Estatismo o Revolución Moral

Diciembre 2014

Ciertos ítems de nuestro Contrato Social básico, no son ni serán negociables. Nunca.

Porque suscribimos el camino de libertad que nuestros próceres nos marcaron (tres veces) desde la primera estrofa del Himno Nacional, es que nos negamos de plano a ser dominados tanto como a dominar a otros imponiéndoles nuestras opiniones.
Porque creemos hasta las últimas consecuencias en la sacralidad del ser humano y por tanto en que la minoría más pequeña a respetar es la de una sola persona, está claro para todos que nadie tiene derecho a dominar y explotar a otro, ni aún proclamando que lo hace legalmente y por mandato mayoritario.
Y porque es obvio que la verdad y la justicia, compañeras inseparables de la libertad bien entendida, tampoco son cuestiones que puedan redefinirse a través de la obediencia servil a algún autoritario o de la sumisión circunstancial a cierto número de manos levantadas, también tenemos claro que todo discurso estatista endiosando las supuestas “libertades democráticas” concedidas dentro del forzamiento socialista, queda expuesto como lo que es: muestra palpable de una filosofía profundamente anti-humana.

Entendimos, también, que para los simpatizantes de la izquierda argentina partidarios de la opresión fiscalista la realidad es, como dijera Frederic Bastiat (legislador y economista francés, 1801-1850), que la ley ya no es el refugio del oprimido sino el arma del opresor. Y que son los mismos que empujaron a nuestra nación hacia la decadencia en una deriva oportunista de tiro corto, inmersos en una neblina mental desenfocada.

La mal llamada libertad democrática no es otra cosa que el último cerrojo de la prisión clientelar que en estos días perfecciona el populismo en el poder. Ellos, los parásitos y caníbales sociales que viven del expolio, disfrazan su miedo a la libertad (también su odio y su envidia) exaltando esa “ley” aún si anula, obstruye o relativiza los derechos de la gente honesta en lugar de protegerlos.
Por el contrario, quienes resistimos el avance de este malón de barbaries oponiéndole la pared de una verdadera revolución moral, libertaria, contamos con la templanza de saber que la prosperidad material y espiritual sólo vendrán de la mano de la libertad responsable y del más profundo respeto de los derechos de cada persona. Y de asumir mentalmente que del compromiso de punto medio entre el sabio y el imbécil no puede surgir (otra vez) más beneficio del que surgiría del compromiso entre la comida y el veneno: ninguna dosis de este último será buena.

Nos enseñaba otro visionario, Arthur Clarke (escritor y científico británico 1917-2008), que la única forma de descubrir los límites de lo posible es aventurarse un poco más allá de ellos, hacia lo imposible.
Aunque la mayoría de las buenas personas que quedan en nuestro país incluya hoy en esta última categoría -“lo imposible”- al logro de una sociedad realmente libre. Una donde cada argentino pueda (tenga la posibilidad real de) disfrutarla a su manera y progresar sin sufrir las imposiciones de otros.

Sin embargo, es hora de abrir los ojos al hecho mil veces comprobado de que los “ingenieros sociales” del Estado siempre estuvieron entre los más ignorantes acerca de la naturaleza humana, materia sobre la que operaron en nuestra Argentina con resultados de espanto. Ciegos en su soberbia no sólo de la verdadera naturaleza de las personas sino de las reales implicancias sociales de los actos del gobierno y de las enormes potencialidades (¡perdidas, durante más de setenta años!) de la libertad.
Desde luego, una sociedad menos violenta, más libre, próspera y feliz es posible. Y una totalmente libre de los males causados por los autoritarios también.
Algo no sólo demostrado por los teóricos libertarios (con el plus de la tecnología informática de redes que hoy facilita como nunca la aplicación práctica de estas nobles ideas) sino demostrado en el terreno de los hechos a través de muchos ejemplos históricos, con impactantes resultados.

La principal razón por la que esta clase de estudios, desarrollos y experiencias usualmente se cubren con un manto de silencio es el políticamente correcto odio (a veces con complicidad religiosa) hacia el individualismo.
Como únicamente existen espíritus, mentes, responsabilidades y logros (esfuerzos) individuales que sólo merced a una suma aritmética presuponen beneficios colectivos, es de vital importancia que la oligarquía dominante resalte con gran energía la entelequia comunitaria, el instinto tribal o de manada por sobre los logros personales (por sobre el verdadero motor de la evolución humana) para asegurar su dominio social y económico.
Lo libertario, el libertarianismo, la descentralización total, el respeto a la propiedad del prójimo, las libertades y derechos individuales en general, son la peor pesadilla de quienes viven a costillas del trabajo ajeno, montados sobre el expolio a los “contribuyentes”.

Es el fantástico peso muerto de esta jurásica “cultura tributaria” el que mantiene frenadas a las sociedades en su ascenso. Y la gran estafa consiste en hacer creer a las masas que la alternativa es Estado o Caos. En última instancia, gobierno clientelar o anarcocapitalismo.

Quizá sea hora de probar con un poco de cultura no tributaria. De confiar en el cooperativismo voluntario de nuestra gente operando dentro de un mercado libre y en el potencial de la inventiva humana.
Ya que, señores, lo que tenemos probado (y sufrido) de sobra es… el anarcopopulismo: verdadera mafia organizada cuyo terrorismo de Estado fiscal sembró la Historia de guerras, genocidios, forzamientos autoritarios, corrupciones, oligarquías políticas, caos económico y pobrezas innecesarias sin cuento.







Criminalidad Impositiva

Diciembre 2014

En el frontispicio del IRS (la AFIP de los Estados Unidos) puede leerse lo siguiente: Los impuestos son aquello que pagamos para tener una sociedad civilizada.
Palabras que conforman una falacia lógica (como afirmar la guerra es el precio que pagamos por la paz) sostenida con evidencia cero.
Porque dejando de lado el detalle de que aquellas palabras fueron pronunciadas cuando la presión impositiva global en el país del norte era de tan sólo el 3,5 %, nada hay de civilizado en extraernos dinero con el apoyo de un arma.

Nuestra Argentina 2014, aún con una presión impositiva real que supera el 50 % (6 meses de trabajo esclavo sin goce de sueldo para cada ciudadano/a), se encuentra entrampada en un sistema inviable: atado con los alambres de un modelo sin inversiones honestas y de consumo subsidiado. Con niveles de deuda, inflación, desocupación, miseria, clientelismo y violencia social crecientes.
“No se sale de la pobreza con planes sociales” acaba de advertirnos la Iglesia. El de los impuestos no es entonces un asunto de civilidad sino de lisa y llana criminalidad. De mirada al piso y sometimiento.

