Un Faro de Esperanza

Junio 2011

Cabal exponente de las peores facetas de su tradición clientelar, el presente ciclo peronista consiguió revivir del letargo la vieja tendencia argentina hacia la división.
Lejos de gobernar para todos trabajando por la unidad social con mutuas libre-conveniencias basadas en el esfuerzo integrado inteligente, los Kirchner y sus laderos buscaron y hallaron los medios para inyectar combustible pesado a la fragua -siempre latente- de nuestra desunión.

No es materia de la presente nota discurrir acerca de este “uso del enfrentamiento” modelo 2011, sus motivaciones reales, la categorización ética de las personas ahora alineadas en uno u otro bando ni la descripción del odio (y fuertes deseos de la más violenta acción directa), enquistados en mentes y corazones a ambos lados del abismo. Todo compatriota conoce la realidad de la partición nacional y está pronto a defender, vomitando más que explicando y desde sus entrañas, su visión económica de estos planteos.

La construcción pasa, en este caso, por preguntarnos desde una vereda opositora (aunque superadora) cómo neutralizar tanto rechazo fratricida.

De qué manera frenar la corrosiva permisividad cultural que existe hacia acciones o ideas de gobierno claramente ladronas, en un todo contrarias al espíritu de nuestro pacto constitucional. Ese que impide desde 1853 un retorno a iniciativas de secesión o guerra civil.
Cómo revertir el claro ambiente anti-empresa y anti-inversión que refuerza a diario nuestro propio “muro de Berlín”. Verdadera pared bloqueadora de oportunidades avalada si no de forma sí de fondo, por todo centroizquierdista sufragante.

Cómo evitar, en última instancia, el desarrollo y avance de otra ultraderecha fascista y vengativa, que sea percibida por millones de indignados como único contra-péndulo posible a un totalitarismo -creciente- en los 3 Poderes, tergiversador y destituyente de casi todos los derechos fundacionales de nuestra nacionalidad. Empezando por los derechos que protegen al patrimonio de las personas frente a las extorsiones del terrorismo de Estado fiscal, auténtica piedra basal de nuestro declive.

La respuesta a cómo lograrlo y cómo dar con la fórmula para que los argentinos reescalemos posiciones, poniendo “en su sitio” al más de medio centenar de países que nos superaron durante los últimos 70 años no se encuentra, está claro, entre lo hoy políticamente correcto o factible.
No existen soluciones reales de centro, de izquierda moderada, de manu militari o siquiera de derecha conservadora para la partición nacional. Para el enfrentamiento mortal entre aquellos que apoyan a repartidores de dádivas con dinero ajeno y efecto derrame hacia Ferraris, yates, hoteles o aviones y los que apoyan el respeto al capital y al trabajo con efecto derrame hacia los laboriosos que se lo ganen.

La única cura real y definitiva para este desangre esterilizador está en la gradual adopción del cuerpo de ideas más avanzado y superador que existe: el sistema liberal libertario.

Consideremos que, dentro de una institucionalidad podrida, la voz multiplicada de unos pocos y enérgicos representantes de este joven let it be (déjalo ser) económico-social, provocaría otro tipo de efecto derrame: el del fantástico poder inspirador de aquellas ideas fuertes y claras que propulsan sin miedo la abundancia material, calzada en la ética de un absoluto respeto al prójimo y a sus iniciativas innovadoras en el marco de una democracia “permitidora”, de grandes libertades personales.
Sería apostar a adelantarnos por segunda vez al futuro y a otras sociedades ya que si bien existen partidos libertarios en el mundo, ninguno llegó aún al poder del Estado para empezar a desmontar su aterradora capacidad coactiva de daño económico y cohecho. Capacidad ejercida, justamente, a través de la restricción de nuestras libertades comerciales para encadenarnos a su mafia.

