Todos Saben


Diciembre 2012

En lo que respecta al tema de nuestra forma de gobierno, todo argentino pensante sabe bien cuál es el juego y cuáles sus reglas.

Quienquiera que desee llegar a formar parte del gobierno, sabe que debe incorporarse a un partido político sometiéndose después a un proceso interno de selección.
Y sabe que se trata de un proceso que asigna puntajes a la inteligencia, idoneidad, dedicación y honestidad del candidato en un 10 %, aproximadamente, aunque también los asigna a otros factores en el 90 % restante.
Estos últimos pueden resumirse en lo que podríamos llamar aptitud para el caradurismo: en la obsecuencia, la mentira, la insensibilidad ético-social, la corrupción compartida y sobre todo… en la omertá (o lealtad mafiosa en pactos de silencio).

Selección de gente que, arribada al poder, resulta en un 90 % contraproducente para los bolsillos -y la elevación cultural- del conjunto social como un todo, aunque en idéntico porcentaje resulte conveniente para unos pocos acomodados políticos.
El Estado, como es tradición, se encuentra hoy colonizado por el partido gobernante. Y allí encuentra perfecta vigencia la mencionada competencia por cargos y listas electorales, que privilegia la designación de los peores.

Es dentro de este encuadre de hierro y con esta clase de personas al mando, que puede entenderse la  inexorable deriva que sufre nuestra democracia en tanto sistema.
Una suerte de pulsión indetenible hacia el máximo retorcimiento interpretativo o bien hacia la directa violación -o cambio- de toda cláusula constitucional, toda ley, toda norma, tradición, valor o institución que impida al Poder Ejecutivo surgido de una parte de la población aplicar sus  ideas anti-sistema (totalitarias, desde que empezamos a decaer con ímpetu, hace unos 70 años) sobre todos.
Lo que ha implicado colocar bajo ataque, frente a una línea de mutantes cuyo poder de fuego va in crescendo, al único “contrato social” que precariamente nos une como nación: la parte dogmática (alberdiana y liberal) de la Constitución de 1853/60. A su núcleo o “alma” épica de profunda fe en la capacidad de los individuos para organizarse, crear y crecer en libertad, sin ser empujados ni esquilmados.

¿Existe, en verdad, ese tal “contrato social” que todos los argentinos acepten? A la luz de lo observable, permítasenos ponerlo en duda.

De la mano del aumento de la desesperanza y la pobreza generadas por aquel 90 %, una “patria estatista” indolente, mafiosa, corrupta y contraria a tal espíritu ha ido deviniendo mayoritaria no sólo entre la legión clientelar del kirchnerismo sino también entre dirigentes y militantes radicales, socialistas, peronistas “auténticos” y de otras agrupaciones falsamente opositoras.

Éxito y fracaso son entonces, bajo esta óptica, expresiones que cobran diferente significado según los visualice una persona totalitaria (estatista) o una libertaria (capitalista).
Asunto no menor y de cuya adecuada comunicación social podrían esperarse cambios positivos en la percepción de los votantes, alejando así del horizonte las cuatro opciones que el actual abismo de corte “chavista” abre ante nosotros: sometimiento, huida, resistencia civil activa (armada o no) o secesión.

Así, éxito para los estatistas sería asegurar el reparto de buenos subsidios por hijo, por esposa, por vejez, por enfermedad, por falta de trabajo, oportunidades o estudios para todos los que lo necesiten. Éxito sería ver grandes barrios obreros igualitarios y ordenados en la periferia de las ciudades, sin casas de chapa ni calles inundadas, con prolijos hospitales municipales o dispensarios.
Sería procurar para los trabajadores activos, sueldos que cubran la canasta básica así como jubilaciones para los mayores, que cubran también los extras en gastos médicos. Éxito sería para ellos tener muchas y bien pintadas escuelas e institutos públicos, uniformadoras de su concepción del mundo. Sería contar con más cárceles estatales, policías y gendarmes que aseguren el cumplimiento de las leyes de mayorías, que protejan y aíslen a los funcionarios que las idearon y que combatan a la delincuencia general (en ese orden).
Como también mantener los aeropuertos, puertos, rutas y caminos de tierra en buen estado así como fútbol, recitales y TV codificada para todos sin pago tarifado.
Y sobre todo un férreo sistema impositivo que, quitando a quien sea y como sea hasta el nivel necesario, asegure el cumplimiento cabal de todo lo anterior, con más el aporte de deuda nacional y emisión inflacionaria como anestésicos de acción prolongada.

