Estuvimos Ahí

Febrero 2012

Un gobierno dedicado a terminar con lo que resta de la división de Poderes y control institucional, dedicado a perseguir y amenazar a las propias empresas y a particulares que desean protegerse comprando divisas; un gobierno que casi no atrae inversiones productivas en innovación tecnológica, infraestructura o nuevas fuentes de energía, que cierra las importaciones y regimenta más y más su ya farragosa “no-facilidad de negocios”… es reflejo de un país que continúa en caída. Sin visión de largo plazo. A la defensiva. En franco proceso de achicamiento respecto de los demás países, cualquiera sea la situación transitoria de suerte externa o percepción interna favorable en que se encuentre.

No somos lo únicos en verlo: el largo declive argentino de país príncipe a país mendigo es conocido en el mundo entero por lo espantoso. Una pesadilla ajena cumplida, transitando de la libertad, la promisión y el poder económico… al totalitarismo, la iniquidad y la pobreza. De la inmigración a la emigración.
Contrariamente a lo presentado a través del rosado cristal caza-bobos del “Mundo Indec” kirchnerista, el Bicentenario de la patria nos encontró desunidos y económicamente arrodillados. No ya ante la élite de las potencias planetarias sino ante medio mundo y ante simples vecinos americanos, empezando por México y Brasil, países a los que antes mirábamos por sobre el hombro.

Las cosas no eran así de ninguna manera en los años que precedieron y siguieron al glorioso Centenario, cuando nuestra Argentina crecía poderosa en medio de una efervescente movilidad social. Exportando producción e incorporando industrias, cerebros y capitales a ritmo de locomotora, amenazando con hacerle sombra a los propios Estados Unidos.
Realmente lo hicimos. Imponíamos condiciones y respeto al orbe.

También supimos arruinarnos, es cierto pero antes, estuvimos ahí. Y éramos el mismo crisol de razas emprendedoras que todavía somos.
Las edificaciones públicas, privadas o de infraestructura que levantábamos aceleradamente y que aún perduran, dan cuenta de un país con vocación de república imperial. Veamos algunos datos históricos puntuales.

Las estadísticas del año 1908 nos muestran que la suma del comercio exterior, el valor de nuestras exportaciones, era superior al del comercio total del resto de Sudamérica Brasil incluido.
En esta línea y hace exactamente cien años, nuestro producto bruto per cápita nos ubicaba en el décimo puesto, superando a países como Japón, Italia, España, Francia, Rusia o México y Brasil por supuesto, y ello a pesar del gran aumento de la población por los aportes inmigratorios.
Durante la Primera Guerra Mundial (1914 – 1918) y a pesar de la contracción del intercambio internacional, nos sostuvimos en esa posición superando, incluso, a Alemania.
Mantuvimos calificaciones similares a lo largo de la década del ’20 y aún en 1936, por ejemplo y según mediciones técnicas muy precisas, la Argentina ocupaba el duodécimo lugar en poder económico superando a Canadá, sociedad que se había mantenido hasta entonces por encima de nosotros.

Los países más avanzados del mundo eran en aquellas décadas Gran Bretaña y Estados Unidos, pero para dar una medida de la clase de bienestar que veníamos construyendo, puede señalarse que los argentinos gozábamos del 72 al 80 % del ingreso per cápita de un súbdito inglés y del 63 al 70 % del de un norteamericano, dependiendo del año analizado. Hoy día y aún dando por bueno nuestro argendólar “pisado” (el del actual “déme dos”), la misma relación ronda un humillante 30 %.

Y si tomamos las cifras de volumen total de la actividad económica desde 1920 y hasta antes del comienzo de la Segunda Guerra Mundial veremos que la Argentina crecía más que los Estados Unidos. El volumen de nuestra actividad era del 5 % de la estadounidense en 1920 pero había subido al 7 % hacia 1936. David iba decididamente a la caza de Goliat y esa era la percepción mundial dominante, la “promisión”, certificada por el aluvión inmigratorio que ingresaba desde Europa eligiendo a Buenos Aires por sobre Nueva York.
Durante los primeros 30 años del siglo XX el Imperio Británico seguía siendo el primer exportador mundial neto pero según la definitoria estadística de exportación por habitante,  los números de 1913 y de 1929 colocaban a ese nuevo país surgido de la conquista del desierto, la Argentina, al frente absoluto de la tabla.

En ese entonces, el progreso en infraestructura se medía en kilómetros de vías férreas y Estados Unidos poseía la red más extensa del mundo. Sin embargo, ya en 1913 poco después del Centenario, Argentina ocupaba el primer lugar en kilómetro de vía férrea por habitante, superando a dicha superpotencia. Las inversiones de capital privado inglés lo hicieron, por cierto, pero nuestra nación liberal estuvo abierta a ese “dejar hacer” con baja angurria fiscal que tanto y tan estúpidamente se vilipendió después.

