Libre Crimen o Libre Competencia

Marzo 2012

Nuestro alegre carrusel comicial implica sufrir, vuelta tras vuelta, el Juego de los Idiotas Útiles que supone optar entre violadores constitucionales de primera minoría. Un divertimento que embreta al 100 % de los argentinos -estén o no de acuerdo- obligados a acompañar, financiar y sobrevivir al vivillo político de turno. Y donde el caso de la inseguridad ciudadana es una consecuencia directa más, entre la miríada de problemas innecesarios, gratuitos o mal resueltos que debemos soportar en callada continencia.

Cierta idea “loca” surgida de este hartazgo, se le ocurrió un día al señor Pérez, esforzado pequeño comerciante que vive y padece en los lindes de una barriada poco segura de la ciudad de Rosario.
Publicar en el diario zonal y notificar al Estado provincial que su policía le resulta cara y que no le sirve para nada. Que agradece los servicios prestados pero que va a prescindir de ellos. Y que va a solicitar, en cambio, la asistencia de una agencia de seguridad privada y de una compañía de seguros que indemnice eventuales fallas del servicio, para proteger a su familia, para cuidar de su terreno, su casa, su auto y su calle.

Claro que si elije dejar de pagar su fracción proporcional de impuestos para destinar ese dinero a la nueva seguridad contratada, terminará en la cárcel y con sus bienes bajo bandera de remate. Será castigado por delincuente evasor y tildado de anti patriota, porque las víctimas no son él y su familia sino… ¡el Estado! y porque los otros tres vecinos de la cuadra, con sus familiares y amigos beneficiarios de planes sociales o flamante empleo público exigirán con mirada torva que calle y que pague.

Antes, seguramente, algún veterano funcionario lo desasnará, benévolo, poniéndole una mano sobre el hombro: “Pérez, recapacite: la presidente de la nación, el gobernador de la provincia y el intendente de nuestra ciudad tienen derecho a imponerle los servicios que les parece y a cobrarle el precio que esos servicios y su administración les demanden; usted no puede decirnos que ‘se va’. Puede contratar una agencia local de seguridad privada  con una compañía de seguros asociada que lo indemnice si pasa algo pero también deberá pagarnos los impuestos por el servicio de policía estatal, aunque a usted no le sirva”. Y ensayando su más encantadora sonrisa, ajustará la tapa roscada de su comentario con un “así funciona la democracia representativa, republicana y federal”.
¿Democracia qué? Sintiendo que la mano sobre su hombro pesa 100 kilos, aquello sonará en la alterada cabeza de Pérez como demasiado parecido a la amenaza extorsiva de cobro de un monopolio que además, detenta las armas. En el lenguaje y para el sentido de justicia de la gente común, eso se llamaría…  ¡mafia!

Podría sin embargo quedarle ánimo como para invertir el razonamiento preguntándole en tono confidencial si acaso no le parecería buena idea que la policía provincial tuviera “permiso” para abrir y mejorar su negocio, su profesionalismo, su equipamiento de alta tecnología y fuerzas de movilidad rápida o su derecho de asociación con aseguradoras, prestando servicios extras “a medida” para clientes que lo solicitasen. Previos descuento impositivo permanente y pago arancelado en efectivo.
Entendiendo que la competencia es el único acicate real para un mejor servicio al menor precio ya que los monopolios, sean estos privados o estatales, corren siempre en sentido contrario.
Tal vez vería entonces al servidor público rascarse la cabeza y asentir mirando el horizonte, en pensativo silencio.

El comerciante se llamará de momento a sosiego, no insistirá con su notificación y tratará entonces de razonar en familia sobre la esquiva lógica de esta doble moral.
Por caso: si él organizara un grupo armado para defender la cuadra y dispusiera que sus hombres obligaran a punta de pistola a los tres vecinos restantes a colaborar con su parte sería tachado, con justicia, de delincuente; de despojar a la gente sin tener contratos voluntarios acordados para ese servicio. ¡Un piquete de bloqueo barrial no tardaría en reducirlo!
Pero si el gobierno hace exactamente lo mismo con él, que tampoco firmó contrato de servicio alguno (y que en las 2 últimas elecciones votó en blanco), ninguno de sus vecinos con plan social estará dispuesto a considerar a eso un atropello mafioso, ni a unírsele en rebelión fiscal.

