Educando al Soberano

Febrero 2011

Que la Argentina está golpeada y enferma es algo que -salvo ignorancia extrema o cinismo intelectual- saben propios y extraños. Se ve por doquier: la realidad que nos rodea es un puñetazo en el ojo y otro en la boca del estómago de todo habitante de este país.

Nuestro interminable descenso en todos los rankings de bienestar, riqueza, desempeño y perspectivas no sorprende a nadie, sencillamente porque se lo percibe como el resultado lógico del tándem que la mayoría viene avalando desde los años 40 del siglo pasado, profundizado por el actual gobierno: alta regulación comercial, proteccionismo sin fin en mix con favoritismo, híper-falseamiento estadístico, ideológico, histórico, legal y económico, clientelismo con subsidio-dependencia crecientes, paleo-reglamentación laboral, impuestos tan asfixiantes como regresivos y la esperable corrupción inherente a la suma de todos estos ítems. Un tándem letal, que nos garantiza la permanencia entre los países condenados a un crecimiento comparativo tan lento, que bien puede asimilarse a encogimiento.
Administrando pobreza entre una crisis y la siguiente, el knock out no está lejos. El puñetazo ascendente al mentón de nuestra sociedad bien podría llegar, de seguir así, en las presidenciales de Octubre.

Porque quien crea que nuestras elecciones son la competencia entre proyectos políticos o entre líderes que encarnan ideales contrapuestos se equivoca. Sólo se nos permite optar entre martilleros delincuentes rematando por anticipado -en la campaña electoral- lo que piensan sustraer a “otros”, transfiriendo las consecuencias al que sigue. Remate que mayormente se desarrolla entre banderas rojas y cánticos de odio, aunque también incluye algunos elaborados disimulos gatopardistas (cambiar para que nada de fondo cambie).

La verdadera competencia es aquella que nos da la posibilidad de optar entre bienes mientras que la oferta política argentina nos obliga a optar entre males, reduciéndose a una compulsa para elegir al menos ladrón o al menos inepto, para que siga abusando del monopolio que aborta o recorta el 90 % de nuestras iniciativas de evolución (el Estado con su agobiante poder de freno y saqueo; “de apriete” sobre el manso).
Porque esos millones de “otros” expropiados del dinero que ganaron trabajando, por supuesto, tienen cara, nombre, apellido, familias, problemas y planes que sufrirán. También compromisos solidarios y proyectos económicos de progreso que deberán resignar a manos del burócrata electo, de sus amigos, sus clientes, sus planes y sus privilegios vitalicios.

Debemos enfrentar esta realidad, de muy deficiente creación y distribución de riquezas. Para seguir por la revisión de nuestras convicciones más inteligentes acerca de cómo solucionar la cuestión de crear, y rápido, mucho más empleo productivo y bien pago en el país. Senda distributiva que nos lleva una vez más a concluir analizando la cuestión educativa, madre indiscutida del borrego.

A 200 años exactos del nacimiento de D. F. Sarmiento, nuestro gran educador, tal vez sea el momento de reconsiderar el tema. Porque el fracaso nacional contemporáneo sólo puede explicarse por vía de la incultura. Por desinformación introducida a bombo totalitario sobre mayorías empobrecidas, sumergidas luego en la vieja licuadora democrática capaz, si, de contar mas nunca de pesar. Real des-educación de mayorías sin opciones reales de elección, embretadas en una educación estatal entusiasta partidaria del abandono de los sabios preceptos sarmientinos.
Verdadera guerrilla intelectual, contracultura de muerte y atraso que se resume en el siguiente ejemplo paradigmático: coincidiendo con el aniversario del gran sanjuanino, una editorial oficialista pondría en las escuelas primarias estatales un libro con la historia tergiversada del Che Guevara: de psicópata homicida totalitario que murió en su ley a… “luminoso ejemplo de fidelidad hasta el fin a sus elevados valores comunistas”.

A confesión de partes, relevo de pruebas.

Sabemos que nuestra preciada libertad de elección, esa que despreció Guevara, depende directamente de la verdad. Verdad que debe iluminar la inteligencia para templar la voluntad y poder hacer así lo que es correcto al “ser persona”, alejándose de la bestia coactiva.

