Sin Impuestos no hay Estado

Diciembre 2013

Resulta usual en la provincia de Buenos Aires que su agencia recaudadora (ARBA) incluya volantes de auto elogio y justificación en el envío de las boletas de impuestos a cada contribuyente. Propaganda estatista en estado puro, desde luego, pensada para mantener a las bestias de tiro bien uncidas al yugo de gastos del gobierno y alejadas de cualquier conato de rebelión fiscal.
En sus últimos envíos la agencia ha dado sin embargo en el clavo, con una papeleta en verdad notable. La misma reza en grandes letras “Sin Impuestos no hay Estado”. Notable porque precisamente de eso se trata siendo la provincia un caso paradigmático, desde el momento en que es una de las regiones con mayor presión impositiva de todo el planeta. Y con resultados a la vista entre los que destacan las -hoy- más de 864 villas miseria localizadas sólo en el conurbano de la ciudad de Buenos Aires, tras 26 años seguidos de regímenes justicialistas.

Resulta aquí evidente como dijo en cierta ocasión Ronald Reagan, que el Estado no es la solución sino el problema.
Un problema que gira sobre los aumentos de inseguridad, pobreza y descapitalización logrados en el distrito tras la metralla de estúpidos aplausos electorales mayoritarios en favor de una ilusoria igualdad económica y social, basada en depredar fiscalmente al trabajo productivo en aras de un Estado cada vez más grande e “inclusivo” (léase subsidiador). Estado provincial que a pesar de llevar adelante una persecución fiscal confiscatoria (claramente ahuyentadora de la inversión) no logra financiar su propio déficit si no es con mayor endeudamiento. Con pérdida gradual de calidad de servicios e  infraestructura públicas, trasladables a la siguiente generación.

Los socialistas en general y los radicales y peronistas en particular consideran que la producción, el esfuerzo, el éxito, el talento  -en realidad la diferencia- deben sancionarse.
Aquella parte del pueblo que crea riqueza, que se diferencia, debe ser castigada convirtiéndola en no-pueblo.
Son los discriminados por hacer, progresivamente más sancionados con impuestos cuanto más hacen, como dicta la buena teoría socialista. Una suerte de tribu esclava en su tierra, obligada a desangrarse década tras década bajo un yugo legal-tributario frenante en beneficio de una próspera oligarquía parásita que, demás está decirlo, no disminuye la pobreza ni hace crecer al país (sólo roba, extorsiona, subsidia y clienteliza).

De este modo y como lo describió el propio Karl Marx, el interés del Estado se convierte en un propósito particular privado, opuesto a otros propósitos privados.
Algo que no forma y que jamás formará parte del “contrato social” argentino (aquello que aún nos mantiene precariamente unidos como nación), inscripto en la parte dogmática de nuestra Constitución.

Por tanto si ARBA, brazo ejecutor de esos bien cebados intereses privados, nos advierte que “Sin impuestos no hay Estado” es el ladrón en persona quien incurre en el fallido de señalar lo que todo ciudadano dotado de respeto por sí mismo y amor por sus hijos, debe hacer. Cual es resistir -sin violencia- tal cartel mafioso. Boicotearlo, desacreditarlo y repudiarlo en todo lugar, tiempo y modo en que le sea posible hacerlo. En las plazas, en las calles, en su casa, en sus lugares de trabajo y de reunión. Apoyando la elusión impositiva, en pos de una nueva cultura no-tributaria. 
Con condena social a los colaboracionistas de la actual economía de saqueo pero sobre todo participando en la resistencia civil dentro y fuera de sus instituciones; dentro y fuera de su sistema de partidos políticos. Reclamando sin desmayo un giro ético copernicano que comience, por supuesto, en juicio y castigo.
Reafirmando cada día a la palabra Estado como una mala palabra y a todo lo que a través de él se intente, como una mala solución para la gente. En una cruzada orientada a reemplazar gradualmente todo “lo público” (de todos; de nadie: ¡de los funcionarios!) que nos hunde en la suciedad moral y nos encadena al atraso… por iniciativas privadas en todas las áreas. A gran escala, creativas, originales, poderosas, de auténtico riesgo y responsabilidad empresaria (sin cortesanos avivados) que abran para nuestra Argentina las puertas de una abundancia tecno-capitalista de avanzada.
Abundancia popular no utópica de la que ya están disfrutando algunas otras (pocas e inteligentes) sociedades. Y aún parcialmente los propios ex socialistas chinos tras darse cuenta, finalmente, de la falacia contraproducente de oponer el interés general a la propiedad privada.

A los y las déspotas siempre les resultó más lucrativo aliarse con pequeños grupos a quienes dieron ventajas “legales” participando luego de ellas, que promover el verdadero bien común con pocas y sensatas reglas generales aplicables a todos por igual.

Como es obvio y para aleccionar a futuros votantes aprovechando cada nuevo error de la delincuencia estatal al mando, debemos saber hacia dónde vamos. Nuestro objetivo-brújula ha de ser el de “democratizar” más y más la autoridad quitando poder (dinero) al centralismo; sabiendo que en una sociedad con autoridad más dispersa, los costos de efectivizar privilegios sectoriales son más elevados y complejos y por tanto, menos practicables. Hemos, entonces, de orientarnos a descentralizar, disminuir y cercenar cada pieza de su poder monopólico. Un poder estatal de coerción que estimula la expresión plena de las peores pulsiones de la naturaleza humana, barbarismo en el que Argentina destaca.


Impulso atropellador y esclavista que también existe en algunos empresarios pero que en un sistema abierto, informatizado en red y cooperativo queda cercado por la mano invisible del mercado, sintetizada en la maravillosa palabra… competencia.





