Desmitificación y Contrafáctica

Noviembre 2014

Antes de empezar a derogar las sinvergüenzadas legales de la última década, de bajar algunos cuadros y estatuas o de reemplazar el oprobioso nombre de Kirchner en calles y otros sitios públicos (como la Justicia terminará de demostrar, sólo un delincuente corrupto cuya familia y demás cómplices deberán devolver todo lo robado antes de desfilar hacia los penales de Ezeiza y Marcos Paz), el próximo gobierno debería desmitificar por completo el Relato, desde el propio discurso inaugural. Para que conste sin lugar a dudas,  ante propios y extraños, de dónde se parte.

Porque si de algo hay certeza, es de que nos veremos obligados a partir desde el fondo de una ciénaga de podredumbres e incompetencias, casi sin parangón en nuestra historia. Donde el 90 % de lo actuado y legislado sólo fue una farsa especialmente dañina para los “humildes”, acentuando lo que ya era costumbre para el partido de gobierno desde los años ‘40.
Daños que no hubiesen durado más de un período presidencial sin implosionar bajo su propio peso muerto, de no haberse dado una conjunción extraordinaria de factores favorables.

Al asumir el gobierno en 2003, post derrumbe del PBI 2001/02, N. Kirchner se encontró con el capital de excedentes energéticos más una importante infraestructura pública y privada heredada de la década anterior (lograda mayormente y pese a todo, a través de privatizaciones corruptas y endeudamiento externo).
Un momento en que empresarios y empleados aceptaban pesos de buen grado, tras decantar la pesificación con devaluación en un tipo de cambio a un equivalente actual de $ 16.
Años de rara bonanza en los que las tasas de interés para préstamos externos caían en picada y los precios de nuestros productos exportables subían sin freno.

Sin más plan ni modelo que su libreta de almacenero cortoplacista, el “furia” dedicó sus mejores energías a llenarse los bolsillos burlando la ley y a dilapidar todas y cada una de las oportunidades que el mundo nos ofreciera (y fueron muchas) en bandeja de plata.
El usurero de mirada turbia que había destruido la división de poderes, frenado y humillado con mano de hierro a su Santa Cruz natal, procedió a hacer lo mismo a escala nacional.
Fue la venganza personal de un alma mezquina; de alguien que de niño había sido objeto de burlas por el seseo de un paladar hendido y la mirada estrábica derivada de una tos convulsa.

Continuado por la segunda viuda justicialista en nuestro haber (¿¡!?), su arcaico sistema de cleptocracia feudal llega hoy al apogeo.
Así tenemos que en este 2014 la ineptitud, el impositivismo salvaje, el despilfarro, el autoritarismo cerril y la cortedad de miras le ganan por goleada a la selección de los más aptos, a la innovación creativa, a la competencia limpia, a la frugalidad republicana y a la visión de largo plazo.

A un año vista, el gobernante que asuma deberá enfrentar el resultado de políticas totalitarias motivadas en una caótica ensalada de estafas, pulsiones adolescentes y trastornos histéricos.
Deberá administrar: déficit energético e infraestructuras obsoletas por haberse obturado condiciones objetivas de inversión. Población huyendo de una moneda que se hunde lastrada por dádivas, deudas y por la emisión irresponsable de un Estado desesperado. Grave descrédito internacional, tasas de interés globales en suba y precios de nuestros principales commodities en baja.

En la contrafáctica, claro, la visión de lo perdido (en lucro cesante y daño emergente) es francamente insoportable.

Porque tras más de 11 años de viento de cola y con la inteligentzia existente en nuestro país al mando, Argentina sería a esta altura una potencia de clase mundial. Basada en el sabio principio de subsidiariedad, en línea con las más luminosas sugerencias de la Iglesia.
Seríamos un país inclusivo. En vías de convertirse en una verdadera sociedad de propietarios, más ocupada en proteger sus logros y bienes que en tratar de robar los de sus vecinos por interpósita política. Y como consecuencia de ello, con sueldos públicos y privados de primera. Con una justicia más rápida, tecnologizada e independiente. Con procedimientos, armas y prisiones más avanzadas para una seguridad pública no corrupta y de primer nivel.
Seríamos una Argentina optimista, con al menos el 80 % de su población firmemente asentada en la clase media. Casi sin indigencia ni grupos humanos segregados. Sin hijos y entenados.
Habiendo atraído, claro está, a instancias de un capitalismo abierto e inteligente a científicos, artistas, proveedores de infraestructuras, fortunas y emprendedores en fuga de otros sitios: exiliados fiscales de socialdemocracias que habiendo sido liberales, van deteniéndose bajo el peso asfixiante de sus Estados.
Y estaríamos cosechando a esta altura los primeros beneficios de haber variado nuestro enfoque educativo hacia la excelencia, el mérito, la creatividad y los valores republicanos de nuestros próceres: honestidad, respeto, libertades económicas y cultura del trabajo. Valores furiosamente anti-populistas. Valores ciertamente libertarios que aportarían al voto perspicaz a través de la ilustración a nuestra gente.

Sólo parte de lo que perdimos al optar por un estatismo imbécil. Por elegir el atraso y la ignorancia de (en esta década como pocas veces antes) los peores al poder. Por el oportunismo miope de millones de idiotas útiles, convertidos a esta fecha en viles colaboracionistas de la alta traición en curso.
Porque humillar y hundir a la Argentina en un abismo de corrupción, pobreza, mendacidad e insolencia de bárbaros no sólo frente a los países desarrollados sino frente a los vecinos sudamericanos que hoy nos superan (¿¡!?), también es traición a la patria.