Educar, entonces, es convertir a alguien en persona, mediante la suma de información y formación. Es cautivar con argumentos positivos, entusiasmar con ideas evolucionadas, seducir con la excelencia y promover actitudes preparando a los individuos para que vivan y elijan su vida de la mejor manera posible. Lo que implica incluir hábitos de responsabilidad, respeto, valores morales y autoestima que prevengan un descenso al primitivismo tribal socialista que desprecia los logros individuales en aras del impersonal ente colectivo o sujeto-masa. Concepto degradante, por cierto, tan inasible como conveniente al manejo dirigista del (o la) jerarca o legislador/a de turno.
Y cuando hablamos de moral, palabra resbalosa si las hay, tenemos en claro que la misma consiste en el uso correcto de aquella libertad de elección, sin oprimir ni degradar.

Sarmiento ya lo había comprendido. Por eso y entre otras cosas, importó maestras norteamericanas que hicieron escuela inculcando aquí, a nuestros niños, los sabios principios de absoluto respeto por lo ajeno, por la libertad de elección e iniciativa individual irrestrictas. Poderosas normas éticas que venían de llenar de prosperidad a los Estados Unidos, en el exitosísimo y más grande experimento libertario de la historia, conducido por los presidentes Jefferson, Madison y Monroe.

Aunque una mega campaña publicitaria persuasiva, de largo aliento, inteligente y creativa financiada por nuestras reservas morales podría ser de utilidad para cambiar ya ciertos paradigmas, nada reemplazará a los próximos 30 años seguidos de verdadera educación al soberano que nuestra Argentina, otra vez, necesita.

Mejor, Argentina

Febrero 2011

No sólo los argentinos piensan que el suyo es un país “condenado al éxito”. Cientos de miles, tal vez millones de extranjeros medianamente informados y disconformes con las políticas que deben soportar en sus propias sociedades, ven en la Argentina algo así como una tierra prometida en potencia.
Un “lugar” atractivo hacia donde podrían emigrar (si se diesen las condiciones para hacerlo) y/o donde podrían volcar trabajo, experiencia y capital para forjarse un nivel de vida superior. O donde invertir para crearse seguridad a futuro, pensando en hijos y nietos.
Al igual que la mayoría de nosotros, ellos sopesan las ventajas comparativas reales, observan nuestra evolución y esperan.
¿Qué suma de factores diferencia a este “lugar”, que lo proyectan como imaginario ideal entre tantas otras comunidades y sitios?

Después de décadas de autoagresión educativa y jurisprudencial, la Argentina decayó a una población con grandes diferencias de instrucción y bienestar aunque todavía solidaria, de especial perspicacia y creatividad, muy permeable a las nuevas tecnologías y de veloz reacción ante los estímulos económicos (¡también en sentido negativo!).
Prueba de ello es que, contestatarios y conflictivos en su propia nación, los argentinos cambian y se adaptan ni bien emigran a sistemas donde el mérito paga más que el desorden, destacando enseguida como líderes de equipo, como innovadores, como técnicos habilidosos o maestros, de ser necesario, en la improvisación multifuncional.
Una innata apertura mental en potencia a gran escala que no pasa desapercibida a quienes nos miran y que hace de esta sociedad de gentes orgullosas pero cálidas, sin taras étnicas ni religiosas, una interesante apuesta de crecimiento explosivo bajo la sola condición de coincidir en una organización que se desprenda del ancla ideológica modelo años 40 y 50 del siglo pasado para adoptar modalidades y paradigmas más vanguardistas, propios de este siglo XXI.
Un país de enormes dimensiones, escasa población, paisajes maravillosos, abundancia de recursos y climas. De inquietudes culturales tan originales como descollantes. Con tecnología y biogenética pecuaria y agro-industrial de primer nivel mundial, productor eficiente de los alimentos que el planeta demanda con desesperación. Y de muchas otras cosas, considerando innumerables emprendimientos en potencia, a la espera de un retroceso en el nivel de autoagresión de corte socialista: violencia fiscal con despotismos legislativos (o “leyes” totalitarias) anti-inversión, anti-ganancia, anti-libertad y en general anti-empresa.

¿Estamos condenados al éxito? la esperanza sigue viva y la caída argentina bien podría tratarse de un tropiezo pasajero. Después de todo, hace un siglo y con el mismo crisol racial (y con aquellas libertades laborales y económicas en relativa vigencia) fuimos capaces de escalar en poco tiempo todos los rankings de calidad de vida, convirtiéndonos en el segundo país de América y metiéndonos en el top ten de las potencias dominantes. ¡Es historia: emprendedores y dineros pugnaban por ingresar!

