Sin Impuestos no hay Estado

Diciembre 2013

Resulta usual en la provincia de Buenos Aires que su agencia recaudadora (ARBA) incluya volantes de auto elogio y justificación en el envío de las boletas de impuestos a cada contribuyente. Propaganda estatista en estado puro, desde luego, pensada para mantener a las bestias de tiro bien uncidas al yugo de gastos del gobierno y alejadas de cualquier conato de rebelión fiscal.
En sus últimos envíos la agencia ha dado sin embargo en el clavo, con una papeleta en verdad notable. La misma reza en grandes letras “Sin Impuestos no hay Estado”. Notable porque precisamente de eso se trata siendo la provincia un caso paradigmático, desde el momento en que es una de las regiones con mayor presión impositiva de todo el planeta. Y con resultados a la vista entre los que destacan las -hoy- más de 864 villas miseria localizadas sólo en el conurbano de la ciudad de Buenos Aires, tras 26 años seguidos de regímenes justicialistas.

Resulta aquí evidente como dijo en cierta ocasión Ronald Reagan, que el Estado no es la solución sino el problema.
Un problema que gira sobre los aumentos de inseguridad, pobreza y descapitalización logrados en el distrito tras la metralla de estúpidos aplausos electorales mayoritarios en favor de una ilusoria igualdad económica y social, basada en depredar fiscalmente al trabajo productivo en aras de un Estado cada vez más grande e “inclusivo” (léase subsidiador). Estado provincial que a pesar de llevar adelante una persecución fiscal confiscatoria (claramente ahuyentadora de la inversión) no logra financiar su propio déficit si no es con mayor endeudamiento. Con pérdida gradual de calidad de servicios e  infraestructura públicas, trasladables a la siguiente generación.

Los socialistas en general y los radicales y peronistas en particular consideran que la producción, el esfuerzo, el éxito, el talento  -en realidad la diferencia- deben sancionarse.
Aquella parte del pueblo que crea riqueza, que se diferencia, debe ser castigada convirtiéndola en no-pueblo.
Son los discriminados por hacer, progresivamente más sancionados con impuestos cuanto más hacen, como dicta la buena teoría socialista. Una suerte de tribu esclava en su tierra, obligada a desangrarse década tras década bajo un yugo legal-tributario frenante en beneficio de una próspera oligarquía parásita que, demás está decirlo, no disminuye la pobreza ni hace crecer al país (sólo roba, extorsiona, subsidia y clienteliza).

De este modo y como lo describió el propio Karl Marx, el interés del Estado se convierte en un propósito particular privado, opuesto a otros propósitos privados.
Algo que no forma y que jamás formará parte del “contrato social” argentino (aquello que aún nos mantiene precariamente unidos como nación), inscripto en la parte dogmática de nuestra Constitución.

Por tanto si ARBA, brazo ejecutor de esos bien cebados intereses privados, nos advierte que “Sin impuestos no hay Estado” es el ladrón en persona quien incurre en el fallido de señalar lo que todo ciudadano dotado de respeto por sí mismo y amor por sus hijos, debe hacer. Cual es resistir -sin violencia- tal cartel mafioso. Boicotearlo, desacreditarlo y repudiarlo en todo lugar, tiempo y modo en que le sea posible hacerlo. En las plazas, en las calles, en su casa, en sus lugares de trabajo y de reunión. Apoyando la elusión impositiva, en pos de una nueva cultura no-tributaria. 
Con condena social a los colaboracionistas de la actual economía de saqueo pero sobre todo participando en la resistencia civil dentro y fuera de sus instituciones; dentro y fuera de su sistema de partidos políticos. Reclamando sin desmayo un giro ético copernicano que comience, por supuesto, en juicio y castigo.
Reafirmando cada día a la palabra Estado como una mala palabra y a todo lo que a través de él se intente, como una mala solución para la gente. En una cruzada orientada a reemplazar gradualmente todo “lo público” (de todos; de nadie: ¡de los funcionarios!) que nos hunde en la suciedad moral y nos encadena al atraso… por iniciativas privadas en todas las áreas. A gran escala, creativas, originales, poderosas, de auténtico riesgo y responsabilidad empresaria (sin cortesanos avivados) que abran para nuestra Argentina las puertas de una abundancia tecno-capitalista de avanzada.
Abundancia popular no utópica de la que ya están disfrutando algunas otras (pocas e inteligentes) sociedades. Y aún parcialmente los propios ex socialistas chinos tras darse cuenta, finalmente, de la falacia contraproducente de oponer el interés general a la propiedad privada.

A los y las déspotas siempre les resultó más lucrativo aliarse con pequeños grupos a quienes dieron ventajas “legales” participando luego de ellas, que promover el verdadero bien común con pocas y sensatas reglas generales aplicables a todos por igual.

Como es obvio y para aleccionar a futuros votantes aprovechando cada nuevo error de la delincuencia estatal al mando, debemos saber hacia dónde vamos. Nuestro objetivo-brújula ha de ser el de “democratizar” más y más la autoridad quitando poder (dinero) al centralismo; sabiendo que en una sociedad con autoridad más dispersa, los costos de efectivizar privilegios sectoriales son más elevados y complejos y por tanto, menos practicables. Hemos, entonces, de orientarnos a descentralizar, disminuir y cercenar cada pieza de su poder monopólico. Un poder estatal de coerción que estimula la expresión plena de las peores pulsiones de la naturaleza humana, barbarismo en el que Argentina destaca.


Impulso atropellador y esclavista que también existe en algunos empresarios pero que en un sistema abierto, informatizado en red y cooperativo queda cercado por la mano invisible del mercado, sintetizada en la maravillosa palabra… competencia.





Volver a ser Inclusivos

Diciembre 2013

Dicen que la historia, como las mujeres, siente debilidad por los bribones y que su forma de manifestarlo es repitiendo la secuencia que comienza haciéndonos gobernar por un rey, para pasar luego a serlo por la aristocracia y finalmente por una democracia, que degenera a su vez en la consabida dictadura.
Nuestra actual cleptocracia con dictadura de primera minoría podría ser -con algo de suerte y perspicacia- la fase preparatoria de un cambio de fondo que impidiese repetir una vez más el ciclo, si es que (como parece) nuestra dictadora no logra reiniciarlo como reina.

Podría no ser ineluctable el ser usados; manejados siempre por bribones rodeados de aduladores oportunistas.
Sucede a veces. Como nos lo muestra la misma historia en el caso de Foción, un estadista probo y muchas veces reelecto en la antigua democracia griega. Cuando alguna de sus alocuciones en la Asamblea era ocasionalmente interrumpida por aplausos, preguntaba sorprendido: “¿Acaso he dicho alguna estupidez?”.
Simular confiar en el simple criterio del mayor número como respuesta racional a problemas de gran complejidad es por lo menos peligroso; sobre todo en nuestro país, con nuestra experiencia y tras haber oído hace muy poco al erudito M. Aguinis recordándonos la “casualidad” de que la única palabra que puede formarse con todas las letras de argentino sea… ignorante

Desde luego, la patria de nuestros ciudadanos pensantes es -como decía A. Einstein- el mundo y la integración tecnológica, la multiculturalidad enriquecedora y el mercado global como objetivos, nuestro destino (y desafío) manifiesto. Fueron pilares del ascenso argentino hace un siglo y su demolición ignorante, causa de nuestra decadencia al bloquear a los desaventajados sus oportunidades de inclusión en el progreso. ¿Cómo volver a ser inclusivos?