Volver a ser Inclusivos

Diciembre 2013

Dicen que la historia, como las mujeres, siente debilidad por los bribones y que su forma de manifestarlo es repitiendo la secuencia que comienza haciéndonos gobernar por un rey, para pasar luego a serlo por la aristocracia y finalmente por una democracia, que degenera a su vez en la consabida dictadura.
Nuestra actual cleptocracia con dictadura de primera minoría podría ser -con algo de suerte y perspicacia- la fase preparatoria de un cambio de fondo que impidiese repetir una vez más el ciclo, si es que (como parece) nuestra dictadora no logra reiniciarlo como reina.

Podría no ser ineluctable el ser usados; manejados siempre por bribones rodeados de aduladores oportunistas.
Sucede a veces. Como nos lo muestra la misma historia en el caso de Foción, un estadista probo y muchas veces reelecto en la antigua democracia griega. Cuando alguna de sus alocuciones en la Asamblea era ocasionalmente interrumpida por aplausos, preguntaba sorprendido: “¿Acaso he dicho alguna estupidez?”.
Simular confiar en el simple criterio del mayor número como respuesta racional a problemas de gran complejidad es por lo menos peligroso; sobre todo en nuestro país, con nuestra experiencia y tras haber oído hace muy poco al erudito M. Aguinis recordándonos la “casualidad” de que la única palabra que puede formarse con todas las letras de argentino sea… ignorante

Desde luego, la patria de nuestros ciudadanos pensantes es -como decía A. Einstein- el mundo y la integración tecnológica, la multiculturalidad enriquecedora y el mercado global como objetivos, nuestro destino (y desafío) manifiesto. Fueron pilares del ascenso argentino hace un siglo y su demolición ignorante, causa de nuestra decadencia al bloquear a los desaventajados sus oportunidades de inclusión en el progreso. ¿Cómo volver a ser inclusivos?

Las expectativas, los sentimientos o la simple intuición sobre un candidato, sin la base de cierta sabiduría social (agravada hoy tras muchas décadas de des-educación pública) son definitorias. Tienen una gran importancia, que no deberíamos subestimar dentro del mal sistema que nos ata, mas no son suficientes para reencauzar nuestro destino colectivo. El uso casi exclusivo de estas pulsiones a la hora de votar es un camino que conduce al pronto desencanto de una enorme cantidad de argentinos, obligados a tolerar graves incorrecciones con las que no comulgan en absoluto y peor aún a colaborar con ellas, financiándolas a punta de pistola.

Más y más gente empieza a darse cuenta de que quienes conducen el Estado, en su desesperada búsqueda de legitimidad para seguir con el forzamiento intentan unirnos en su torno agitando banderas e inventando amenazas exteriores, perentorias colaboraciones “solidarias” o reyertas entre sectores productivos. Calamidades que no tendrían lugar (o se verían minimizadas en proporción de 10 a 1) si ellos mismos dejasen de estorbar al capital de riesgo y a la gente emprendedora, quitándose de en medio.

En lento peregrinaje, vamos dejando de ser nación. Se estrangula en millones el deseo de vivir juntos que la define y cuando este se pierde, no hay política que pueda sustituirlo.
Un deseo que flaquea, tras recordar que una institución es eficiente cuando el servicio útil que brinda es mayor al costo que representa. Supuesto que nuestra institución Estado nacional no cumple ni remotamente desde hace más de 7 décadas.
Y tras comprobar que el declive institucional argentino está hoy bien consolidado en casi todo el arco político bajo la admisión (cobarde, injusta, falsa) de que existiendo por parte de los grupos beneficiarios de este sistema, resistencia a modificarlo, el costo (principalmente político) de hacer las cosas bien (aún con beneficio para los más) sería mayor que el de seguir haciéndolas mal.
Cosa que no sucede sólo aquí, claro, y que explica porqué las sociedades rara vez logran progresar de un modo lineal; menos aún sin sufrir.
A más de sugerirnos la clave para que nuestro pueblo sí  lo logre, aventajando al resto. Volteando el “arreglo” estatista anti propiedad privada, muy conveniente para quienes nos parasitan; como ocurre hoy con el nuevo peldaño violatorio de tales derechos, que se cuela de varias maneras en el proyecto oficial de Código Civil, retroceso con el que gran parte de la oposición (¡cómo no!) simpatiza.

Inclusión social y propiedad inviolable van de la mano, por más que a la mayoría le disguste admitirlo. Ya que al proteger con firmeza constitucional este derecho asegurando al legítimo dueño el goce del beneficio más íntegro posible de lo creado y producido (algún día, idealmente, todo), la sociedad se asegura un aumento exponencial de las inversiones, del producto nacional y de las oportunidades de bienestar para todos y cada uno de sus integrantes.
Un giro mental de 180º que tendrá lugar cuando los representantes de la mayoría asuman que los beneficios de tal seguridad jurídica superan los costos de seguir acotándola.
Representantes, por otra parte, beneficiarios del “arreglo” que terceriza tales costos violando propiedad privada a través, por ejemplo, del ahorcamiento impositivo de los -aún- no  parásitos.


En tanto propiciamos el cambio de fondo (una poderosa sociedad cooperativa y libertaria de gran riqueza general, trabajadora y respetuosa de sus contratos sin el estorbo de un Estado ladrón) deberíamos dar apoyo efectivo a quienes proponen dejar de frenar con tantos impuestos (más del 80 % de su renta) al agro, nuestro sector con mejor capacidad de reacción. Produciendo y exportando más se incrementarían los ingresos regionales, con ampliación de sus mercados y con crecimiento de industrias subsidiarias y residentes. Así, agregando valor a lo producido y sirviendo mejor a los locales florecerían las áreas urbanas del interior, traccionando mayores inversiones periféricas en educación e investigación.