¿Hay acaso -para toda cuestión sustancial- una ley para los del gobierno con sus amigos y otra para los ciudadanos que laboran de a pie y que financian contra su voluntad subsidios clientelistas, monstruosas incompetencias económicas, seguridad inservible, universidades subversivamente desactualizadas o empleos estatales que disfracen la desocupación?
Evidentemente sí la hay. El sistema legal argentino -acaba de descubrirlo con horror- terminó su largo viraje socialista de 7 u 8 décadas alejándose del liberalismo y ahora los protege a ellos de personas como él.

¿Es posible entonces en pleno siglo XXI que sus tres vecinos y otros como ellos elijan una déspota a cuyos decretos y leyes (o a sus engendros constitucionales) deban todos someterse entregando lo que producen, a la orden perentoria de algún escriba de poco seso, como esclavos en la Roma de Calígula?
Evidentemente sí es posible, concluye abatido: las rotas cadenas están restauradas y del grito ¡libertad! …sólo queda letra muerta.

No importa quien lo perpetre, cuántos sean ni para qué: si él obliga a alguien con un arma a entregar dinero que le pertenece, es robo. Y lo que es robo como concepto aplicable a él y su accionar, es también robo para el titular de la Impositiva y para sus mandantes, que bien podrían ser millones. ¿Millones de ciudadanos ladrones?
¿Porqué no? Esta es una Argentina enferma, llena de gente que no iría directamente a despojar con un revólver a su vecino pero que está muy dispuesta a elegir un político que lo haga por ella.

Su vida y sus bienes, concluye Pérez, deberían ser protegidos por agencias sujetas a un solo tipo de normas: las que lo rigen a él. La “ley pública” con todo ese extraño doble standard ético, debe desaparecer. Porque apañar lo contrario es seguir aceptando acciones que no son otra cosa que simple actividad criminal, encubierta como “ley”. Y no sólo en el tema seguridad, claro.

Desactivando Malvados

Marzo 2012

El libertarianismo es, en materia de teoría política y social contemporánea, la corriente que despierta un interés más profundo en politólogos y círculos humanistas avanzados, la iniciativa más revolucionaria y la de mayor futuro a largo plazo.

Analizando el origen de la moderna teoría libertaria, ya el economista y filósofo francés Guy Sorman en su libro de 1989 Los verdaderos pensadores de nuestro tiempo, identificaba a su inspirador, el también economista y catedrático norteamericano Murray Rothbard (1926 – 1995) como “hombre bisagra”. Una de esas mentes excepcionales cuyas ideas están destinadas a dividir al mundo en un antes y un después de su irrupción.

Si bien las ideas-base libertarias no han sido puestas en práctica en épocas recientes (sí en el pasado y con resultados notables), no hay duda de que están hoy en el radar social.
Tanto el publicitado discurso de su actual representante en la carrera por la nominación republicana a la presidencia de los Estados Unidos, el senador Ron Paul, como la poderosa (desordenada y a veces contradictoria pero espontánea) corriente de opinión anti-estatista y pro-libertad del movimiento Tea Party, configuran en este sentido un  verdadero faro de alerta temprana; señales luminosas de un punto de inflexión histórico en el signo ideológico de nuestro tiempo.
Sus propuestas fuertes, innovadoras y cargadas de sentido común, sus rebeliones indignadas frente a la extorsión gubernamental y sus exigencias de respeto a la libertad de elección personal calan, de una u otra forma, en todo el arco político estadounidense.
Y sabemos que lo que sucede en el gigante del norte influye tarde o temprano, por partes o en shock, sobre el resto del planeta.  