El fracaso de las últimas convocatorias de protesta ciudadana parece confirmar la resignación a todo trance de una sociedad que, aún expoliada concluye… “no proteste, en 2015 vote”.
Que aún insultada y empujada pone su esperanza de cambio en el funcionamiento democrático tal como está planteado. Aunque la mayoría sabe que sus reglas se degradaron a la simple elección cuatrienal de un nuevo amo. Uno que no respetará sus decisiones personales y que se apoyará -básicamente- en el mismo modelo económico de pobrezas relativas, ya que los políticos que vienen no serán muy distintos de los que se van: a ninguno le preocupará estar piloteando el Hindenburg porque ni ellos ni sus familiares y amigos sufrirán otras escaldaduras que las consabidas de la adulación y el enriquecimiento.

La ruina educativa, tras casi 70 años de “sistema” peronista sintetizado en el reemplazo de maestros por docentes, de liberalismo creativo por socialismo corporativo y de los valores de la cultura del trabajo por los de la cultura de la dádiva… hizo lo suyo.
Hoy, una sólida mayoría (tal vez del 80 %) denosta en diferentes grados al derecho de propiedad y disposición, al mercado libre y a sus “inequidades”, aún sabiendo para su coleto que todas las lacras que padecemos provienen de la persistencia nacional en atacar estas instituciones.
La decadencia de nuestro país, así, no es responsabilidad de unos pocos malos dirigentes. Se debe al colaboracionismo filo-criminal de varios millones de votantes, izquierdistas de fecha vencida. De gente portadora de regresiones fatales, enfrentando la realidad con argumentos adolescentes.

La buena noticia es que las tecnologías informáticas existentes, aunque esa mayoría aún no se haya dado cuenta, hicieron obsoleto nuestro entero “sistema” de democracia delegativa de masas no-republicana. Así como las tecnologías de la Revolución Industrial volvieron irrelevante al feudalismo y sus injusticias, las de esta sociedad del conocimiento en red vuelven completamente obsoletas las ansias forzadoras (o esclavizantes) de multitud de retrógrados, partidarios todavía de la injusticia estatista.

En la teoría, estas personas quieren que todos accedan, por ejemplo, a servicios médicos de alta calidad. Mas en la práctica todas las soluciones “centralmente planificadas” por el Estado, desde seguridad alimentaria a educación de avanzada pasando por política energética o control de la delincuencia, han sido desastrosas. Han afectado gravemente, además, nuestro estatus de hombres y mujeres libres y han acentuado la injusticia de falta de oportunidades que padece la parte más desprotegida de nuestra sociedad.
Bien decía Hannah Arendt (filósofa política alemana, 1906-1975) cuando se violan los derechos individuales en nombre de la compasión, desaparecen la libertad y la justicia.

Además del narcótico de una educación pública socializada y del miedo a lo “bueno por conocer”, claro está, hay otras motivaciones para el voto populista. Existe toda una colección de sucias pulsiones vengativas enmascaradas bajo palabras altruistas como el odio por codicia de bienes ajenos, el orgullo negado a reconocer que se ha estado traicionando (y hundiendo) a la patria con el voto durante años, la pretensión de lograr “derechos” de ventaja parasitaria a costa del sacrificio de otros o el resentimiento vil derivado de la propia incapacidad.
La brutal división entre argentinos que la Sra. E. Duarte fogoneó en los ’40 y ‘50 sacando a la luz lo peor de nuestra idiosincrasia y que el Sr. N. Kirchner y la Sra. C. Fernández resucitaron como estrategia de poder, no hace más que abonar el aserto anterior. Ciertamente, ahora, tenemos nuevo odio y desconfianza nacionales aseguradas por generaciones.

La criminalidad de nuestro sistema tributario, desde el cuestionamiento sobre el grado de robo extorsivo que se nos aplica hasta la comprehensión final del robo en sí en tanto “principio válido”, es algo que no tiene solución ética ni moral aceptable.
Y está bien que así sea porque la necesidad de este robo, al igual que la de la existencia misma del Estado, se asienta en una serie de falacias lógicas que debemos empezar a desmontar en nuestras propias mentes si queremos colaborar, sumándonos al surgimiento de un mundo más justo y evolucionado para nuestros hijos y nietos.

A quien quiera profundizar en estos temas adentrándose en la valiente filosofía libertaria, aconsejamos empezar por la lectura del libro Ni Parásito ni Víctima: Libre, de Raúl Costales Domínguez, publicado en nuestro país por la editorial Grito Sagrado. Obra no apta, por cierto, para seres domesticados ni de estómago flojo.







Desmitificación y Contrafáctica

Noviembre 2014

Antes de empezar a derogar las sinvergüenzadas legales de la última década, de bajar algunos cuadros y estatuas o de reemplazar el oprobioso nombre de Kirchner en calles y otros sitios públicos (como la Justicia terminará de demostrar, sólo un delincuente corrupto cuya familia y demás cómplices deberán devolver todo lo robado antes de desfilar hacia los penales de Ezeiza y Marcos Paz), el próximo gobierno debería desmitificar por completo el Relato, desde el propio discurso inaugural. Para que conste sin lugar a dudas,  ante propios y extraños, de dónde se parte.

Porque si de algo hay certeza, es de que nos veremos obligados a partir desde el fondo de una ciénaga de podredumbres e incompetencias, casi sin parangón en nuestra historia. Donde el 90 % de lo actuado y legislado sólo fue una farsa especialmente dañina para los “humildes”, acentuando lo que ya era costumbre para el partido de gobierno desde los años ‘40.
Daños que no hubiesen durado más de un período presidencial sin implosionar bajo su propio peso muerto, de no haberse dado una conjunción extraordinaria de factores favorables.

Al asumir el gobierno en 2003, post derrumbe del PBI 2001/02, N. Kirchner se encontró con el capital de excedentes energéticos más una importante infraestructura pública y privada heredada de la década anterior (lograda mayormente y pese a todo, a través de privatizaciones corruptas y endeudamiento externo).
Un momento en que empresarios y empleados aceptaban pesos de buen grado, tras decantar la pesificación con devaluación en un tipo de cambio a un equivalente actual de $ 16.
Años de rara bonanza en los que las tasas de interés para préstamos externos caían en picada y los precios de nuestros productos exportables subían sin freno.

Sin más plan ni modelo que su libreta de almacenero cortoplacista, el “furia” dedicó sus mejores energías a llenarse los bolsillos burlando la ley y a dilapidar todas y cada una de las oportunidades que el mundo nos ofreciera (y fueron muchas) en bandeja de plata.
El usurero de mirada turbia que había destruido la división de poderes, frenado y humillado con mano de hierro a su Santa Cruz natal, procedió a hacer lo mismo a escala nacional.
Fue la venganza personal de un alma mezquina; de alguien que de niño había sido objeto de burlas por el seseo de un paladar hendido y la mirada estrábica derivada de una tos convulsa.

Continuado por la segunda viuda justicialista en nuestro haber (¿¡!?), su arcaico sistema de cleptocracia feudal llega hoy al apogeo.
Así tenemos que en este 2014 la ineptitud, el impositivismo salvaje, el despilfarro, el autoritarismo cerril y la cortedad de miras le ganan por goleada a la selección de los más aptos, a la innovación creativa, a la competencia limpia, a la frugalidad republicana y a la visión de largo plazo.