Las expectativas, los sentimientos o la simple intuición sobre un candidato, sin la base de cierta sabiduría social (agravada hoy tras muchas décadas de des-educación pública) son definitorias. Tienen una gran importancia, que no deberíamos subestimar dentro del mal sistema que nos ata, mas no son suficientes para reencauzar nuestro destino colectivo. El uso casi exclusivo de estas pulsiones a la hora de votar es un camino que conduce al pronto desencanto de una enorme cantidad de argentinos, obligados a tolerar graves incorrecciones con las que no comulgan en absoluto y peor aún a colaborar con ellas, financiándolas a punta de pistola.

Más y más gente empieza a darse cuenta de que quienes conducen el Estado, en su desesperada búsqueda de legitimidad para seguir con el forzamiento intentan unirnos en su torno agitando banderas e inventando amenazas exteriores, perentorias colaboraciones “solidarias” o reyertas entre sectores productivos. Calamidades que no tendrían lugar (o se verían minimizadas en proporción de 10 a 1) si ellos mismos dejasen de estorbar al capital de riesgo y a la gente emprendedora, quitándose de en medio.

En lento peregrinaje, vamos dejando de ser nación. Se estrangula en millones el deseo de vivir juntos que la define y cuando este se pierde, no hay política que pueda sustituirlo.
Un deseo que flaquea, tras recordar que una institución es eficiente cuando el servicio útil que brinda es mayor al costo que representa. Supuesto que nuestra institución Estado nacional no cumple ni remotamente desde hace más de 7 décadas.
Y tras comprobar que el declive institucional argentino está hoy bien consolidado en casi todo el arco político bajo la admisión (cobarde, injusta, falsa) de que existiendo por parte de los grupos beneficiarios de este sistema, resistencia a modificarlo, el costo (principalmente político) de hacer las cosas bien (aún con beneficio para los más) sería mayor que el de seguir haciéndolas mal.
Cosa que no sucede sólo aquí, claro, y que explica porqué las sociedades rara vez logran progresar de un modo lineal; menos aún sin sufrir.
A más de sugerirnos la clave para que nuestro pueblo sí  lo logre, aventajando al resto. Volteando el “arreglo” estatista anti propiedad privada, muy conveniente para quienes nos parasitan; como ocurre hoy con el nuevo peldaño violatorio de tales derechos, que se cuela de varias maneras en el proyecto oficial de Código Civil, retroceso con el que gran parte de la oposición (¡cómo no!) simpatiza.

Inclusión social y propiedad inviolable van de la mano, por más que a la mayoría le disguste admitirlo. Ya que al proteger con firmeza constitucional este derecho asegurando al legítimo dueño el goce del beneficio más íntegro posible de lo creado y producido (algún día, idealmente, todo), la sociedad se asegura un aumento exponencial de las inversiones, del producto nacional y de las oportunidades de bienestar para todos y cada uno de sus integrantes.
Un giro mental de 180º que tendrá lugar cuando los representantes de la mayoría asuman que los beneficios de tal seguridad jurídica superan los costos de seguir acotándola.
Representantes, por otra parte, beneficiarios del “arreglo” que terceriza tales costos violando propiedad privada a través, por ejemplo, del ahorcamiento impositivo de los -aún- no  parásitos.


En tanto propiciamos el cambio de fondo (una poderosa sociedad cooperativa y libertaria de gran riqueza general, trabajadora y respetuosa de sus contratos sin el estorbo de un Estado ladrón) deberíamos dar apoyo efectivo a quienes proponen dejar de frenar con tantos impuestos (más del 80 % de su renta) al agro, nuestro sector con mejor capacidad de reacción. Produciendo y exportando más se incrementarían los ingresos regionales, con ampliación de sus mercados y con crecimiento de industrias subsidiarias y residentes. Así, agregando valor a lo producido y sirviendo mejor a los locales florecerían las áreas urbanas del interior, traccionando mayores inversiones periféricas en educación e investigación. 





El Estado Estorba

Noviembre 2013

La presión tributaria ha llegado en Argentina a su mayoría de edad. Quedándose el Estado con más de la mitad de todo lo que somos capaces de producir, es hoy una de las más altas del mundo.
El enorme peso de los impuestos sobre el quehacer económico se ha consolidado como uno de los dos principales frenos al desarrollo del país. El otro es un kafkiano intervencionismo, que asesina nonata nuestra gran capacidad para generar nueva riqueza innovando.

El Estado no sólo no ayuda. Estorba. Y mucho.

Hace poco más de 3 generaciones la economía argentina era mayor a la de toda Latinoamérica sumada y avanzaba, descontando terreno a las 5 o 6 potencias mundiales que todavía nos superaban. Nos gobernaba el liberalismo. El respeto a la propiedad ajena era norma.
Hoy, sólo Brasil ¡nos supera en más de 5 veces! Nada cabe agregar: quienes siguen votando progresismos deben ser conscientes de que su voto… es una puñalada en la espalda de la patria.

El lucro cesante y el daño emergente que sobre los más pobres ha resultado del largo peregrinaje populista de 3 generaciones hacia esta situación, es algo inconmensurable.
Difícil de cuantificar, por lo monstruoso. En sinergia social perdida y en bienestar del que no disfrutaron los que ya murieron durante el proceso. En ventajas de las que no disfrutaremos quienes vivimos y aún los no nacidos, hasta tanto el actual camino de sobrecarga estatista pueda ser desandado.
La historia económica del mundo nos ha enseñado que “quien las hace las paga”. Y también que lo que está mal que haga uno, sigue estando mal cuando es hecho por una mayor cantidad de personas. Es decir, que las normas éticas o morales no varían conforme la opinión mayoritaria (ni se eluden así los costos de su violación).

Observémoslo ahora desde otro ángulo: si alguien se abstiene de comprar algo a un tercero, no viola ningún derecho de esa persona. No violamos derecho alguno de la comerciante equis al decidir no comprarle, por ejemplo, un reloj cualquiera que sacó de la vidriera y que acaba de mostrarnos.
No puede obligarnos a salir de su local con el reloj y a continuación enviar a su personal de seguridad a quitarnos el importe de su costo en la calle y por la fuerza. La norma de sentido común que indica que eso está mal no variaría, si en lugar del comercio de marras se tratase de, por ejemplo, los tres representantes de muchas decenas de comerciantes agrupados en un shopping quienes nos hicieran arrojar al estacionamiento, para luego cerrar las barreras y despachar guardias armados a efectuarnos el cobro.

De generalizarse, habríamos perdido la libertad de opción sobre algo que necesitamos y para lo que, incluso, tendríamos cierta capacidad de pago, debiendo en lo sucesivo llevar lo que otros quieran elegirnos y darnos (“el” reloj, en este caso).
Aceptar tal regla general de no-opción sería de gran beneficio para el sub grupo de los comerciantes. No tardarían en alcanzar un acuerdo de Cámara para anular toda competencia y ajustar hacia arriba los precios hasta obtener la ganancia deseada. Para repartirse el mercado minimizando el riesgo patrimonial, la innovación y el costo financiero de mantener un buen stock de mercadería.
Votándolo o no; en las urnas o en el Parlamento; más allá o más acá del espíritu o de la letra constitucional, nos referimos a un sistema de mercado cautivo de poco costo para el sub grupo y que lo colocaría en situación de privilegio monopólico con respecto a todos los demás sub grupos.

