Autoridad Moral

Diciembre 2010

Si algo está claro a esta altura es que el “modelo” en vigencia implica, como elemento ineludible de su desarrollo, tener el gobierno más corrupto de nuestra historia. Corrupción -o descomposición ética ofensiva- a la vista de todos que no sólo significa robo, sino entronización de todo un sistema de violencia mafiosa y engaño premeditado llevado al nivel de norma social rectora. Retorciendo hasta el punto de quiebre el brazo de las sabias -aunque inocentes- reglas republicanas. Burlando toda defensa institucional que los constituyentes del siglo XIX hubiesen previsto contra esta degeneración tan perniciosa a mediano plazo para los que menos tienen, aseveración demostrada en nuestra actual pérdida de educación, respeto y ética empresarial a todo orden, como masivos generadores de pobreza y desesperanza.

Escuchamos en voz baja de muy altos funcionarios, por cierto, ensayos de defensa pretendiendo justificar lo injustificable bajo el argumento de que todos ellos necesitarán en el futuro abultadas cuentas bancarias, que les ayuden a refugiarse o eludir las consecuencias judiciales de los barbarismos socio-políticos y económicos que hoy están cometiendo.
Declaraciones que deberían ofender profundamente a las muchísimas personas que aún mantienen su dignidad en esta Argentina decadente, al punto de llevarlas a cuestionar su propia actitud de justificación y servilismo impositivo frente a personas que carecen de toda autoridad moral. Ausencia de cuestionamiento íntimo que las va convirtiendo, también por cierto, en ciudadanía co-responsable bajo la misma obediencia conceptual pasiva.

Ni nacimos de un repollo ni esto empezó hace siete años. La verdad sin edulcorantes es que el Estado no debe regalar “planes sociales”, netbooks, subsidios a feed lots ni al transporte sino que debe establecer las condiciones para que cada actor social pague sus gastos por sí mismo, con ingresos “de primer mundo” surgidos de un entorno de gran producción y empleo.

Resulta evidente que nos estuvieron “metiendo el perro”.
El mismo perro ladino con distintos collares (militar, radical, peronista y similares) cuando a todas luces convenía un cambio de perro; no de collar. O mejor aún, no mantener a perro macaco alguno. O al menos y mientras los propietarios evolucionan, no al perrus económicus populista.
Porque señoras, señores, la economía no es un asunto consensual, como tampoco lo es la biomecánica. Es una ciencia exacta que además, condiciona la mayoría de los resultados sociales desde educación a corrupción, pasando por creatividad empresarial o nivel de seguridad pública. Son legión aquí los economistas inútiles y desactualizados (o corrompidos por el poder), como que hay ingenieros y biólogos que no sirven a sus objetivos.

Ciertamente nuestra nación tiene reservas morales con autoridad para barrer y desinfectar esta marea negra que nos hunde cada vez más en la podredumbre y la miseria. Y reservas intelectuales capaces de cambiar el paradigma de empresas nacionales que semejan pingüinos empetrolados, impedidas de expresar la enorme capacidad argentina en libertad a escala mundial, creando riqueza en su camino.

Porque la vanguardia económica de hoy, sabe ya que la mejor y más ética dinámica para las interacciones sociales en la vida real no se compadece con criterios basados en los modelos de estática comparativa surgidos en el siglo XIX, sino que responde a los modernos conceptos libertarios de alta eficiencia, a través de una función empresarial de manos libres creativa, coordinadora, tecnologizada y por propia naturaleza, de gran adaptabilidad.
Se trata un giro copernicano de 180° que deja obsoletos a todos los viejos esquemas intervencionistas de leyes y reglas político sindicales anti-libre comercio y anti-competencia. Es el giro que necesita nuestro bello país para superar rápidamente a sus vecinos y dar un gran salto hacia el verdadero bienestar.

El manejo de los trillones de micro datos y su adición geométrica en constante variación, que surgen espontáneamente de toda la interacción humana (el “mercado”), es algo que supera cualquier pretensión estatal de control benéfico inteligente.
Sepamos que el dirigismo económico y las elevadas cargas impositivas que tenemos sólo frenan, distorsionan y entorpecen el proceso. Creando pobreza donde debería reinar la prosperidad. Creando conflicto donde podría funcionar la cooperación privada. Creando corrupción donde debería imponerse la ética del mérito.

Mientras que el “Estado de bienestar” -basado en anticuados conceptos de eficiencia estática- fracasa en todo el mundo, los novísimos desarrollos de la eficiencia dinámica que privilegian el impulso a los empresarios innovadores que luchan por descubrir y superar los desajustes sociales coordinando creatividad y capacidad…utilizan como huracán a favor la acción simultánea, cambiante y multidimensional de los comportamientos y anhelos de todo aquel que necesita “algo”.

