Salidera y Sovietización


Septiembre 2012

Fiel a su vocación totalitaria, la autocracia peronista que comanda la Sra. de Kirchner sigue optando por la vía del atropello.
El país entero advierte el creciente vuelco de nuestra ex república hacia un estatismo cerril, cada día más explícito. Un dirigismo ladrón pronto a apalear a quienes no quieran someterse y calcado del que hundió a todas las sociedades que forzaron su aplicación.

Un raid delictivo anunciado desde el 2003, para cualquiera con dos ojos para ver y dos dedos de frente para prever. Una auténtica salidera a escala nacional, con especial complicidad de empresarios pusilánimes y sindicalistas mafiosos que apoyaron el desfalco cívico desde el principio, sedando sus conciencias en el más despreciable oportunismo.   
Referentes que aún hoy parecen ignorar que asoma el tiempo en que acabarán aislados, lanzando golpes a ciegas y enredados en la telaraña que contribuyeron a crear de espaldas a la Argentina honrada. Con verdaderas jaurías de lobos comunistas, lanzados al control absoluto (impuestos, tarifas, salarios, reglas, precios, rentas, inversiones, productividades, propiedades) de lo que fueran “sus” comercios, industrias y gremios. Creyendo “hacer negocio” le vendieron al verdugo la soga con la que los ahorcará, junto a los que representan.

A fuer de sinceros, el lema kirchnerista “unidos y organizados” podría resetearse para los ciudadanos honestos que quedan en nuestro país como “adoctrinamiento y persecución”.
Porque ni el eventual recupero del maltratado mercado brasileño ni el exprimido de los soja-dólares (con eventual aumento, propiedad del agro) que vienen ayudando al régimen a postergar sus responsabilidades, bastan ya como viento de cola para evitar la caída de nuestra nación por el mismo embudo de aniquilación de clases medias por el que resbalaron Chile hace 42 años o Venezuela hace 14, sumiendo a sus pueblos en un lodazal de quite de garantías, insultos presidenciales, terror, barbarie cultural, divisionismo y miseria.
Argentina no está exenta -por gracia especial- de lo que les sucedió a nuestros vecinos chilenos, que huían por decenas de miles hacia nuestro país en aquellos años. La fórmula aplicada por Salvador Allende para aplastar la resistencia de la clase media a la confiscación (vg. “redistribuir la riqueza”) inspira hoy nuestra propia hoja de ruta.  
Se aplicó allí en aquel tiempo la llamada “Operación Asfixia” dirigida a financiar clientelismo con inflación, cierre al exterior y control de todas las variables para llegar después al racionamiento con delación y control civil por grupos comunistas de choque. Siguieron más leyes totalitarias y destrucción de la moneda, más impuestos expropiatorios y desocupación. ¿El objetivo? Pérdida gradual de poder adquisitivo y pauperización final de la clase media con el fin de quebrarla, diluyéndola entre la clase más baja, dependiente por completo del Estado.
Es la estrategia de sovietización y ruina de opositores usada también por el bestial payaso caribeño en Venezuela, de donde en la última década emigraron hacia Miami y otros sitios todos los que pudieron escapar: cientos de miles de familias de su clase media empresaria y profesional en un duro drenaje de sensatez, de cultura y de inversiones. A pesar de flotar sobre un “mar de petróleo” su país se hunde hoy, ahogado por niveles de narco-corrupción e inflación récord, pobreza sin fin y una delincuencia desatada que ya produjo más muertes que las estadounidenses en las guerras de Corea, Vietnam e Irak juntas.
Nuestra Argentina flota hoy sobre un “mar de soja”, pero también transita -en resignada desunión- por el mismo embudo socialista de servidumbre que termina en el averno: devorando la libertad de las personas, el pensamiento plural y la vida privada. Con una Impositiva cada día más parecida a la Gestapo y privilegios sin límite para los cómplices del modelo-salidera: toda una clase social de nuevos ricos engordados a la  sombra del atropello kirchnerista. Ellos se sienten herederos de sistemas como los de Chávez o Allende, capitaneando una delgada franja de ricos corruptos sobre a una masiva -y sometida- clase pobre. Oligarcas a los que no les interesan los valores fundacionales de nuestra patria, porque no son “negocio” para su nomenklatura.
Y tenemos una masa crítica de electores tratando de medrar un poco más, aún matando a la gallina de los huevos de oro. Con votos tan viles como imberbes prestos a acogotar a la producción nacional solazándose, además, en el antiguo pecado capital de la envidia. Despreciando la Constitución cuyo espíritu protector de la propiedad nos permitiera, hace 3 o 4 generaciones, sentar al país en la mesa de los grandes e iniciar desde la nada un crecimiento del bienestar popular pocas veces visto en el planeta.
La salida de esta porqueriza no será fácil, pero deberá hacer pie en una muy perspicaz campaña publicitaria de difusión masiva que procure convencer y alejar a la ciudadanía de nuestra Era del Simio (de estatismo con garrote). Posicionando a la libertad de empresa y a la no violencia impositiva como únicas opciones de prosperidad -acceso acelerado a la propiedad- para los más postergados y para todos los que están en el camino de la pobreza, aferrándose con desesperación a la mendicidad indigna de un subsidio “concedido” con dinero robado.
Porque es de conveniencia directa para todo desesperado asumir con claridad meridiana que todas las sociedades que creyeron en el capitalismo (el integral, no las ilusiones gatopardistas de espejitos de colores vendidas por J. Martínez de Hoz y C. Menem), aumentaron violentamente tanto su riqueza popular como su poder de negociación frente al mundo. Y que en todas las sociedades donde el liberalismo no se instaló, la gente siguió siendo pobre. Tal como lo fue durante toda la historia humana hasta la Revolución Industrial (motorizada por las provocativas ideas del capitalismo liberal), cuando todas las poblaciones de la tierra estaban integradas por una delgada franja de ricos y una inmensa masa de pobres sin clases medias, sueños ni movilidad social de ningún tipo.

