa está en el sector privado formal, que 11 millones de compatriotas siguen sufriendo en villas y viviendas precarias, que el Estado ocupa más del 50 % de la economía y que para sostenerlo es necesario aplicar cada día más violencia fiscal y regulatoria, engendradora de más pobreza.

Darse cuenta de estas cosas es dar un paso en la dirección correcta; la de saber de qué estamos hablando.
Como marcó el notable comediante y conductor televisivo norteamericano Penn Jillette, cuando dijo “la democracia sin el respeto de los derechos individuales, apesta. Es la patota del patio escolar contra el chico raro. El hecho de que la mayoría piense que sabe una manera de conseguir algo bueno, no le da derecho a usar la fuerza contra la minoría que no quiere pagar por ello. Y si debés recurrir a una pistola, entonces no tenés idea de lo que estás hablando”.




La Inversión del Sentido de la Política

Septiembre 2015

La revolución norteamericana del siglo XVIII, sacándose de encima el yugo monárquico del Estado Británico, inauguró el período de crecimiento y bienestar a gran escala más impresionante y veloz de toda la historia humana.
Una epopeya liderada por una pequeña élite de hombres ilustrados, racionales y con un elevado sentido de la ética que pasaron a la historia con el nombre de “Padres Fundadores”.
Su idea genial: asegurar mediante una Constitución inteligente y revolucionaria algo que hasta entonces nunca se había dado: que el Estado fuese el protector de los derechos de cada hombre; de su libertad para buscar la felicidad. Protegiendo a todos los ciudadanos de aquellos que violaran sus derechos -sus libertades- iniciando el uso de la fuerza física. Y que tal sistema no dependiese de las intenciones o el carácter moral de algún funcionario, impidiendo toda tergiversación legal que directa o indirectamente apuntara hacia la restauración de la tiranía.

Su espíritu quedó sintetizado en las palabras de uno de esos hombres, Thomas Jefferson: “Los dos enemigos de la gente son los criminales y el gobierno, de modo que atemos al segundo con las cadenas de la Constitución para que no se convierta en la versión legalizada del primero”.

Un siglo más tarde aquí, en nuestra Argentina, esa epopeya tuvo su contraparte liderada por otro pequeño grupo de hombres ilustrados, racionales y con elevado sentido de la ética. La Constitución que idearon (la que en teoría nos rige) transcribió gran parte de las disposiciones y se inspiró en los mismos nobles ideales de la norteamericana.

Tanto en el país del norte como en el nuestro, el impulso libertario inicial (con su correlato de fuerte desarrollo y bienestar) operó a pleno aún cuando sujeto a gradual desaceleración, durante unos 80 años.
Sin embargo ambos convencionales pecaron de optimismo, subestimando a largo plazo la capacidad humana de poner el ingenio al servicio de la ambición parasitaria en el delicado ámbito de la legislación, que fue violando gradualmente los principios racionales que le daban legitimidad. Y efectividad práctica, claro.

No analizaremos aquí la evidente declinación moral estadounidense a través del tiempo ni sus actuales, raquíticos, índices de crecimiento.
Limitémonos a observar con objetividad qué sucedió en nuestra nación durante las últimas 8 décadas.
En ese lapso el concepto sobre la naturaleza del gobierno realizó un giro de 180º: ya no es el protector de las libertades de la gente sino su más peligroso conculcador. Ya no nos ampara de los violentos que inician la fuerza; es él quien la inicia agrediéndonos mediante coacción (tributaria, reglamentaria) bajo cualquier formato y en toda cuestión que sea funcional a sus caprichos; a sus intereses facciosos. Ya no promulga leyes que sean refugio de individuos oprimidos sino otras que sirven de arma a los opresores; normas subjetivas que fomentan incertidumbres y miedos. Cuya interpretación, además, se reservan.

La inversión moral está completa. El modelo falsificado reemplazó al original: nos encontramos de nuevo en el punto de partida de las monarquías autoritarias o del feudalismo medieval con sus siervos de la gleba (mírese sino, la brutal realidad de nuestras provincias).
El Estado puede hacer hoy lo que se le antoje cargando el yugo de sus costos sobre el progreso de todos mientras los ciudadanos sólo pueden trabajar, crear, producir, instruirse, poseer, donar o comerciar bajo incontables condiciones, sobrecostos y permisos.
Igual que en las épocas más oscuras de la historia humana, cuando predominaba la fuerza bruta y quienes nada producían dictaminaban sobre qué, dónde, cómo, cuándo y cuánto producir. Cuando la búsqueda personal y familiar de la felicidad no figuraba, ni por asomo, entre lo permitido.

