Juicio y Castigo

Septiembre 2010


El primer personaje despreciable que nos viene a la mente cuando se habla de genocidas contemporáneos, es el de uno democráticamente electo. Seis millones de muertes judías califican como tal, al político Adolf Hitler.
Hay otros no tan mentados ni condenados que lo igualan en salvajismo y que lo superan por mucho en número de víctimas, como los genocidas revolucionarios Joseph Stalin y Mao Tse Tung. Héroes de ideologías veneradas por nuestros intelectuales de izquierda y ex insurgentes de los ’70, que hoy se desempeñan en puestos de gran poder e influencia dentro del Estado.

Contando con el apoyo electoral de millones de argentinos, la persistente acción rectora de estos prohombres durante los pasados 7 años, sin embargo, ha tenido el mérito de hacer pensar a otros millones de ciudadanos, que empiezan a considerar que lo que padecemos y hemos padecido durante décadas, podría rotularse como genocidio electivo. Aniquilación sistemática de un gran país como tal y de sus habitantes de menores recursos.
Porque así como el desconocimiento de la ley no exime de su cumplimiento, la incompetencia irresponsable por ignorancia, bestialismo económico y desactualización ideológica tampoco eximen de las consecuencias por los desastres causados. Y se sabe: quienquiera que se postule para gobernante asume implícitamente la renuncia a descargar sobre sus electores la culpabilidad por el daño emergente.

Ni los más necios pueden negar que hacia el primer tercio del siglo pasado, la Argentina era la segunda potencia de América. Nuestra bandera flameaba entre las 10 mejores del mundo en parámetros como educación y salud popular, nivel cultural, fortaleza de moneda, exportaciones, vías férreas, crecimiento industrial, de ingreso per cápita y de investigación científica entre muchos otros ítems. Igualmente objetivo y mensurable es el dato histórico de nuestra decadencia a lo largo de los siguientes 80 años, hasta los deprimentes últimos puestos que ocupamos hoy en cualquier ranking internacional relevante.

Las consecuencias de esta caída han sido devastadoras. El “lucro cesante” social es inconmensurable.

Un populismo tan irresponsable como cínico, tan corrupto como resentido, compendio de ignorancias y de lo peor del “ser argentino” ejecutó su número: sembró odios, depredó y dividió brutalmente a nuestra sociedad.
Sin importar las intenciones, ese fue el resultado. Precipitando década tras década los estúpidos golpes militares, el cáncer de nazi-fascismo corporativo que aún nos devora y el desangre económico de la nación, con sus terribles consecuencias.
Los campeones del “Estado benefactor” ingresaron al poder tropezando entre los lingotes de oro del Banco Central para fundirnos en una turba de clientes prostituidos y lobistas mendigos que, gorra en mano, esperan la dádiva del subsidio, el reparto de botín de su Estado ladrón.
Pero cuidado. Porque para realizar este perverso proceso mientras desguazaban orgullo nacional, cultura del trabajo y espíritu competitivo, fue necesario transitar sobre un puente de cadáveres.

Millones de compatriotas, durante generaciones, fueron empujados a la miseria por políticos partidarios de esta “ingeniería social”. Verdaderos aprendices de brujos intervencionistas que mediante políticas “solidarias” provocaron caídas de inversiones, caídas de competitividad, caídas de creación de buenos empleos, caídas de ingresos reales y caídas de calidad de vida para la mayoría.
Brutales realidades que se tradujeron en gravísimas deficiencias sanitarias, alimentarias, de vivienda, educativas, de acceso a la propiedad y de promoción socio económica para los débiles. Lacras que sumadas a las muy graves deficiencias del monopolio estatal en seguridad, justicia e infraestructura (entre muchas otras), y a la densa red tejida por nuestra máquina de impedir a través de excesos impositivo-dirigistas anti-empresa de todo orden, lograron lo impensable.