La dimensión ética de este replanteo es igualmente notable, ya que todo tiende a caer en su lugar siguiendo los principios esenciales de “lo moral”, configurados a través de la evolución humana. La libertad absoluta de elección a todo nivel, la no violencia impositiva y reglamentaria estatal, el respeto legal a la propiedad ajena y a las decisiones personales sobre su usufructo, acciones todas generadoras del ambiente cooperativo y creativo necesario, son exclusivamente compatibles con el concepto dinámico de eficiencia en la asignación de los recursos, por medio de la función empresarial. Una función que crea y transforma permanentemente información económica subjetiva, práctica y diseminada, imposible de encorsetar sin dramáticas caídas de productividad (y de ingresos reales para la gente).

La falta de autoridad moral que marca a fuego a la mayoría de nuestros políticos los convierte automáticamente en ineptos para liderar este tipo de revoluciones liberadoras. Neguémosle entonces a estos carceleros aprovechadores disfrazados de corderos (porque eso es lo que son), el apoyo de nuestro voto.

Historias de Familia

Noviembre 2010

Quienes apoyan el “modelo” del actual gobierno peronista (en su tránsito por los mismos laberintos sin salida en que se perdieron los 26 gobiernos anteriores), pueden asimilarse al caso de aquella familia formada por padres poco afectos al trabajo, con hijos estudiantes crónicos e inclinados a la parranda que pretende, a pesar de todo, el derecho a vivir siempre bien surtida. Recurren para ello al “fiado” del almacén más cercano y cuando les cierran la cuenta por falta de pago, hacen lo propio con el que está unas cuadras más allá.

Situación imaginaria que se corresponde con el caso real de la maraña de subsidios cruzados con que el Estado subvenciona a empresas y particulares -a guisa de alimentación endovenosa- “fiándoles” cierta renta para mantener con vida la actividad económica. Y ello a pesar del impresionante “viento de cola” externo, dado por la gran disponibilidad de capitales y los altos precios con fuerte demanda de materias primas y alimentos procesados.

La familia de esta historia pasa así sus meses viviendo de la estafa a almacenes y tiendas cada vez más alejadas, hasta agotar el stock de comerciantes crédulos de la ciudad. Cortado el abastecimiento de vituallas, lejos de empezar a trabajar y estudiar arman una banda con la familia vecina y se enmascaran para obtener dinero dedicándose al asalto de transeúntes, casas y empresas.
Equivalente real: la impositiva carga de retenciones a la gente del agro y el gobierno aumenta la intervención subsidiando a Aerolíneas, al fútbol, a las cooperativas estatales “de trabajo” etc.

Cuando el dinero se les acaba y ya asumidas como delincuentes, nuestras familias (con ayuda de vecinos de la villa de emergencia crecida detrás de unas vías cercanas), organizan piquetes, bloquean y amenazan a tres supermercados, una textil de indumentaria y dos estaciones de servicio exigiendo la entrega quincenal y gratuita de productos a la jefatura piquetera.
Realidad del modelo: nos encontramos aquí en la etapa de confiscación de jubilaciones privadas y de otorgamiento de millones de pensiones a personas que nunca aportaron.

Pasa el tiempo y muchos hijos de estos “ciudadanos” dejan la escuela para unirse a las actividades de sus padres, formando nuevas bandas dedicadas al robo de bancos y depósitos por toda de ciudad. Las profesiones de barrabrava, traficante, piquetero y puntero de conurbanos pasan a ser actividades en alza que incorporan trabajos entretenidos, bien remunerados y que no exigen calificación de estudios. Paliando así una desocupación que aumenta, al compás del éxodo financiero de la gente de bien.
Traducción real de esta última parte: el gobierno aumenta el impuesto inflacionario, cede más espacio al sindicalismo mafioso o saquea la Anses y el Banco Central para seguir emparchando su ingeniería socio económica coactiva. Un modelo que no cierra; que falla desde el vamos como todo lo progresista, por simple insuficiencia de incentivos e inversiones.

Mas si de algo podemos estar seguros es que hoy todo apunta a la esperanza oficialista: llegar de pie a las elecciones del 2011 merced a la transfusión selectiva del dinero así robado (vampirizado a la producción), bajo la forma de “planes”, favores y dádivas a potenciales clientes de urna.

