Dulce Democracia

Marzo 2011

El Sr. Pérez tiene una casa propia, donde habita con su esposa y cuatro hijos solteros de entre 17 y 23 años. También su madre forma parte del grupo ya que está a su cargo y vive con ellos.
Supongamos que la familia Pérez quiere iniciar una obra de ampliación en su casa. Su idea es un garaje de planta baja con vivienda incorporada en el primer piso.

Podrían entonces contratar a un constructor matriculado para que haga el cálculo de materiales, de estructura, de sistemas eléctricos o sanitarios y para que dirija las tareas propias de la obra.
O… podrían votar en familia, abuela incluida, decidiendo por simple mayoría cuál de sus 7 miembros se hará cargo del diseño, los cálculos estructurales y la dirección del proyecto.

De tomar esta última opción, lo más probable es que la construcción termine en desastre o al menos que adolezca de graves y peligrosas fallas.
Resulta evidente que no es esta una opción viable: nadie en su sano juicio dejaría algo tan importante en manos improvisadas, ni siquiera con la mejor buena voluntad de por medio.

Este ejemplo insensato es aplicable a la democracia política tal como la conocemos. Que no es otra cosa que adoptar por simple mayoría, “en dulce montón” y sin puerta de escape esta misma opción inviable, en lo que se refiere a la construcción del bienestar social.
Porque ¿qué pueden decidir -para todos- una “política” o un “político” frente a la inmensa complejidad de los deseos, opciones y problemas cruzados de millones de personas como las que interactúan sin pausa en cualquier sociedad, con diferentes ideas (todas respetables… ¿o no?) sobre lo que a cada uno conviene? ¿Qué puede saber -en nombre de todos- un ministro, un secretario de gobierno, un legislador, un “asesor” (o cientos, incluso miles de ellos) acerca de los millones de sueños, proyectos e intercambios personales diarios, superpuestos, cambiantes e inter-relacionados y con feed back creativo que se suscitan entre familias y amigos, entre la gente de trabajo, entre grupos, ONG’s y empresas o entre las propias sociedades? ¡Siempre estuvieron superados! ¡La utopía es pretender manejar a todos, interfiriéndolo todo contra natura!

Hablar de gobiernos hoy en día, es hablar el lenguaje del pasado. Como con las antiguas monarquías, se trata de castas ensorbecidas con privilegios robados al esfuerzo ajeno que no estuvieron ni están capacitadas para comprender, menos para dirigir y mucho menos para beneficiar sin exclusiones al conjunto.

Los funcionarios y legisladores designados por algunos para “solucionarnos la vida” a todos, solo tienen capacidad y poder para poner camisas de fuerza a los conocimientos e iniciativas, evitando que se generen más conocimientos e iniciativas por fuera de lo establecido por ellos mismos. Visión estrecha que se traduce en estancamiento y recorte de ingresos a gran escala, de factura garantida.
En nuestro país, esta clase de idioteces frenantes de grueso calibre pueden verse con especial nitidez y frecuencia.

La pobreza que experimenta gran parte de la humanidad se debe a esta falta de sentido común, que subterráneamente y gracias a tecnologías como Internet y a sus redes horizontales en crecimiento, se encuentra en retroceso. Los enlaces cibernéticos salvan hoy los obstáculos geográficos haciendo de fronteras y otras discriminaciones, especies en peligro de extinción.
Puede que el siglo XXI sea finalmente el de la desaparición del Estado: ese “mafioso simpático”, celoso patrón de territorios demarcados al que la gente le dará progresivamente la espalda, a medida que se percaten de que no lo necesitan. Nutriendo la tendencia naturista a considerar un “cerdo autoritario” a todo aquel que sostenga que el poder político es necesario y que confiere privilegios.

Naturalmente, esta costumbre de atarnos con correajes y cadenas que nos impiden crecer creó una corte de pseudo-empresarios genuflexos, de vagos excluidos (aterrados y violentos), de sindicalistas atropelladores y de funcionarios incombustibles, vitalicios todos en el absurdo privilegio de disponer a su antojo de bienes que no les pertenecen. Corte corrupta, como toda corte mafiosa, que lucra con la sangre de los necesitados y en favor de la propia supervivencia del sistema.