Acerca de las Calles Privadas


Septiembre 2012

Preparando el terreno para el próximo paso en su plan de abolición de la propiedad, voceros del peronismo gobernante lanzaron a rodar la posibilidad de que las calles privadas de los barrios cerrados queden por ley abiertas al público. Caerían así los cercos protectores que las separan del resto del territorio.

El estatus legal vigente asimila estas calles internas al pasillo que distribuye la circulación entre las habitaciones de una casa, a los corredores, rampas y  montacargas de una planta industrial o a los caminos interiores y senderos de un establecimiento agropecuario o quinta suburbana. Está claro que constituyen hasta ahora y según la Constitución, propiedad privada inviolable.
Pero lo que también está claro es la vocación totalitaria de quienes impulsan y avalan nuestro actual régimen de democracia no republicana, donde el simple “somos más” determina el talante del amedrentamiento y despojo a aplicarse sobre individuos, minorías o clases enteras (igual que con los judíos en el régimen nazi), sin límites de ninguna naturaleza.
Como aclaró un intendente -tan obsecuente como cínico- del conurbano bonaerense,  la voluntad del pueblo está por encima de la Constitución. Adolf Hitler no lo hubiese expresado mejor.

Resulta así evidente el uso descarnado de idiotas útiles de toda procedencia por parte del gobierno, en la construcción de una estrategia de fomento al resentimiento, al acoso económico y a la división por odio que empuje finalmente a los argentinos a la claudicación. O a otra guerra civil ya que a diferencia de los ’70, la balanza de poder se inclina ahora hacia la izquierda.

Otra cosa que está clara (aunque desde hace unos 8.000 años), es que el derecho de propiedad es la base de sustentación de casi todos los demás derechos, incluidos los derechos humanos. Es el que hizo posible que saliéramos de las cavernas y que avanzáramos hasta la civilización tecnológica. Es el que cada vez que faltó (como en los modelos kicillofianos de la URSS y China con sus más de 100 millones de asesinatos políticos), hizo que volviéramos sin escalas a la barbarie. Es, finalmente, un caso perfecto (mil veces probado) de proporción directa: a mayor garantía de acceso popular y respeto a la propiedad, mayor y más rápido avance del bienestar social… y viceversa. Ley que siempre se cumple, aún cuando se verifiquen diferencias de ingresos.