Es la utopía que con notable tozudez y previsibles malos resultados, se viene intentando en versiones sucesivamente corregidas (y embozadas con antifaces cazabobos) desde hace siete décadas. Deseos de muy modesta pretensión por cierto (de cabotaje en pobreza administrada) y aún así, inalcanzables.

Éxito para los capitalistas, en cambio, sería llegar rápidamente al subsidio cero a través de un fortísimo aumento de actividad creativa y empresaria privada que ofrezca más empleos, capacitación intensiva y mejores sueldos a más personas. Para que, con dinero sólido en el bolsillo y trabajo serio por delante, cada ex indigente pueda tomar el crédito que precise para construir la casa que más le guste en el lugar que le parezca. Abandonando el triste destino de la casilla social de fila indiferenciada o el sucio monoblock de serie en un mal barrio, al estilo soviético.
Éxito sería para ellos barrer con las leyes totalitarias que frenan el ingreso de capitales al país, haciendo posible inversiones a gran escala en múltiples áreas a la vez incluyendo seguros de retiro, clínicas, colegios y universidades privadas por doquier, que abastezcan la demanda de una población dispuesta a elegir su consumo de lo que sea con el poder que da un buen ingreso.
Sería bajar gradualmente impuestos devolviendo ese dinero a la gente. Para que luego decida si contrata una super-seguridad privada que la proteja primero a ella (tal vez integrada con ex policías y gendarmes hoy indigentes), o si invierte en rentables acciones de un fondo dedicado a administrar correccionales privados.
¿Por qué no? Los libertarios son gente de mente abierta a toda innovación que genere oportunidades, progreso, negocios, bienestar y riqueza para más personas.
Éxito para los capitalistas sería ver nuestro país cruzado con autopistas y trenes de última generación, sin más caminos de tierra. Sería ver puertos cooperativos e internacionales por todo el litoral, tráfico aéreo y aeropuertos ultramodernos en sitios impensados, surgidos con el desarrollo de nuevos centros poblacionales productivos y eco sustentables a lo largo de todo el interior.

Todos saben que una Argentina sin pobres, donde la más amplia mayoría pueda pagarse la TV codificada, los recitales o los partidos de fútbol de su elección además de muchas otras cosas agradables, es posible.

Pero jamás confiando en la utopía estatista. Sólo a través del más crudo y utilitario realismo capitalista.





Injusticia Social


Diciembre 2012

Un gran pensador francés del siglo XX, ya fallecido, constató cierta vez que en el seno de una multitud, una creencia se extiende no por persuasión sino por contagio. Y que un grupo humano se transforma en multitud manipulable cuando se vuelve sensible al carisma y no a la competencia, a la imagen y no a la idea, a la afirmación y no a la prueba, a la repetición y no a la argumentación, a la sugestión y no al razonamiento.

La democracia modelo siglo XXI se apoya no en los individuos (que la anteceden y que le dan justificación en la tarea de protegerlos) sino en este tipo de multitudes, capaces de torcer el resultado de una elección.

¿Cuántos votantes argentinos, acaso, son conscientes de que en el curso de los últimos años, igual que durante toda la historia y en todas partes, las injusticias sociales preexistentes se redujeron en las sociedades más capitalistas y se profundizaron -o tornaron resignada costumbre- en sitios más socialistas?
Entendiendo a la justicia social como la posibilidad real de crecimiento personal, de ingreso y consumo para los grupos familiares más necesitados. Vale decir de acceso efectivo (y sustentable) a un bienestar de clase media, apalancado en las mejores tecnologías empresarias disponibles (común denominador de economías con fuerte creación de riqueza).