La soberbia nos gobierna pero lo cierto es que nadie puede manejarlo todo en dirección a maximizar riqueza, bienestar y aceptación generales. Ni siquiera podría hacerlo un grupo ilustrado, ni aún tratándose de uno muy grande y cargado de títulos. Mucho menos algún autócrata cretino que se crea con derecho a imponer sus normas económicas a minorías pacíficas que no las comparten.
Manejar de forma inteligente el muy complejo mercado de la interacción humana no es tarea de algunos ni de un lote de gobiernos pedantes sino de la humanidad entera.

Volviendo al Sr. Pérez, tal sería el caso de tomar la primera opción: la de contratar al especialista.
Y en los asuntos de todos, el especialista somos todos. Cada cual en su propio campo de excelencia, en competencia por brindar el mejor servicio (el que sea, sin tabúes decimonónicos) al menor costo. Y sin los monopolios de la mafia estatal interfiriendo, desde luego. ¿Existe una más perfecta forma de democracia? Es la democracia del mercado, donde el consumidor (de cualquier cosa, desde pan a educación pasando por asistencia social) es el soberano, votando a diario con su ayuda voluntaria, con su compra o con su abstención, bajando o subiendo el pulgar a los prestadores del servicio que necesite, tantas veces como quiera.

O como enseña, entre otros, el pensador español Enrique Fonseca: “La evolución lógica del capitalismo global es la muerte del Estado y el nacimiento de empresas privadas que le sustituyen. Estados privados si lo prefieres llamar así. Justicia, moneda, seguridad y defensa privada. Y todo mientras sigues tomando tu coca-cola en el bar de la esquina. Todos vivís en el mismo bloque de edificios, y tomáis café juntos. Pero de la misma forma que tenéis contratadas distintas compañías de telefonía móvil, usáis distintos servicios de justicia. Me diréis ¿qué pasa cuando haya un conflicto entre dos personas pertenecientes a distintos estados-empresa? Pues lo mismo que pasa actualmente cuando un francés tiene problemas con un español. Los gobiernos llegan a un acuerdo. En este caso, al ser empresas privadas, saben que cuanto mejores tratos firmen, mejor se situarán frente a la competencia y mayores beneficios lograrán. De lo contrario, la posibilidad de sus clientes de pasarse a cualquier otra empresa es tan fácil como la que tienes actualmente para cambiarte de Movistar a Claro. Estados compitiendo entre ellos para darte un mejor servicio a menor precio. ¿Existe mejor política de recorte de impuestos?”

La Política del Arrebato

Marzo 2011

Leyes de mayoría y aplauso público consagran aquí la política del arrebato. Verdadero tiro en el pie de nuestra república, compartido por casi todo el arco opositor.
A diario se inventan derechos que, al hacerse efectivos, demuelen derechos anteriores y más importantes. A diario se arman consensos sobre el negocio de la necesidad apelando al soborno más descarado, fraguando juridicidades a medida y dando andamiaje legal a un nuevo ejército invasor: el de los parásitos ladrones que avanzan colonizando la propiedad ajena.

Políticas esquizofrénicas, llevadas a cabo por delincuentes (no importa su investidura) y que impactan por efecto derrame, a todo nivel.

Vivimos inmersos en una gran inseguridad pero ¿Sabía usted que -en suba al menos desde la época del presidente Alfonsín- los suicidios superan en 20 % a las muertes por homicidio? ¿Y que casi el 70 % son de jóvenes de 15 a 24 años? Sí. Un joven se suicida cada 3 horas en Argentina.
¿Se le ocurrió a usted pensar que podría existir algún punto de conexión con el hecho de que ocupemos el puesto 62 en el ranking de resultados educativos, entre 65 países testeados?
Con impecable lógica, el funcionariado docente ignoró el reciente bicentenario de Domingo F. Sarmiento, nuestro gran educador e incorruptible partidario, por cierto, de la poderosa sociedad abierta que nos elevó al primer mundo.

