Buenas y Malas Personas


Junio 2012

Del monitoreo sobre el galimatías económico kirchnerista surge que la Argentina ingresó en una nueva fase de su larga espiral descendente. Que avanzó en otra vuelta de tuerca sobre los derechos y garantías ciudadanas, apretando siempre por sobre lo que permitía la Constitución que alguna vez nos rigiera.
Atornillado sobre el paleo-cliché “somos más” que todo lo justifica, nuestro gobierno (con el casi perfecto alineamiento de sus 3 Poderes “independientes”) sigue perfeccionando el proceso de la confiscación tributaria a todo nivel y el bloqueo de facto a una gran cantidad de libertades, sobre un listado que resultaría tedioso volver a enumerar.

Dura desmoralización, confiscación y bloqueo que asfixian en primer lugar a aquella parte de la ciudadanía que estaría en condiciones de dar inicio al círculo virtuoso que busca toda sociedad inteligente: más inversión y empleo, más producción, exportación y bienestar (que por otra parte y hasta el más tonto lo sabe, son virtudes directamente proporcionales a la dosis de capitalismo libertario que tenga la audacia de aplicarse).

Pero como toda crisis es una oportunidad, la buena noticia es que a medida que crece el grado de violencia necesaria para mantener el modelo totalitario, aumenta también la cantidad de gente que encuentra el tope a su propio nivel de tolerancia para con la vejación estatal. Para con ese límite mental de condicionamiento y sumisión, a partir del cual la legitimidad y conveniencia de la existencia misma del Estado empiezan a ponerse en duda.
Se trata del punto crucial donde las conciencias se abren a la evolución empática y tecnológica del tercer milenio. A replantearse el sentido de un sistema coactivo que asegura a una nomenclatura de empresarios cortesanos, sindicalistas millonarios, políticos y piqueteros corrompidos… el disfrute de lo malhabido, la acumulación de fortunas y el reparto de migajas (con dinero ajeno, claro). Al costo de que los hijos y nietos de todos los demás sigan cargando hipotecas sobre su futuro.

Tal como exigen confusamente los “Indignados” desocupados y subsidiados en esta Europa 2012 de socialdemocracias en quiebra, nuestra forma de organizarnos como sociedad avanzada precisa modificaciones profundas, que vayan mucho más allá de cambiarle el collar al mismo perro cada 4 años.

La gente bienintencionada pero objetora -por temor- al camino libertario que desemboca en la cuasi liquidación del Estado suele argumentar, básicamente, una cosa: la creencia de que en ausencia del Estado, las instituciones que surjan en su lugar acabarán propasándose.  
Así, a pesar de la gloria de abolir casi todos los impuestos y de pasar a obtener por lo menos, de movida, el doble de dinero per cápita, las instituciones reemplazantes (en abierta competencia) como los tribunales arbitrales privados de justicia, las compañías de seguros que nos indemnizarían de toda desgracia previsible (médica, jurídica, climática, delincuencial etc.) o las múltiples agencias especializadas de seguridad y defensa, por caso, llegarían con el tiempo a complotarse en un monopolio de servicios pronto a extorsionarnos.
Una objeción basada en el convencimiento de que existe gente mala en el mundo, en manos de la cual podríamos terminar si el gobierno dejase un día de “sujetarla”. Y de que, además, no se conoce sociedad alguna que haya sobrevivido sin la coacción “ordenadora” de un Estado.

A la segunda de estas afirmaciones podría oponérsele alguno de los casos históricos de sociedades sin Estado, como el de la isla de Irlanda durante unos mil años, desde el siglo VII de nuestra era. Una sociedad poco estudiada por razones fáciles de deducir pero libre de Estado, capitalista antes de que se inventara el término y altamente compleja, que fue la más avanzada -y civilizada- de la Europa de su tiempo. Y que no cayó tras casi diez siglos de cooperación pacífica por incongruencia alguna, por cierto, sino por brutal anexión y sojuzgamiento por parte de la vecina monarquía absolutista inglesa.