Epílogo de la historia: el discurso de división y odio revanchista que adorna esta “píldora” es anecdótico; es carne de “gilada” y mero veneno social disolvente. Lo importante para ellos es conservar el poder que les asegure impunidad judicial y más oportunidad de negocios corruptos. El mismo dinero sucio en cifras suficientemente abultadas les dará protección anti-cárcel, piensan, en un futuro más distante.

Y no nos llamemos a engaño: otros peronistas, radico-socialistas y militares no han sido más que el mismo perro con distinto collar. Sus comparsas de incompetentes recorrieron idénticos callejones sin salida con diferentes músicas y disfraces. Para conducirnos, cada 10 años, a esa crisis que termina dejando a nuestra Argentina, una y otra vez, un escalón más abajo.

Ideas Claras

Noviembre 2010

¿Creemos en la idea de que poner sueldos altos y seguros en los bolsillos de la gente mejoraría el humor social? Es posible cambiar para beneficiar a la Argentina y a sus habitantes mediante el poder del dinero. Es factible transformar en poco tiempo a nuestro país en uno poderoso y respetado.
Sería poco traumático habilitar una sociedad de propietarios para que la mayoría de los argentinos pasara a defender con fiereza sus derechos a la propiedad y al capitalismo de libre mercado porque así les convendría (lo que venimos haciendo es frenarla).

En un entorno así no sería difícil poner en funcionamiento servicios de salud, previsionales, de justicia, educación o seguridad públicas de gran eficiencia y tecnología por una fracción de lo que cuestan los pésimos servicios actuales.
Podríamos tener sin inconvenientes decenas de miles de kilómetros de autopistas, ultramodernas terminales aéreas y portuarias, extensos sistemas ferroviarios operativos con varios trenes bala, cientos de miles de hectáreas irrigadas de producción intensiva en zonas hoy desérticas, energía abundante, barata y limpia. Inversiones multimillonarias por doquier y abundancia de buenos empleos. Buenas casas y poder de compra para las clases media y baja.

Es posible volver a unirnos en el orgullo nacional y también ser más solidarios con los desvalidos… teniendo con qué. El círculo virtuoso de la riqueza está a nuestro alcance. El bienestar de las mayorías (hoy criminalmente empobrecidas) es una meta mesurada y lograble. Está a la breve distancia de una idea. De una campaña publicitaria inteligente, que llegue a todos, proponiendo la fuerte decisión política de un cambio real de paradigmas dando lo actual, de una vez por todas, por fracasado.

No puede negarse que la Argentina avanza. Las nuevas tecnologías y la inercia misma del mundo nos empujan. El problema es que lo hace en carreta en tanto algunos países vecinos avanzan en auto y otras sociedades más lejanas lo hacen en avión. Y que mientras nos movemos entre el polvo de la carreta perdiendo posiciones en la carrera del bienestar, hay millones de argentinos que sufren carencias de todo tipo, humillante desculturización y muertes prematuras por pobreza. Un sufrimiento innecesario, que fue y que sigue siendo evitable.
La gente cambia. Las sociedades cambian y evolucionan a diferentes velocidades. Y la experiencia histórica nos enseña que los puntos de quiebre a partir de situaciones insatisfactorias anteriores, son catalizados por minorías muy poco numerosas, portadoras de ideas fuertes y claras.

La idea comunista que llevó al armado de la dictadura soviética en 1917, fue una bisagra histórica llevada a efecto con toda intencionalidad por un grupo notablemente reducido de personas decididas. No fue algo masivo (incluso hubo de ser aplicado al costo de decenas de millones de asesinatos). Las mayorías siempre han sido proclives al statu quo; a dejar las cosas como están y a soportar con paciencia, calamidades que perciben vagamente como inevitables.

Las grandes bisagras históricas de la Argentina también fueron llevadas a efecto por elites reducidas de personas con ideas-fuerza claras: las del capitalismo liberal de los constituyentes de 1853 que eyectaron al país durante los siguientes 80 años hasta los primeros puestos del ranking, y las ideas del corporativismo estatal (radical/socialista/peronista) de los últimos 80 años, que nos devolvieron a los últimos puestos de ese mismo listado.

Ese bajarnos del avión para treparnos a la carreta, sigue siendo reversible por la misma via tradicional. No debemos subestimar el poder de impacto, el gran atractivo de las ideas poderosas, claras, audaces, revolucionarias, sobre una mayoría con vocación “seguidora” que siempre está a la busca de nuevos líderes.