¿Pensó en la durísima indignidad, el íntimo sentimiento de traición a la patria de quienes sabiendo que votar centro-izquierdas es colaborar para que nuestra bandera sea usada como trapo de piso (o algo peor) por países que nos van dejando atrás, reiteran su “voto al delincuente” empujados por el temor y la necesidad? Porque el mapa del sufragio en esta Argentina inmoral es el aberrante mapa de la necesidad.

De acuerdo a las encuestas nuestra juventud, que debería ser la fuerza impulsora de un futuro nacional brillante, cree (sabe) que no podrá mantener siquiera el mismo nivel de vida de sus padres. No se engañan porque conocen el paño desde que nacieron. Salidas laborales que se cierran como un embudo, sueldos y subsidios de miseria crónica, imposibilidad de formar una familia asegurándole un bienestar acorde a los adelantos de este siglo, miedo a la emigración, desesperanza vital, desesperación y vicios estupidizantes para olvidarla, delincuencia desinhibida (cuando ya todo da igual) o bien… la muerte como elección.

La política del arrebato fue la escalera que la mayoría de los argentinos eligió para bajar a este pozo ciego de atraso, expulsión social y muerte. Y sigue siendo el camino para profundizarlo. La pala siempre se llamó “impuestos progresivos” y el balde “reglamentaciones legales”.

Arrebatando la ganancia reinvertible y hasta el capital de producción. Como hace el tándem Kirchner-Scioli con el sector agrario, por poner un ejemplo de producción eficiente, con el nuevo Impuesto a la Herencia provincial que se superpone al Impuesto nacional a los Bienes Personales que lo reemplazaba, a su vez superpuesto al Impuesto Inmobiliario rural provincial, que ya venía superpuesto al Impuesto Vial municipal, tributando todos con altas alícuotas una y otra vez sobre el mismo bien. Después de haberle podado con “retenciones” el 35 % del precio de su principal producto, claro. Y antes de esquilarlo nuevamente con los muy pesados Impuestos al Cheque, Ingresos Brutos, Ganancias y con innumerables “permisos” y “aportes”. Además de las elevadas tasas de IVA y del Impuesto Inflacionario. Porque lo demencial es la sumatoria, potenciada por nuestro enloquecedor reglamentarismo dirigista y de intervención extorsiva intra-mercados.

Arrebato contraproducente tanto en la agropecuaria como en otras áreas vitales de la red horizontal del trabajo honesto, que sólo sirve a la satisfacción de un igualitarismo tan envidioso como estúpido, y que conduce sin escalas a esa tan conveniente pobreza que sufren los necesitados.

A pesar de todo, el escape de la trampera sigue siendo sencillo ya que el desarrollo, al igual que la pobreza, está a la breve distancia de una elección.
Para desarrollarnos, sólo deberíamos elegir a personas comprometidas con la siguiente progresión: fuerte libertad económica y laboral = ingreso masivo de capitales de inversión = fuerte creación de empleo productivo y bien pago = más dinero honesto en manos de mucha más gente. Y que después cada ex-necesitado haga con su dinero lo que quiera: que lo done a la iglesia, que ayude a su abuela, que eduque a sus hijos o que monte una fábrica de caramelos. O de acero.

Si es tan fácil ¿por qué no lo hacemos? ¿Por qué no se lo hace con decisión en casi ninguna parte? Porque somos sociedades esclavas, que producen mayormente para sus amos del gobierno (sin contrato alguno de servicios firmado, como corresponde a todo esclavo), y que no están en posición fácil de decidir ninguna cosa importante. La pseudo democracia que nos rige regula en los hechos -con mano de hierro en guante de terciopelo- un gran campo de trabajos forzados, rodeado por torres de vigilancia.

El brillante economista e historiador norteamericano Robert Higgs nos ilustra el caso recordando que la esclavitud tradicional, que existió en todas partes durante miles de años, siempre tuvo opositores, tratados invariablemente (por la sociedad) de idealistas utópicos o subversivos peligrosos, blancos en cualquier caso de agresión violenta.
En la actualidad, la idea de que la esclavitud es una institución justificada y moralmente defendible terminó. Pero los mismos argumentos que antaño se esgrimieron en su defensa, son utilizados hoy para oponerse a la abolición de esa nueva forma de esclavizar y someter, a la que llamamos Estado o gobierno: “un complejo institucional que reposa en las mismas endebles fundamentaciones intelectuales que la vieja esclavitud”.