La nómina de las naciones con mayor ingreso por habitante está encabezada, precisamente, por las más libres y respetuosas del derecho ajeno a decidir. Por las de economías más “permisivas”. Vale decir, allí donde funciona con mayor plenitud y en mayor cantidad de sentidos, el capitalismo liberal.

La experiencia universal en la materia, por otra parte, está graficada desde hace más de 200 años en un par de coordenadas simples donde puede verse cómo, a medida que aumenta el nivel impositivo y de intervención internándonos en el socialismo, disminuye el grado de justicia social real ofrecida a la población y cómo a medida que se reduce la carga tributaria y regulatoria acercándonos al capitalismo, crece el guarismo de justicia social efectiva a disposición de los más pobres.

Guiada por su -elegida- oligarquía, nuestra sociedad transita las injusticias sociales dentro de este esquema, procurando desesperadamente adulterarlo en su provecho (desde que en los años ’40 Juan Perón y Eva Duarte así lo dispusieran) mas sin poder jamás sustraerse a él, ni escapar al contragolpe correspondiente a cada medida socializante.
Hemos estado siguiendo una “doctrina” que, al no ser más que un compendio de vacías estupideces, sólo devolvió a la Argentina al atraso económico, a la miseria y a la noche feudal de los caudillismos. Porque el hambre resultante fue y es, en verdad, para los líderes redistribucionistas el capital más precioso.

A esta altura, la doctrina (hoy, el “modelo”) de reducir más y más los derechos personales de la gente y en especial su derecho constitucional a la búsqueda de la propia felicidad -o progreso- sin dañar al prójimo, suma en la línea del tiempo a varias generaciones de argentinos sobreviviendo con lo mínimo.
Decenas de millones de compatriotas a quienes se privó de las herramientas que necesitaban para construirse una buena vida y un buen legado, para acabar con la injusticia social de sus pobrezas y desesperanzas. Algo verdaderamente criminal, causante de incontables sufrimientos y muertes inútiles a lo largo de decenas de años, que será un día considerado… nuestro propio holocausto.

Claro que para sostener el consenso electoral necesario que permita a esta oligarquía política, sindical y cortesano-empresaria seguir gozando de las comodidades -de tan bestial modo- habidas, es menester mantener la mayor ignorancia posible sobre el historial de sus resultados pasados, facilitando así los mayores engaños posibles en el presente. Es, con precisión quirúrgica, a lo que se dedican. Cualquier rudimentario oportunismo servirá entonces de “pensamiento” para millones, confirmando uno de los dones más distintivos del homo sapiens: la capacidad de ver lo que no existe para así no ver lo que existe. En particular, en el área de la justicia social.

No es realista, sin embargo, pretender que el actual voto “de izquierdas” abandone por el razonamiento, convicciones a las cuales no fue llevado por la razón, habida cuenta de que el socialismo tiene visos de ser uno de esos sentimientos-mito a los que el fracaso, por más reiterado y cruel que sea, rara vez refuta.
Tal vez porque desde hace mucho vivimos en una sociedad donde el miedo de los más vulnerables (derivado hoy en un tipo de terror cotidiano y generalizado), no es fácil de auto-visualizar y por ende, de neutralizar, desmitificar ni revertir.
Es más: muchas veces los izquierdistas arrepentidos, por insuficiente reflexión sólo llegan a serlo a medias. Y acaban solidificando un ácido resentimiento contra quienes se abstuvieron de compartir sus errores, en lugar de aplicarlo “terapéuticamente” contra los que se los hicieron cometer.

Tal vez sea tiempo, entonces, de usar las mismas armas de la oligarquía corrupta, enemiga de la gente, contra la propia oligarquía. Armas de acción psicológica efectiva como la descripta por aquel pensador francés en el primer párrafo de esta nota.
¿Existirá entre nuestras reservas morales de políticos, periodistas y empresarios, gente con las agallas como para llevar esto a la práctica? Las injusticias sociales que se perpetran en nuestra ex república, son ya grandes males. Males que sin duda están justificando el uso de grandes remedios.