Doble Standard

Abril 2011

Consideremos las siguientes afirmaciones:
a) Nadie está en posesión de la verdad. b) Cada quien puede pensar y decir lo que quiera, sin pretender imponérselo a otros por la fuerza. c) Todos debemos respetar las ideas y la forma de vivir de los demás.
Imaginemos ahora estos tres puntos sometidos a una encuesta nacional de aprobación o rechazo: con seguridad, más de dos terceras partes de la gente afirmaría estar de acuerdo. Al menos si tuviesen que responder a cara descubierta con nombre, apellido y de pie frente a su comunidad.

Siguiendo una hipotética línea de coherencia, entonces, 7 de cada 10 argentinos deberían asumirse como liberales. Incluso libertarios, vale decir: pro absoluta libertad civil, económica y de creatividad aplicada, considerándose identificados con la ecología inteligente, con el pacifismo, con la supertecnología y la no violencia totales.
Pero una mayoría de connacionales no sólo no se consideran liberales sino que, fieles a un doble standard y en esa misma proporción (66 %), se declaran estatistas. Esto es, partidarios de un Estado-papá bien armado, omnipresente, regulador y subsidiador. Con mandato, claro está, para imponer sus ideas quitando por la fuerza “a otros”, a como dé lugar (aprietes mafiosos incluidos) y sin estúpidas cortapisas republicanas, los dineros necesarios a tales fines.

Esta hipocresía rampante, se manifiesta por todas partes. Como en materia educativa, donde la mayoría desea más escuelas públicas “gratuitas” con más docentes sindicalizados, mientras pasan a sus hijos a colegios privados con la velocidad del rayo ni bien logran una modesta mejora económica. O sea, quieren lo inferior “para el otro”. Cuando lo decente sería preguntarse cómo hacer para que el 90 % de la población acceda a buenos empleos, que permitan costear buena educación privada para sus hijos.

Lo mismo pasa con las coberturas de salud o con el acceso a zonas protegidas por seguridad privada. Y también pasa cuando, tras votar a otro estatista más, los habitantes de Buenos Aires y alrededores se desgañitan en quejas contra los constantes embotellamientos y piquetes. O por las demoras y accidentes en rutas estrechas y obsoletas, aún a sabiendas de que autopistas superpuestas, rutas ampliadas, trenes y subtes ultra modernos o seguridad vial modelo siglo XXI son cosas inherentes a un sistema decididamente respetuoso de la propiedad, capitalista, liberal y de altísima inversión privada.

Doble Standard para todo, como cantar loas a la humillante Asignación Universal por Hijo en lugar de admitir que ese mismo sistema de subsidios e intervenciones cada vez más extendido y que frena toda inversión, es criminalmente responsable de que los propios padres de esos hijos carezcan hoy de la educación y los empleos necesarios para proveer dignamente a sus familias.
Como mirar para otro lado cuando se explica que en 2007 el 8,7 % de los hogares argentinos estaban bajo “riesgo alimentario severo”, mientras que en 2010, con la AUH funcionando, ese mismo “riesgo alimentario severo” afectaba ya al 9,1 % de la misma población en crecimiento.

Esta extraña omertá puede simbolizarse en el caso del Sr. Pérez, empresario de barrio propietario de una heladería y cafetería, que emplea a tres personas. El sabe que el recalentamiento inducido de la economía que el peronismo fogonea mediante el tándem inflación deliberada - indexación general - subsidios clientelistas - confiscación tributaria - cierre al exterior (y otras insensateces), generó un relativo bienestar con su correspondiente boom de consumo, que es lo que mantiene su negocio en marcha. Lo que importa para Pérez y sus empleados de salario mínimo es el hoy y no si este modelo económico es justo o sostenible frente al próximo pestañeo del precio internacional de la soja o de la demanda asiática (el “viento de cola”). Por eso piensan volver a votar kirchnerismo u otro estatismo y así lo expresan ante el encuestador.

Si bien la presión impositiva es récord y el gasto público trepó por encima del 44 % del PBI (frente al 30 % promedio 1970/2000), lo que se ve es la cooperativa estatal de “trabajo” (aunque sea de bajos salarios) y el aumento de ventas de electrodomésticos, motos o autos.

Lo que no se ve es el aumento de los ni - ni (genéricamente, jóvenes que no estudian ni trabajan), que según las fuentes (Indec u oposición) son entre 800.000 y 1.400.000.
Lo que no se ve es la tremenda caída en la consideración global de nuestras universidades, su nula tarea de investigación y la ausencia de interés de otras casas de altos estudios extranjeras por radicarse en Argentina (sólo hay una, contra 170 en China).
Lo que no se ve es esa extraordinaria medición de productividad y excelencia que constituye el registro anual de patentes de un país.
La última cifra conocida es del 2008, cuando la Argentina patentó 79 innovaciones, frente a Corea del Sur que registró… 8.000.
Hace 4 décadas, este era un país mucho más pobre que el nuestro pero hoy día nos dobla en ingreso per cápita. ¿Qué pasó? La explicación, muy simple, está en su apertura exportable capitalista versus el proteccionismo estatista nacional. ¿Otro ejemplo? En los años ‘60 Singapur, una nación sin recursos naturales, tenía un ingreso per cápita 10 veces menor al argentino. Hoy nos supera ampliamente, ocupando el 9° puesto en el ranking mundial. Claro que en otro ranking que tampoco se ve, el de Libertad Económica, Argentina figura hoy en la posición 138 sobre un total de 179 economías testeadas. No hay sorpresas en nuestra decadencia.