En lo que respecta al temor a la maldad humana “al comando”, convengamos en que si bien todos somos un mix de bondad y crueldad, siempre han sido más las personas mayormente buenas y sólo una minoría las malas. Ejemplo comprobable -a pequeña escala- dentro de cualquier familia extendida.
Ahora bien: la gente mala a nivel social que puede amenazarnos y dañarnos, sólo se contiene de hacerlo por temor a las represalias. El daño que podría causarnos una compañía aseguradora malvada (en término de recorte de servicios y elevación de cuotas, por caso) quedaría contenido por su temor a otras compañías de seguros, que competirían cruelmente entre sí para quedarse con todos sus clientes disconformes.

El camino que queda a los malos para poder extorsionar “bien” es hacerse de un megacontrol monopólico.
Mienten entonces para acceder al Poder democrático (¡bingo! ¡con el 100 % de sus pagadores cautivos!) y luego en lugar de cumplir sus promesas se dedican a enriquecerse, asegurar su impunidad comprando voluntades y desde luego, a seguir con su relato disfrazador de debacles.
Cualquiera sabe que para triunfar en serio en la política, no se debe ser bueno sino deshonesto, caradura, traidor y tenaz en la falta de escrúpulos. Es así que son los malos quienes copan, rápidamente y con gran vocación, todos los estamentos del gobierno. En verdad, no es que vayamos un día a caer en manos de gentes que podrían, tal vez, unirse en mafia sino que ya estamos en manos de esa minoría de malas personas.  

Las buenas personas que trabajan y producen tienen maneras de defenderse, eventualmente, de las insensibles… pero quedan totalmente superadas por ese inmenso leviatán agresivo, armado hasta los dientes con duras leyes impositivas, ejército y policía.
El razonamiento correcto es que nuestro Estado debería empezar a ser desmantelado, justamente, porque hay gente mala en el país.
Y si a pesar de todo las mafias volviesen más tarde a imponer, como ahora, su monopolio, al menos habremos disfrutado de un período de evolución económica y de fuga de la esclavitud.

Libido Ignorandi


Junio 2012

Si es cierto que desde que el hombre pudo pensar, tuvo miedo de conocer, en el origen de la autoagresión electiva de nuestras mayorías, tanto peso como la indigencia intelectual tiene entonces ese deseo tan humano de mentirse a sí mismo, entendido como parte de esa pulsión retrógrada que compele hacia la ignorancia, la libido ignorandi.
Mentira de pretender creer, en definitiva, que es en nombre del bien que se hace el mal y de querer burlar (y robar o frenar, si podemos hacerlo impunemente desde el cuarto oscuro) al que tiene mayor mérito o suerte. Cumpliendo así en nuestra sociedad el apotegma marxista que define “alienación” como el paso por el que adoptamos la ideología de la clase que nos domina, tapiando la puerta a la verdad, a la razón y desde luego a la propia conveniencia.

Porque no actuamos tanto como creemos en razón de nuestros intereses y por cierto terminamos pagando muy caro ese desinterés, al enrolarnos una y otra vez en proyectos que nos  perjudican.
Aseveración comprobable en el asiduo aplauso social a cínicas contraverdades totalitarias, que se dan de cabeza contra la experiencia más fácilmente verificable.

La popularidad de esta clase de autocastigo podría entenderse si consideramos que, como siempre, el mayor enemigo del hombre se encuentra dentro de él: en tiempos pasados era la ignorancia pero hoy es, más a menudo, el autoengaño.
Porque la mentira no es un simple coadyuvante a nuestro modelo celeste y blanco de democracia no-republicana, sino su componente central. Una protección sin la cual no podría sobrevivir. Una falsedad bien argentina, abarcadora y sistemática, que entorpece la buena información mientras bombea continua desinformación (¡costeada por sus víctimas!) desde la escuela hasta el geriátrico, en el frenético afán de alzar un “muro de Berlín” de relatos contra las evidencias de la realidad, aunque las dosis de mentira y de violencia requeridas deban ser aumentadas día a día para disimular el hedor inexorable de todo lo que va quedando escondido bajo la alfombra.

Un modelo sin duda agotador, en constante lucha contra la inteligencia y el sentido común pero sumamente lucrativo para la nomenclatura dirigente, habilitándole el manejo de millones de idiotas útiles como carne de choque electoral, que les sirven de pantalla legal para anular y robar a emprendedores y capitalistas locales, esclavizándolos. Esos mismos que podrían beneficiar al pueblo trabajador a escala de verdadera sociedad-potencia… si no mediase su intermediación parasitaria.