“Los débiles”, integrantes de etnias originarias, asalariados de baja remuneración, mujeres privadas de evolución personal con hijos a cargo, jubilados, desocupados y desamparados de toda clase han sido la carne predilecta de estas fieras caníbales. ¿Sus colmillos? Estrés por alienación, enfermedades evitables, habitaciones indignas, trabajos insalubres o humillación por desempleo, mala alimentación, salarios e infraestructura tercermundistas y una educación pública que aseguró el sometimiento al dios-Estado. Zarpazos que resultaron en millones de muertes innecesarias, prematuras por dureza existencial, violencia delincuente y negación de futuro. Reducciones de esperanza de vida para niños arruinados por desnutrición y adultos arruinados por trabajo esclavo en un verdadero genocidio silente de inaudita crueldad, en el altar del mito socialista y para enriquecer a unos pocos jerarcas estatales, pseudo empresarios y sindicalistas avivados.

Ciertamente, este holocausto merece un juicio minucioso y castigos ejemplares. Argentina necesita su propio Nuremberg que condene incluso post mortem a todos los (y las) culpables del horror, a sus cómplices y beneficiarios.

Es entonces cuando resuena en nuestros oídos la voz de la valiente libertaria norteamericana Christine O’Donnell, una mujer común, quien acaba de ser elegida en las primarias del Partido Republicano como candidata al Senado de los EEUU por el distrito de Delaware. Impulsada por el poderoso movimiento renovador Tea Party, afirma: ¡soy la representante de los pobres; acabemos con los impuestos y con el Estado!

Malditos Monopolios

Septiembre 2010

El profesor Robert Klitgaard, de la escuela de economía de la universidad de Harvard, es autor de una fórmula que lleva su nombre y que se expresa en los siguientes términos: C = M+D-T, siendo su significado: Corrupción es igual a Monopolio más Discrecionalidad menos Transparencia.

La descomposición ética, la podredumbre moral y su consecuencia, la antipatriótica y nauseabunda corrupción avanzan desde hace mucho como un cáncer sobre los huesos de nuestra república. Y como era de esperar, infectan a esta altura casi todo lo que tenga relación con los monopolios del Estado.
El peronismo al mando la hace más visible, por el crudo desparpajo con el que su círculo de cómplices se enriquece pero… no debe ser culpado con excesiva severidad, lo mismo que los 26 gobiernos consecutivos que lo precedieron en la decadencia ya que la matriz del problema, en verdad, los excede y descansa en las manos de cada ciudadano complaciente que, a sabiendas, transa con lo incorrecto en cada elección.

El liberalismo clásico, sin cuya valiosísima defensa de la libertad humana nos encontraríamos todavía empantanados entre las dictaduras o monarquías absolutistas y el comunismo, construyó el primer sistema de ideas realmente exitoso. Un sistema que no intentó forzar ni cambiar la naturaleza humana. Tomándola tal como era y estudiando sus patrones reales de comportamiento, usó este conocimiento de manera inteligente en beneficio del total de la sociedad, a través de la implementación de la economía de mercado o capitalismo competitivo.

La propia democracia representativa es hija del ideario liberal que enterró a los déspotas precedentes, constituyéndose en el intento de ordenar mediante una Constitución el poder de la libre iniciativa privada y el innato afán de bienestar de la gente, dentro de los límites de un área geográfica y bajo la garantía de un Estado.
Este noble propósito republicano tropezó sin embargo con un escollo que se demostraría fatal: la misma naturaleza humana que a través de una de sus realidades (el afán de lucro) es llave maestra de la riqueza comunitaria, actúa dentro de las estructuras estatales, pensadas para ordenarla en supuesta y aséptica imparcialidad.

El propio Estado nacional, en el mejor de los casos, es un oligopolio de leyes, de justicia, de aplicación ejecutiva, de fuerza armada y recaudación, cuando no de subsuelo, espacio aéreo, seguridad social, educación digitada, infraestructura general y mil etcéteras más. Monopolios obligatorios comandados por personas cuyos honorarios, fuerza en número y amplitud de competencias, dependen de la capacidad del gobierno del que forman parte… para sustraer dinero al sector productivo. Recursos que la gente reinvertiría, si la dejasen, de manera más útil y multiplicadora en bienes de capital y servicios a medida, bajo formas innovadoras, de todo precio… y no monopólicas.
Pero lo más importante es la comprobación de que el afán de lucro existe y opera también entre la enorme multitud de personas que, revestidas de la autoridad estatal, disponen de poder de discreción sobre intereses de terceros, sea este legal o encubierto. Llave muy redituable, por cierto, de acceso a bajadas de pulgar o bien a beneficios “por izquierda”. Problemas insolubles de los monopolios, que son entes destructivos en lo privado pero de destrucción potenciada en lo público.