Se dice (falsamente) que el Estado tal como lo conocemos es algo natural, que ha existido siempre y que todas las sociedades lo tienen. Exactos argumentos que sostenían los defensores de la antigua esclavitud: “todas las sociedades tienen esclavos; es algo natural y así ha sido siempre; no podemos cambiarlo”.
También se afirma hoy que la gente es incapaz de cuidarse por sí misma, que sin gobierno las relaciones comerciales entrarían en caos y que allí donde se carece de Estado las personas se encuentran mucho peor. Los esclavistas, claro, voceaban esta misma falacia argumental palabra por palabra reemplazando “gobierno o Estado” por “esclavitud”.
Y se dice, finalmente, que sin un Estado como el actual las personas vagarían sin control, robando y matando; que abolir el gobierno central es necio, utópico e impracticable y que el mal menor es procurar que la gente esté alimentada y entretenida para quitar de sus mentes toda idea de que existe explotación impositiva y reglamentaria.
Al igual que los modernos y costosos amos, nuestros antepasados también sostenían que los esclavos liberados se dedicarían al pillaje y la violencia, que terminar con la esclavitud era una utopía peligrosa y que lo mejor era mantener a los esclavos medianamente hospedados, alimentados y vestidos, quitando de sus mentes la estúpida noción de que sus necesidades podían ser mejor solventadas en libertad.

Todo absolutamente falso, ahora y antes. Tal y como se probó una vez abolida la antigua institución de esclavitud y como se probará cuando empiecen a abolirse por partes las infames obligaciones esclavas que nos imponen estos “demócratas” parásitos para mantenernos en el subdesarrollo, en la ignorancia y al servicio de sus lujos.
Todos y cada uno de los "servicios" que nos provee el Estado pueden ser prestados por diferentes personas sin monopolios legales, a menor costo y con muchísima mayor eficiencia.

La inseguridad es innecesaria. Las graves fallas en educación y justicia son innecesarias. Las tremendas deficiencias de los sistemas de salud e infraestructura vial son innecesarias. La pobreza misma y los suicidios juveniles son innecesarios. Y el Estado-mafia tal como lo conocemos, causa directa de todo lo anterior es también, por supuesto, innecesario.

El Desarrollo es una Elección

Marzo 2011

Argentina fue hasta 1930 e incluso hasta el ‘45 un país de gran progreso, respetado y escuchado. La inercia de este prestigio nos permitió circular con todo y nuestra creciente estupidez mayoritaria, quizá, hasta mediados de los ‘60 pero a juzgar por nuestro presente, podría concluirse que desde entonces venimos deconstruyendo una nación retrógrada. Lo cual remite a una población de electores mezquinos y corruptos.

Sostener este aserto sería, sin embargo, una verdad a medias ya que lo que hoy destaca, ante todo, es una gran ignorancia. Una caída de nivel cultural, de sentido de responsabilidad personal y de comprensión plena de consecuencias. Producto de la destrucción de nuestra educación pública, cuyo origen puede a su vez rastrearse hasta el aciago día en que una cierta masa crítica de Maestros terminó de ser degradada al rango sindical de “docentes” (o trabajadores de la educación).
Dimos así inicio a un camino de distorsión de valores y déficit de conocimientos actuales e históricos en gran parte de nuestra población, que trabó y frenó -como con un hierro- los delicados engranajes de la democracia para terminar infantilizando por completo el criterio de selección electoral.

En palabras de Marco Tulio Cicerón (sabio romano, 106 - 43 AC) “no saber lo que ha ocurrido antes de nosotros, es como seguir siendo niños”, sentencia que podría completarse con palabras de Harry Truman (político estadounidense, 1884 - 1972): “la mejor manera de dar consejos a los niños es averiguar primero qué desean y enseguida aconsejarles que lo hagan”. Enseñanza que resume la esencia –el auténtico Santo Grial- de todo pensamiento populista, sea cual sea el disfraz que lo disimule.