La demoledora tarea de des-educación llevada a cabo durante las últimas ocho décadas, podría volverse en contra de los propios aprendices de brujo que la capitanearon en su beneficio, dado que una masa crítica con escaso discernimiento puede ser volcada con facilidad tanto en uno como en otro sentido.
Si no tenemos las autopistas ni la seguridad de alta eficiencia que deberíamos tener a esta altura, si los ingleses desde Malvinas o los brasileños desde su posición de nuevos ricos nos siguen mirando desde arriba con sonrisa burlona, es porque así lo vienen decidiendo nuestros votantes, volcados hacia el venenoso “sentido de tribu” o de “contención estatal” por los populistas compradores de conciencias.

El sistema capitalista no sólo es mejor por conveniencia económica directa de cada integrante de la sociedad, sino que es el más justo, repartidor y ético. Recordemos que el mercado en libre competencia (para cualquier rubro, desde educación hasta leche en polvo pasando por sindicalización) es un mecanismo profundamente democrático, no violento y no clientelista que, bajo la soberanía popular e insobornable de los consumidores (todos los habitantes), barre con los monopolios y con todos quienes no acaten los plebiscitos diarios de la gente de a pie, pretendiendo cobrar más de lo que un objeto o servicio vale.
A más libertad y competencia, más castigo y quebrantos para las empresas especuladoras (incluyendo al Estado) y los patrones explotadores que siempre existen. A menos libertad y competencia, más oligopolio e impunidad con peor y más injusta distribución del ingreso. No es esta una ecuación complicada.

Nuestra Argentina es un país atrasado que ya no recuerda lo que es la libertad de empresa. Con una mayoría de ciudadanos temerosos del capital privado y de la competencia, aprensivos de la gran riqueza, desconfiados del poder multiplicador del dinero y crédulos, en cambio, de las virtudes en los “hombres públicos”, estamos hechos.
Para curar a nuestra patria impulsemos sin miedo nuevas ideas claras y fuertes, aunque sean “políticamente incorrectas”.

¿Revolucionario?


Octubre 2010

En el obligado acto del día 17 de este mes, el Sr. Moyano (*) afirmó, entre otras inexactitudes, que el proyecto de ley que obligaría a las empresas a entregar el 10 % de sus ganancias a los empleados es no sólo deseable sino en verdad revolucionario.
Demás está decir que no sólo es indeseable por contraproducente a mediano plazo para sus supuestos defendidos, sino que de revolucionario no tiene nada. Revolución sería subvertir el orden existente cuando en este caso, por el contrario, se lo estaría perfeccionando.

Lo revolucionario hoy, aquí y en todo el mundo, es la poderosa idea-fuerza de abolir la violencia que genera el Estado con sus atropellos “legales”. Porque existen otros derechos éticamente superiores, anteriores y de mayor efectividad práctica a los efectos del bienestar del mayor número.
Lo del Sr. Moyano y sus compañeros peronistas, lo de sus primos hermanos ideológicos socialistas y radicales, lo de sus parientes putativos del Proyecto Sur o del Acuerdo Cívico entre otros, es lo reaccionario; lo que protege y preserva privilegios verdaderamente intolerables.

Sigue pendiente, a nivel global, la habilitación de otros derechos que los gobernantes se niegan a reconocernos. Normas de enorme impacto en la tarea de hacer efectiva nuestra condición de personas individualmente valiosas, únicas e irrepetibles. Literalmente sagradas e intocables. Y acreedoras, además, a un nivel de abundancia ética y material muy superior al actual.
Apoyando leyes que respeten a cada ciudadano como a una minoría en sí misma, poniéndolo a salvo de la agresión y haciéndolo depositario de autoridad sobre su propio autogobierno, anterior y superior a cualquier pretensión coactiva de terceros, incluido el propio Estado.  
Haciendo en contrapartida responsable a cada uno de sus propios actos, e impidiendo su dilución irresponsable (como ocurre hoy) en las decisiones de una masa indiferenciada.

Verdaderos derechos humanos de segunda generación que superarán algún día la tara que frena el progreso de la humanidad: la vileza de la envidia, de las propias incapacidades y resentimientos, del egoísmo y la rapiña,  llevadas al nivel de norma social rectora a través de sistemas que  eluden la consecuencia personal de ser malas personas, propiciando el reino del “tirar la piedra y esconder la mano” que nos caracteriza.   

Las libertades individuales son nuestro destino como humanos no esclavos y la no violencia (adelantada por Cristo, Gandhi o Luther King), nuestro camino.   Sin libertad, obviamente, la democracia deja de ser un camino, un medio, para convertirse en un fraude. “Fraude patriótico” practicado con cinismo en nuestro país durante, al menos, las últimas ocho décadas.