Este auge intelectual podría verse potenciado “por reacción” en la fracción educada de sociedades como la nuestra, donde impera la democracia populista no republicana (o dictadura socialista de primera minoría). Sociedades estacionadas en esa clase de despotismo de ignorantes, cínico, represivo y estructuralmente corrupto que tan bien conocemos. Y que en realidad son la utopía de ese “Estado Benefactor” que a diario vemos hundirse -aún entre los ultra civilizados nórdicos- con todos intentando salvarse pisando sobre la cabeza del vecino.

Aunque el concepto de abolición de impuestos y Estado sea sólo una tendencia, una brújula para orientarse en la selva del ventajismo político y un camino gradual de liberación, es una idea que asusta a mucha gente, que se plantea cosas tales como “los utópicos son los libertarios, que creen innecesario, caro y peligroso al Estado y que quieren pasar su poder regulador y protector a la pura cooperación voluntaria (al mercado), suponiendo equivocadamente que todos los seres humanos son buenos”.

Pero el libertarianismo nunca supuso eso, porque sabe que en la naturaleza humana conviven siempre la maldad y la bondad.
Los libertarios sostienen, si, que las instituciones sociales que sirven son aquellas que mitigan lo primero y fomentan lo segundo. Así como afirman -fundados en la experiencia- que el estatismo alentó los aspectos criminales del ser humano, su maldad innata, desde el momento en que proveyó un canal socialmente legitimado para robar y forzar a personas pacíficas que a nadie habían dañado ni agredido. Y que lo hizo a través de la coacción discrecional aplicada en forma vertical desde el sistema tributario y desde la regulación “legal” sobre vidas y propiedades. Brutalidades que han sido causa matriz de atrasos y pobrezas, frenando en todas partes el avance de la civilización.

El libre mercado, por su parte, desmotiva esa amenaza agresiva del monopolio fomentando el mutuo acuerdo y las ventajas del intercambio voluntario en redes horizontales de crecimiento abierto. Fomentando así las elecciones personales de vida, dentro de la riqueza popular de una sociedad de propietarios.
Una sociedad libre padecerá de hecho menos estrés, atropellos y violencia criminal de las que hoy sufrimos, aunque estas lacras nunca desaparezcan por completo. Una implicación de sentido común, a derivarse del giro moral de 180° en las actuales estructuras social-populistas de premio y castigo: hacia la zanahoria (con riqueza) al trabajador, al honesto y al estudioso y hacia el palo (con pobreza) al vago, al ladrón y al indolente.

Por otra parte, la percepción atemorizada de tanta gente acerca del peligro de una anarquía libertaria dominada por la maldad humana sin control estatal, choca contra el sentido común. Porque si es cierto, como ellos piensan, que en los hombres prevalecen las tendencias criminales ¿acaso están mágicamente exentos de ellas quienes componen el gobierno, monopolizan la fuerza armada y coaccionan a todos los demás? Y si en los hombres prevalece en cambio la benevolencia o al menos no prevalece claramente la maldad ¿para qué habría necesidad de un Estado con las pérdidas de tiempo, los inmensos costos e insufribles vejaciones que su imposición forzada implica?

Lo que sí está comprobado, si aceptamos la premisa de que los humanos sucumbimos a una mezcla de pulsiones buenas y malas, es aquello que sentenció Thomas Paine (1737 – 1809, intelectual estadounidense y uno de los Padres Fundadores de su nación): “Ningún hombre, desde el principio de los tiempos ha merecido que se le confiase el poder sobre todos los demás”.

Lo bueno de la cooperación voluntaria con poco o eventualmente ningún Estado obstaculizando la creación de riqueza es que allí el éxito no depende de que acertemos en la elección de seres utópicos, siempre sabios, para que nos dirijan. O de que todos los demás debamos convertirnos en seres altruistas, obedientes y desprendidos si queremos evitar la instauración de una policía política que nos discipline en la estúpida fila del relato oficial.
El mercado acepta las cosas (las tendencias humanas) tal como son y saca partido de ello con beneficio para el conjunto, obligando al malvado a cooperar si quiere ganar dinero. Siendo este el “sistema” en el que puede hacer menos daño. A más libre competencia, más malvados-ricos-corruptos desactivados.

¿Y qué es lo liberal-libertario sino el mercado abierto de la cooperación creativa, percibido como evolución política?