El egoísmo, la envidia, la pereza, el disfrute ante la desgracia ajena o incluso el deseo de apoderase por la fuerza de bienes de otros son pulsiones normales que pueden encontrarse en cualquier grupo humano. Una sociedad inmadura (mal - educada), claro está, tendrá menor autocontrol que otra educada y sus tendencias destructivas tenderán a aflorar con mayor facilidad.

Los populismos nacionalistas o socialistas y en general las agrupaciones políticas que se autotitulan humanistas, social demócratas o de izquierda, aprendieron a usar estas “fuerzas innatas”. Lo hicieron incorporando estas negatividades al modo normal de entender la competencia política, nutriéndolas con arte y manejándolas en beneficio de sus dirigentes y de algunos sectores por ellos digitados (empresariado y sindicalismo amigos, empleo público como sucedáneo a seguro de desempleo etc.)
Hallaron así su solución al problema de la desconfianza y el enfrentamiento social “instintivo”, afianzando su red de privilegios mediante el manejo de una instrucción pública orientada a la clientelización perpetua de la política. Y capitalizando para sí la lógica de la lucha entre grupos, por los restos de un pastel imposibilitado de crecer al mismo ritmo que las demandas de la gente.
Cuanta menos materia gris y cultura histórica en el padrón electoral, más fácil les será a esta clase de políticos persuadir a los votantes de que la vagancia, el robo y el reparto del botín, contraproducentes e inmorales en lo personal, trocan (por interpósita persona: el funcionario electo) en “bien” común. Ofrecer a alguien escaso de valores un atajo para vivir con menos dependencia del estudio, el trabajo y el mérito a cambio de su voto es, qué duda cabe, una gran idea y explica perfectamente la popularidad de la izquierda.

Pero apelar al canibalismo social para deconstruir, burlando las reglas de la economía y de la ética tiene un costo muy elevado.
En un entorno semejante, las disconformidades, los enfrentamientos y los correspondientes cortes, usurpaciones, escarches, paros, marchas y piquetes no pueden sino estar cada vez más en primer plano.

Era esperable que esta concepción inmoral de la política nos trajera hasta el callejón sin salida donde renunciar a estas armas de alto poder equivale a renunciar a formar parte del juego o resignarse a obtener, en el mejor de los casos, un apoyo cercano al 20 % de los votos “válidos” (*).

El sistema se encuentra en descomposición por ignorancia. Des-aprendimos colectivamente el manejo inteligente de las pulsiones “peligrosas”, cual es, usarlas…pero a favor de toda la sociedad. Como en el judo, un deporte cuyo arte consiste en utilizar la fuerza, el impulso del adversario para quedar en ventaja, capitalizar la sinergia y ganar.

Cómo aprovechar el impresionante poder motivador del afán de lucro, de la envidia o incluso del egoísmo que sobresale en algunos individuos, encauzándolo en un orden que maximice el beneficio social, es algo que se sabe desde los tiempos de Adam Smith (economista y teólogo escocés, 1723 - 1790, autor del incunable “La Riqueza de las Naciones”).

Lo que se sabe, desde luego, es que el único sistema económico social que funciona es el capitalismo liberal, en cuyo novísimo extremo de potencia creativa se sitúa el modelo libertario. Se sabe que fracasados están los criminales experimentos comunistas de soviéticos y chinos. Que fracasados están los decepcionantes experimentos socialistas nórdicos y los cada día más patéticos intentos europeos por apuntalar el insostenible “Estado de bienestar”. Y que fracasado está, en fin, el largo experimento norteamericano con avance sin pausa del peso intervencionista de su Estado, que está haciendo virar a la superpotencia hacia el declive.
Casi todas las sociedades padecen el mismo cáncer, que en nuestro caso es metástasis y en otros, tumores en diferentes etapas. El estatismo y la coacción matan y en el extremo opuesto, ciertamente, el desarrollo es una elección de proporción directa al grado de inversión capitalista que nos atrevamos a permitirnos.