Por eso, es nuestro deber de personas no sometidas luchar por abolir los irritantes privilegios de los campeones de la pobreza: personas que, escudadas en el Estado, impiden que la sociedad goce de estos y de muchos otros beneficios.

Nos toca, qué duda cabe, vivir una época de barbarie. Hoy, todo es democracia intervencionista; burdos manejos de masas para elegir por prepotencia numérica a déspotas, que aplicarán a todos y por la fuerza su propia normativa. La que beneficia a quienes los ayudaron a llegar a ese comando, a los “empresarios” amigos, a la corporación sindical y a ellos mismos.
Un sistema tan primitivo y discriminador que debería repugnar a quienes se precian de conservar un mínimo de dignidad.
Bárbaro y regresivo porque además, muchos de quienes votan a violentos para que sometan por la fuerza al prójimo en su beneficio, empiezan a hacerlo sin empacho. Con cínica satisfacción y fatalismo.

Hablar de revolución, en cambio, es hablar del derecho de cada uno a rechazar esta trampa mafiosa, a no aceptar ser representados por criminales, dinosaurios ideológicos y felpudos, a no reconocerles potestad para quitarnos el dinero por la fuerza con sus impuestos, ni para decidir sobre la educación de nuestros hijos, sobre el ataque a nuestra prensa ni sobre la pensión de nuestros mayores. Porque lo vienen haciendo muy mal; porque vienen robándonos, vejándonos, frenando nuestra iniciativa individual, arruinándonos y enriqueciéndose con ello.

Hablamos de la libertad para crear, arriesgar, invertir, producir, negociar, vender, crecer y disponer del fruto de este trabajo como mejor le parezca a cada miembro de nuestra sociedad sin temor a que un funcionario lo impida, en uso del monopolio de la fuerza.  Hablamos de la revolución que significa disponer de dinero limpio sin ser obligados a mantener a una maldita corte de vagos y parásitos; de cafishos y vivillos. Libertad para cambiar, elegir y ser contratados por nuevos empleadores que nos participen voluntariamente de sus ganancias porque en la expansión ello les convendrá. O para destinar parte de esta creciente riqueza al esfuerzo solidario que nuestra conciencia nos indique.
Todos derechos conculcados o inexistentes en esta tierra de maleantes, donde imperan las leyes del gángster y del perro del hortelano, potenciadas por cien en la coacción estatal.

Hablamos de la evolución de comprender finalmente que el forzamiento siempre es perverso; engendra violencia y conflicto de facciones. Que nada bueno ni eficiente surge de lo malo. Que el Estado ha sido durante toda su historia el principal forzador y que de ello se derivan la desigualdad y la pobreza que azotan a las sociedades hoy. Y de asumir que votando dirigentes que nos sigan proponiendo más de lo mismo (que el Estado, con más intervención, arregle el daño que el propio Estado causó), solo prolongará nuestra agonía. Eso sí sería ser revolucionarios.


 (*) 17 de Octubre: día peronista por antonomasia. Moyano, Hugo: sindicalista y Secretario Gral. de la Confederación General del Trabajo en Argentina.

Buenas Personas

Octubre 2010

Muchos son en nuestro país quienes se consideran a sí mismos buenas personas, expresando el honesto deseo de que la parte más postergada de la población tenga chances reales de acceso a educación de calidad, buenos trabajos y verdadero bienestar.
Gente que procura ser, en el día a día, inclusiva y solidaria con los que menos tienen: una forma de proactividad que termina derivando (lamentablemente) en el voto por candidatos que, desde el Estado, se encarguen del asunto… y de preferencia con dinero ganado por otros.

Buenas personas que han expresado por décadas su apoyo a todas las variantes del peronismo que nos gobierna o a todas las combinaciones de radicales y socialistas intentadas desde 1916 a la fecha. Del mismo modo a una multitud de partidos zonales y provinciales, especialistas en promover repartos clientelistas (comisión mediante) sobre producciones declinantes, en lugar de privilegiar la creación de nuevas oportunidades laborales en un enérgico entorno pro-empresa.

Pero todo se paga y nada hay de gratuito en cargar sobre el sistema impositivo un espíritu generoso que debería asumirse como responsabilidad propia.

Como el Estado es la ficción donde todo el mundo trata de vivir a expensas de todos los demás (en especial las empresas y actividades subsidiadas), los monopolios estatales crecidos al amparo de estos sufragios, siempre terminan explotando, en primer lugar, a aquellos postergados que esas buenas personas pretendían beneficiar. Aunque legisladores, jueces y funcionarios ataquen “solo” a aquellos contribuyentes que aparenten mayor poder adquisitivo y/o productivo. Aunque legisladores, jueces y funcionarios promocionen “solo” a los más empobrecidos y/o débiles de la escala. O precisamente por ello.