Otros estudios serios, carentes de cristal rosado, nos muestran que durante ese mismo período histórico (política “duramente” conservadora, economía “duramente” liberal), los salarios medios reales pagados en nuestro país estuvieron en aumento constante y que dichos salarios eran entre 20 y 80 % superiores a los pagados en Francia, Italia o España.

El historiador anti conservador Julio Irazusta lo explicaba así: “El país tenía gran poder de asimilación y atesoraba, ofreciendo a los argentinos nuevos y a los criollos viejos el poderoso incentivo de la fortuna, no muy tardía y al alcance de toda persona con espíritu de trabajo y ahorro”.

Aún con un Estado incomparablemente más pequeño, mucho menos invasor, corrupto y costoso que el actual, intelectuales de la talla de Roberto Arlt, Leopoldo Lugones o Ezequiel Martínez Estrada lo fustigaban, acusándolo de “haber desertado de su función original”(1), de “repartir castigos y premios como un juego más de la política” y de “cobijar a los aficionados al secreto comercio de la coima” o con opiniones como “el funcionario público se considera condómino de una compañía anónima cuyos dueños han desaparecido” y la de considerar al Estado un ente “corruptor y expoliador”. Palabras que dan claro testimonio de la orientación de nuestra anterior inteligentzia.  

Pero las cosas transcurrieron luego al gusto de la fantástica fiesta peronista de protección al vago y al incompetente a costa del trabajador y el eficiente… y el resultado, como puede verse, fue contrario a esa promisión esperada por los argentinos y por el mundo.
Hoy, nuestra sociedad cada vez más enferma de envidia, odio y estatismo sólo se mueve al espasmo neurótico del día a día, a golpe de hormona y de subsidio. Emitiendo inflación, deglutiendo reservas, capitales privados que no llegan a reinvertirse y hasta fondos previsionales. O desangrando impositivamente a todos, pero en especial a los asalariados y al más estratégico sector creador de riqueza: el agro con los pueblos del interior y sus cadenas de valor.

Un "pequeño" dato económico final podría ayudar a poner ciertas cosas en claro: entre 1890 y 1914 nuestra nación se vio beneficiada por un contexto de mercados muy favorable. Misma excepcionalidad que la disfrutada por el gobierno de los Kirchner desde (al menos) 2006, con previsión de continuidad hasta 2014.
Sin embargo, la tasa de inversión productiva del primer período osciló entre el 40 y el 45 % del PBI mientras que el mismo indicador para estos años peronistas no supera el 24 %, ni tan siquiera con el auxilio de  mediciones amañadas. 
En el primer caso, el gerenciamiento de sus estadistas catapultó al país desde niveles miserables hasta el top ten del planeta. En el segundo, el manejo de nuestros oportunistas afianzó su descenso hacia las últimas posiciones de la misma tabla, con consecuencias de largo plazo que hasta el menos dotado puede ya prever.    

Desde hace al menos 70 años venimos sufriendo el agregado de labia sedimentaria a un relato resentido, intolerante, arcaico, que nos conduce aproximadamente cada 10, a crisis que nos dejan un escalón más abajo en el ranking mundial.

¿Será nuestro electorado realmente consciente de ello? Pensamos que no.



(1) El monopolio estatal de la fuerza sólo está justificado para proteger la vida, la libertad y la propiedad de todos los ciudadanos.







Estado Golpeador

Febrero 2012

¿Para qué sirve la política, en este siglo de redes tecnológicas, además de seguir haciendo ricos a los políticos? Supuestamente para lograr que las diferencias entre facciones de intereses divergentes, confluyan hacia acuerdos que impliquen un cierto consenso. Para que unos y otros no acabemos a los golpes o dirimiendo los desacuerdos por medio de las armas.
Se dice entonces, sin gran esfuerzo deductivo, que la democracia (manejada por los políticos profesionales) es “el único sistema que legitima el conflicto”.

Sin embargo, si las minorías de “los otros” (y la más pequeña minoría, igual de importante, es una sola persona) sólo tienen derecho a existir, trabajar y producir si se avienen a ser un anexo, un objeto útil proveedor y obligado de los deseos y voluntades del mayor número, tal como está convencida una parte mayoritaria del electorado, estamos en problemas y el razonamiento anterior con todo y su carga de precaria sensatez, se quiebra por el centro.

La ley de la mayoría, de por sí mala, pasa a convertirse en la ley del más fuerte a través de la acción directa del simple “somos más”. El Estado forzador deriva entonces hacia el Estado golpeador; una imagen patentizada en la actual deriva de Cristina Kirchner hacia modelos de disciplinamiento de disidentes (prensa, contribuyentes etc) como los usados por Chávez, Correa o Castro.

