Esclavitud y Educación

Agosto 2014

La educación es, por supuesto, la madre del borrego argentino.

Y en tal sentido, convengamos en que peor que matar a alguien es convencerlo para que se suicide: gobernados casi sin solución de continuidad por auténticas kakistocracias (del griego, kákistos: el peor de todos) desde hace más de 3 generaciones, esto es lo que la oligarquía política hace con el pueblo raso a través de su particular concepción de la educación pública y de su regimentación sobre la privada: seguir aceitando un sistema donde la víctima se encadene a sí misma y haga pública gala de este suicidio social… con tozudez verdaderamente ovina.

Si somos capaces de entender que el mensaje liminal que se inyecta de a pequeñas dosis a los argentinos durante sus años de instrucción primaria, secundaria y universitaria es que justicia significa pretender con descaro lo ganado por el prójimo, que egoísmo es intentar decidir sobre el dinero propio y que solidaridad equivale a que el Estado fuerce la transferencia, estamos entre la reserva pensante. Entre los llamados a reconstruir la libertad de decisión ilustrada de los que hoy son un simple hato de esclavos; una majada temerosa.

Tal y como decía Confucio “cuando las palabras pierden su significado, los pueblos pierden su libertad”. Significados que la escuela pública se guarda bien de pasar por el tamiz de la ética y de los dramas históricos que su tergiversación produjo.

En este magno relato socialista generador de indigencia, democracia económica (vulgo, “redistribución del ingreso”) se traduce en reparto clientelar del botín robado a gente que trabaja para vivir de lo suyo, favoreciendo a gente que vota para vivir de ese saqueo.
O en el endiosado proteccionismo, que en realidad es la explotación de los pobres para proteger a industriales privilegiados, tal como nuestra larga historia de villas miseria peronistas demuestra con meridiana claridad. O como cuando los populistas atiborran sus discursos con “derechos” demagógicos; sin aclarar que se trata de fantasías de cartón pintado y tiro corto para cuya consecución, además, es necesario esclavizar más y más a quienes las pagarán, empezando por el propio esclavo “beneficiario”.

Lo cierto es que al Estado le importa mucho más conservar el actual sistema de instrucción pública, criador de ovejas dóciles, que la educación de nuestros hijos. Claro: pensar, dudar, disentir, contrastar o innovar evolucionando hacia mayores niveles de responsabilidad individual, libertad y tolerancia constituyen peligrosas formas de insolencia intelectual. Para un control masivo, lo mejor es la ignorancia.

El manejo de majadas humanas a gran escala fue perfeccionado por el peronismo en el poder, haciendo girar a gran velocidad un corrupto círculo sinérgico donde ignorancia y clientelismo se potenciaron mutuamente. Se trata del corazón del “modelo de inclusión y producción” aplicado durante los últimos 11 años.
Una moderna arma populista primorosamente envuelta en la bandera del asistencialismo, en lucha solidaria contra la desigualdad debida a la falta de educación de las generaciones jóvenes.

El resultado de este despropósito quedó expuesto en un reciente trabajo de la periodista Raquel San Martín donde, entre otras cosas, constata la existencia de 42 programas sociales orientados a la juventud: de Conectar Igualdad a Yo Mamá; de Orquestas Juveniles a Más y Mejor Trabajo; de becas Bicentenario a la Asignación Universal por Hijo.
Muchas provincias y municipios tienen asimismo los suyos y hay otros 28 proyectos de ley en el Congreso destinados a la misma problemática.

Sin embargo, a los altísimos niveles generales de pobreza y a los pavorosos guarismos descendentes obtenidos por el país en las mediciones internacionales educativas Pisa, debemos agregar que el 62 %  de nuestros jóvenes no termina el secundario y que en esa franja etaria, desempleo y trabajo precario son flagelos 3 veces mayores que en el resto de la población.
A pesar de todos los “planes”, Argentina decae aceleradamente a contramano de lo que sucede en la región: crece el embarazo adolescente y el 74 % de los 900.000 ni-ni que hoy contabilizamos (algunos especialistas hablan de 1.500.000), son mujeres; el 41 % de ellas son madres y el 62 %, pobres. Desde luego, ninguna estudia ni se ilustra para mejorar su capacidad de decisión política; su futuro y el de sus hijos pensando en una tierra de libertad y oportunidades.

En una estimación general de ciudadanía adulta, podríamos contar hoy más de 60 programas de planes sociales con 18 millones de clientes… y a un tercio de la población económicamente activa “trabajando” para el Estado. Es el país de la auténtica mayoría leming saltando hacia el precipicio mientras escupe al cielo: comicio tras comicio, quienes votan a nuestros supra-abundantes referentes de la kakistocracia (la centro-izquierda argentina en pleno), se encadenan a sí mismos cometiendo suicidio social.

Y lo que es peor, nos aherrojan a todos quienes no los votamos, obligándonos a dejar cada año más atrás en el tiempo aquel heroico… “ruido de rotas cadenas”.