Dicen las encuestas que al Sr. Pérez y a sus empleados no les interesan estas cosas tan abstractas, que “no significan nada” en su vida del hoy. Ellos siguen fieles al doble standard y a la vieja venda sobre los ojos. Pero también saben que sus decisiones incorrectas, insensibles para con los que sufren y para la siguiente generación, terminarán pasándoles factura y que llegado el momento habrán de enfrentar el antiguo dicho de el calavera no chilla.

Suerte y Destino

Abril 2011

No es un tema menor aquel de “la oportunidad de tener suerte”. Forma parte importante de las oportunidades que una sociedad justa debe brindar a sus integrantes, en especial a aquellos que parten desde una situación desfavorable: malas grillas de partida que podrían deberse al déficit de esfuerzo inteligente (o al mal voto) de padres y abuelos, a la propia incompetencia anterior… o simplemente a la mala fortuna.

Resulta innegable que la suerte es un gran igualador y que cualquiera (si el entorno es adecuado) puede beneficiarse de ella.
Si sólo se premiaran nuestras habilidades y competencias las cosas serían más injustas ya que no elegimos nuestras habilidades, y porque demostrar nuestra competencia depende de factores que con frecuencia no controlamos.
Evitando que siempre “gane” el mismo afortunado, el azar ofrece muchas veces la oportunidad de barajar y dar de nuevo en el mundo socio-laboral. La suerte, claro, es más igualitaria que la inteligencia.

Una vez más el capitalismo, ese sistema que por naturaleza beneficia más a los que menos tienen, auxilia a quienes estén listos para aprovechar las oportunidades maximizando la potencia niveladora del factor suerte. Porque un sistema que promueve la más amplia libertad de negocios, el real acceso al crédito, la desregulación burocrática y la rebaja de impuestos prepara eficientemente a una mayor cantidad de gente con ganas de progresar, para capturar con ventaja las variaciones y favores que se producirán en el mercado.

Es inocultable que contra esta clase de oportunidades para todos, trabajan los partidos de nuestra vieja centro izquierda progresista. La misma que desde 1945 cementó y fraguó el terrible piso de 30 % de indigencia y pobreza, tras bajarnos a garrotazos del top ten mundial que “la derecha” -con todo y sus errores- nos había legado.
Progresismo bien representado hoy en el arco que va de Solanas a Binner y de Alfonsín a Cristina, pasando por Moyano, Scioli y Bonafini entre otros. Dirigencia cavernaria que sigue combatiendo al capital mientras tensa el torniquete impositivo, con el polvoriento cuento marxista de los ogros corporativos capaces de engullir al mundo. De que los poderosos se hacen cada vez más poderosos y que los medios de explotación empresaria se autoalimentan, multiplicando la injusticia del sistema.

En realidad, y tal como observa el experto en la ciencia de la incertidumbre, matemático y filósofo libanés Nassim Taleb “hagamos un corte transversal de las empresas dominantes en un momento dado; muchas de ellas habrán desaparecido varias décadas después, mientras que empresas de las que nadie oyó hablar habrán aparecido en escena, salidas de algún garaje de California o de una habitación de algún colegio universitario. Consideremos la aleccionadora estadística siguiente: de las 500 mayores empresas de los Estados Unidos en 1957, únicamente 75 seguían formando parte de este ranking cuarenta años después. Sólo unas pocas habían desaparecido en fusiones; las demás se habían reducido o habían quebrado.
¿Porqué fue el capitalismo (y no el socialismo) el que destruyó esos ogros?” Como se ve en el país más capitalista “si uno deja solas a las empresas, estas tienden a ser devoradas. Históricamente, cuanto más socialista fue la orientación de un país, más fácil les resultó a las grandes empresas permanecer y dominar. Los gobiernos socialistas protegen a sus monstruos en problemas y al hacerlo, abortan a los posibles recién llegados. La suerte hizo y deshizo Cartago; hizo y deshizo Roma. Las corporaciones de talante ávido y bestial finalmente no significan amenaza alguna, porque la competencia las mantiene a raya.”

A más competencia, más raya. A más capitalismo, más competencia y menos ogros protegidos. En el oscurantismo político que nos toca vivir, el destino se elige votando en mayor número y el papel que la suerte desempeña en él, también.
Frenar la competencia (y la competitividad) es dar ventaja económica a los “amigos” monopolistas, impidiendo el desarrollo de los entornos favorables y cortando las piernas a la oportunidad de que los desfavorecidos se favorezcan.

Mientras que nuestros muy votados populismos se dedican a bloquear la libre competencia a través del dirigismo intervencionista que les es tan lucrativo, quienes sostenemos los ideales liberales (y en su extremo de potencia creativa, libertarios) luchamos por controlar en serio a las grandes empresas y a cualquier forma de monopolio (incluidos los estatales) a través del poder soberano de la gente común, eligiendo en libertad sobre mercados en verdadera competencia, que no estén intra-distorsionados con reglas discriminatorias.
En ese marco, las empresas pueden quebrar las veces que quieran mientras subsidian con sus propios fondos a esa gente común que aprovechará sin miramientos los precios, las ofertas, los saldos y las liquidaciones por cierre. ¡Que transfieran de manera voluntaria su dinero, literalmente, a nuestro bolsillo!
Tratándose del Estado, en cambio, el interés público está en asegurarnos de que no nos transfiera el costo de sus locuras.

Sería impropio de personas educadas urgir a nuestras mayorías a que -de una buena vez- dejasen de ser carne de prostitución política. Nos bastaría que lo fueran en los lugares adecuados, entre los que no se encuentra, por cierto, el cuarto oscuro electoral.