Podríamos preguntarnos entonces ¿cuál es la autoridad moral, ética, contractual de las personas que nos exigen estos “permisos”, más allá de la mera fuerza bruta? ¿Dónde y cuándo firmamos aceptando su potestad para prohibirnos todo lo que nuestra Constitución permite?
Porque lo más cercano a un Contrato Social válido es esa Constitución Nacional que ellos violan y falsifican desde los años ’40 del siglo pasado.

Consideremos pues estas cuestiones de fondo, que van mucho más allá de la coyuntura política.
Y procuremos obrar en consecuencia no sólo al momento de votar, cada dos o cuatro años, sino con las semillas de docencia de cada una de las opiniones que expresamos en nuestra vida de relación.

Los patriotas que nos legaron aquel espíritu libertario no se merecen menos.




En Busca del Escalón Perdido

Septiembre 2015

Una amiga se preguntaba hace poco porqué la democracia, sin excepción, termina dejando en todos un regusto amargo en cuanto a sus resultados prácticos. Aún entre quienes usualmente votan “a ganador”. Para no hablar de los que, vez tras vez, “pierden”.
¿No es acaso el mejor modelo de organización social conocido por el hombre, el más civilizado y universalmente aceptado?
Se supone (así nos lo enseñaron) que es el sistema de los contrapesos más perfectos y las instituciones más confiables para la resolución pacífica de los innumerables conflictos que se dan en una sociedad moderna. El que protege los derechos de todos y en particular los de las minorías.
¿Por qué tenemos la pesada sensación, entonces, de que “no funciona” bien? ¿Puede equivocarse tanta gente al mismo tiempo?  ¿Hay acaso alguna alternativa que no sea volver a las dictaduras?

La respuesta que casi nadie da pero que todos saben es que el consenso no calificado puede estar equivocado -y casi siempre lo está- sobre cualquier tema que se dirima por simple mayoría; en especial sobre las muy complejas cuestiones de política socio-económica.
Y que, en efecto, existe una propuesta o tendencia más avanzada de organización social: la libertaria, inexistente en la época en que Winston Churchill lanzara su famosa máxima “la democracia es el peor sistema de gobierno, exceptuando todos los demás”.
Un sistema de ideas desarrollado por notables pensadores desde los años ’70 del pasado siglo y que empieza a hallar condiciones ideales a su implementación a partir de la primera década de este siglo XXI, con sus redes globales de comunicación social y la explosión niveladora de la tecnología informática, aplicada en más y  más áreas de la vida cotidiana.

Intelectuales de la talla de John Locke (1632-1704), Thomas Jefferson (1743-1826), Bertrand Russell (1872-1970), Leonard Read (1898-1983), Murray N. Rothbard (1926-1995), Robert Nozic (1938-2002), Anthony de Jasay (1925), David Friedman (1945), Hans H. Hoppe (1949) o Jesús Huerta de Soto (1956) jalonan entre muchos otros una extensa lista de brillantes contribuyentes al pensamiento libertario a lo largo del tiempo. Como el catedrático español citado en último término, autor de uno de los más vanguardistas conceptos de capitalismo aplicado: el de la eficiencia dinámica en la función empresarial y su intrínseca moralidad.
Unidos todos en la coincidencia del estricto respeto de los derechos individuales, la libertad responsable y el principio de no-agresión inicial en todos los campos de la acción humana como pasaportes hacia una sociedad más tolerante y evolucionada, mucho más justa (sin nuestras atrasadas dictaduras de mayoría) y de la mayor abundancia en cuanto a bienestar material.

Celebridades del mundo del cine como Clint Eastwood, Angelina Jolie, Tom Selleck, Bruce Willis, Keanu Reeves o Kurt Russell son libertarios declarados, por caso, al igual que millones de personas comunes a lo ancho del planeta. Personas para las que el valor más importante es la libertad, no la democracia. Que priorizan la sociedad civil, que es voluntaria, en oposición a la sociedad política que es coercitiva. Y que promueven las soluciones de mercado, que son libres, en oposición al intervencionismo que es obligatorio. Porque es obvio que el mercado (el libre, no el que conocemos aquí) somos todos, superando en representatividad real y en eficiencias conducentes a cualquier padrón electoral.