Esto que parece en lo absoluto totalitario e inaceptable es precisamente lo que sucede hoy, aquí mismo y a gran escala.
Se trata del sub grupo Estado, tan promiscuo y simbiotizado en nuestro derredor que resulta difícil de visualizar con objetividad.
Un gobierno omnipresente que devora más de la mitad de nuestro esfuerzo y que nos entrega lo que él decide (muy poco, muy malo y muy tarde), es un cachetazo a la dignidad de los 44 millones que lo bancamos. Más aún si esta actividad estatal “de entrega” beneficia a quienes la comandan, a sus parientes, testaferros y amigos. Peor aún si la escala de ese abuso de poder es enorme, descarada ¡e  impune!

Golpea duro nuestro sentido común sufrir rutas llenas de pozos donde desde hace décadas deberíamos tener autopistas; calles y caminos de tierra donde deberíamos tener pavimento; trenes obsoletos donde deberíamos tener redes ultramodernas de pasajeros y cargas; playas barrosas y basurales donde deberíamos tener grandes puertos y estaciones aéreas; educación y salud públicas de cuarta cuando deberíamos estar proyectando a nuestros jóvenes a la ciber-igualdad de oportunidades y a nuestros pensionados a un retiro de vidas largas y sanas, pleno en comodidades a nivel del siglo XXI. Listado de necesidades básicas insatisfechas (y perfectamente posibles) que podría extenderse por hojas y hojas.
Indigna que para enriquecerse dándonos espejitos de colores, este sub grupo nos cobre bajo amenaza, por la fuerza bruta cual si fuésemos sus esclavos y a precio de oro todo aquello que jamás elegiríamos. Como la comerciante del reloj trocada presidente o los 3 representantes del shopping en ministros, legisladores y jueces.
Colman nuestra paciencia cuando, además, succionan nuestras horas de dura labor para financiar a hordas de vagos y atorrantes con “derechos” vitalicios y hereditarios a lo que de ningún modo se ganaron. ¿Sabrán que el ingreso no se redistribuía sino que se ganaba, cuando nuestro país iba camino de ser superpotencia?

Por abusos mucho menores guillotinaron al rey de Francia y a sus oligarcas, vampiros del esfuerzo ajeno como son aquí la casta política, los empresarios cortesanos y otros oportunistas, todos auténticos cipayos y vendepatrias que hicieron de aquella gran Argentina la cueva de ladrones y hazmerreír del planeta, que es hoy.

El Estado estorba y somos millones, sin duda, quienes aguardamos un duro y correctivo Nürnberg (o Juicio de Núremberg) criollo.





Agredidos

Noviembre 2013

Tras la euforia cívica de haber participado durante esos gloriosos (y costosos) 2 minutos de éxtasis electivo de los que gozamos cada 2 años, no estaría de más retomar por otros pocos minutos el perdido arte de la reflexión política, un grado más allá de lo usual.
Sabiendo, como sabemos todos, que fue estadísticamente mucho más probable haber caído muerto camino del comicio… que nuestro voto haya servido para cambiar -realmente- algo.

Nadie desconoce que en la democracia real son los más fuertes, con mayor influencia y/o capacidad de extorsión quienes pueden condicionar al gobierno haciendo que sus políticas los favorezcan, más allá de los discursos “políticamente correctos” y del voto de la gente.  Se trata de aquellos con poder “de facto” de presión.
Hoy y aquí, la corporación estatal en el intercambio de "favores" entre sus 3 poderes y con sus demás clientes naturales, los empresarios cortesanos partidarios del proteccionismo, los gremialistas corruptos, los líderes de turbas facciosas y otros grupos con similar… convicción democrática.

Indefectiblemente, intereses sectoriales que logran privilegios.

Simples agresores sociales que sustituyen sin ruborizarse el núcleo de nuestra bella teoría constitucional (igualdad de oportunidades y ante la ley, libertad de prensa, industria y comercio, no discriminación impositiva etc. etc.), por una suerte de Ley de la Selva donde pueden conseguir más del Estado para su parcialidad mediante sobornos, asociaciones ilícitas y retornos de negocios a costa de los intereses de la inmensa mayoría de la población.

En una democracia ideal, en cambio, el gobierno no podría (aunque quisiera) permitir que se violasen los principios constitucionales. Aquellos con el garrote más grande no tendrían entonces oportunidad de forzar el establecimiento “legal” de privilegios generadores de riqueza fácil pisando cabezas ni hundiendo el futuro de los demás ciudadanos.
Si viviésemos esa utopía no sería posible inclinar la cancha ni la balanza de la Justicia en favor de nadie. Tampoco trocar las infinitas negociaciones particulares que se dan a diario, en batallas desiguales donde algunos cuenten con árbitros (funcionarios, legisladores o jueces) que fallen en su favor.
Es decir: los poderosos no podrían aplastar la igualdad, frente a la sana competencia que siempre beneficia al mayor número.

La moderna democracia representativa, republicana y federal surgida hace escasos 226 años en los Estados Unidos y aplicada hoy en la mayor parte del mundo civilizado, es la real del primer párrafo. La ideal funcionó, sí, pero duró poco diluyéndose probablemente sobre el final de la gestión del presidente norteamericano James Monroe, hacia 1825.
Porque el sistema es, por más controles cruzados que se le agreguen, víctima de su intrínseca tendencia -de su gen letal- al crecimiento del intervencionismo “iluminado” en todos sus estamentos. De su pulsión, tan humana, al abuso de poder. Y del consecuente gasto estatal, convenientemente tercerizado a través de tributos cobrados de la única forma posible: bajo amenaza armada.
Llamando al pan, pan y al vino, vino: burdo forzamiento numérico comprado a través de la mencionada ley del más fuerte.

Es la razón por la que, en la cruda realidad, la democracia se limita a mantener -con mejor maquillaje, admitámoslo- la vieja fórmula de usar la estupidez humana en beneficio de castas parásitas.
Actuando en 2013 en espejo con lo que sucedía durante  las monarquías absolutistas, con despotismos como los de 1713 (nobleza desprestigiada, clero materialista, inmovilidad cultural etc.) que tantos cientos de millones de ilusos creyeron haberse sacado de encima mediante el advenimiento del “gobierno del pueblo”.

Soñar con pececitos de colores en política, siempre fue peligroso. Comprensible hoy, tal vez, en un entorno de mujeres y hombres de labores, vestimentas y distracciones simples. Productos del cínico pan y circo; del “plan” y el “Fito”; de la educación escasa y sesgada a que se redujo a la mansa mayoría de nuestro pueblo.
Pero preocupante en señores sofisticados de finos trajes y casas confortables. En señoras elegantes; cosmopolitas y educadas. En argentinos informados y profesionales de clase media; de alto orgullo patriótico y sentido global de responsabilidad histórica, que educan a sus hijos en buenos colegios y universidades.
Soñarlo allí, más que peligroso es, en tanto élite ética e intelectual, criminal. Además de irresponsable, cobarde y muy cruel con los que no tienen la suerte de “zafar”, como ellos, de la agresiva negación de progreso en curso. La real; la de los pobres de 3 generaciones.

Quizá tuvo razón un fastidiado Carlos Pellegrini cuando alguna vez ironizó por lo bajo: “Señores, no hay voto más libre que el voto que se vende”. O cuando en otra ocasión, comentando los resultados de la ley Saenz Peña de voto universal, secreto y obligatorio recapacitó sobre posiciones previas afirmando: “Acabamos de entregar un arma cargada a un niño”.

Hasta aquí, la realidad de facto. Lo desesperante por inadmisible. Por contrariar todo lo que nos inculcaron, siendo nuestra venerada diosa democracia la máquina de impedir (y vampirizar) que es.