La violencia social, los conflictos entre grupos o individuos de intereses contrapuestos son cosa natural pero… a diferencia de la violencia siempre soft y voluntaria del mercado para legitimarlos, la violencia de Estado es brutal, masiva, burda e inescapable.

Nuestra democracia está lejos de ser lo que supone la gente: aquel sistema de organización social en el que las libertades personales tienen un gran valor y donde los que gobiernan respetan la voluntad del pueblo. Lo que vemos a diario es un modelo anti derechos individuales de principio a fin, atemorizador, de represión económico-legal sistemática y dirigido a la anulación del ciudadano en tanto ser libre e independiente.

En la actualidad, a imagen y semejanza de lo que ocurriera durante el gobierno (gestador serial de villas miseria) de Juan y Eva Perón, el muy violento señor Secretario de Comercio y sus sicarios de la Impositiva, con apoyo de las Secretarías de Inteligencia y Propaganda da forma a una policía o comisariato político inspirado en los de la Alemania nazi y la Rusia de los soviets. La despreciable y recordada figura (también de factura peronista) del delator está, virtualmente, a la vuelta de la esquina. Media cuadra mas allá, señoras, está  la imagen del disidente arrodillado y del pistoletazo en la nuca, tan cara a psicópatas asesinos -del “palo” de este gobierno- como Guevara o Arrostito.

Retrocedemos, señores.
Y demás está decir que el forzamiento es un pésimo estímulo inversor en la era de la economía del conocimiento (del capital y de la inteligencia intensiva). A contrapelo de toda perspicacia, involucionamos hacia la era del simio golpeador mientras nuestros vecinos avanzan... y los ingleses, a caballo de nuestro imbecilismo caníbal, se afirman en Malvinas.

Aglomerado de conversos seriales y de gente tan propensa al atropello como voluble a cualquier oportunismo ideológico, los peronistas hicieron de la corrupción su forma de gobierno. Haciendo del “vivir de la política” un negocio más, reservado para vivillos de su “palo”; próspero y lícito.
Radicales, militares nacionalistas y populistas en general, por su parte, copiaron la pizarra de sus maestros justicialistas con una aplicación escolar digna de mejor causa.

Esta ética de la corrupción, este triunfo maradoniano de la sinvergüenzada es algo sumamente notable a nivel nacional y, por cierto, define a sus líderes. Resulta algo menos notable a escala provincial y baja otro punto de notabilidad cuando la observamos a nivel municipal.
Una secuencia delincuencial descendente que apoya su lógica en la de las relaciones interpersonales: a niveles locales y cuanto más pequeña sea la comunidad, la gente se conoce más.
Existen lazos familiares, de amistad, barriales y comerciales tangibles, cotidianos e incluso históricos entre individuos, que potencian el reconocimiento social para aquellas personas con real vocación de servicio público desinteresado y solidario, tanto como refuerzan el antiguo (y eficaz) freno de condena social a toda incorrección, a través de diversos niveles de ostracismo.

Este combo de avales al robo, a la insolencia de los peores y a la estafa desciende otro nivel hacia su mínimo cuando nos centramos en las relaciones y acuerdos personales libres; voluntarios. Normales y privados, laborales o de negocios.
Si dejamos que algo de cierta civilizada evolución siga su curso natural, entonces, será el mercado reemplazando de a poco a la regulación mafiosa lo que hará la diferencia. Será el “permiso” para crear, invertir, producir, vender, ahorrar, hacer dinero o ayudar sin ser maniatados ni esquilmados. Será la posibilidad de opciones libres en la búsqueda y creación innovadora de mucho más y mejor empleo; de crecimiento personal y patrimonial como reaseguro a la propia descendencia familiar. Será la disidencia enriquecedora a todo orden reemplazando al pensamiento único.
Arrojando por la borda toda esa agresiva pretensión socialista sobre lo ajeno que tan mal nos resultó, hacia allí deberemos apuntar con el arma defensiva de nuestros votos y los de nuestras redes de conocidos, si queremos un día disfrutar con orgullo el vivir en un país libre, rico y respetado. Con más sociedad “haciéndose cargo” y menos Estado envileciendo gente en el parasitismo.

Los políticos que conocemos no nos sirvieron de nada, porque la política nunca fue la solución sino el problema. Y las propias negatividades conducentes del declive económico, nos empujaron (como sobre rieles) hacia la violencia de este Estado golpeador.
Como tantas mujeres golpeadas, también nuestro electorado justifica hasta hoy en voz baja este castigo humillante. Mirando al suelo. Tratando de ocultar sus hematomas.