Nuestra gran nación ya está de rodillas frente a otras, con la cabeza cubierta de hematomas por los “palos” que las buenas personas nos (auto) propinan con ese bate de béisbol llamado voto. ¿Quiénes son los malos de la película? ¿Los partidarios del libre mercado, del avance tecnológico, de la propiedad segura y de las inversiones de capital? ¿O acaso los soñadores de ese paraíso de igualdad, hermandad, contención estatal y bienestar para todos?

El paraíso de la izquierda, del socialismo, del progresismo, del Estado grande y protector desde la cuna hasta la tumba no existió más que en los sueños de personas que acabaron apoyando a criminales aprovechadores, que los engatusaron arreándolas en dirección al voto delincuente. Un voto generador de todo aquello que se quería (¿se quería?) evitar. Un voto-freno a la creación de nuevas empresas, riqueza social, negocios limpios y oportunidades de elevación para los que menos tienen.

¿Acaso el progresismo funciona en alguna parte? El idolatrado “modelo sueco” quebró como el mejor, a pesar de la disciplina y civilidad nórdicas. Hoy Suecia retrocede sobre sus errores, con gobiernos que procuran girar 180° hacia la libertad para revertir estancamiento y desmotivación.
La sociedad que más crece es la china, a tasas que cuadruplican las norteamericanas y europeas. Mientras los chinos comprueban que a más dosis de “capitalismo salvaje” se corresponden tasas más “salvajes” de crecimiento y bienestar, los Estados Unidos de Bush-Obama, alejándose cada vez más de los preceptos de sus Padres Fundadores, comprueban que a mayor dosis de Estado omnipresente, se corresponden tasas más declinantes.

Ver en directo cómo el virus socialista infecta y detiene progresivamente a la superpotencia, debería movernos a reflexión.

La Argentina también se aleja cada día más de los preceptos de los artífices de nuestra época más gloriosa: Alberdi, Sarmiento, Roca, Sáenz Peña. Cuando la potencia del capitalismo liberal nos impulsaba con fuerza hacia la cima.
Hoy sabemos que no hay magia ni ensueños envidiosos que valgan: sólo sirven la libertad e iniciativa privadas sin cortapisas. Y que a más potencia creadora con beneficio individual, se corresponde un más veloz progreso para los menos dotados, para los empobrecidos por el estatismo, para los que trabajaron duro pero fracasaron en elevar a sus familias, bajo el peso de parásitos ladrones del esfuerzo ajeno.

Según el sociólogo Arthur O. Frasier “los impuestos transforman al ciudadano en súbdito, a la persona libre en esclava y al Estado (nuestro supuesto servidor) en dueño de nuestras vidas y bienes. Cuanto mayores son los impuestos y más insidiosa la acción recaudatoria, más súbditos y más esclavos somos del Estado”. Son pensamientos que calzan como un guante en nuestra realidad cotidiana, y en las propuestas de casi todo el arco político “opositor”.

No existe otro camino ni atajo alternativo. Debemos gritarlo con voz estentórea: el poder del Estado es básicamente recaudador y predatorio. Nada crea, facilita ni acelera, como no sea la decadencia, en la misma proporción con la que aplasta la libertad de educarse, elegir, trabajar, ganar y disponer de lo propio.
Hoy estamos entrampados en una fenomenal transferencia coactiva de recursos desde los sectores eficientes, que engrosa las carteras de empresarios ineptos y políticos irresponsables. Una trampa minada de pseudo derechos que se otorgan a expensas de derechos de terceros y que hace de nuestra sociedad una fantástica fábrica de pobres. Los poderes Ejecutivo, Legislativo y Judicial fabrican pobres a mayor velocidad de la que el sector productivo eficiente es capaz de neutralizarlo. Si tan sólo dejaran de crear pobreza con su habitual metralla de estupideces, las tres cuartas partes del problema estarían superadas.

Millones de buenas personas causaron, con sus votos favorables a oficialismos y oposiciones miméticas, un holocausto de miseria, sufrimientos, muertes evitables y humillación nacional.
No fueron buena gente. Son los villanos de nuestra película y los cómplices de la más letal y sanguinaria podredumbre: aquella que enriquece a delincuentes y mafiosos; aquella que le hace el juego a incapaces e ignorantes que avanzan, soberbios, tomando ruinosas decisiones coactivas; pisando sobre las cabezas de chicos desnutridos y madres indigentes.