A un año vista, el gobernante que asuma deberá enfrentar el resultado de políticas totalitarias motivadas en una caótica ensalada de estafas, pulsiones adolescentes y trastornos histéricos.
Deberá administrar: déficit energético e infraestructuras obsoletas por haberse obturado condiciones objetivas de inversión. Población huyendo de una moneda que se hunde lastrada por dádivas, deudas y por la emisión irresponsable de un Estado desesperado. Grave descrédito internacional, tasas de interés globales en suba y precios de nuestros principales commodities en baja.

En la contrafáctica, claro, la visión de lo perdido (en lucro cesante y daño emergente) es francamente insoportable.

Porque tras más de 11 años de viento de cola y con la inteligentzia existente en nuestro país al mando, Argentina sería a esta altura una potencia de clase mundial. Basada en el sabio principio de subsidiariedad, en línea con las más luminosas sugerencias de la Iglesia.
Seríamos un país inclusivo. En vías de convertirse en una verdadera sociedad de propietarios, más ocupada en proteger sus logros y bienes que en tratar de robar los de sus vecinos por interpósita política. Y como consecuencia de ello, con sueldos públicos y privados de primera. Con una justicia más rápida, tecnologizada e independiente. Con procedimientos, armas y prisiones más avanzadas para una seguridad pública no corrupta y de primer nivel.
Seríamos una Argentina optimista, con al menos el 80 % de su población firmemente asentada en la clase media. Casi sin indigencia ni grupos humanos segregados. Sin hijos y entenados.
Habiendo atraído, claro está, a instancias de un capitalismo abierto e inteligente a científicos, artistas, proveedores de infraestructuras, fortunas y emprendedores en fuga de otros sitios: exiliados fiscales de socialdemocracias que habiendo sido liberales, van deteniéndose bajo el peso asfixiante de sus Estados.
Y estaríamos cosechando a esta altura los primeros beneficios de haber variado nuestro enfoque educativo hacia la excelencia, el mérito, la creatividad y los valores republicanos de nuestros próceres: honestidad, respeto, libertades económicas y cultura del trabajo. Valores furiosamente anti-populistas. Valores ciertamente libertarios que aportarían al voto perspicaz a través de la ilustración a nuestra gente.

Sólo parte de lo que perdimos al optar por un estatismo imbécil. Por elegir el atraso y la ignorancia de (en esta década como pocas veces antes) los peores al poder. Por el oportunismo miope de millones de idiotas útiles, convertidos a esta fecha en viles colaboracionistas de la alta traición en curso.
Porque humillar y hundir a la Argentina en un abismo de corrupción, pobreza, mendacidad e insolencia de bárbaros no sólo frente a los países desarrollados sino frente a los vecinos sudamericanos que hoy nos superan (¿¡!?), también es traición a la patria.







Destrucción Creativa Intelectual

Noviembre 2014

Nuestro país sufre un gobierno fuertemente identificado con la prepotencia y la incultura. Una administración integrada por gente inepta, vengativa, de gatillo fácil al desafío rencoroso y cínica en extremo tras su metralla de estafas y mentiras.
Soportamos un Estado que aplica sobre su población todo el poder de un gobierno abiertamente anti-libertad y pro-coacción. Refractario a las garantías constitucionales de libertad de prensa, de industria, de propiedad privada y de competencia honesta.

Pero que a pesar de todo lo anterior posee una gran virtud: la de generar en cabeza de cada argentino un espacio mental propicio al cuestionamiento profundo. Un ámbito írrito, favorable a la introspección y a la evolución política. A la destrucción creativa de ideas perimidas.
Un gobierno que provoca dramáticas dudas de base, que se extienden como mancha de aceite por entre el ansia general de escapar a un entorno social mediocre, poco estimulante; minado de preconceptos y prejuicios pusilánimes.
Que estimula reflexiones acerca de cómo deberían ser las cosas para nuestros hijos y nietos en un sistema orientado a la no-violencia. Y acerca de qué diablos es lo que, en el fondo, estamos avalando, financiando, tolerando o incluso defendiendo a esta altura del siglo XXI.

Tuvieron que pasar generaciones, desde los gobiernos peronistas de los años ’40, para que la gente decente volviera a sentirse tan vejada, robada y moralmente asqueada como ahora: ahorcada por un Estado policíaco. Con cargas, demandas y prohibiciones superpuestas a un nivel intolerable. Totalmente incompatible con el desarrollo de sus sueños y planes familiares.

Gente que ve como esos impedimentos, esos dineros restados a su bienestar y a su capacidad de ayuda (de solidaridad bien entendida) se emplean en costear la propia soga con la que se la ahorca.

¿Por qué extraño contrato jamás firmado, deberíamos ser obligados a aportar ingentes sumas a los sueldos, a los negociados y a la propaganda sucia de cientos de organizaciones filo-criminales como Kolina, Las Madres, Fútbol para Todos (o AFA), la SIDE, Tupac Amaru, Tiempo Argentino, 6 7 8 o La Cámpora entre muchas otras que nos toman por estúpidos, nos contradicen, insultan, avasallan y además operan sin descanso por nuestro ahorcamiento económico?
Desde luego ninguna contribución a esta canalla es voluntaria. Ni siquiera para sus propios votantes: todo aporte empieza y termina con el caño de una pistola apoyado contra la espalda.
Y si hubiere alguna duda de ello, probemos durante un año despenalizando el pago de impuestos. No cuesta mucho imaginar cuál sería el grado real de compromiso monetario ciudadano, solidario con este “maravilloso” sistema. Ni prever el destino de sus bien cebados patronos.
¿O será que en este tema, no conviene a la oligarquía usufructuaria otra democratización de la cruda y directa voluntad popular?
Si el único argumento de estos “bienhechores” (y de tantos otros oportunistas e ingenuos políticos auto titulados realistas) es una pistola… estamos en problemas. Problemas éticos de fondo.

La verdad desnuda es que cuando algún socialista adoctrina a nuestros niños en que “la sociedad” como tal tiene fines y que estos están por encima de los fines de las personas, en realidad se están refiriendo solamente a los fines de un grupo (o tribu) que se adjudica a sí mismo la “voz del pueblo”. O bien la voz del dios-democracia, entendida en tanto sistema electivo no-republicano; burda dictadura del mayor número.

Simplemente y como principio rector, no debemos permitir ser forzados a sostener a través de impuestos, proyectos que de ningún modo avalaríamos si pudiésemos decidirlo sin estar bajo la mira de un arma. Actitud de patriotismo evolucionado y creador de riqueza social, en línea con el espíritu profundo de nuestra Constitución liberal, por cierto aún no derogada del todo.
Tampoco debemos considerar al Estado como un ente superior y sacrosanto que no puede ser cuestionado, cuando no es más que un monopolio de fuerza -perjudicial por definición, como todo monopolio- comandado por personas (en la práctica, vivillos y vivillas) con las mismas tendencias humanas de egoísmo, ambición y falta de escrúpulos que achacan al imaginario, impío y bestial capitalista salvaje sin corazón ni razón que sobrevendría si ellos no estuviesen allí para protegernos. O tal vez peores que aquella fantasía interesada puesto que el poder de ese Gran Hermano estatal omnímodo surgido de la falta de competencia, está probado, agudiza al extremo el cinismo y  la amoralidad de sus campeones.