Todo lo libertario es solución definitiva al odio y la desunión. Porque en la exacta medida en que empecemos a sacudirnos las leyes-basura impositivo reglamentarias del Estado-ladrón, empezarán a inundarnos los hoy esquivos capitales de inversión, las innovaciones jurídicas y tecnológicas, los emprendedores empresariales, los educadores de vanguardia y la súper infraestructura que necesitamos a todo orden, sin cargo alguno a nuestros impuestos. Creando, a igual velocidad, nuevo empleo y bienestar traducidos en dinero sólido (no en papel pintado inflacionario) en el bolsillo de cada ciudadano que se proponga ascender por su propio esfuerzo. Sin robar al vecino y a sus planes de mejora, por interpósito funcionario de la Afip.
Con impuestos en baja en esta nueva cultura tributaria (la de atraer capitales) y mayor ingreso real en las familias por trabajos creativos en oferta creciente, se esfumarían 9 de cada 10 razones para detenerse en el tiempo culpando a otro argentino, desde la insatisfacción de nuestro septuagenario juego de suma cero.

Aún una sola voz coherente, poderosa y amplificada dentro de esta cleptocracia en descomposición, podría hacer la diferencia despertando conciencias. Acelerando el fin de esta demencial fábrica de pobres (el “modelo” de subsidios, retornos y apoyos políticos) para saltar al lugar de liderazgo que nos corresponde. Arrojando por la borda los estúpidos complejos de inferioridad socialistas, absteniéndonos de pedir perdón por ser más ricos, más poderosos y más respetuosos de los derechos humanos que otros.

Cuando la libre unión estratégica entre empresario y empleado sea redescubierta como más conveniente para ambos que el tándem escalada de amenazas sindicales versus fuga de capitales, quedará superada esta falsa división que solo aporta al juego de los políticos profesionales, en su vil comercio de votos y coimas.
Entonces la Argentina dejará de ser una mujer golpeada y volverá a ser aquel faro de esperanza en la noche de nuestros abuelos inmigrantes, que un día fue.

¡Libertad de Elección Ya!

Junio 2011

De la mano de Internet, hoy nos resulta fácil dar un rápido giro virtual al globo. Está al alcance de todos observar (y aprender) que en naciones con Estados intervencionistas, como nuestra Argentina, la libertad de elección de la sociedad se encuentra restringida. Que en repúblicas aún más totalitarias (y pobres), como la socialista Tanzania, esta libertad es casi nula. Y que en países de mercado relativamente libre, como la capitalista Singapur, las personas gozan de una mayor libertad de elección.

¿Por qué decimos esto y qué significa libertad de elección?

Lo recordamos suponiendo que el objetivo de máxima de todo Estado y (dos pasos evolutivos más allá) de cualquier sistema de ordenamiento comunitario, es la felicidad de la gente. Felicidad que puede definirse, socialmente y de acuerdo a su interpretación más avanzada, como libertad de elección.
En efecto: una persona es más feliz cuanta mayor sea su posibilidad de elegir. De optar libremente entre distintos bienes, como dónde y con qué nivel de excelencia educará a sus hijos, a quién ayudará económicamente, qué motocicleta 0 Km. comprará, en qué momento dejará de ser víctima de un matrimonio violentador, cuál oferta laboral aceptará, a qué sistema jubilatorio, sindical o de medicina prepaga elegirá aportar, con qué ropa nueva se gratificará, qué crédito tomará para mudarse o para equipar mejor su casa, qué servicios de seguridad contratará en esta etapa de su vida, etc.

Siendo “la sociedad” una entelequia inexistente (¿alguien vio y tocó alguna vez una sociedad?) definida como la simple suma de las mujeres y hombres que coinciden en una misma comarca con diferentes sueños, problemas y necesidades, la posibilidad real para la mayor cantidad de personas de elegir y acceder a cosas percibidas como bienes, coincidirá siempre con la mayor felicidad social posible.
Todo gobierno que coarte la diversidad y contundencia de estas opciones, trabaja contra la felicidad de su pueblo. Sea por bloqueo intervencionista a producciones e importaciones o bien imponiendo políticas económicas anti-capital, que dinamiten el puente de acceso de los más al dinero necesario para efectivizar estas elecciones personalísimas.