La conocida fórmula de Klitgaard desnuda, en su bella simpleza, la verdad sobre el drama de nuestra sociedad: la corrupción, su ocultamiento, el robo y abuso gubernamental, el peso frenante de su costo sobre la prosperidad social, son inherentes al funcionamiento de los monopolios estatales. Así como su otra consecuencia ponzoñosa: el crecimiento constante de su órbita de acción e intervención, en desmedro de los delicados mecanismos de mercado, únicos generadores del dinero real.
Razones entre otras demostrativas de que el socialismo dirigista con su oligopolio de Estado, el “elefante en el bazar”, más allá de las buenas intenciones de algunos dirigentes políticos, simplemente, no funciona. Porque no se trata de las personas; se trata del sistema. O como decía Ronald Reagan tras 2 períodos como presidente de la primera potencia mundial “el gobierno no puede resolver el problema; el problema es el gobierno”.

Cada vez que votamos más gobierno, más subsidios, más interferencia y control vejatorio sobre la iniciativa individual, más presión impositiva sobre la ganancia y el patrimonio, más Estado bajo cualquier pretexto o justificación, apostamos otra ficha al maldito monopolio, padre de la miseria de los más y de la riqueza de los menos.
Casi todo rico en Argentina está bajo sospecha de que su dinero sea malhabido. Percepción de resentimiento popular plenamente justificada al estar inmersos en un sistema regido por la extorsión, el pillaje y sobre todo, por los favoritismos discrecionales digitados desde los monopolios del gobierno para funcionarios o líderes corporativos amigos (sindicales, empresarios, militares, policiales, deportivos, mediáticos, artísticos, piqueteros, estudiantiles etc.). Muchas grandes mansiones, autos, campos, fábricas, viajes, leyes a medida y lujos de argentinos son, en efecto, producto de la victoria de la obsecuencia por sobre el mérito. Del “vivo” que transa con el monopolio para aprovecharse exprimiendo a la gente buena, esforzada y pacífica. Pisando fuerte sobre la escalera de “idiotas útiles” que todavía creen en el cuento del Estado benefactor y su reparto de favores sin consecuencias.

El antídoto para hacer retroceder toda esta violencia corrupta se llama, por supuesto, competencia.

Los ciudadanos debiéramos poder optar libremente en todo dentro de un panorama de ofertas en atractiva competencia. ¿Por qué no? No sólo para la marca de nuestro queso crema sino en cada necesidad de las que hoy el Estado provee tan mal (y tan caro).

¿Un primer paso hacia ese futuro más justo? Simple. Decir no a políticos proclives al estatismo. Decir no a quienes nos propongan darnos “derechos”, cuyo coste requiera pisar derechos anteriores de otros ciudadanos, tales como el derecho de propiedad, violado bajo el peso de un gobierno cebado de altos impuestos.

Negación

Septiembre 2010

Gran parte de la sociedad y de la dirigencia política -opositora y oficialista- reflotan en nuestra Argentina la era bárbara del oscurantismo, cuando comunidad y autoridades se anclaban en la negación mientras Galileo mesaba sus cabellos sentado en el banquillo de los “locos”. La ceguera, la falsedad, la soberbia estúpida de persistir en los mismos errores y su corrupción inherente dominan hoy y aquí el escenario, tal como entonces.
El esfuerzo dirigencial de negación es tan poderoso y persistente, que los mismos desgraciados que gritan miseria bajo los azotes de gobiernos incompetentes, ciegos a la realidad, vuelven a ofrecerles el látigo a sus verdugos eligiéndolos una y otra vez.

Nuestra sociedad debe salir de esta mazmorra, abriendo los ojos a lo que nuestra propia historia reciente nos enrostra: la idea del “Estado Benefactor” consiste en una lucha confrontacional por arrancar recursos “a otros” a través de la desprotección gubernamental a toda forma de propiedad. Concepto opuesto al esfuerzo social inteligente por satisfacer los requerimientos “de otros”. Porque el primer otros consiste en una parte del pueblo tratando de canibalizar a la otra, devorándose a sí mismo mientras que el segundo otros remite a una situación de altos salarios obreros, alta competitividad empresarial y alta satisfacción de los consumidores, repartiendo así riqueza sin que medie violencia, bajo la protección de una autoridad que respete y haga respetar bienes y libertades ajenas.