¿Importa más evitar las desigualdades que sacar a las masas de la pobreza? ¿Satisface más impedir el enriquecimiento por derecha de algunos que aumentar el nivel de ingresos de la mayoría? ¿Es preferible una sociedad estancada con tal de evitar la envidia resentida de ver el progreso del vecino? Tal parece nuestro credo nacional, al decir de las encuestas. Sigamos pues votando a los dirigistas de siempre. La miseria y la desesperanza, el barro y la desnutrición también son una elección.

(*) Forma parte de esta “lógica” que la clase política ignore la abstención, los votos en blanco o auto impugnados, definiéndolos como no válidos.

Ceguera Psicológica

Marzo 2011

El problema no está en la naturaleza de los sucesos sino en la forma en que los percibimos, configurando muchas veces una verdadera ceguera psicológica.

Vemos los resultados visibles pero no las consecuencias menos obvias de cada decisión de gobierno, las que de manera invariable resultan mucho más significativas.
Por caso, puede considerarse la forma como la Presidente gira cuantiosos fondos a municipios adictos para obras de pavimentación y embellecimiento urbano o con destino a sostener gremialistas aeronáuticos, paliando el déficit de Aerolíneas o bien al fútbol televisado gratuito. ¿Lo hace con dinero propio, con donaciones de la multitud de políticos enriquecidos o de los afiliados de su partido? No. Emplea para ello dinero público.

Dinero detraído entonces de otro lugar menos mediatizado, como podría ser la investigación sobre cáncer, diabetes, transplantes, cardiopatías y sida con fondos privados.
Pocos son los que se fijan en la calidad de vida de estos pacientes; la televisión casi no los muestra y además ellos no votan: para la próxima elección, incluso es probable que hayan muerto. Cada día mueren cientos pero aún así el dinero se toma de ellos, quizá indirecta o tal vez directamente, perpetrando una agresión “involuntaria” pero letal, que queda en silencio.

Con seguridad, un ordenamiento amigable a la democracia de mercado redireccionaría esos fondos dando prioridad a prevenir enfermedades y muerte, asuntos con evidente relevancia en la valoración pública, soberanía del voto consumidor mediante. Resultados complejos, creativos e interactivos que se dan por combinación de millones de micro opciones (cooperación espontánea de mutuo beneficio en red tridimensional) fruto de la libertad, que al planificador central por fuerza se le escapan.

En el mejor de los casos podemos ver lo que hace hoy la Presidente e incluso llegar a aplaudirla pero no vemos su alternativa: los políticos son expertos en publicitar lo que hacen sin mostrar lo que dejan de hacer.
Existe un pavoroso cementerio oculto de consecuencias invisibles -en todo gobierno censor de la libre iniciativa- cuyo costo nunca recae sobre quien decide desde un escritorio el destino de dineros ajenos. Haciendo que no funcione en la democracia política la lógica del aprendizaje en carne propia.
Las consecuencias positivas benefician a su autor mientras que las negativas, invisibles, son soportadas por todos los demás con un coste neto de pérdida para el conjunto social. El lucro cesante del país, claro, queda enterrado: no se mide ni se siente.

Ni qué decir si trasladamos este razonamiento a todo el ámbito de la tributación, destinada a un sinnúmero de fines discrecionales. Incluso la pensión mensual de quienes nunca aportaron o la Asignación por Hijo, por poner ejemplos de extrema sensibilidad, siguen restando con fuerza al capital de reinversión que hubiera generado la buena educación y/o el buen empleo que el padre y el abuelo de ese hijo necesitaban, para proveer adecuadamente a su familia sin necesidad de degradantes limosnas clientelizadas. ¿Hace falta decir que más de lo mismo que se probó durante tantos años no es la solución?

Pero el fondo oscuro de esta democracia política de suma negativa es mucho peor. Ya no es teoría ni especulación malintencionada. Ya no es parte del malvado discurso librecambista, bloqueador de soluciones solidarias al desastre social. Esta vez la impugnación ética y práctica proviene de hechos comprobados, modalidades y resultados fríamente expuestos tras estos dos nuevos períodos de gobiernos progresistas, del campo nacional y popular.