Y señores, que nadie venga a decirnos que el sistema garantiza “competencia política”, cuando es de perogrullo que a nadie sirve la “competencia” entre dos males.
El tipo de competencia que sirve al verdadero bien común es la del círculo virtuoso que sólo opera en un mercado libre (como el que desde hace unos 80 años no tenemos) donde muchos oferentes luchan comercialmente entre sí en una guerra muy real de precios, innovación y calidades, por el favor y la ventaja del público consumidor. Algo que es absoluta ficción -también está probado- en el campo de la política.

Dicen que cuando la economía se estanca, el deseo de reparto igualitario predomina sobre el anhelo de libertad. Se trata del círculo vicioso del estatismo que ha venido hundiendo a nuestra nación. Del sistema podrido que debemos dejar de sacralizar; el mismo que debemos proceder a destruir, liberándonos de toda lacra autoritaria.
Comenzando por una valiente destrucción creativa practicada desde el interior de la propia convicción doctrinaria, tantas veces arrastrada sin más desde alguna lejana irreflexión adolescente.






Prohibido Girar a la Izquierda


Octubre 2014

No importa que tan “políticamente incorrecto” sea decirlo: el poder político siempre será fuente del mal y nunca de redención.
Un tipo de poder que ha sido desde tiempos monárquicos, medio casi excluyente para el sojuzgamiento de mansos y honestos.

Y cuando llegó el tiempo en que la teoría del derecho divino de los déspotas coronados perdió consenso entre la gente -que se negó a seguir entregándoles su libertad- los mismos autoritarios reciclados viraron a la falsa promesa de que el Estado solucionaría todos los problemas que se le presentaran. Al uso de embauques tan cínicamente contraproducentes como el igualitarismo económico, el nacionalismo, la lucha de clases o la xenofobia tribal de fronteras y mercados cerrados.

Quienes procuran guiarse por la inteligencia, por la razón que surge de principios morales y valores éticos, saben bien cuál es la expresión correcta del poder. Sólo hay una (predicada y practicada, además, por el mismísimo Cristo): la del poder para influir sobre otros… voluntariamente.
En eso consiste la evolución, partiendo del principio libertario de la no-violencia; de lo voluntario como norma. Donde lejos de quedar a merced de los violentos, se potencia por mil la posibilidad de riqueza social bien repartida y se reduce en igual medida la conflictividad con el consecuente salto cuanti y cualitativo en inversiones, alta tecnología aplicada y empleos de calidad. Con el correlato de seguridad, justicia, educación, salud e infraestructura absolutamente superiores.
¿Quién dijo que la pobreza es el estado natural de la humanidad? Sin duda fue un socialista. En las antípodas, hablamos de un salto hacia la verdadera libertad ya que no es libre quien no tiene los medios para optar acerca de cómo quiere vivir, como sucede desde hace 69 años con nuestra triste masa de clientelizados.
     
 Exenta de maquillaje político, la dura realidad de la democracia delegativa de masas no republicana (o dictadura electiva) que nos sojuzga, se reduce al hecho de que hemos sido gobernados por una coalición de votantes fracasados cuya ley primera fue la de la selva. La vieja ley tribal del “somos más y estamos mejor armados, por eso te esclavizamos”. La ley suicida de los idiotas útiles que prefirieron forzar servidumbre y estancamiento con igualdad (que tampoco consiguieron) a libertad y crecimiento con desigualdad.

Décadas de ese modelo despótico van llegando por el actual embudo, a su fin. Atormentados por sus muchas contradicciones y complejos de inferioridad, imposibilitados de insertarse en una realidad que desde hace décadas circula por otros carriles, los irresponsables cultores del populismo procuran (hoy y aquí) hacer volar esa realidad por los aires. Develando así que sus motivaciones no están inspiradas en el amor por el necesitado sino en el odio del bárbaro: más gratificante que ayudar en serio al incapaz… es hundir al capaz igualando por la violencia tributaria hacia abajo, hasta las mismas puertas del averno.

El poder político será siempre fuente del mal y nunca de redención porque sólo puede agitar ante la gente una zanahoria de utilería: la de prometer progreso y bienestar mientras se recompensa el saqueo y se castiga la producción.
El uso de la fuerza sin previa agresión por mano de un político (o de cualquiera) es inmoral. Y conforme el más común de los sentidos, como todo lo inmoral finalmente contraproducente, por más que se la bendiga a través de los formularios adecuados y en la aparente legalidad de un proceso electoral.
A diferencia de los incentivos de los privados, no existe en las corporaciones estatales miedo a la bancarrota que impulse la eficiencia en el cumplimiento del deber: no aumentarán sus ganancias si lo hacen ni serán desplazados por la competencia si no lo hacen.
Un modelo perfecto para que defectos de toda clase (justicia lenta y escasa, seguridad inoperante, educación de mala calidad, salud pública insuficiente, corrupción desbocada, imposición y dirigismo asfixiantes, etc.) se multipliquen, acumulándose. Y para lograr que más y más empresarios oportunistas concluyan que su mejor inversión será un intermediario político. Un socio que no produzca nada pero que acredite buenas conexiones.

Nadie que simpatice con los postulados del amplio abanico de centro-izquierdas que envenenan las ganas argentinas de ser un gran país ha avanzado mucho, por cierto, desde las cavernas de la edad del simio. Su tribu todavía tiene el poder de partirle el cráneo (legalmente, eso sí) a quienes se atrevan a enfrentarlos de pie, negándose a ser hombres/mujeres-objeto a su servicio o aún a cuestionar su sistema. A quienes rehúsen laborar ad honorem más de 180 días al año para financiar las estúpidas improvisaciones de brutos que aún no superaron la práctica del sacrificio humano.
No han avanzado gran cosa: quien quiera hoy saquear a otro sin ser muerto o encarcelado sólo debe auparse al socialismo en el poder estatal, autorizándolo con su voto a usar la fuerza extorsiva que sea menester a tal fin sobre otro conciudadano… “libre”.
La evolución de las izquierdas que hoy copan la banca se limitó a pasar del garrote a la pistola, única manera en que sus atropellos pudieron desarrollarse y “funcionar”, fabricando pobreza estable mediante terrorismo de Estado fiscal.

Para salir del poder político y empezar el tránsito hacia el poder de lo voluntario, debemos abominar de todo lo que huela a Estado; a fiscalidad. Y debemos favorecer todo lo que signifique traspasar a la gente el poder de tomar sus propias decisiones lejos de la coacción del gobierno. Vale decir, el poder de ejercer todos sus derechos individuales. Para empezar, su pleno e inviolable derecho de propiedad privada; principio y sostén de todos los demás.