La fracción pensante de nuestra sociedad ya se dio cuenta de que, como en todo orden forzador, la burocracia educacional pertenece a la época de la palabra escrita sobre papel y la revolución industrial, mientras que el nuevo libre-mercado de la educación globalizada hacia el que deberíamos apuntar pertenece a la era de la comunicación electrónica y las redes sociales, rompedoras de cadenas.






Contratestimonios

Agosto 2014

Hace pocos días el Papa Francisco admitió públicamente que la credibilidad moral de la Iglesia está en crisis, entre otros motivos, por el de estar dando contratestimonios.

Una admisión que se refería en primer término a los escándalos de pederastia en los que incurrieron muchos clérigos haciendo abuso de su estatus de “autoridad moral”, mas sin agotar allí los contraejemplos de quienes, se espera, debieran ser los más confiables. Los menos falibles. Sobre todo en lo que respecta a su apego al mensaje (y ejemplo) de amor de Jesucristo excluyendo, como es sabido, todo forzamiento físico y psíquico o su mera amenaza en favor del convencimiento voluntario y del absoluto respeto por las decisiones personales, con su clarísimo correlato de responsabilidades individuales.   

Apoyada en el poder de su magisterio, la Iglesia conserva una influencia social difícil de medir, aunque sin duda muy grande.
Aún sabiendo que -con exclusión de cuestiones teológicas- lo que los religiosos quieran proponer en otras áreas del conocimiento no pasa de ser, con la mejor buena voluntad, materia opinable.
Por eso es de gran importancia que sus representantes eviten dar contratestimonios de violencia en todas aquellas acciones humanas que sean objeto de sus reflexiones.

Violencia contra jóvenes que, si tuviesen real libertad de opción, nunca elegirían ser mancillados físicamente. Pero también en el tácito aval, por caso, a la violencia fiscal contra millones de “contribuyentes” individuales que, si tuvieran real libertad de opción, nunca elegirían tributar contribuyendo a causas con las que no comulgan y que mancillan gravemente sus principios éticos.
Ya que aun situados en el extremo de acordar con el destino de este tipo de requisas, todo hombre y mujer de Dios sabe bien que el fin nunca justifica los medios.

La crisis de credibilidad (sobre todo entre gente pensante) derivada del apoyo genérico a este tipo de coacciones autoritarias bajo amenaza armada es, ciertamente, una rémora eclesial de larga data. Muchos de quienes debieran levantar la bandera de la no-violencia por principio moral, sin excepciones y en todo sentido, continúan mentalmente apegados a tradiciones de tiempos bárbaros tan violentas como fueron la aceptación de esclavitud y torturas, la Inquisición, los ejércitos papales, la conversión por la espada, los dictum políticos o las más duras discriminaciones -y condenas- religiosas aplicadas con escasa misericordia durante centurias.

Durante el pasado siglo, la lógica evolutiva de nuestra civilización occidental llevó a la separación de Iglesia y Estado. Un cambio traumático (habida cuenta de su tradición milenaria) pero sin duda muy sano, en especial para la espiritualidad y pureza material de la Iglesia. Bien haría a su credibilidad el profundizar esa separación terminando con toda dependencia económica de origen estatal.

Quedaría así liberada del tipo de clientelismos y transas espurias donde el fin justifica los medios, que Cristo jamás hubiese aceptado; situándose -aggiornada al supertecnológico siglo XXI, como bien quiere el Papa- en posición de exigir el desguace gradual de todos los impedimentos que las muy pesadas (y corruptas) burocracias gubernamentales usan para frenar el progreso del bien común en favor de sus propios intereses de facción, mediante la aplicación sistemática de violencia de Estado a través de sus sistemas impositivos.

Entre otras cosas, la Iglesia debería aportar con madurez a la elevación espiritual y económica de los pobres dejando finalmente de lado las ideas redistributivas vetustas y forzadoras que predominaron durante el último siglo, con los pésimos resultados que hoy tenemos a la vista.
Poniendo en cambio un interés sincero -despojado de ambiciones materiales, orgullos, envidias y resentimientos personales- en evolucionar con la vanguardia científica por el novísimo camino de la concepción dinámica del orden espontáneo, impulsado por la función empresarial. Avalando un flujo natural de innovaciones no bloqueadas, inversiones y empujes solidarios de enorme energía y sinergia empática, que se base en la captación por parte de todo emprendedor honesto del resultado pleno de la propia creatividad.
Hablamos de los últimos desarrollos de la Escuela Austríaca de Economía, uno de cuyos mejores y más brillantes exponentes en este particular es el filósofo político, economista y catedrático español (n. 1956) Jesús Huerta de Soto.
Desarrollos no-violentos de ínsita moralidad e inmenso impacto benéfico a futuro, que en modo alguno debieran escapar a la agudeza intelectual de su magisterio.

Si la opción sincera es por los pobres, la misma lógica que llevó a la separación de Iglesia y Estado debe guiarnos como sociedad en el proceso de separación de Economía y Estado. Un matrimonio que se demostró funesto para el verdadero progreso de los menos favorecidos, tanto como útil para con sus oligarquías parásitas.