Nuestro verdadero camino de liberación nacional, nuestro manifiesto más radical y movilizante sería el que llegase al corazón de las mayorías perforando aquella capa de centenaria estupidez humana, con la consigna de regalarnos una dirigencia impedida de agredir al común de la gente, legislando ventajas para algunos a costa de todos.
En un sistema que se orientase gradualmente hacia lo filo-libertario, con un Estado que se atenga al muy católico principio de oro de la subsidiariedad. Reducido a  instituciones administrativas dentro de una efectiva estructura asistencial y de servicios  privados, operando -como consecuencia- en una economía “con esteroides”, de plena ocupación, altos salarios y gran soberanía individual del trabajador. Gobierno que estaría inmerso, también él, en la mencionada igualdad ante la ley y que debería por tanto someterse como todos al aún más cristiano principio de no agresión.

Agresión inmoralmente avalada del vago sobre el laborioso, en primer término.

Los ladrones, intelectuales y ateos de izquierda odian al libertarianismo porque saben que a plazo fijo es el gran adversario filosófico al que deberán enfrentar. Y que serán los libertarios quienes finalmente desnuden al socialismo ante la gente, pasándole factura histórica de las miserias genocidas, de las terribles pérdidas de tiempo causadas y de sus robos monstruosos (como los desfalcos kirchneristas: ¡otra que “década infame” de los años ‘30!).
Porque los liberal libertarios son los portadores del único sistema de ideas de vanguardia para la elevación popular sin fisuras éticas; de un progresismo moral verdaderamente revolucionario en su no-violencia militante.
De inmenso potencial productivo, sí, pero con el inteligente atractivo adicional de fluir en perfecta armonía con la naturaleza humana.





Camino de Liberación

Octubre 2013

Los convencidos de que la democracia constituye el puerto de llegada y el “fin de la historia” en cuanto a innovaciones en busca de la mejor forma de organización social, gustan remontar la prosapia de su sistema a la antigua Grecia.
Una democracia que operó entre los años 510 y 322 a. C y que de elecciones secretas, obligatorias o universales tuvo poco.
Por caso, el derecho de voto se limitaba a los ciudadanos varones. Donde en el apogeo de la propia Atenas, una ciudad de más de 200 mil habitantes, eran menos de 30 mil los hombres en posición de votar de los cuales más de la mitad no lo hacía por motivos de ocupación y distancia. Y donde el resto eran esclavos o, en mucha menor medida, mujeres libres y residentes de distinta procedencia sin derecho de sufragio.
Con algo más del 7 % de electores sobre el total de la población, entonces, la Grecia clásica evolucionaba bajo lo que describiríamos como aristocracias u oligarquías. Gobiernos electos por una élite ilustrada sin tomar en cuenta la opinión del 93 % restante. Como los que nuestra Argentina tuvo entre los años 1853 y 1916 d. C.

Algo que no obstó a los helenos para convertirse en paradigma universal de civilización, cuyo decálogo filosófico y método científico son considerados la génesis del pensamiento y la tecnología que hoy marcan el ritmo vital del planeta.

Pero hay algo más interesante aún en el ejemplo griego: la historia política de esos 188 años que iluminaron por vez primera a la humanidad es la de comunidades totalmente independientes; por lo general pequeñas ciudades con pocas hectáreas de tierra a su alrededor. Grecia nunca constituyó una nación: sólo se trató de personas con la misma lengua y religión, distribuidas en un gran número de Ciudades Estado unidas (o no, según las circunstancias) por cambiantes acuerdos de mutua conveniencia.

Antecedente notable que cierra un círculo histórico de 2.500 años, llegando hasta lo que en esta segunda década del siglo XXI se entiende llanamente por democracia: un método estable para que la mayoría menos creativa pueda confiscar la porción que considere conveniente de lo producido por la minoría más creativa, para repartírsela entre ellos. Un final de viaje más que evidente, advertido en su momento por el propio Sócrates.  

La actual tendencia a la formación de Ciudades Estado donde poco a poco puedan agruparse (física, virtual o económicamente) todos quienes se sientan atropellados en su libre albedrío por una mayoría con la que no están de acuerdo y a la que no desean financiar, cierra de algún modo aquel círculo evolutivo.
En efecto, es de esperar que muchas actuales ciudades y regiones con posibilidades de autosuficiencia por intercambio global sigan en décadas próximas el camino independista -al estilo griego-  trazado por metrópolis como Singapur, Mónaco, Hong Kong, San Marino, Macao, Liechtenstein u otros sitios de pocas hectáreas pero gran poderío y bienestar popular, donde la sociedad abierta y el progreso imperan de la mano del respeto a los derechos de propiedad.
Como también podría esperarse el surgimiento de enclaves plenamente socialistas. Ciudades Estado donde se haga realidad un igualitarismo voluntario, para todos los que deseen distribuir el producto de su esfuerzo con el resto de sus camaradas ciudadanos.

Hoy, quienes se atreven a pensar haciendo abstracción de herencias ideológicas y resentimientos histéricos, con la mira puesta en mejorar en serio la condición de los desfavorecidos, observan que la democracia sigue siendo lo que siempre fue: negocio de élite.
En nuestro país, de una oligarquía no-ilustrada de políticos ladrones, empresarios cómplices y sindicalistas corruptos mucho más ocupados en acrecentar sus fortunas malhabidas y su impunidad judicial que por servir honradamente a la sociedad que los sostiene.
Una sociedad de la que se sirven y de la que ríen en sus barbas. Una a la que mantienen entre la ignorancia y la pobreza mediante golpes de demagogia y limosnas de subsistencia; tal es su  negocio.

Pero un pueblo responsable también de haber colaborado con votos en favor del parasitismo: entre muchas otras formas a través de más empleo público (usado como subsidio de desempleo), más intereses creados (con estatutos de privilegios supra constitucionales), de millones de abonos clientelares sin contraprestación o de innúmeras pensiones concedidas sin mediar aportes previos. Ciudadanos comprados con “derechos” que para hacerse efectivos deben violar, cada vez, derechos anteriores de otras personas. Un paso adelante y dos para atrás, consolidando en cada comicio el declive nacional.

Un necrosamiento inducido del tejido social que puede verse incluso en la zona euro, donde el nivel de exacción, regimentarismo y gasto de sus social-estatismos es de tal magnitud que frena la inercia de sus otrora poderosas economías. El crecimiento de su producto es muy inferior al de las Ciudades Estado capitalistas y sus índices de deuda y desocupación, extraordinariamente superiores. En especial, claro está, con el desempleo juvenil en tanto clave de toda una tendencia de futuro: basten como ejemplo los de Francia (26,5 %), Italia (40,5 %), España (56,4 %) o la misma Grecia (62,5 %).

Jóvenes migrantes laborales, auto-exiliados fiscales y multitudes indignadas en muchas ciudades podrían estar tejiendo un entramado diferente. Uno mucho mejor para quienes crean trabajo, deseosos de hacer un corte de manga a la actual mafia estatista; a sus oligarcas, a su cavernaria violencia impositiva y a sus parásitos vitalicios.

Ciertamente la democracia (la real, no la utópica que nunca funcionó, esa que alguna vez se soñó frugal, plena de nobles vocaciones de servicio, división de poderes y contralor; firme garante de vidas, libertades y bienes) no es el fin de la historia. En todo caso es una etapa más, primitiva y forzadora, destinada a ser superada. 
Sólo parte de un largo camino de liberación en cuyo horizonte pueden ya leerse dos palabras que harán historia durante los próximos 25 siglos: capitalismo libertario. 