¿Cómo se traduce, políticamente, esto? ¿Anarquismo? ¿Caos social, ley del más fuerte y triunfo de la codicia frente al debilitamiento o la desaparición del gobierno? Obviamente, no. Se traduce en orden y justicia sin hijos y entenados dentro de una heterarquía (o estructura horizontal en forma de red) reemplazando gradualmente al estatismo y su jerarquía (o estructura vertical en forma de pirámide).
Pero sepámoslo: la propaganda de los fascismos gobernantes (el nuestro es un buen ejemplo) seguirá enfocada en esos temores. En los mismos miedos atávicos que tantas veces paralizaron el avance de la humanidad en beneficio de la oligarquía dominante. Y lo hará, como es su costumbre, con inmensas sumas restadas a la producción para sumarlas al apoyo de una visión unidireccional, conservadora del status quo y al soporte de férreos controles sobre los contenidos de la educación pública y privada.

A quienes estuviesen interesados en profundizar en esta luminosa línea de pensamiento recomendaríamos… ajustarse el cinturón de seguridad mental y empezar por leer la obra El Mercado para la Libertad, de Morris y Linda Tannehill o en su defecto el libro de Raúl Costales Domínguez, Ni Parásito ni Víctima: Libre. Ambos publicados en nuestro país; de fácil lectura y gran claridad conceptual. Desnudan el hecho de que la democracia que hoy “disfrutamos”, como muchos sospechaban no es el fin de la historia -ni mucho menos- en el largo camino de la humanidad en la tarea de alumbrar el mejor sistema posible para vivir en sociedad. De que es sólo una etapa más en esa búsqueda; bastante primitiva además y destinada a ser superada como tantas otras.

Entretanto se impone lentamente el regusto amargo; la sensación de fracaso y de falta de resultados que mencionaba nuestra amiga.
Y se afianzan sus inconvenientes: tendencia al aumento constante de los impuestos y del tamaño del Estado, tendencia a la selección de los más cínicos y corruptos para conducirlo y tendencia a reducir las libertades de opción a los honestos para crear grandes masas de dependientes de la dádiva y del empleo público, que aseguren la permanencia del modelo en el tiempo.
Inconvenientes inherentes a la naturaleza misma del sistema, que lo hacen insustentable a largo plazo como no sea a través de un aumento también constante de la regimentación invasiva y del control de cada aspecto de nuestras vidas. Algo que leninistas, maoístas, castristas y chavistas nos mostraron, años ha,  dónde termina.

Como dijo alguien con sentido común -de seguro descendiente de aquel niño que vio que el rey estaba desnudo- si necesitamos apoyar una pistola en la espalda de las personas decentes para que nuestro sistema funcione, estamos en problemas. No sólo por las graves contradicciones morales que ello implica sino por sus inconsistencias económicas ya que, como cualquier estudiante de esa ciencia sabe, la eficiencia productiva, el crecimiento sustentable y la abundancia general “no funcionan bien” (o funcionan muy mal) bajo coacción digitada. 

O mirando las cosas desde otro ángulo… ¿aceptaría Ud. ser operado en una clínica donde los análisis, los procedimientos quirúrgicos y posoperatorios fueran decididos por mayoría a través del voto de todos los administrativos, el personal de maestranza, los médicos y sus auxiliares? Porque lo que hacemos en nuestra actual circunstancia es aceptar este proceder para las decisiones más serias desde la cuna hasta la tumba sin mayores cuestionamientos.

Aún así es mayoría la buena gente que en verdad quiere hacer algo para mejorar el mundo que recibirán sus hijos y nietos.
Y que quiere hacerlo en el sentido correcto; es decir colaborando a que la ética, el respeto por lo ajeno, las responsabilidades personales y la libertad a todo orden en un entorno de absoluta no-violencia sean los valores que se impongan.
Hablamos de esa mayoría silenciosa, en parte acallada por las extorsiones del clientelismo y del terrorismo de Estado fiscal, que intuye correctamente que nuestro país… ni siquiera vive en democracia. Que en realidad nunca lo hizo; ni durante las 3 generaciones (entre 1860 y 1940) de la época de oro de la Argentina liberal, ante la que el mundo se inclinaba con respeto.
Ciudadanos que intuyen que lo nuestro es algo más primitivo aún; que nuestras vidas se malgastan en un estadio pre-democrático; que saben que nuestra población es hoy como esa mujer golpeada que una y otra vez elige seguir junto al marido golpeador. Y que ese marido machista, “paternal” y sobrador que la degrada de mil maneras desde hace tanto tiempo no es otro que el peronismo. Siempre distinto en sus mil disfraces. Siempre igual en su corrupción esencial.