Nuestros funcionarios no conceden conferencias de prensa ni responden a las denuncias porque fugan del terreno de la información y la argumentación racionales, donde se saben anticipadamente derrotados. Combaten a su sociedad desde el hermetismo a causa perdida con un salvajismo aumentado por la pérdida de su sinceridad siendo que su ideología derivó, como era obvio, en  un burdo sindicato de intereses espurios.
Eso sí: todo dentro una impecable secuencia electoral de mayorías, idénticas a las que llevaron democráticamente al poder (y a la ruina nacional) a socialistas de ley como Benito Mussolini o Adolfo Hitler, mediante idénticos métodos de manejo de masas (de idiotas y esclavos). Con idénticas medidas estatistas, nacionalistas, regimentadoras, de confiscación económica, de dura intolerancia con la elusión o el disenso y de corrupción impune.

Como también es un fantástico autoengaño producto de todo lo anterior creer que, a pesar de todo, el modelo social-populista de estos últimos 10 años, cuyo derrumbe y hundimiento a cámara lenta estamos presenciando, valió la pena. 
La de afirmar que el kirchnerismo tiene un balance final positivo, a pesar de su inviabilidad financiera de base y de haber violado todos y cada uno de los derechos y garantías que nuestros Padres Fundadores prescribieran en la Constitución.
La de creer que sirvió al país a pesar del crecimiento de la inseguridad, del desorden piquetero y de reforzar la dependencia de la dádiva estatal para cada vez más argentinos, con sus secuelas de humillación íntima, villanía general y grave pérdida de cultura del trabajo.
Y que más allá del alto costo y de su final anunciado, resultó en una década ganada ya  que durante algún tiempo estimuló el consumo (y reactivó la capacidad ociosa de nuestra industria, partiendo del infrapiso del año 2001) proveyendo, como fuera, ingresos extras a millones de personas en diversos niveles de indigencia. Creando nuevos consumidores, felices de un poder de compra del que no habían disfrutado antes.

Niveles diversos de indigencia… generados por el “juego” de los mismos populistas, claro. Y mentira verdadera que podría asegurar más comicios ganados, y tiempo de mando con enriquecimiento ilícito para la misma nomenclatura gobernante.

Señoras: no ya apoyar sino simplemente dejar de hostilizar y robar a emprendedores, productores y capitalistas durante estos 10 años de increíble viento comercial de cola, hubiese representado ser ya un país de punta con alto nivel de empleo privado, altos salarios, alta educación en proceso, alta tecnología y muchísimo más consumo y dinero real hoy en el bolsillo de todos.
Señores: no ya repensar el lucro cesante de esta década perdida sino el de los últimos 70 años de continuas victorias pírricas del resentimiento, nos llevaría a concluir que a esta altura del siglo XXI nuestra Argentina sería una de las 2 o 3 sociedades más ricas, poderosas y evolucionadas del planeta.  
No ya la razón (y la verdad) sino toda la experiencia universal en la materia avalan esta afirmación, aunque la triste realidad sea que la alienada mayoría de los desinformados sólo recibió -en el suelo- las migajas que caían de la mesa, en lugar de haber estado sentados a ella siendo servidos en abundancia por sus supuestos “servidores públicos”.

Ese deseo de mentirse -tan sucio y destructivo- que todo político del “campo nacional y popular” estimula con pasión es, precisamente, el foco donde una campaña publicitaria perspicaz en lo psicológico, absolutamente masiva, de gran creatividad y aliento debiera centrarse, si quisiéramos revertir la calificación de ladrón-idiota-útil (o con mayor precisión técnica, de boludo argentino) que empieza a ser nuestra “marca nacional” frente al mundo, desplazando a la carne, al fútbol y al tango.

Campaña patriótica que bien podría ser el único sucedáneo transitorio posible (descartando la guerra civil), a una nueva educación pública en valores -que demora no menos de 15 años en mostrar sus primeros resultados- y al giro de 180° en la orientación de nuestros gobiernos que, por fuerza, debería precederla.