Esperando la Riqueza Popular

Octubre 2013

Nuestra Argentina bien podría considerarse el laboratorio ideológico (y psicológico, por qué no) de la región. El país que habiéndolo tenido todo se hunde poco a poco aferrado al palo mayor de su inmadurez, mientras sus vecinos pobres lo superan.
A pesar de haber puesto a la comunidad en “modo trabajo-esclavo” y tras una alambrada de reglas dirigistas, succionando más del 50 % de su renta (y la del complejo agrario en más del 80 %).  Un pueblo que sigue hundiéndose, aún tras 10 años de fuerte viento comercial de cola.

Sentimos la vida en Argentina estresante y difícil, porque transcurre en un campo de batalla donde la retaguardia rezagada del populismo (fiel representante de frenos burocráticos e intereses creados) sigue dando su pelea, ya perdida, contra las libertades personales; contra toda riqueza obtenida por derecha.
Una guerra de infanterías de bayoneta y cañones tirados por caballos contra misiles guiados por láser desde el espacio. De una vetusta (pero increíblemente soberbia) “ingeniería social” impuesta por la fuerza bruta, contra la creatividad empresarial y la inversión tecnológica del capitalismo. En suma, una negación inútil de las más éticas, útiles y profundas tendencias de la naturaleza humana.

De entre la bruma de esta “era del simio” de la ciencia económica, se abre paso un paradigma sin soberbia; más realista.
Es el que postula asumir la realidad de que la economía se funda no en los planes del burócrata sino en la inagotable inventiva privada. Vale decir, en la continua generación particular de nuevos fines a alcanzar y de nuevos medios para lograrlo, en un flujo de informaciones, conocimientos, innovaciones y replanteos que torna lastimosamente fútil (más aún: contraproducente) todo esfuerzo de “mejora” coactiva del bienestar general por parte del gobierno.

La inteligentzia ya sabe que los postulados de eficiencia estática en los que hasta hace unos años se basaban los planificadores para sus cálculos de costo-beneficio, sustentadores de la entera teoría del Estado Subsidiador (o socialismo “light”, para diferenciarlo de su cercana mater ideológica: el socialismo comunista genocida bien asumido), quedaron obsoletos.
La frenética codificación fotográfica de datos y el planeamiento reglamentario subsiguiente quitando, autorizando, frenando y privilegiando mezclas magistrales de lo que se entendía por “justicia” y “eficiencia”… son material de museo.
Señores economistas (y opinadores de café) pro-Estado: procedan a acotar su vanidad intelectual, por favor. La economía no era una foto en sepia que pudiesen retocar sino un vertiginoso DVD digital y el no haberlo comprendido a tiempo fue causa directa de grandes padecimientos, todos evitables, infligidos a la gente sencilla por ustedes. Perdimos demasiado tiempo en su peligroso juego de aprendices de magos.

Hoy se sabe que cada ser humano es el empresario de su propia vida, no siendo las empresas otra cosa que la suma inteligente de tales valiosas individualidades, desarrollando su función sinérgica desde una base personal y hacia lo colectivo en forma voluntaria, con una eficiencia operativa y una coordinación absolutamente dinámicas.  
orientables mediante unos pocos y firmes tratos básicos (los de nuestra Constitución original, por ejemplo). Nunca manipulables por terceros iluminados, sean estos elegidos o no por  una mayoría.
Una dinámica de riqueza popular que sigue aguardando a ser liberada en nuestra ex república, más allá de la confusa opinión que mucha gente tenga de conceptos tan bastardeados como equidad, justicia social y rol del Estado.

Porque toda la cháchara populista, su soporte teórico minado de criterios estáticos y el dañino mito de la solidaridad “a palos” implosionan cuando la dignidad parental de un buen empleo y el dinero sólido empiezan a fluir sin estúpidas trabas fiscalistas hacia las clases medias y bajas. Como ya está ocurriendo, por cierto, en algunos países con bastante más “viveza” social que el nuestro.

Sabiendo que la mayoría decente antepone consideraciones básicas de justicia al puro racionalismo de la eficiencia productiva y del progreso material, todo líder inteligente, a más de limpio y creíble, debería asumir la necesidad de fundamentar su propuesta en un marco moral incuestionable. Marco que solo puede sostenerse adhiriendo a la ética libertaria, que no deja cabos ideológicos sueltos ni suciedades amorales bajo la alfombra.
Porque lo cierto es que no deberíamos resignarnos a avalar la barbarie: más allá de estar todavía aceptando la subjetividad de que el fin político justifique los medios atropelladores, existen principios morales de validez objetiva, que son anteriores. Y que deberían prevalecer -por muchas evidentes razones- sin importar hacia qué maizal ajeno esté siendo arreada, otra vez, la piara.

Sucede que eficiencia y justicia son las dos caras de la misma e indivisible moneda, ya que sólo lo socialmente eficiente hace posible lo que es económicamente justo y viceversa. Principios morales y ganancia individual lejos de ser conceptos contrapuestos ¡son abrumadoramente complementarios!
Hoy se sabe que el mercado es un proceso dinámico y que su eficiencia en crear riqueza social sólo es compatible con un tipo de justa equidad. Que es la que enjuicia comportamientos particulares (no colectivos) según normas morales de derecho natural clásico (como las que prescribe nuestra Constitución original, por ejemplo) protegiendo con firmeza, entre otras cosas, todo bien lícitamente adquirido.

¿Por qué las demás alquimias son inmorales? Porque en su coerción redistributiva obstruyen el libre ejercicio de la función empresarial de coordinación social creativa. Porque van en contra del derecho de propiedad, que implica el derecho a los resultados de la propia creatividad. Y porque ir en contra de estos dos derechos, en cualquier proporción, es ir contra los principios de fondo que hicieron posible nuestra civilización, haciéndonos retroceder hacia la miseria. Y hacia su hermana gemela, la violencia social.

Que es exactamente lo que nos pasa.

Afirmación de inmoralidad probada en el fracaso universal del socialismo, tras los últimos 70 años de masivos experimentos con su “ingeniería social” y sus corruptas dictaduras de soborno electivo, en lo que fue (y aún es) el más costoso; obcecado intento de negación de libre albedríos de la historia humana.
Demás está decir que ninguna medida de veneno será buena y que en cualquier compromiso entre alimento y toxina, habrá de ser el organismo entero (empezando por su sector más vulnerable) el que sufra.





Justicia Libertaria

Septiembre 2013

Por fortuna existen personas capaces de ver más allá de lo obvio.
Mujeres y hombres que no se conforman con “lo que hay”; que no aceptan resignadamente el dogma oficial y la vileza consumada; que se atreven a concebir, plantear y apoyar algo distinto; algo mejor.
De no ser por su aparición esporádica a lo largo de la historia aún viviríamos en el oscurantismo. Seríamos más víctimas de la tiranía y la miseria de lo que actualmente somos.

Hablamos de individuos de fuerte conciencia cívica y social que se atrevieron a enfrentar tanto la soberbia del déspota como la descalificación del pusilánime. Hombres y mujeres que compartieron virtudes como la honestidad intelectual, el amor por la humanidad y un edificante espíritu crítico.
Revolucionarios que, cada uno en su tiempo, sentaron las utopías que jalonaron los avances de la civilización sobre el miedo y la coerción, a veces a costa de sus vidas.