Sin embargo, para combatir la confusión que mezcla basura política inmoral entre los buenos deseos y la solidaridad de la gente, debemos tener antes en claro el fondo de la cuestión. Fondo que tiene muchos y brillantes analistas, entre los que elegimos hoy al escritor y filósofo canadiense Stefan Molyneux, un pensador actual sin venda sobre los ojos.
En sus palabras, el uso de la violencia para que algunos obtengan lo que quieren es la base de la sociedad en que vivimos.
Para la gente común y honesta, el romper cualquiera de los cientos de miles de reglas inventadas sobre el comercio para beneficiar a esos “algunos”, el libre intercambio entre adultos libres que no sea de su agrado (o el de las corporaciones que los apoyan), el intento de evitar el pago de un plan fraudulento de “jubilaciones” o la negativa a financiar acciones que la conciencia repele, causarán arresto y procesamiento, encarcelamiento y hasta muerte. Empleados vestidos de azul, pagados con dinero retenido de nuestra labor pero que defienden a esos “algunos” y que se auto adjudican el monopolio de las armas, lo efectivizarán.
Este es parte del lejano fondo de la cuestión, en línea con el principio de no-agresión que fundamenta todos los sistemas de la moral humana que enseñan que la violencia, la intimidación y las amenazas están mal, son inmorales y sólo empeoran cualquier problema o necesidad que intentemos resolver. Es de sentido común: los sistemas basados en premisas falsas se tornan cada vez más complicados, en una acumulación generacional de errores, correcciones y ajustes que acaban en una complejidad ridícula, haciendo al sistema entero insostenible y embarazoso.
Es entonces cuando algunas almas valientes sacan un papel en blanco, dejan de lado sus preconceptos y comienzan de cero basándose en la razón y la evidencia en lugar de hacerlo sobre los fracasos acumulados de la historia.

¿Se aplica esto a nuestro entorno? Sin dudas trabajar la opinión y el sufragio con la no-violencia estatal como norte sería más evolucionado, más correcto y mucho más inteligente pues lo haríamos con el innato espíritu emprendedor e innovador de nuestra naturaleza a favor. Por eso y como esperanza, mejor Argentina.

Aplicar las premisas de una sociedad multicultural, abierta, pro-empresa, libre y tolerante que proteja jurídicamente al propietario y sea inflexible con el terrorismo de Estado fiscal y la agresión reglamentaria mata-proactivos provocaría, en mix con las potencialidades de nuestro país, una explosión de prosperidad difícil de imaginar. Generando un círculo virtuoso que asombraría al mundo y que nos proyectaría a una situación de absoluto liderazgo.

Pero aún una instrumentación a medias bajo la tendencia indicada catalizaría un aluvión tal de inversiones, ideas, culturas, tecnologías, capitales, turistas, educadores y de los propios extranjeros vejados en sus países que aguardan este giro, que cambiarían nuestro destino. Trocándolo de demagogia coactiva y decadente… en gozoso capitalismo popular.

Doctrina Social

Febrero 2011

La única doctrina social que sirve es aquella que favorece la aparición de condiciones sociales proactivas.

Una que apunte toda la energía disponible a la preparación y fertilización de un campo donde florezcan en abundancia el trabajo estable y bien pago, la ética del estudio, del mérito y de la autovaloración individual. Una doctrina que confíe en nuestra gente. Soltando el dogal a la mayoría no-corrupta para dejar aparecer los estímulos económicos que harían a la sociedad florecer en personas que se sientan únicas, valiosas, realizadas e irrepetibles trascendiendo la infantil identificación en masa irresponsable; capaces de elevarse espiritual y materialmente por su esfuerzo y para sus familias. No es difícil. Sólo requiere sentido común social y una buena campaña publicitaria, centrada en no votar a quienes impidan el surgimiento de esas condiciones.

Hace ya 200 años, el economista francés Jean Baptiste Say definió su famosa Ley: El crecimiento en todas las sociedades depende del estatus del empresario porque es el único que combina las innovaciones científicas, el trabajo y el capital. Por tanto las únicas políticas económicas eficaces son las que liberan de forma duradera al empresario.