Ciertamente el dinero no lo es todo. No hace, compra ni asegura una vida más plena y feliz, pero ayuda en un… ¿80 %?
Un gobierno que desee realmente, sin intereses de clase ni mafia de por medio la felicidad de su pueblo, procurará mediante protecciones inteligentes que cada persona de esa sociedad disponga de más dinero honestamente ganado, como facilitador de bienestar. Sin importar que haya quien acumule o gaste más y quien acumule o gaste menos, mientras todos tengan oportunidad cierta de mejorar su ingreso (lo contrario sería dar preeminencia a los factores resentimiento, parasitismo y sobre todo envidia).

Hace 100 años, hacia la época del Centenario y bajo ideas liberales, nuestro país había logrado ubicarse entre los 7 mejores del mundo con todo lo que eso significaba como proceso en marcha de mejora general. Y… desde hace unos 66 años, radicales socialistas y militares pero sobre todo peronistas, vienen tratando de detenerlo… basados en intereses de mafia y de clase.
Lo lograron en casi toda la línea: el resultado de su idiotez serial es terrorífico; de gran crueldad para con los que menos tienen.

Una manera de hacerlo visible pasa, precisamente, por el análisis de posiciones de ranking que pueden aparecer como frías y abstractas pero que explican los sufrimientos de la pobreza como enfermedades, agobios y muertes prematuras, des-educación, subempleo y estrés por impotencia con demolición de esperanzas, vejaciones que clavan sus garras con particular saña entre los más indefensos.

Recorriendo el índice de ingreso per cápita publicado por las Naciones Unidas, veremos que en el 2009 la Argentina ya ocupaba el puesto número… ¡50! con escasos 14.559 dólares (los primeros datos de cierre 2010 ahondan este naufragio), mientras que la socialista Tanzania era la economía 149° con un ingreso medio de 1.319 dólares y Singapur (un país diminuto, superpoblado y sin recursos naturales) se situaba en 4° lugar con 50.701 dólares de ingreso anual promedio por persona.

Los muy calificados doctores populistas que nos hundieron dirán “¡ah! pero esos son números en crudo, sin considerar el índice de paridad de poder adquisitivo que también calcula la ONU”.
Bien, veamos entonces las posiciones corregidas según dicho índice: en ese ranking nuestra Argentina pasaba al puesto… ¡59°! mientras Tanzania también descendía al número… 157 y el pequeño Singapur capitalista mantenía su 4° lugar.

La dura realidad, en síntesis, es que los desgraciados habitantes de Tanzania no pueden elegir prácticamente nada con sus miserables 1.319 dólares al año mientras que los más felices ciudadanos de Singapur disfrutan la decisión de cómo gastar o ayudar voluntariamente a otros con sus 50.701 dólares en el bolsillo.
La actual inflación argentina (clásica, deliberada política de Estado del peronismo para tapar desaguisados y sostener el recalentamiento inducido de la economía como anzuelo caza-bobos electoral) nos reafirma, casi a marcha forzada, en la senda de Tanzania. Nuestra libertad de elegir entre más bienes y mayor calidad de vida real disminuye por goteo, en verdad, día a día.

Oponerse fue, es y será inútil: el capitalismo de libre empresa demuestra una y otra vez su aplastante superioridad en crear riqueza para todos (aunque sea “de la nada”, como en Singapur) allí donde sea que se aplique, por más espasmos de contrariedad y furia que esta realidad provoque en la mayoría de nuestros votantes, y en los políticos inútiles que los representan.

A más capitalismo, habrá más diferencia entre ricos y pobres pero también más riqueza (con libertad de elección) para todos y en consecuencia, menos pobreza con mayor felicidad social.
Nuestros sobreabundantes referentes de centroizquierda, unidos al fin en algo, retrucarían entre dientes con la famosa pregunta del genocida Vladímir Ilich Uliánov (Lenin) “¿Libertad, para qué?”