En nuestro tiempo sigue habiendo revolucionarios, claro. Pero no son los que el mito urbano imagina sino los que luchan por cosas como la integración multicultural, una educación evolucionada para todos, el respeto absoluto por el prójimo, la no violencia en todo el campo de la acción humana, los derechos individuales frente al torvo simplismo del “somos más”, la persona como fin en si misma en lugar de como medio para los fines de otros o… por una justicia más comprometida con la equidad.
Los revolucionarios que hoy defienden ideas como estas entre la  melaza dominante del social-estatismo que las niega de hecho, se llaman libertarios.

El concepto libertario de Justicia está entre los que fascinan y atrapan la imaginación por su sentido común y bella simpleza, en total coincidencia con nuestra naturaleza humana.

Veamos primero cómo funciona la Justicia actual: cuando un individuo delinque, su delito se considera una ofensa contra la sociedad y es esa sociedad en tanto entelequia colectiva quien debe ser compensada por el delincuente.
Se recluye entonces al reo en una cárcel comunal como castigo por el daño causado y pasado cierto tiempo, es liberado para volver a convivir con los demás.

La víctima, supongamos que una mujer asaltada y golpeada, no es considerada en el sentido de resarcimiento quedando al margen del proceso, que sigue su curso en favor del conjunto social.
Posteriormente podrá tomarse la molestia y el gasto de demandar al delincuente intimándolo a que devuelva lo robado o a que pague por el daño moral, físico o lucro cesante, causa que podría incluso prosperar. Rara vez, sin embargo, conseguirá recuperar lo que en justicia le corresponde. Para no hablar de la escasa probabilidad ab initio de que la actual policía del Estado atrape al ladrón, recupere la totalidad de lo sustraído y devuelva rápidamente a su propietaria lo que le pertenece.

Así, en el mejor de los casos, todas las mujeres y hombres pertenecientes a esa sociedad que no fueron afectados por ese ilícito particular (todos menos una, en el ejemplo), habrán de pagar con sus impuestos los gastos que demande capturar, juzgar, vigilar, alimentar, brindar techo, calefacción, atención médica etc. a ese delincuente durante años.

El concepto libertario de Justicia es diferente: cuando un individuo delinque, su delito se considera una ofensa a la víctima.
El juez decidirá entonces el monto de dinero que el atacante del caso deberá entregar a su damnificada a fin de resarcir adecuadamente todo el daño causado, monto que por cierto podría resultar elevado. Si lo posee, previo acuerdo de conformidad con la víctima a través de sus abogados, puede pagar y quedar en libertad.

Aparece aquí un inusual derecho de  perdonar a alguien por una ofensa privada previa aceptación del acto indemnizatorio, abriéndose  un registro de alegato y arrepentimiento que figurará como prontuario disuasivo, con antecedentes que resultarán agravantes frente a la Justicia en caso de reincidencia.

Si el delincuente no posee esa suma o no llega a un acuerdo, pasa a una red de innovadores “campos de trabajo y educación”, con sistemas de seguridad y procedimientos de alta tecnología gerenciados por (o propiedad de) empresas especializadas, autofinanciadas.
Allí trabajará conforme a sus habilidades (previas o adquiridas in situ) para pagar en primer lugar los costos de su detención y juicio y en segundo término, su propio mantenimiento y educación en cautiverio. Los sobrantes producidos serán girados a la víctima hasta que los montos dispuestos por el juez queden saldados, sin importar el número de años que tal satisfacción demande.
Cabe esperar que la creatividad empresarial halle las maneras de disuadir al malviviente que se niegue a trabajar, a través de un duro protocolo progresivo de quite de estatus, facilidades y/o comodidades. Y viceversa, desde luego.
Pasado cierto tiempo, la víctima (o su heredera) tendrá también el derecho a dar por saldada la cuenta, recuperando el recluso su libertad.

Queda claro que tanto los tiempos mínimos de reclusión como los montos indemnizatorios se elevarían proporcionalmente en casos cuya gravedad lo amerite, como podrían ser los de violaciones, homicidios, estafa o corrupción gubernamental seria.
Como podría también ser de norma que los jueces designen como beneficiarias a instituciones de bien público en aquellos casos en los que la víctima no pueda o no desee ser indemnizada o en aquellos en los que la afectada sea, efectivamente, la comunidad.

Múltiples e imaginativas son las variantes o mejoras que una Justicia de este tipo podría admitir pero lo fundamental es el concepto de resarcir a la víctima. De no hacer pagar a otros cosas que no les competen… y de estimular un juego de responsabilidades personales, premios y devoluciones dinerarias de estricto cumplimiento.

Cambiando la óptica de “castigo” sin sentido preciso a la de implacable reparación efectiva y personal del daño causado, sumada a la siempre temida pérdida de la libertad lograríamos instalar un poderoso disuasivo contra la delincuencia potencial y habríamos avanzado en la protección de los derechos individuales a la vida y a la propiedad. El crimen dejaría de ser el “buen negocio” que en muchos casos hoy es.

Podría añadirse que en el marco de un sistema filo-libertario de fuerte innovación empresarial, con agencias de seguridad ultra eficientes, sin trabas fútiles a la actividad privada generadora de riqueza, con un alto grado de empleo y bienestar disponibles a todo nivel, cuestiones como la pobreza o la inseguridad se verían muy minimizadas.
Como sucedería también con gran cantidad de “delitos” de contravención a las reglas de un Estado opresor y ladrón como el que debemos sufrir, causas que hoy abarrotan los tribunales y que desaparecerían junto con los actuales bloqueos a la libertad de trabajar y progresar.

La delincuencia nunca desaparecerá pero tanto en esta como en otras cuestiones, la mejor solución siempre estará del lado de los derechos personales (en este caso, al resarcimiento y al no pago de gastos por algo que no hemos causado), como base inamovible para una sociedad más  justa, pacífica y civilizada.





Femenina Protección

Septiembre 2013

Una humorada que circula con motivo de las próximas elecciones, presupone el eslogan de campaña para el primer candidato a diputado de una nueva agrupación política argentina: el Partido HDP. “Soy un auténtico militante HDP. Y también un hombre común, del pueblo. Vóteme para  que pueda dejar de serlo”.

Por cierto, según el lúcido analista y autor británico Aldous Huxley (1894-1963), lo único que aprendemos de la historia, es que no aprendemos de la historia.
Una sentencia particularmente apropiada para nuestro país. Y dentro de el, para el movimiento peronista. Sino en materia de ascenso a la fortuna para sus dirigentes, al menos en asignaturas tales como el ascenso de la Argentina en el mundo o el progreso ético y material de nuestro pueblo con respecto a otros.
Su logro (con ayuda parlamentaria del pleno de la centro-izquierda) de quebrar ética y materialmente a una nación “condenada al éxito” por la abundancia de sus recursos y las notables aptitudes de su gente, denota una falta de competencia extrema en la tarea de aprender de los propios errores.

Pero la incompetencia justicialista parece revelarse mejor, de un modo casi icónico… en la triste ineptitud de sus mujeres.
En efecto: unidas por una línea temporal que saltó 3 décadas por paso y habiendo tenido poder para convertirnos en uno de los dos o tres mejores países del orbe (no era muy difícil, dadas nuestras potencialidades) Eva, Isabel y Cristina son Historia encarnando lo peor de la argentinidad. Un extracto de sus trapos sucios, vía aportes a una sociedad más miserable en todo sentido surgida tras sus 3 mal-ejemplos vinculantes de división fogoneada con resentimiento feroz, pérdida total de valores inteligentes y mentiras a destajo con robo a gran escala.
Tres dirigentes poco creíbles abrevadas en el arroyo de la ignorancia, quedan así unidas por su lamentable incapacidad para aprender de la historia.