Observamos, por ejemplo, el apoyo instintivo que genera la idea de destinar más fondos para comedores escolares o para la asignación universal por hijo, cuando lo obvio es que los chicos coman en la mesa de su mamá y su papá, sin auxilio alimentario ni de vestido de ningún extraño. Cosa que se consigue creando (en serio) las condiciones para que los jefes o jefas de familia obtengan trabajos consistentes y bien pagos. Sin sucio clientelismo ni extorsión ideológica por miedo al desamparo.

Cuando de reclamos de seguridad se trata, la población que sufre en carne propia el auge de la delincuencia exige más presencia policial y más infraestructura de juzgados, con más castigos de prisión. ¡Y el gobierno procura más fondos situándose a la cabeza del clamor! Cuando son los propios funcionarios públicos los causantes del desmadre, con la tozuda aplicación de políticas populistas de ahuyentamiento de inversiones y (consecuente) pauperización. Cuando son los responsables, también, de la desesperanza vital en el vacío de una pseudo-educación plagada de anti-valores, que empuja a los jóvenes hacia la vagancia, la drogadicción y el delito.
Los estatistas causantes de este desalmado genocidio por pobreza desean -como no- reforzar su monopolio de la fuerza, ya que de ello depende la capacidad del Estado para cobrar sus pesados tributos y para infundir temor sobre quienes osen pensar en ponerse de pie, para resistirse a este círculo vicioso.

Resulta evidente que la solución a la inseguridad no está sólo en un mayor gasto represivo con cargo a más impuestos, inflación o deuda pública, sino en mejorar el ingreso social. Ingreso familiar importante de dinero honesto para pagarse una mejor educación, salud, seguridad social, vivienda y bienestar que alejen a la gente del bandidaje. Ingreso que, claro, es meta imposible para los anticuados modelos socializantes de norma en la Argentina. Ingreso solo cumplible en comunidades firmemente respetuosas del primer derecho humano, garante de todos los demás: el derecho de propiedad privada.
La negación oscurantista de este irreemplazable pilar del progreso, también está claro, es la piedra en el cuello que nos viene hundiendo.

También es negación, por ejemplo, la pretensión de que el seleccionado nacional sea el mejor del mundo. Porque nuestros jugadores son vendidos y se marchan a jugar lejos de aquí, haciendo muy difícil el entrenamiento local, constante y en equipo, necesario para alcanzar ese nivel superlativo. Y eso es consecuencia de la pobreza de los clubes argentinos, que no escapan a las generales de una “ley” económica intervencionista y mafiosa, votada “de izquierda” por los mismos fanáticos que quisieran ver a nuestros futbolistas en el podio.

Se trata asimismo de oscurantismo mental cuando escuchamos a un diputado oficialista decir, refiriéndose a la confiscación de los montos ahorrados por futuros jubilados en las AFJP, a la imposibilidad de pagar el 82 % móvil, al otorgamiento de millones de pensiones vitalicias a personas que no realizaron aportes o al uso de fondos previsionales para tapar desmanejos del Estado, “¿o acaso esos egoístas que aportaron pretenden usufructuar solos de sus jubilaciones? Este es un gobierno solidario”.
Comprendemos entonces hasta dónde han llegado las creencias mágicas de muchísima gente y el porqué de esta Argentina de villas miseria en crecimiento, de rodillas ante otras naciones. Gente que cree que una sociedad puede prosperar en serio sobre la base de otorgar “derechos” a algunos, a ser pagados mediante la violación de derechos a otros. No puede.

Con expresión bovina, a diario empujamos Galileos (anhelos de verdadera justicia y progreso por mérito) a la hoguera de nuestra inquisición progre, “políticamente correcta”. Porque quien piensa y vota así es, objetivamente, un irresponsable que niega las consecuencias sociales a mediano plazo y los enormes daños colaterales… de sus decisiones.

Señoras, Señores, reveamos otra vez nuestras simpatías políticas, con una visión actualizada de lo que significa la palabra patriotismo.