Creatividad Aplicada

Octubre 2014

Nuestro electorado ha venido corrompiéndose y por ello, tornándose incompetente. Una vía poco creativa, que llevó a los necesitados a perder décadas sin lograr nunca su ansiada seguridad económica.
Constatación “políticamente incorrecta” si las hay, en línea con lo que alguna vez observó Bernard Shaw (1856-1950, autor irlandés y premio Nobel): “la democracia sustituye el nombramiento hecho por una minoría corrompida, por la elección de una mayoría incompetente”.
Rebote dialéctico de lo sentenciado por Benjamín Franklin (sabio norteamericano, 1706-1790): “quienes renuncian a su libertad para obtener una seguridad temporaria no merecen seguridad ni libertad; y no las tendrán”.
Obviamente, tanto esclavos y esclavas como presos y presas tienen esa seguridad garantizada: “empleo”, techo, comida, vestimenta, “educación”, control sanitario, justicia conforme a derecho y “retiro” por edad avanzada.

Para dejar entonces de ser un país delincuente minado de pobres “seguros” (esclavos o presos como en Angola, Norcorea, Cuba o Venezuela) debemos abandonar nuestra fantasía fiscalista creadora de pseudo-empleos estatales y de subsidios anti cultura del trabajo, para pasar a la creación explosiva de ocupaciones productivas reales como las que sólo las transacciones voluntarias dentro de un mercado libre pueden ofrecer.

La intervención económica y el consecuente costo emergente del Estado argentino se encuentran desatados; fuera de todo cauce constitucional y financiero. Y es a causa de ello que vemos a diario levantarse obstáculos contra todo intento honrado de ejercer gestiones productivas. De generar nuevo empleo aportando creatividad, inversiones de capital, esfuerzo y optimismo.

Nuestro sistema es ejemplo perfecto de enfermedad enmascarada de su propia cura toda vez que se sigue considerando el aumento del tamaño e injerencia estatal como solución a las “injusticias” del mercado.
Un prodigioso encarnizamiento terapéutico avalado aquí por la ignorancia y/o el temor irracional de mayorías que (según encuestas recientes) siguen apoyando el intervencionismo como salida; como un mantra autista de 69 años de duración para superar un estado de pobreza que, bajo su influjo, viene afianzándose como endémico.

Algo verificable aún cuando toda la historia mundial del siglo XX y la que va del XXI nos ilustra de lo contrario: en la medida en que crecieron el dirigismo y el peso estatal sobre las sociedades, disminuyó la solidaridad entre los gobernados y aumentaron los forzamientos y amenazas, las desigualdades, la corrupción y riqueza de los funcionarios, el estrés de la gente y su indigencia relativa. Aumentaron la represión policial, el hambre sin fin de los clientelizados y la violación de los más básicos derechos humanos comenzando por el de propiedad, que sustenta a todos los demás.

Y viceversa.

Argentina tiene todavía, como parte de su reserva moral oculta, un commodity poco aprovechado: su alto porcentaje de gente creativa. Cientos de miles de honestos ciudadanos emprendedores… si se les diese una oportunidad abatiendo la máquina de impedir y absorber enquistada en el Estado, personificada cada día más en nuestra Gestapo-Afip y su espectacularmente ladrona “cultura tributaria”.

En una reciente visita a nuestro país, la filósofa española Marga Iñiguez, consultora internacional y notable especialista en creatividad aplicada nos instaba al cambio de paradigma con un discurso poderoso, de gran sentido común: además de los derechos a la seguridad, la justicia, la educación o la salud debería existir el derecho constitucional a desplegar todo nuestro potencial como individuos y por tanto, como pueblo. El no poder ejercerlo equivale a quedar mutilados siendo que un clima favorable a ello es uno de gran libertad y tolerancia, de estímulo a la singularidad, opuesto al actual clima social de paternalismo colectivista.
El proceso educativo que arrastramos, de “domesticación”,  tiende a apagar la luz interior que tiene cada persona. No se educa en la idea del cuestionamiento institucional, de la duda creativa, de promover la experimentación del error que abre el camino a nuevas visiones, de que hay terceras vías y formas particulares diversas, muchas veces todas correctas, de resolver un mismo problema. No se educa en la posibilidad siempre abierta de crear una sociedad más avanzada, respetuosa e imaginativa.
Es una verdadera irresponsabilidad y un enorme desperdicio desaprovechar el talento de la ciudadanía ya que este es el verdadero producto interno, no bruto, del país.
Los verdaderos yacimientos, la riqueza emergente, la materia prima, el capital ocioso… es el talento creativo de las personas.

Las necesidades de seguridad económica, de contención social y de sentirse parte de una gesta reivindicativa que impulsan al votante argentino, tendrán su momento de triunfo al mismo tiempo que el de esa sociedad inteligente, más avanzada, justa e imaginativa.
¿Cuándo? Desde el mismo día en que saquemos a patadas del escenario a los estatistas que nos hunden, para dar paso a una era de confianza en la adultez de nuestra gente y en su potencial creativo. Cuando volvamos a romper las cadenas de los socialismos que nos roban y nos asfixian, coartando nuestras libertades constitucionales.

Ya lo hicimos una vez de la mano de nuestros próceres, todos profundamente liberales, tras el Acuerdo de San Nicolás en una gesta de nula angurria gubernamental, tolerancia y grandes libertades para imaginar, hacer y crecer que duró 80 años.
La aventura de una Argentina que liberó sus talentos catapultándose, sin estúpidos temores, al top seven del ranking mundial.








Free Cities

Septiembre 2014

Alejándonos un poco del vetusto pensamiento Estado-céntrico común a casi todo el arco político argentino (de M. Macri a V. Ripoll), creemos de utilidad exponer aquí otro camino de tránsito hacia el futuro, a través de las denominadas Ciudades Libres.

Sabemos que el monopolio en tanto expresión de  no-competencia en la provisión de bienes y servicios es, desde siempre, perjudicial para la gente. Un concepto válido tanto para entes privados como estatales, claro (¿por qué habría de ser diferente?), en tanto la competencia es sin excepción beneficiosa para el conjunto social impulsando mejoras en calidad y variedad, con bajas de precios.

Aún pareciéndonos ciencia ficción, si es verdad que nuestra clase política tiene como norte el bien del conjunto social, no debería poner trabas a la idea de “tolerar” una free city nacional a semejanza de lo autorizado hace poco en la República de Honduras.
Entre 2011 y 2013 se logró allí una enmienda constitucional, abriendo la posibilidad de coexistencia pacífica a nuevas Ciudades Modelo dotadas de autonomía política, judicial, económica y administrativa. Sitios bien delimitados en lo geográfico pero abiertos al capital y a la inmigración.
¿Resultado? ya existen proyectos privados en marcha que apuntan a materializar el sueño de gestionar sociedades abiertas de contractualidad voluntaria, bajo un esquema de libre mercado.