Juicio y Castigo

Septiembre 2010


El primer personaje despreciable que nos viene a la mente cuando se habla de genocidas contemporáneos, es el de uno democráticamente electo. Seis millones de muertes judías califican como tal, al político Adolf Hitler.
Hay otros no tan mentados ni condenados que lo igualan en salvajismo y que lo superan por mucho en número de víctimas, como los genocidas revolucionarios Joseph Stalin y Mao Tse Tung. Héroes de ideologías veneradas por nuestros intelectuales de izquierda y ex insurgentes de los ’70, que hoy se desempeñan en puestos de gran poder e influencia dentro del Estado.

Contando con el apoyo electoral de millones de argentinos, la persistente acción rectora de estos prohombres durante los pasados 7 años, sin embargo, ha tenido el mérito de hacer pensar a otros millones de ciudadanos, que empiezan a considerar que lo que padecemos y hemos padecido durante décadas, podría rotularse como genocidio electivo. Aniquilación sistemática de un gran país como tal y de sus habitantes de menores recursos.
Porque así como el desconocimiento de la ley no exime de su cumplimiento, la incompetencia irresponsable por ignorancia, bestialismo económico y desactualización ideológica tampoco eximen de las consecuencias por los desastres causados. Y se sabe: quienquiera que se postule para gobernante asume implícitamente la renuncia a descargar sobre sus electores la culpabilidad por el daño emergente.

Ni los más necios pueden negar que hacia el primer tercio del siglo pasado, la Argentina era la segunda potencia de América. Nuestra bandera flameaba entre las 10 mejores del mundo en parámetros como educación y salud popular, nivel cultural, fortaleza de moneda, exportaciones, vías férreas, crecimiento industrial, de ingreso per cápita y de investigación científica entre muchos otros ítems. Igualmente objetivo y mensurable es el dato histórico de nuestra decadencia a lo largo de los siguientes 80 años, hasta los deprimentes últimos puestos que ocupamos hoy en cualquier ranking internacional relevante.

Las consecuencias de esta caída han sido devastadoras. El “lucro cesante” social es inconmensurable.

Un populismo tan irresponsable como cínico, tan corrupto como resentido, compendio de ignorancias y de lo peor del “ser argentino” ejecutó su número: sembró odios, depredó y dividió brutalmente a nuestra sociedad.
Sin importar las intenciones, ese fue el resultado. Precipitando década tras década los estúpidos golpes militares, el cáncer de nazi-fascismo corporativo que aún nos devora y el desangre económico de la nación, con sus terribles consecuencias.
Los campeones del “Estado benefactor” ingresaron al poder tropezando entre los lingotes de oro del Banco Central para fundirnos en una turba de clientes prostituidos y lobistas mendigos que, gorra en mano, esperan la dádiva del subsidio, el reparto de botín de su Estado ladrón.
Pero cuidado. Porque para realizar este perverso proceso mientras desguazaban orgullo nacional, cultura del trabajo y espíritu competitivo, fue necesario transitar sobre un puente de cadáveres.

Millones de compatriotas, durante generaciones, fueron empujados a la miseria por políticos partidarios de esta “ingeniería social”. Verdaderos aprendices de brujos intervencionistas que mediante políticas “solidarias” provocaron caídas de inversiones, caídas de competitividad, caídas de creación de buenos empleos, caídas de ingresos reales y caídas de calidad de vida para la mayoría.
Brutales realidades que se tradujeron en gravísimas deficiencias sanitarias, alimentarias, de vivienda, educativas, de acceso a la propiedad y de promoción socio económica para los débiles. Lacras que sumadas a las muy graves deficiencias del monopolio estatal en seguridad, justicia e infraestructura (entre muchas otras), y a la densa red tejida por nuestra máquina de impedir a través de excesos impositivo-dirigistas anti-empresa de todo orden, lograron lo impensable.

“Los débiles”, integrantes de etnias originarias, asalariados de baja remuneración, mujeres privadas de evolución personal con hijos a cargo, jubilados, desocupados y desamparados de toda clase han sido la carne predilecta de estas fieras caníbales. ¿Sus colmillos? Estrés por alienación, enfermedades evitables, habitaciones indignas, trabajos insalubres o humillación por desempleo, mala alimentación, salarios e infraestructura tercermundistas y una educación pública que aseguró el sometimiento al dios-Estado. Zarpazos que resultaron en millones de muertes innecesarias, prematuras por dureza existencial, violencia delincuente y negación de futuro. Reducciones de esperanza de vida para niños arruinados por desnutrición y adultos arruinados por trabajo esclavo en un verdadero genocidio silente de inaudita crueldad, en el altar del mito socialista y para enriquecer a unos pocos jerarcas estatales, pseudo empresarios y sindicalistas avivados.