La desocupación, la indigencia, la des-educación, el atraso general y los subsidios, manotazos o planes “correctores” desesperados que son aquí moneda corriente desde hace décadas, pueden atribuirse sin riesgo de error a la larga sucesión de gobiernos que optaron por hacer caso omiso del sentido común que implican las palabras de Say.
Como la política no se orientó a liberar la creatividad y el espíritu innovador del empresario -en especial de los micro empresarios en proyecto- allanando obstáculos tales como los frenos impositivos, laborales o crediticios, se afectó en forma grave el potencial de crecimiento de la economía real, con los resultados conocidos.

La gente que sabe esto y guarda silencio, los que consienten (en cualquier grado y con cualquier excusa) a dirigismos que dan más y más poder al fisco, son colaboracionistas de los regímenes totalitarios (disfrazados de democracia republicana) que venimos padeciendo y que -hoy sabemos- siempre estuvieron “calzados” en la perpetuación de la pobreza.
Colaboran dándoles un poder innecesario que beneficia de tal manera a jerarcas, mafiosos y a hombres de negocios corruptos, que resulta estúpido esperar sea ejercido con mesura. Colaboran así con el sufrimiento y la demolición de esperanzas de la parte más desprotegida e ignorante de nuestra sociedad, avalando este suicidio colectivo con negación de la realidad. O simplemente intentando “ganar tiempo” en el vano propósito de no reconocer sus yerros. Porque el otro camino pasa, claro, por decir la verdad y encarar un patriotismo inteligente.

No tiene lógica aguardar por la cuadratura del círculo. Nunca fue posible burlar las leyes de la economía. No existe una cosa tal como “vía intermedia solidaria” entre capitalismo y socialismo que extraiga y fusione lo mejor de ambos mundos, como que no existe, en referencia a la salud humana, un compromiso entre vida sana y droga. Mucha droga mata y un poco de droga daña pero lo mejor para una vida larga y saludable es no introducir narcóticos en absoluto, alimentarnos bien… y mantenernos proactivos.
A los efectos de crear y distribuir riqueza social a gran escala, toda la experiencia económica acumulada (y en particular la del último siglo) revalida una y otra vez la extraordinaria eficacia del libre comercio, de la libre inversión y movilidad, de la sociedad abierta y tolerante, del respeto por los derechos de propiedad y renta o de lo voluntario e innovador primando por sobre lo coactivo y centralmente planificado.
En definitiva: de lo pacífico primando por sobre lo violento validando todo un sistema de libertades -o liberal- que, donde fue cabalmente aplicado, siempre promovió crecimiento y movilidad social; moderadas si su instrumentación se acotó y más impactantes (como en China o India) en aquellos sectores donde el grifo capitalista se abrió con mayor convencimiento.

Los frenos a la movilidad social y económica, sin excepción, son los componentes violentos, socialistas, obligatorios bajo amenaza de prisión; los más primitivos -diríamos- o con más cercanía a lo simiesco, a la caverna y al garrote para instrumentar la exacción impositiva (siempre involuntaria) o las “leyes” que favorecen a algunos a costillas de todos (siempre resistidas), imponiendo la “redistribución” forzosa de ganancias (y hasta de capitales). Violencias, como es lógico, jamás impulsoras de un “más para todos”. Contraproducentes incluso para generar siquiera un “algo para los más necesitados” ya que poniendo los perros detrás del trineo sólo se logra un empuje caótico, altamente ineficaz, tan saturado de ladridos y mordeduras como escaso de avances.

El patriotismo inteligente que reordene a los perros delante del trineo, favoreciendo un avance veloz en la creación de una Argentina poderosa (y voluntariamente inclusiva) es aquel que, con la mente enfocada en sacar de la pobreza e ignorancia al mayor número en el plazo más breve, castigue severamente en opiniones y votos a los políticos que propongan más de la misma estúpida violencia anti-empresa. A los partidos que ya fracasaron. A los personajes de “linda sonrisa” o aspectos “serios e inteligentes” que sólo fueron y son felpudos colaboracionistas, recitadores de frases hechas. O a todos los “buenudos/as” que insistan en sostener las mismas ideas de paleo economía intervencionista, estatista o populista que van empujando a nuestro país hacia la ciénaga de los más atrasados, resentidos y delincuentes del ranking mundial.

La actual doctrina fiscalista y anti libre-empresa es, claramente, la mejor doctrina anti pueblo y anti desarrollo.