Los políticos que detentan el control de nuestras leyes, quienes aún deciden si nuestras reglas de juego promoverán instituciones inclusivas o extractivas definiendo el éxito o el fracaso del país, deberían ser los primeros en impulsar el surgimiento de polos de desarrollo de alto impacto creativo. De locomotoras económico-sociales que traccionen hacia arriba, hacia el bienestar y la riqueza con su ejemplo y producción, al resto de la población.
Las ciudades modelo, libres, abiertas o free market cities son poderosas locomotoras de esa clase.

Son, en verdad, la clase de oportunidad que esperan infinidad de emprendedores argentinos, hoy secuestrados por el socialismo.
Los mismos que podrían fundar una sociedad, crear una empresa y adquirir un terreno apropiado en alguna zona marginal que poco o nada le esté aportando al país; idealmente sobre un gran río limítrofe o costa marítima adecuada; mejor aún, en una isla.
La ciudad libre china de Hong Kong está en una isla rocosa; Venecia se fundó en una laguna; Bahía Blanca, sobre una bahía ventosa de costas pobres y anegadizas…

Estudiosos del tema han descripto las varias formas posibles de abrir una aventura así a la participación ciudadana; a la inversión nacional e internacional.
Una de ellas podría ser la de cotizar y negociar en bolsa el capital accionario de la sociedad-ciudad. Lo que otorgaría derecho de propiedad y participación para todos los compradores que firmen, aceptando el Contrato que la regiría.
El mero hecho de ser una empresa que cotice en bolsa, con libros, balances, proyectos y dividendos, permitiría al público saber si el emprendimiento está generando riqueza o no.
Con todas las implicancias conexas de consumo e intercambios libres (al país o al mundo), servicios e infraestructuras que de dicha generación de bienes y crecimientos personales se derivarían para la nación huésped, además de para sus propietarios.

Todo dentro de los límites de esa ciudad sería propiedad de la empresa (de sus accionistas en cada caso particular) incluidas desde luego las viviendas, oficinas, industrias y comercios tanto como el libre planeamiento urbano privado.
Con sus calles, luminarias y señalizaciones, zonas verdes, puentes y túneles, carreteras, cloacas, redes energéticas, de comunicaciones y otras. Además, claro está, de los edificios administrativos, templos, sitios culturales y solidarios, depósitos, puertos o helipuertos, subterráneos o monorrieles, instalaciones, herramental, insumos y personal de sus sistemas de seguridad, educativo, de justicia, hospitalario, de mantenimiento edilicio y otros.
Cada bien y cada servicio tendría uno o varios dueños (por acciones) que cobrarían bajo contrato al público usuario (sólo a ese), y que podrían a su vez tercerizar su prestación con otras empresas especializadas (locales o no) para el tipo de gestión específica que resulte más eficiente (competitiva) en cada caso.
Existen métodos accesibles con la tecnología actual por los que un parque o una calle privada, por caso, terminen recibiendo retribución de quienes las usan y por las veces que lo hagan.

Los habitantes de esta ciudad libre estarían regidos por una normativa especial: no tributarían impuestos al gobierno argentino ni a autoridad alguna por lo producido dentro de sus límites. El dinero así ahorrado se destinaría en forma individual (aunque en mucho menor monto por directas razones de competitividad) a la contratación de los servicios esenciales hoy prestados por el Estado.
Probablemente a cargo de compañías de seguros de rango ampliado, podrían incluir seguridad privada con sistemas preventivos, modalidades de detención y armamentos de alta tecnología, educación privada de excelencia global complementada con becas solidarias por aportes voluntarios, servicios de salud prepaga libres de la abstrusa reglamentación estatal y por tanto oferentes de una gran variedad de planes asistidos con becas y/o adaptados a cada presupuesto o una organización jurídica de vanguardia basada en tribunales privados de mediación obligatoria por contrato.
Todo un orden pro-mercado sin tributos de ningún tipo, que constituiría la normalidad de cada día para sus residentes/dueños tanto como para todas las personas que ingresasen a trabajar, a visitarla o simplemente a vivirla.

Y muchos otros estímulos, ventajas y soluciones prácticas a problemas potenciales ya estudiadas por brillantes teóricos libertarios, de difícil síntesis dentro de la brevedad de un artículo de divulgación como el que nos ocupa.

Aunque suene a utopía, en el fondo, emprendimientos de este tipo enfrentan solamente una barrera de índole moral. ¿Tolerarán nuestras mayorías, tan propensas a la violencia impositiva contra el manso, semejante posibilidad de progreso para algunos aunque represente un foco de prosperidad de gran efecto benéfico general a mediano plazo? ¿Tolerarán la convivencia pacífica de distintos marcos legales dentro de una misma nación? La vileza del adoctrinamiento nacional-socialista ha sido intensa.

Tal vez prefieran, en perfecta democracia (o más bien en perfecta dictadura plebiscitaria), que no progrese nadie a tener que ver a su vecino emprendedor elevándose. Demostrándoles que siempre estuvieron equivocados.








Combatiendo al Leviatán

Septiembre 2014

Al mal lo tenemos aquí y ahora, no en un borroso “cuco” futuro signado por capitalistas de riesgo y emprendedores privados.
No existe en Argentina impulso empresarial innovador ni “sociedad de propietarios”. No hay aquí aumento alguno de ingresos reales ni de familias subiendo a clase media.

Ni siquiera tenemos un (de por sí lamentable) Estado “de Bienestar” sino uno… ¡de Malestar! Uno muy real creando desempleo, pobreza, inflación, privilegios y corrupción. Insoportable opresión impositiva y estafas sin cuento. Fabricando inseguridad, ignorancia, injusticia, sufrimientos, atraso y descrédito internacional a mayor velocidad de lo que las iniciativas particulares de cooperación voluntaria logran contrarrestar.

Una visión de 360º, más libre de prejuicios sobre nuestra realidad, nos haría percibir al Estado como lo que es: un monopolio netamente agresivo avalado por un pueblo embarcado por demás en una rapacidad de códigos suicidas y de desprecio por el prójimo trabajador. Contraria al espíritu de respeto liberal protector de la propiedad privada de todos nuestros próceres.
Nos haría ver el error de aceptar ese monopolio como un ente moral y necesario cuando no es ninguna de las dos cosas.  Y a su pegajosa telaraña de leyes, reglamentos, prohibiciones y decretos amañados para no ser lo que deberían (defensivos para con el ciudadano creador de riqueza productiva: de bien común), demostrando en la práctica el efecto perverso de dejarse gobernar por él.
En verdad deberíamos tratar al Estado como al villano peligroso que es, en lugar de sacralizarlo a cada paso. Desconociendo -como premisa mental de inicio, siempre- su supuesta autoridad.