 Colaborar hoy a la resolución pacífica de los innumerables conflictos que se dan en una sociedad moderna, entonces, implica hacerlo con más inteligencia. Abjurando de la  esclavitud estatista que nos hunde sin remedio, aunque a veces pueda habernos resultado cómoda.
Para defender en cada casa, en cada familia, en cada escuela, en cada plaza, calle, club, empresa, comercio y organización… la sacralidad y preeminencia del hombre y de la mujer responsables de sus actos por sobre la masa indiferenciada que tira la piedra y esconde la mano igualando a justos y pecadores.
Para defender el respeto por sus elecciones personales, incluyendo las económicas, las educativas, las morales y las contractuales sin otro límite que el respeto de igual derecho en los demás.
Y para adaptar gradualmente todas nuestras instituciones a esos mandatos racionales de última generación republicana. Dificultando al ignorante forzar al sabio, al indolente parasitar al trabajador, al ladrón despojar al honesto y al violento atropellar al manso.

Simplemente porque son el siguiente escalón evolutivo en la búsqueda del mayor bienestar para el mayor número.
Y porque, disguste a quien disguste, es historia escrita en piedra que el capitalismo de libre mercado funcionó mejor que ningún otro método en orden a ese objetivo cada vez que se lo aplicó, aún en forma parcial (como fue casi siempre el caso). 
Y porque sus resultados fueron más espectacularmente benéficos para los postergados cuanta mayor decisión, amplitud, velocidad, profundidad y limpieza hubo en su implementación.







Buenos Aires Tour

Agosto 2015

La incapacidad para asimilar políticamente los cambios sociales de los últimos años, nos pone ante el riesgo de una implosión del sistema constitucional instaurado a mediados del siglo XIX.

Lo que parecía impensable hace un año, resulta muy posible hoy: el kirchnerismo podría seguir gobernando por otros 4 u 8 años a través de un triunfo de la fórmula Scioli – Zannini.
Si como muchos suponen, D. Scioli resulta víctima de algún accidente o es desplazado de la presidencia mediante alguna maniobra pseudo legal,  C. Zannini podría empujar a nuestra Argentina por la senda venezolana de mordaza informativa, violencia piquetera, cierre económico, freno a la movilidad social y corrupción… en grados aún más altos que los actuales asegurando para los suyos, clientelismo exacerbado mediante, mucho más que 8 años de gobierno. 
Si fuesen sólo 8, el modelo en vigencia se habría aplicado aquí durante dos décadas seguidas.

El caso Venezuela (donde el chavismo gobierna decidiendo sobre vidas y bienes desde hace 17 años) nos permite asomarnos a un futuro probable: en un país de 28 millones de habitantes, 1 millón y medio ya emigraron huyendo del socialismo real y otros 2 millones 800 mil –según estudios serios- en su mayoría jóvenes, se aprestan a hacerlo. Se trata de un verdadero vaciamiento de cerebros, emprendedores y capitales ya que los que se van con sus familias en busca de sitios más libres son los más productivos y preparados.
Una extrapolación simple de estas cifras a nuestra población actual nos llevaría a un equivalente donde 2,25 millones de argentinos de élite decidirían abandonar el país en las primeras oleadas y otros 4,26 millones  tratarían de hacerlo después.

El tipo de instituciones extractivas del peor populismo peronista habría triunfado, entonces, en toda la línea (incluyendo un Poder Judicial bien sometido, como ocurre con el venezolano) y la Constitución liberal de 1853/60, la que permitiera a la República Argentina sus únicos 80 años de gloria y poder, habría implosionado de hecho. Estaríamos hablando de la ruptura de nuestro Contrato Social. El que nos mantiene desde entonces unidos como nación.