Hubiese sido más sencillo asegurar la permanencia de la baja imposición y la “libertad de industria” que -es historia- nos habían hecho grandes a través de una valoración superior de la honradez, la responsabilidad y el esfuerzo personal. Pero se optó (de 70 años a esta parte) por contrariar el espíritu constitucional mediante el cierre proteccionista y la fiscalidad exacerbada que aún perduran, dando gas al cáncer social argentino: parasitismo e inmoralidad. Saqueo caníbal y ventajismo económico.

A propósito de ello: hoy, igual que ayer y que siempre, los países más cerrados (proteccionistas) son los que más caen en el ranking de ingresos por ciudadano (productividad nacional).
Medir mal en los rankings de pobreza y peores empleos es el resultado directo de transferir fondos (vía impuestos y mercados cautivos) de las actividades más eficientes (competitivas a nivel global) a las más ineficientes (empezando por las estatales), que terminan pagando sueldos (o subsidios) más bajos.
Es claro que la innovación empresarial resulta aplastada cada vez que una norma dirigista da prioridad a los “derechos adquiridos” (en realidad intereses creados, que pujan por frenar el cambio) por sobre la libertad para producir y negociar.

Hablamos, por cierto, del corazón del proteccionismo clientelar como sistema: proteger (bloqueando la competencia) a algunos empresarios y sectores a costa de la creación de más y mejor empleo en otros rubros, potencialmente más competitivos.
Una distribución feudal de privilegios que va en contra de la igualdad de oportunidades del mundo del trabajo (capital + visión + mano de obra), por más que se declame lo contrario.

El feudalismo pre-democrático inherente a todo peronismo (del primer Perón a la última Kirchner, extensivo a Massa, Scioli y social-radicales en general) constituye una rica “sopa primordial” o abono ideal para el florecimiento de aquello que hoy abunda en la Argentina: electorado sin opciones, empresarios pusilánimes y multitud de vivillos fracasados de toda laya aspirantes a vivir de la política. Abono para el desarrollo de dirigencias enemigas del progreso del pueblo trabajador, enquistadas en el Estado y sólo atentas a sus propios intereses. Absolutamente olvidadas de conceptos como “honradez” y “vocación desinteresada de servicio”.

Ninguno de sus representantes hambrientos de poder sirve al efecto del necesario cambio de actitud ética en el voto ciudadano, ya que para generar un acompañamiento de mente y corazón por parte de la mayoría decente, el líder y su equipo deben ser percibidos antes que nada como creíbles y honestos, amén de capaces.

Cierto es que la decadencia argentina es moral: votar por ladrones y sus cómplices es inmoral. Como también es inmoral votar a mentirosos, votar “en negativo” por envidia, odio, resentimiento o venganza, votar en favor de “caer” con impuestos agresivos sobre la legítima propiedad de otros tanto como votar por personas que admiran a regímenes que no respetan y roban a sus minorías (y la minoría más pequeña es una sola persona), tal como manifiestan públicamente los señores Binner, Solanas, Altamira o Insaurralde.
Inmoralidad… de brutales pobrezas inducidas, creadas y mantenidas por totalitarios nativos que, ciegos y sordos, siguen desplegando sus banderas a contrapelo de toda la evidencia histórica disponible (¿se preguntarán alguna vez porqué hay miedo y hambre en Pionyang -o en Tartagal- y absoluta abundancia en Singapur? lo dudamos).


En recta línea con los tres iconos de la rama femenina peronista, el propuesto Partido HDP bien podría liderar hoy esa gran coalición del “campo nacional y popular” que represente cabalmente y sin exclusiones a nuestra tan “ética y moral” centro-izquierda.





La Autoridad de la Mafia

Agosto 2013

Una convención puede ser superada con sólo concebir hacerlo.

Por caso, es convención aceptada que el Estado sostenido por los impuestos de cada individuo brinde a cambio de ello, en primer lugar, protección para su vida y propiedad.
También es parte de la misma convención que con esos tributos subsidie luego las penurias evidentes de muchos conciudadanos, así como de empresas públicas deficitarias.
Impuestos coactivos -siempre cobrados por la fuerza- que cuestan a cada argentino más del 50 % de sus horas anuales de trabajo (recordemos que antes de la década K, en tiempos de Duhalde, dicha succión giraba en torno al 22%).

Pocos reparan sin embargo en que estas convenciones de aceptación de la existencia del Estado, reposan en una gran contradicción: la de una organización “expropiadora-protectora”.
¿No es eso, acaso, lo que se entiende por mafia? Expropiar bajo amenaza para luego proteger a su criterio; bajo sus códigos.

Organización que por añadidura produce cada día menos protección a vidas y propiedades con cada vez mayor expropiación tributaria.
Lo que supone un debilitamiento de la parte creadora y reinversora de la sociedad, generador a su vez de las penurias y pérdidas antes mencionadas… a subsidiar por el político “solidario” de turno.
Una progresión en espiral producto de la continua devaluación normativa del concepto propiedad, recorte “legalizado” por congresistas y jueces que viven de ese Estado y dependen para su progreso del flujo de esos mismos impuestos, claro.
Círculo vicioso propio de cavernarios, en un mundo que ya demostró -a un altísimo costo- que propiedad privada y bien común no son conceptos inversa sino directamente proporcionales.

La falsa idea de que un improbable Estado-no-mafioso tenga justificación, configura el hilo conductor de nuestro laberinto de opresión y robo, que es el de millones de vidas arruinadas a lo largo de más de 8 décadas de mito socialista en la mente popular. O lo que es igual, de aval electoral a los irresponsables ataques contra la propiedad que jalonan el declive argentino.

¿Por qué creemos que esta contradictoria convención (la de aceptar la autoridad de una mafia) es la mejor solución para las tareas de las que hoy se encarga el gobierno (tan mal, a tan alto costo, atropellando tantas sensibilidades, tantos derechos civiles, penales y humanos)? No la es. Y deberíamos superarla, arrojándola al más profundo de nuestros retretes mentales.

Se nos dirá entonces ¿de qué sirve evolucionar en sentido libertario hoy, para no ser más que una gota de color en el océano estatista? Y sin embargo ¿qué es el océano sino multitud de gotas interactuando?
Además está la íntima satisfacción de conciencia, tanto moral cuanto intelectual de saberse en la posición correcta y más útil al interés general, sin aceptar jamás que el fin justifique los medios ni importar hacia dónde corra la jauría.
Una sensación tentadoramente agradable para otros muchos estresados de conciencia (y de bolsillo) que, sin saberlo, necesitan caminar en silencio hasta el límite del desierto para luego, sí, sumergirse en el gran océano turquesa de las libertades.
Demás está decir que los pensamientos racionales, el libre albedrío, la sacralidad de la persona y el absoluto respeto de lo ajeno suelen ser en nuestra actual “era del simio” lugares inhóspitos y solitarios. Aún así, hay que quedarse en ellos; sabiendo que “los pobres cosechan lo que los intelectuales siembran”.

La convención de que el Estado es una institución salvadora y necesaria debe ser desechada por falsa, cosa tan fácil de hacer como lo es el simple hecho de concebirla.
Siendo acto seguido nuestro deber cívico más elevado, promocionar a dirigentes democráticos convencidos de que la mayor preocupación de un gobierno consciente del futuro, debería ser acostumbrar poco a poco al pueblo a prescindir de él.