Como bien dijo Pierre Joseph Proudhon (1809-1865, filósofo político francés y padre del pensamiento mutualista cooperativo): ser gobernado es ser observado, inspeccionado, espiado, dirigido, sometido a su ley, regulado, escriturado, adoctrinado, sermoneado, verificado, estimado, clasificado según tamaño, censurado y ordenado por seres que no poseen los títulos, el conocimiento ni las virtudes apropiadas para ello.
Ser gobernado significa, con motivo de cada operación, transacción o movimiento, ser anotado, registrado, contado, tasado, estampillado, medido, numerado, evaluado, autorizado, negado, endosado, amonestado, prevenido, reformado, reajustado y corregido.
Es, bajo el pretexto de la utilidad pública y en nombre del interés general, ser puesto bajo contribución, engrillado, esquilado, estafado, monopolizado, desarraigado, agotado, embromado y robado para, a la más ligera resistencia, a la primera palabra de queja, ser reprimido, multado, difamado, fastidiado, puesto bajo precio, abatido, vencido, desarmado, restringido, encarcelado, tiroteado, maltratado, juzgado, condenado, desterrado, sacrificado, vendido, traicionado y, para colmo de males, ridiculizado, burlado, ultrajado y deshonrado.

Indignidad que se realimenta porque seguir a la manada, vale decir no pensar ni cuestionar al sistema que lo esquilma, es la clásica solución mental del mediocre para sentir que no se equivoca, diluyendo su responsabilidad individual en vacíos eslóganes colectivistas. Gente (por la causa que fuere) pusilánime al voto, poco dispuesta a admitir que los “remedios” así logrados resultan tarde o temprano peores que la enfermedad.

Todos quienes se consideran a sí mismos personas evolucionadas, que prefieren estar de pie a vivir arrodillados, deberían empezar a visualizar la idea del Estado benefactor y omnipotente (junto con otras tantas supersticiones) como perteneciente al pasado trágico de la humanidad; a su era oscura de persecuciones, pobreza y brujería. De contención infantilizante y déspotas paternales.
Sin olvidar que la veneración del poder, esa despreciable forma de servidumbre, nace del miedo y este, de la ignorancia.

Siendo como son cuestiones del más puro sentido común, sigamos por un momento el razonamiento de Murray Rothbard (1926-1995, notable catedrático y economista estadounidense, fundador del libertarianismo y auténtico hombre bisagra en la historia de las ideas), re-pensando el argumento en favor del Estado.
Tal como si, partiendo de una posición de cero gobierno, alguien nos propusiera: “Ciudadanos, démosle todas nuestras armas al Sr. Kirchner, un abogado exitoso de Santa Cruz dedicado a la usura, a sus familiares y amigos para que ellos nos protejan y resuelvan todas nuestras disputas. Y permitamos que obtengan sus ingresos por este gran servicio usando esas armas para exigir de nosotros el monto que consideren adecuado, por medio de la coacción”.

Una propuesta que, así planteada, sería descartada por ridícula ya que obligaría a todos a preguntarse de inmediato “¿Quién vigilará a los vigilantes?” ¿Acaso algunos amigos solventados por ese mismo vigilante (el propio Estado, juez y parte)?
Tal y como puede comprobarse analizando la historia de la decadencia argentina de los últimos 69 años (y la relativa pero constante de los Estados Unidos, “inventor” del republicanismo, durante los últimos 154 años), eso…  no funcionó.

Un Estado ladrón e invasivo, que fracasa aquí desde entonces en todo lo que emprende, que no es capaz de entregar siquiera una carta en término… sigue pretendiendo a esta altura de su catástrofe vejatoria, de este siglo de nuevas libertades individuales apoyadas en lo tecnológico, tomar en sus manos todos y cada uno de los resortes de la vida económica y social de los ciudadanos además de los de su salud,  educación, seguridad y justicia.

El camino de quienes se nieguen a ser siervos, entonces, deberá ser el de apoyar el más firme anti-estatismo a cada oportunidad de opinión que se presente, negándose a seguir alimentando parásitos saqueadores.  Negándose en cada ocasión posible a  hacerles una venia respetuosa; a pagar en silencio las armas y cadenas con las que serán esclavizados.

El mal solo puede sobrevivir en política si el bien está dispuesto a servirlo y esa es la razón por la que debemos denegar en alta voz cualquier validez moral al Estado y a sus esbirros de la Afip.

Será el primer paso para sacar a nuestra Argentina de las garras del leviatán  totalitario que la está devorando por partes.





Esclavitud y Educación

Agosto 2014

La educación es, por supuesto, la madre del borrego argentino.

Y en tal sentido, convengamos en que peor que matar a alguien es convencerlo para que se suicide: gobernados casi sin solución de continuidad por auténticas kakistocracias (del griego, kákistos: el peor de todos) desde hace más de 3 generaciones, esto es lo que la oligarquía política hace con el pueblo raso a través de su particular concepción de la educación pública y de su regimentación sobre la privada: seguir aceitando un sistema donde la víctima se encadene a sí misma y haga pública gala de este suicidio social… con tozudez verdaderamente ovina.

Si somos capaces de entender que el mensaje liminal que se inyecta de a pequeñas dosis a los argentinos durante sus años de instrucción primaria, secundaria y universitaria es que justicia significa pretender con descaro lo ganado por el prójimo, que egoísmo es intentar decidir sobre el dinero propio y que solidaridad equivale a que el Estado fuerce la transferencia, estamos entre la reserva pensante. Entre los llamados a reconstruir la libertad de decisión ilustrada de los que hoy son un simple hato de esclavos; una majada temerosa.

Tal y como decía Confucio “cuando las palabras pierden su significado, los pueblos pierden su libertad”. Significados que la escuela pública se guarda bien de pasar por el tamiz de la ética y de los dramas históricos que su tergiversación produjo.

En este magno relato socialista generador de indigencia, democracia económica (vulgo, “redistribución del ingreso”) se traduce en reparto clientelar del botín robado a gente que trabaja para vivir de lo suyo, favoreciendo a gente que vota para vivir de ese saqueo.
O en el endiosado proteccionismo, que en realidad es la explotación de los pobres para proteger a industriales privilegiados, tal como nuestra larga historia de villas miseria peronistas demuestra con meridiana claridad. O como cuando los populistas atiborran sus discursos con “derechos” demagógicos; sin aclarar que se trata de fantasías de cartón pintado y tiro corto para cuya consecución, además, es necesario esclavizar más y más a quienes las pagarán, empezando por el propio esclavo “beneficiario”.

Lo cierto es que al Estado le importa mucho más conservar el actual sistema de instrucción pública, criador de ovejas dóciles, que la educación de nuestros hijos. Claro: pensar, dudar, disentir, contrastar o innovar evolucionando hacia mayores niveles de responsabilidad individual, libertad y tolerancia constituyen peligrosas formas de insolencia intelectual. Para un control masivo, lo mejor es la ignorancia.

El manejo de majadas humanas a gran escala fue perfeccionado por el peronismo en el poder, haciendo girar a gran velocidad un corrupto círculo sinérgico donde ignorancia y clientelismo se potenciaron mutuamente. Se trata del corazón del “modelo de inclusión y producción” aplicado durante los últimos 11 años.
Una moderna arma populista primorosamente envuelta en la bandera del asistencialismo, en lucha solidaria contra la desigualdad debida a la falta de educación de las generaciones jóvenes.