La gente que hoy logra progresar lo hace a pesar del Estado. Y en verdad, los barrios cerrados con su seguridad privada son casi el único ejemplo nacional de calles seguras. Un sistema que funciona bien, prolifera y se expande pese a todos los obstáculos de la mafia gubernamental.
Es, entonces, el ejemplo a seguir en un todo de acuerdo con lo que los libertarios proponemos como norte para hacer de nuestra Argentina el país más avanzado, inclusivo y poderoso de la tierra.
Si tales cosas funcionan bien en tantas experiencias piloto a “pequeña” escala ¿por qué no habrían de hacerlo en otra mayor? Estaría bien que voluntaria y gradualmente caigan las barreras que separan a estos asentamientos de su entorno inmediato, a medida que ese mismo entorno vaya privatizando y asegurando sus calles, parques y accesos.

En el supuesto de una remisión del cáncer estatal en favor de una economía más libre y rica veamos la posibilidad, con un ejemplo de privatización de calles en barrio abierto.
Si se trata de una zona comercial, sus propietarios (los frentistas) particulares y comerciantes tendrán el máximo interés en que sus calzadas y veredas estén en buenas condiciones de circulación, iluminadas, limpias y seguras.
Al abolirse los impuestos destinados a tales fines, dispondrán de los recursos para organizarse cooperativamente y seleccionar los servicios por sí mismos.  También podrán acordar soluciones coordinadas en red horizontal con cooperativas, empresas o particulares dueños de calles y parques esponsoreados en zonas linderas buscando propuestas novedosas y escala administrativa, para una mayor eficacia y control de gestión con menores costos. Todo lo cual redundaría en una mayor afluencia de clientes y en la valorización de sus propiedades o en su defecto, en la decadencia del lugar con la gente yéndose hacia barrios más amigables.

La propiedad formal de una calle, como la de una ruta, da derecho a peaje. En casos como el del ejemplo anterior, esto no tendría sentido práctico y sus responsables se abstendrían de exigirlo pero podría ser necesario y viable para avenidas de alto tránsito (y mantenimiento costoso) o bien en accesos interjurisdiccionales, autopistas y grandes obras de infraestructura como cruces distribuidores, puentes o túneles.
Existen tecnologías disponibles para solventar en forma ágil estas mejoras a menor costo que el actual. Podría hacerse mediante sensores que monitoreen el paso de vehículos con algún tipo de microchip universal de entrega masiva, para computar pasadas y derivar cuentas mensuales a cobro electrónico. Podrían implementarse asimismo métodos avanzados de identificación y detención o penalización de infractores a estos derechos de paso.

Los conductores, por su parte, liberados de impuestos internos y de patentes dispondrán de más dinero, disfrutando además de vehículos y combustibles a una fracción de su valor actual. Eso facilitará el pago voluntario de los múltiples pequeños cargos que representará el uso de la infraestructura vial privada, haciendo que nadie más vuelva a pagar -como la mayoría lo hace hoy en tantas áreas de su vida- por algo que no usó. 

No desdeñemos el ingenio y la adaptabilidad humanas: con seguridad surgirían compañías especializadas interesadas en mantener, mejorar, proteger y construir más facilidades de tránsito cobrando por tales servicios. Y compañías de seguros asociadas a ultramodernas agencias de seguridad privada (bien armadas), actuando en conveniente sinergia preventiva.
Muchos buenos ex empleados del actual populismo ladrón encontrarían trabajo en estos y otros nuevos y demandantes emprendimientos, de factura creciente en una sociedad que, de pronto, se abriese sin tanta traba estúpida a las inversiones de capital y saltara de forma decidida hacia adelante.