En esa eventualidad y adelantándonos al desastre, cabe aquí la valentía (y la conveniencia ético-económica) de preguntarse sobre la posibilidad de denuncia del tal Contrato o pacto. Sucede en países como España con regiones que buscan su independencia de un Estado central que ya no los representa; sucede en Barcelona, el país vasco e incluso en la provincia de Valencia entre otras.
Tal vez se esté acercando la hora de cuestionarse si la Ciudad Autónoma de Buenos Aires con sus 3 millones de habitantes, por ejemplo, debe seguir mansamente sentada en un tren que acelera hacia el averno; si los porteños deben seguir siendo expoliados por los habitantes de otras regiones que tuvieron a bien elegir ineptos y delincuentes para que los gobernaran, haciendo implosionar la Constitución Nacional; violándola con alevosía tanto en letra como en espíritu.
O si prefieren, plebiscito mediante, separarse como en el pasado del resto de la confederación para pasar a ser una Ciudad Estado.
A imagen y semejanza de Mónaco o Singapur, por caso. Poderosas, respetadas e independientes, con bajos impuestos, altísimo desarrollo económico, alta densidad poblacional, grandes libertades para ser y hacer y elevadísimos ingresos promedio per cápita.

No es necesario tener exclusividad de dominación sobre un extenso territorio, gobernar sin límites republicanos ni aplicar estúpidos torniquetes fiscales sobre los rehenes más productivos para lograr el bienestar real de la gente. Más bien es a la inversa: como casi siempre, la verdad está en lo acotado, en lo perspicaz, diverso, particular y disidente; donde menos se la espera.

Una Buenos Aires independizada del vasallaje impositivo-reglamentario de los incapaces, del asfixiante yugo populista de los corruptos conformaría un Estado más que viable cuyo poderío financiero acabaría con la pobreza, llevando a sus víctimas a la clase media en muy poco tiempo. Tal como pide la Iglesia.
Y promovería a sus habitantes y a todos los argentinos que instalaran allí sus domicilios y empresas a la riqueza sin prejuicios, la solidaridad bien entendida y la elevación personal en todo sentido.
Dejando que los distritos del resto del país elijan libremente al vivillo que más les apetezca para que siga hundiéndolos.
Eso sí: teniendo frente a sus narices el ejemplo vivo, con instituciones inclusivas, de lo que pudieron ser… y no quisieron.

Es más; con algún cinismo podríamos visualizar incluso al Sr. Scioli o a su sucesor implementando la construcción de un “muro de Berlín” a lo largo de la Av. General Paz, con sus reflectores,  alambradas de púas y sus guardias con perros, para impedir la fuga masiva hacia la libertad de sus mejores ciudadanos. Y al Sr. Rodríguez Larreta, a su vez, armando un prolijo Check Point Charlie a la altura de Liniers.

Mas volviendo a la realidad actual, digamos que una iniciativa semejante implicaría profundizar hasta el hueso en el hoy devaluado concepto “democracia” dando la posibilidad de elegir en serio, sin extorsiones ni cortapisas, qué queremos.
¿A nombre de qué debería impedirse a personas libres optar? No serían en tal caso personas libres sino simples rehenes esquilables, ciudadanos-objeto usables más allá de su consentimiento. En una palabra, medios al servicio de los fines de otros.
Es precisamente la inmoralidad que vivimos hoy y que un nuevo golpe electoral del Frente para la Victoria consolidaría.

Hace unos años, las provincias bolivianas de Santa Cruz, Beni, Pando y Tarija amenazaron al Estado izquierdista de Evo Morales con avanzar en un proceso de secesión. Sus autoridades lo hicieron en disconformidad con las políticas paleo-económicas de corte indigenista que Morales pretendía imponer por la fuerza bruta del número sobre sus regiones, las más (relativamente) pro capitalistas –y por ello prósperas, claro está- del país.
El gobierno central cedió entonces atribuciones a las autonomías locales y los reclamos independentistas pasaron a archivo.
Siguen sin embargo siendo un antecedente válido de que tal cosa no es mera utopía en Sudamérica, sino algo posible. Grandes crisis suelen ser, históricamente, grandes oportunidades.

Los que profesamos un pacífico pero inconmovible convencimiento libertario sabemos que la persona siempre es anterior al Estado. Y que este ingenio no puede ostentar sobre ella más poderes y legitimidad de los que esa persona voluntariamente le delega. Poderes y legitimidad que en nuestra Argentina sólo tienen cierto viso de verosimilitud a través de un único Contrato Social: la Constitución de 1853/60, en su parte dogmática.
Desaparecida esta de facto, no existe más contrato que la conveniencia personal de cada uno de los pobladores de este suelo, tal y como ocurría antes de su sanción.

El proceso de involución decadente que padecemos se halla muy cerca de lograrlo. Estemos pues preparados porque a la hora menos pensada… aparecerá con más violencia que nunca el ladrón del autoritarismo estatal horadando las paredes de cada una de nuestras casas.