Porque si algo queda en claro después de otros 8 años de peronismo, es la maestría que el sistema populista en su conjunto ha adquirido en el sofisticado arte de abusar en beneficio propio de los mecanismos formales de la democracia vaciándolos por completo del espíritu republicano, viejo y sabio suavizador de sus aristas más violentas.
Nuestros reyes del subsidio llegaron a la mayoría de edad. La “ocupación veintenal” del sillón de Rivadavia sentó jurisprudencia: ya “es Ley” -aceptada hasta por la Corte- la costumbre de caminar, de aquí en más, por el sendero que discurre entre los límites interiores de la regla escrita civilizada y los bordes exteriores del hampa. Al menos mientras discurren cómo redactar, tal vez con ayuda de "La Cámpora", otra Constitución más acorde a este último parámetro.

Atrás quedaron estupideces como la independencia de los Poderes, la transparencia y austeridad en los actos de gobierno, la estricta honradez (aún a costa del propio patrimonio) implícita en la vocación del servicio público, la letra y el espíritu del único pacto social que nos une (la Constitución de 1853) o la simple educación en el trato y en el gesto, de quienes hablan al mundo representándonos.
Atrás quedaron utopías irreales, propias de locos y fanáticos como pensar en la próxima generación o siquiera más allá de la próxima elección, promoviendo la apertura de puertas y ventanas a las tecnologías, ideologías, y conocimientos de punta, a la innovación creativa, la eficiencia dinámica en producción e intercambio, la empresarialidad competitiva o la libre inversión a gran escala, con sus efectos en creación de nuevos emprendimientos, bienestar y más dinero limpio -también a gran escala- en manos de más gente.
Todas esas idioteces e inocentadas quedaron muy atrás, superadas por el lucrativo clientelismo nac&pop que inmoviliza la pobreza atornillando las caretas institucionales en su lugar, mientras compra conciencias con dinero sucio (es decir, sustraído con emisión inflacionaria y deuda financiera o robado a través de coacción impositiva, previa amenaza de cárcel).

Más aún. ¿Existe en todo esto diferencia real, de fondo, entre el oficialismo y la oposición con representación parlamentaria? ¿Es válido, en definitiva, acordar libertad a los enemigos de la libertad, de la riqueza argentina en grande y por derecha? La respuesta está dada por los propios hechos, como sugeríamos más arriba. Hechos de décadas, no de años.
Bienvenidos entonces al apriete que supimos conseguir. Porque ahora si; la dependencia permanente está instalada y con esta mafia se come, se cura y se educa.

Aunque la inmensa mayoría aún no se dio cuenta debido a la gradualidad del proceso, seguimos pagando tributo y recibiendo órdenes de gente que perdió la justificación moral, ética e incluso legal que, hasta cierto punto y bajo estrictas condiciones, la habilitaba.
El sistema sigue en marcha por inercia apoyado en su telaraña de prohibiciones y amenazas, dentro de un entorno vil donde casi todos están demasiado ocupados en sólo sobrevivir, pero al igual que en aquel cuento infantil, el emperador está desnudo y ya hay “chicos” que lo señalan.

Por cerrada que sea nuestra ceguera psicológica, no puede ocultarse que el contrato argentino está roto. El pacto de unión nacional bajo el sistema republicano, representativo y federal está muerto -y momificado- dentro de esa cáscara casi hueca, a la que damos el nombre de democracia.

Para reconstruirlo bajo normas que procuren excluir las facilidades mafiosas que lo destruyeron, bastaría reorientar nuestras opiniones -y votos- con ese norte: prohijando el voto diario y específico (no cada 4 años y genérico) de cada habitante del país, como la mejor manera de evolucionar profundizando la democracia. ¿De qué manera práctica? Apoyando a los candidatos que nos propongan un mercado y una sociedad lo más libre posible de violencia fiscal-reglamentaria, donde cada uno premie (haciendo crecer) o castigue (haciendo fundir) con su venia o no, al que nos ofrezca la mejor opción de lo que sea, desde pan a educación pasando por empleos. Corruptos y monopolios, fuera.