Destrucción Creativa Intelectual

Noviembre 2014

Nuestro país sufre un gobierno fuertemente identificado con la prepotencia y la incultura. Una administración integrada por gente inepta, vengativa, de gatillo fácil al desafío rencoroso y cínica en extremo tras su metralla de estafas y mentiras.
Soportamos un Estado que aplica sobre su población todo el poder de un gobierno abiertamente anti-libertad y pro-coacción. Refractario a las garantías constitucionales de libertad de prensa, de industria, de propiedad privada y de competencia honesta.

Pero que a pesar de todo lo anterior posee una gran virtud: la de generar en cabeza de cada argentino un espacio mental propicio al cuestionamiento profundo. Un ámbito írrito, favorable a la introspección y a la evolución política. A la destrucción creativa de ideas perimidas.
Un gobierno que provoca dramáticas dudas de base, que se extienden como mancha de aceite por entre el ansia general de escapar a un entorno social mediocre, poco estimulante; minado de preconceptos y prejuicios pusilánimes.
Que estimula reflexiones acerca de cómo deberían ser las cosas para nuestros hijos y nietos en un sistema orientado a la no-violencia. Y acerca de qué diablos es lo que, en el fondo, estamos avalando, financiando, tolerando o incluso defendiendo a esta altura del siglo XXI.

Tuvieron que pasar generaciones, desde los gobiernos peronistas de los años ’40, para que la gente decente volviera a sentirse tan vejada, robada y moralmente asqueada como ahora: ahorcada por un Estado policíaco. Con cargas, demandas y prohibiciones superpuestas a un nivel intolerable. Totalmente incompatible con el desarrollo de sus sueños y planes familiares.

Gente que ve como esos impedimentos, esos dineros restados a su bienestar y a su capacidad de ayuda (de solidaridad bien entendida) se emplean en costear la propia soga con la que se la ahorca.

¿Por qué extraño contrato jamás firmado, deberíamos ser obligados a aportar ingentes sumas a los sueldos, a los negociados y a la propaganda sucia de cientos de organizaciones filo-criminales como Kolina, Las Madres, Fútbol para Todos (o AFA), la SIDE, Tupac Amaru, Tiempo Argentino, 6 7 8 o La Cámpora entre muchas otras que nos toman por estúpidos, nos contradicen, insultan, avasallan y además operan sin descanso por nuestro ahorcamiento económico?
Desde luego ninguna contribución a esta canalla es voluntaria. Ni siquiera para sus propios votantes: todo aporte empieza y termina con el caño de una pistola apoyado contra la espalda.
Y si hubiere alguna duda de ello, probemos durante un año despenalizando el pago de impuestos. No cuesta mucho imaginar cuál sería el grado real de compromiso monetario ciudadano, solidario con este “maravilloso” sistema. Ni prever el destino de sus bien cebados patronos.
¿O será que en este tema, no conviene a la oligarquía usufructuaria otra democratización de la cruda y directa voluntad popular?
Si el único argumento de estos “bienhechores” (y de tantos otros oportunistas e ingenuos políticos auto titulados realistas) es una pistola… estamos en problemas. Problemas éticos de fondo.

La verdad desnuda es que cuando algún socialista adoctrina a nuestros niños en que “la sociedad” como tal tiene fines y que estos están por encima de los fines de las personas, en realidad se están refiriendo solamente a los fines de un grupo (o tribu) que se adjudica a sí mismo la “voz del pueblo”. O bien la voz del dios-democracia, entendida en tanto sistema electivo no-republicano; burda dictadura del mayor número.

Simplemente y como principio rector, no debemos permitir ser forzados a sostener a través de impuestos, proyectos que de ningún modo avalaríamos si pudiésemos decidirlo sin estar bajo la mira de un arma. Actitud de patriotismo evolucionado y creador de riqueza social, en línea con el espíritu profundo de nuestra Constitución liberal, por cierto aún no derogada del todo.
Tampoco debemos considerar al Estado como un ente superior y sacrosanto que no puede ser cuestionado, cuando no es más que un monopolio de fuerza -perjudicial por definición, como todo monopolio- comandado por personas (en la práctica, vivillos y vivillas) con las mismas tendencias humanas de egoísmo, ambición y falta de escrúpulos que achacan al imaginario, impío y bestial capitalista salvaje sin corazón ni razón que sobrevendría si ellos no estuviesen allí para protegernos. O tal vez peores que aquella fantasía interesada puesto que el poder de ese Gran Hermano estatal omnímodo surgido de la falta de competencia, está probado, agudiza al extremo el cinismo y  la amoralidad de sus campeones.

Y señores, que nadie venga a decirnos que el sistema garantiza “competencia política”, cuando es de perogrullo que a nadie sirve la “competencia” entre dos males.
El tipo de competencia que sirve al verdadero bien común es la del círculo virtuoso que sólo opera en un mercado libre (como el que desde hace unos 80 años no tenemos) donde muchos oferentes luchan comercialmente entre sí en una guerra muy real de precios, innovación y calidades, por el favor y la ventaja del público consumidor. Algo que es absoluta ficción -también está probado- en el campo de la política.

Dicen que cuando la economía se estanca, el deseo de reparto igualitario predomina sobre el anhelo de libertad. Se trata del círculo vicioso del estatismo que ha venido hundiendo a nuestra nación. Del sistema podrido que debemos dejar de sacralizar; el mismo que debemos proceder a destruir, liberándonos de toda lacra autoritaria.
Comenzando por una valiente destrucción creativa practicada desde el interior de la propia convicción doctrinaria, tantas veces arrastrada sin más desde alguna lejana irreflexión adolescente.