Iguales Oportunidades

Diciembre 2011

Persiguiendo el mito de Sísifo, parecemos condenados a mirar como, una y otra vez, las posibilidades del país se esterilizan en la triste ceguera del mismo círculo vicioso. Es algo especialmente frustrante, teniendo en cuenta las claves que la ciencia económica de punta pone hoy a nuestro alcance y la enorme potencialidad argentina para saltar hacia adelante, utilizándolas.

La economía es la llave que condiciona el pleno acceso popular a todas las ventajas y comodidades que hoy nos ofrece la civilización. Pero un paso antes, la educación mayoritaria condiciona -a través del voto universal, obligatorio y secreto- a la propia economía. Y si de algo podemos estar seguros es que la sociedad no hallará la salida de este círculo luchando contra los molinos de viento de sus efectos (eterno mantra de nuestra democracia populista), sino asumiendo con valentía las insensateces que los causan.

Empezando por asumir que el paso del modelo ilustrado y liberal al modelo corporativo y dirigista comenzado en 1916 y afianzado a partir de 1946, implicó en igual medida el paso gradual de la educación pública de aquellas mayorías que no podían pagar una educación privada, a una educación… oficial.
Y que este cambio de rumbo (el esfuerzo a favor o en contra de la calidad educativa tarda al menos 15 años en dar frutos… o relatos) significó que varias generaciones de argentinos vulnerables, dependientes de tal formación, viraran gradualmente en sus paradigmas.
Así, nuestra nave fue dejando en las brumas del pasado aquel puerto donde se premiaban (en metálico) los valores del esfuerzo y la responsabilidad personales, para acercarse a este puerto donde lo que se premia (en subsidios y amiguismo) son los antivalores de la “viveza” parasitaria sobre el esfuerzo ajeno y de la dilución de responsabilidades en la masa o en la impunidad política. En dos palabras: un viaje de la ética capitalista a la socialista con la consecuente caída en todos los rankings mundiales de poder financiero, prestigio y por supuesto, de resultados.

Resulta obvio que el modelo educativo estatal argentino fracasó; que dio por tierra, boleado en sus propias contradicciones.
Desde hace mucho, todos los indicadores nacionales e internacionales coinciden. Atruenan las alarmas sonoras en la sociedad y avisos de alerta amarilla, naranja y roja advierten a millones de padres con sus luces: ¡vamos mal!
Se perdieron las cadenas de respeto, mérito y excelencia, producto de “estatutos docentes”, normas paralizantes y contenidos oficiales minados de un fascismo mafioso, protector del statu quo y asesino de cualquier verdadera innovación.
Maestros y profesores sobreviven con retribuciones indignas y la prometida igualdad de oportunidades, está a la vista, no se cumple a pesar de inmensas partidas presupuestarias “aplicadas” al caso, a través de largas décadas.
Finalmente, es un hecho que todo el que puede huye raudo hacia el formato educativo privado, en un voto “con los pies” que contradice las más de las veces el voto “universal, obligatorio y secreto” del propio fugitivo. De cualquier forma, el desastre educativo oficial afecta también a la oferta privada, al restar competitividad a todo el sistema.

La fracción pensante del país debe asumir este déficit creado en capital humano, como la causa más profunda de nuestra decadencia y del actual 35 % de pobreza. Desgracias imposibles de eliminar sin un salto muy importante en la calidad de nuestra educación, valores conducentes incluidos.
Y debe además explicitarlo de alguna manera masiva, persistente y clara a las actuales víctimas de esta mala praxis oficial, despejando así la vía para arrancar otra vez en viaje hacia el futuro, retomando la hoja de ruta sarmientina. Aunque ahora con caja automática secuencial, GPS y luces LED.
Sarmiento era un hombre políticamente incorrecto, avanzado, de vanguardia para su época y podemos imaginar sin esfuerzo que, trasladado a esta Argentina no dudaría en apoyar soluciones superadoras, provocativas y con potencial suficiente como para revertir el daño, recolocándonos en una posición de liderazgo.

Honrando su memoria, el destino final de este viaje no puede ser otro que aquel al que cada madre y cada padre aspiran y al que hoy sólo llegan los que pueden: educación privada de excelencia, primaria, secundaria y terciaria para todos.
¿Queremos lo mejor de ambos mundos? ¡Tomémoslo, llevando la igualdad de oportunidades desde la resentida (e inconducente) retórica socialista, a la brutal realidad del consumo capitalista!

¿Cómo? Avancemos, por ejemplo, sobre las ideas originales del estadounidense Milton Friedman (premio Nobel de economía, 1912 - 2006) acerca del sistema de vouchers o vales, en combinación con los aportes del humanista José Piñera, hermano mayor del actual presidente de Chile, experto mundial y consultor senior en seguridad social y educación pública.

Deroguemos los estatutos docentes haciendo que los profesores se rijan por las mismas leyes laborales del resto del país.

Creemos un vale educacional con los fondos presupuestarios destinados a instituciones primarias y secundarias estatales. Y pasemos, en una primera etapa, del actual subsidio a la oferta a un tipo de subsidio a la demanda entregando vales a las familias pobres que los demanden, por los hijos que los necesiten.

Licitemos de manera gradual y transparente las escuelas públicas empezando por las urbanas, incentivando a los propios docentes a organizarse en microempresas que se presenten (con estatus preferencial) en estas licitaciones, pasando así al mostrador del propietario como empresarios educacionales.

Establezcamos una gran libertad en cuanto a programas y formas de estudio, exigiendo sólo un contenido básico de mínima, promoviendo la innovación, creatividad y diversificación curricular para adecuar las ofertas, incluso económicas, en colaboración sinérgica con instituciones culturales y financieras.

Implementemos entonces un sistema donde los padres puedan decidir en qué escuela pública -o más adelante, privada- usarán esos vales mensuales, pagando por la educación de sus hijos y poniendo de esta manera a todos (eficiencia y retribución docente incluidas) en la más edificante competencia de premios al mérito.

Reservemos al Ministerio un papel en controles de calidad y certificación, subcontratando dichos servicios e incentivando una fuerte superación en búsqueda de excelencias dentro del propio sector proveedor privado.

Estaríamos pasando del Estado Docente y adoctrinador del siglo XX a la Sociedad Docente y multicultural del siglo XXI: menos Estado y más sociedad; menos forzamiento y más libre-elección.
Desde luego, un gobierno coherente que no permita que los contribuyentes perdamos 400 millones de dólares por año en una aerolínea antes privada o 3.500 millones de dólares en importar energía, tras haber espantado las inversiones que antes nos aseguraban exportación y autoabastecimiento (por dar 2 ejemplos entre mil), podría multiplicar el valor de estos vales educativos, potenciando el poder de elección de los padres sin aumentar (o aún empezando a disminuir) la violencia impositiva general.

Estrategias como la de “regalar” netbooks pueden parecer un avance pero como dijo Steve Jobs (fundador de Apple, 1955 - 2011) “Yo soy la persona que ha regalado más computadoras en Estados Unidos. Sin embargo, creo que no es la solución, me he equivocado. El problema está en la gestión de las escuelas, en los sindicatos de profesores, en la pésima administración de los currículums y en la manera como se enseña”.
Por eso, mucho mejor sería un sistema que igualase la oportunidad de obtener el ingreso necesario para comprar a sus hijos la tecnología informática que elijan y que les provea la mayor ventaja. Distinta estrategia, esta, de derrota de la pobreza basada en un crecimiento económico tal como sólo puede generar la más amplia e imaginativa “libertad de industria” concebible, apoyada en una educación no discriminatoria y de alta calidad.



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