El viejo mito socialista inculcado en la mente de los sencillos afirma que el beneficio de la mayoría está en dar a cada quien según su necesidad, tomando de cada cual según su capacidad.
Pero la “efectividad conducente”, lo que sirve de verdad al bienestar social (siempre no-violento), pasa por otro lado según lo demostrara racionalmente el filósofo norteamericano Robert Nozic (1938-2002): dar a cada quien según lo que beneficia a otros, que tienen los recursos para beneficiar a aquellos que los benefician.
La distribución de acuerdo con el beneficio para quienes arriesgan, invierten, lideran y crean es pauta principal de toda sociedad exitosa y la condición de esa cooperación sistemática del asalariado es que el que la da reciba la máxima porción de resultado de manera tal que, si tratase de recibir más, acabaría recibiendo menos.

Es la nueva economía del conocimiento potenciando la eficiencia dinámica de la función empresarial (incluida la coordinación social voluntaria) lo que nos salvará. Es la competencia entre un gran número de emprendedores sin grilletes lo que beneficiará en todo sentido a la gente buena y trabajadora. ¡Deberíamos temerle a la pobreza, no a la riqueza! Al funcionario frenador, no al empresario.

El desastre que tenemos ahora, ese sí, es el resultado cierto de todo lo que no debimos (ni debemos) apoyar, cual es la existencia misma de un ente paternalista, mafioso, ignorante y golpeador.


Nunca más el monopolio del Estado con sus funcionarios haciéndose ricos, su corte de vividores, su capitalismo de amigos y su socialismo de masas subsidio-dependientes. Nunca más con sus sindicalistas corruptos, su despilfarro crónico y -para enmascarar todo lo anterior- su demencial robo tributario.




Entre el Cielo y el Infierno

Agosto 2013

Vemos en estos días cómo los candidatos de la oposición en un curioso arco que va de comunistas a conservadores, coinciden en la necesidad de que la Constitución no sea modificada.
Sólo desean cambiarla quienes están conformes con las vilezas del régimen gobernante y que anteponen alguna ventaja propia o resentimiento del hoy a toda consideración de razón, derecho, patria o futuro comunitario. Vale decir la suma de quienes como ciudadanos argentinos se asumen orgullosamente oportunistas, vividores, extorsionadores, ladrones y enemigos de los valores éticos o morales de los que quieren respetar al prójimo.  

Descartada esta última lacra antisocial de compleja recuperación, queda la publicitada “Argentina, país de buena gente” cuyos referentes aseguran querer cumplir, ellos sí, con la Carta Magna.
Es la gente que venera y escucha con atención a ese Papa surgido de las entrañas de nuestra inmigración europea y que hace pocos días, en Brasil, dijo “…debemos asegurar a cada joven un horizonte trascendente, un mundo que corresponda a la medida de la vida humana, las mejores potencialidades para ser protagonista de su propio porvenir y corresponsable del destino de todos”. Condenando al mundo actual dominado por una cultura del descarte y por una crisis económica que castiga especialmente a las nuevas generaciones, a las que llamó a salir a las calles y rebelarse contra la opresión de los políticos corruptos que bloqueen sus horizontes de elevación personal.

Un gran llamado que propone objetivos imposibles de cumplir bajo el peso de un Estado que, desde sus tres poderes, vive del saqueo tributario, beneficia a sus amigos y detiene la innovación por la vía de reducir los derechos de propiedad de todos los demás.
Incluido el Poder Judicial de la Nación que, con la Corte Suprema a la cabeza, convalida desde hace muchos años una presión impositiva inconstitucional por lo confiscatoria (se sabe que superar el 33 % lo es) en franco ataque a la propiedad privada.

Para el ejemplo emblemático del agro y con motivo de la exposición rural de Palermo (según críticos especializados, la mejor del mundo en su género) se han hecho públicos estudios que demuestran que el gobierno se apropia de entre el 75 y el 90 % de la renta anual de cada productor. A pesar de saber muy bien que casi todos ellos tienen grandes capitales lícitamente adquiridos, invertidos profunda y permanentemente en el país. O tal vez por eso mismo.
Una receta infalible para la desinversión y la ruina, verdadero tapón al progreso social de todo el interior que entre otras calamidades ya consiguió frenar (de 7 años a esta parte) el aumento de la producción granaria en el ridículo -para la Argentina- techo de 95 a 100 millones de toneladas. Algo brutalmente inmoral, antes que nada, en el ecuménico contexto de un mundo hambriento.

Por cierto, el orden económico que dispone la Constitución que la oposición dice avalar, logró colocar a nuestra Argentina entre los 7 pueblos más prósperos de la tierra con tan sólo 262 leyes de índole fiscal, entre 1862 y 1930. Simples reglas básicas para un contexto de libertad de industria y verdadera competencia.
Aunque resulte duro de admitir para muchos, no fue la democracia lo que hizo grande a nuestra nación sino sus empresarios, sus emprendedores, sus innovadores e inversores privados. Sus inmigrantes que, como los padres de Jorge Bergoglio, llegaron aquí huyendo del intervencionista “bienestar” estatal (y la consecuente miseria crónica inducida) de sus países de origen.

El posterior intento peronista-radical-militar de reordenar la economía “redistribuyendo el ingreso”, viene sumando hasta hoy unas 10.000 leyes dirigistas que consiguieron hundir en la pobreza nada menos que al 32 % de los argentinos, mientras el Chile del “insensible derechista” Sebastián Piñera reducía ese índice al actual 14 % superándonos además este año y por primera vez en la historia, en ingreso per cápita. ¡Fantástico! La juventud del Papa argentino, agradecida a sus padres y abuelos (por sus fieros votos de izquierda).

Es la mentada “cultura del descarte” que cada año expulsa a más jóvenes fuera de la cultura del trabajo y la responsabilidad personal, hacia el “paco”, la delictuosa dádiva política y la desesperanza.
Un sistema que se agota en lo clientelar, en línea con el conocido “Manual del Perfecto Idiota Latinoamericano”, premonitorio libro de los autores Vargas Llosa, Montaner y Mendoza. Y con su continuación “El Regreso del Idiota” donde aluden entre otros al idiota estrella, Hugo Chávez (con su socialismo jurásico), tan admirado por el matrimonio Kirchner.

Sólo será alejándonos de esta bestia coactiva que las palabras de Francisco I podrán hacerse carne en nuestra Argentina, en un primer paso mediante la restauración del imperio de la Constitución en lo que respecta a sus tácitos mandatos económicos, derechos y garantías individuales.

Para pasar más tarde a etapas superadoras por siempre de cualquier atroz dictadura política de mayorías con su correlato de opresiones inadmisibles -por esclavizantes- bajo la máquina estatista.
Una clase de evolución mental donde jóvenes y no tan jóvenes se permitan pensar seriamente en cuestiones prácticas, hoy revolucionarias como la no violencia impositiva, la cooperación voluntaria o el derecho inalienable a “no pertenecer” ni financiar lo que nos repugna. 
Incluido el derecho a la secesión federal y muchos otros paradigmas avanzados, ya estudiados por intelectuales de valía. Por pensadores de exquisita vanguardia como M. Rothbard, J. Huerta de Soto, A. de Jasay o H. H. Hoppe entre otros.


Porque señores, señoras, si la única herramienta mental que aceptamos es un martillo, nuestros problemas seguirán adoptando forma de clavo.