El resultado de este despropósito quedó expuesto en un reciente trabajo de la periodista Raquel San Martín donde, entre otras cosas, constata la existencia de 42 programas sociales orientados a la juventud: de Conectar Igualdad a Yo Mamá; de Orquestas Juveniles a Más y Mejor Trabajo; de becas Bicentenario a la Asignación Universal por Hijo.
Muchas provincias y municipios tienen asimismo los suyos y hay otros 28 proyectos de ley en el Congreso destinados a la misma problemática.

Sin embargo, a los altísimos niveles generales de pobreza y a los pavorosos guarismos descendentes obtenidos por el país en las mediciones internacionales educativas Pisa, debemos agregar que el 62 %  de nuestros jóvenes no termina el secundario y que en esa franja etaria, desempleo y trabajo precario son flagelos 3 veces mayores que en el resto de la población.
A pesar de todos los “planes”, Argentina decae aceleradamente a contramano de lo que sucede en la región: crece el embarazo adolescente y el 74 % de los 900.000 ni-ni que hoy contabilizamos (algunos especialistas hablan de 1.500.000), son mujeres; el 41 % de ellas son madres y el 62 %, pobres. Desde luego, ninguna estudia ni se ilustra para mejorar su capacidad de decisión política; su futuro y el de sus hijos pensando en una tierra de libertad y oportunidades.

En una estimación general de ciudadanía adulta, podríamos contar hoy más de 60 programas de planes sociales con 18 millones de clientes… y a un tercio de la población económicamente activa “trabajando” para el Estado. Es el país de la auténtica mayoría leming saltando hacia el precipicio mientras escupe al cielo: comicio tras comicio, quienes votan a nuestros supra-abundantes referentes de la kakistocracia (la centro-izquierda argentina en pleno), se encadenan a sí mismos cometiendo suicidio social.

Y lo que es peor, nos aherrojan a todos quienes no los votamos, obligándonos a dejar cada año más atrás en el tiempo aquel heroico… “ruido de rotas cadenas”.

La fracción pensante de nuestra sociedad ya se dio cuenta de que, como en todo orden forzador, la burocracia educacional pertenece a la época de la palabra escrita sobre papel y la revolución industrial, mientras que el nuevo libre-mercado de la educación globalizada hacia el que deberíamos apuntar pertenece a la era de la comunicación electrónica y las redes sociales, rompedoras de cadenas.






Contratestimonios

Agosto 2014

Hace pocos días el Papa Francisco admitió públicamente que la credibilidad moral de la Iglesia está en crisis, entre otros motivos, por el de estar dando contratestimonios.

Una admisión que se refería en primer término a los escándalos de pederastia en los que incurrieron muchos clérigos haciendo abuso de su estatus de “autoridad moral”, mas sin agotar allí los contraejemplos de quienes, se espera, debieran ser los más confiables. Los menos falibles. Sobre todo en lo que respecta a su apego al mensaje (y ejemplo) de amor de Jesucristo excluyendo, como es sabido, todo forzamiento físico y psíquico o su mera amenaza en favor del convencimiento voluntario y del absoluto respeto por las decisiones personales, con su clarísimo correlato de responsabilidades individuales.   

Apoyada en el poder de su magisterio, la Iglesia conserva una influencia social difícil de medir, aunque sin duda muy grande.
Aún sabiendo que -con exclusión de cuestiones teológicas- lo que los religiosos quieran proponer en otras áreas del conocimiento no pasa de ser, con la mejor buena voluntad, materia opinable.
Por eso es de gran importancia que sus representantes eviten dar contratestimonios de violencia en todas aquellas acciones humanas que sean objeto de sus reflexiones.

Violencia contra jóvenes que, si tuviesen real libertad de opción, nunca elegirían ser mancillados físicamente. Pero también en el tácito aval, por caso, a la violencia fiscal contra millones de “contribuyentes” individuales que, si tuvieran real libertad de opción, nunca elegirían tributar contribuyendo a causas con las que no comulgan y que mancillan gravemente sus principios éticos.
Ya que aun situados en el extremo de acordar con el destino de este tipo de requisas, todo hombre y mujer de Dios sabe bien que el fin nunca justifica los medios.

La crisis de credibilidad (sobre todo entre gente pensante) derivada del apoyo genérico a este tipo de coacciones autoritarias bajo amenaza armada es, ciertamente, una rémora eclesial de larga data. Muchos de quienes debieran levantar la bandera de la no-violencia por principio moral, sin excepciones y en todo sentido, continúan mentalmente apegados a tradiciones de tiempos bárbaros tan violentas como fueron la aceptación de esclavitud y torturas, la Inquisición, los ejércitos papales, la conversión por la espada, los dictum políticos o las más duras discriminaciones -y condenas- religiosas aplicadas con escasa misericordia durante centurias.

Durante el pasado siglo, la lógica evolutiva de nuestra civilización occidental llevó a la separación de Iglesia y Estado. Un cambio traumático (habida cuenta de su tradición milenaria) pero sin duda muy sano, en especial para la espiritualidad y pureza material de la Iglesia. Bien haría a su credibilidad el profundizar esa separación terminando con toda dependencia económica de origen estatal.

Quedaría así liberada del tipo de clientelismos y transas espurias donde el fin justifica los medios, que Cristo jamás hubiese aceptado; situándose -aggiornada al supertecnológico siglo XXI, como bien quiere el Papa- en posición de exigir el desguace gradual de todos los impedimentos que las muy pesadas (y corruptas) burocracias gubernamentales usan para frenar el progreso del bien común en favor de sus propios intereses de facción, mediante la aplicación sistemática de violencia de Estado a través de sus sistemas impositivos.

Entre otras cosas, la Iglesia debería aportar con madurez a la elevación espiritual y económica de los pobres dejando finalmente de lado las ideas redistributivas vetustas y forzadoras que predominaron durante el último siglo, con los pésimos resultados que hoy tenemos a la vista.
Poniendo en cambio un interés sincero -despojado de ambiciones materiales, orgullos, envidias y resentimientos personales- en evolucionar con la vanguardia científica por el novísimo camino de la concepción dinámica del orden espontáneo, impulsado por la función empresarial. Avalando un flujo natural de innovaciones no bloqueadas, inversiones y empujes solidarios de enorme energía y sinergia empática, que se base en la captación por parte de todo emprendedor honesto del resultado pleno de la propia creatividad.
Hablamos de los últimos desarrollos de la Escuela Austríaca de Economía, uno de cuyos mejores y más brillantes exponentes en este particular es el filósofo político, economista y catedrático español (n. 1956) Jesús Huerta de Soto.
Desarrollos no-violentos de ínsita moralidad e inmenso impacto benéfico a futuro, que en modo alguno debieran escapar a la agudeza intelectual de su magisterio.

Si la opción sincera es por los pobres, la misma lógica que llevó a la separación de Iglesia y Estado debe guiarnos como sociedad en el proceso de separación de Economía y Estado. Un matrimonio que se demostró funesto para el verdadero progreso de los menos favorecidos, tanto como útil para con sus oligarquías parásitas.