Ciertamente, este holocausto merece un juicio minucioso y castigos ejemplares. Argentina necesita su propio Nuremberg que condene incluso post mortem a todos los (y las) culpables del horror, a sus cómplices y beneficiarios.

Es entonces cuando resuena en nuestros oídos la voz de la valiente libertaria norteamericana Christine O’Donnell, una mujer común, quien acaba de ser elegida en las primarias del Partido Republicano como candidata al Senado de los EEUU por el distrito de Delaware. Impulsada por el poderoso movimiento renovador Tea Party, afirma: ¡soy la representante de los pobres; acabemos con los impuestos y con el Estado!

Malditos Monopolios

Septiembre 2010

El profesor Robert Klitgaard, de la escuela de economía de la universidad de Harvard, es autor de una fórmula que lleva su nombre y que se expresa en los siguientes términos: C = M+D-T, siendo su significado: Corrupción es igual a Monopolio más Discrecionalidad menos Transparencia.

La descomposición ética, la podredumbre moral y su consecuencia, la antipatriótica y nauseabunda corrupción avanzan desde hace mucho como un cáncer sobre los huesos de nuestra república. Y como era de esperar, infectan a esta altura casi todo lo que tenga relación con los monopolios del Estado.
El peronismo al mando la hace más visible, por el crudo desparpajo con el que su círculo de cómplices se enriquece pero… no debe ser culpado con excesiva severidad, lo mismo que los 26 gobiernos consecutivos que lo precedieron en la decadencia ya que la matriz del problema, en verdad, los excede y descansa en las manos de cada ciudadano complaciente que, a sabiendas, transa con lo incorrecto en cada elección.

El liberalismo clásico, sin cuya valiosísima defensa de la libertad humana nos encontraríamos todavía empantanados entre las dictaduras o monarquías absolutistas y el comunismo, construyó el primer sistema de ideas realmente exitoso. Un sistema que no intentó forzar ni cambiar la naturaleza humana. Tomándola tal como era y estudiando sus patrones reales de comportamiento, usó este conocimiento de manera inteligente en beneficio del total de la sociedad, a través de la implementación de la economía de mercado o capitalismo competitivo.

La propia democracia representativa es hija del ideario liberal que enterró a los déspotas precedentes, constituyéndose en el intento de ordenar mediante una Constitución el poder de la libre iniciativa privada y el innato afán de bienestar de la gente, dentro de los límites de un área geográfica y bajo la garantía de un Estado.
Este noble propósito republicano tropezó sin embargo con un escollo que se demostraría fatal: la misma naturaleza humana que a través de una de sus realidades (el afán de lucro) es llave maestra de la riqueza comunitaria, actúa dentro de las estructuras estatales, pensadas para ordenarla en supuesta y aséptica imparcialidad.

El propio Estado nacional, en el mejor de los casos, es un oligopolio de leyes, de justicia, de aplicación ejecutiva, de fuerza armada y recaudación, cuando no de subsuelo, espacio aéreo, seguridad social, educación digitada, infraestructura general y mil etcéteras más. Monopolios obligatorios comandados por personas cuyos honorarios, fuerza en número y amplitud de competencias, dependen de la capacidad del gobierno del que forman parte… para sustraer dinero al sector productivo. Recursos que la gente reinvertiría, si la dejasen, de manera más útil y multiplicadora en bienes de capital y servicios a medida, bajo formas innovadoras, de todo precio… y no monopólicas.
Pero lo más importante es la comprobación de que el afán de lucro existe y opera también entre la enorme multitud de personas que, revestidas de la autoridad estatal, disponen de poder de discreción sobre intereses de terceros, sea este legal o encubierto. Llave muy redituable, por cierto, de acceso a bajadas de pulgar o bien a beneficios “por izquierda”. Problemas insolubles de los monopolios, que son entes destructivos en lo privado pero de destrucción potenciada en lo público.

La conocida fórmula de Klitgaard desnuda, en su bella simpleza, la verdad sobre el drama de nuestra sociedad: la corrupción, su ocultamiento, el robo y abuso gubernamental, el peso frenante de su costo sobre la prosperidad social, son inherentes al funcionamiento de los monopolios estatales. Así como su otra consecuencia ponzoñosa: el crecimiento constante de su órbita de acción e intervención, en desmedro de los delicados mecanismos de mercado, únicos generadores del dinero real.
Razones entre otras demostrativas de que el socialismo dirigista con su oligopolio de Estado, el “elefante en el bazar”, más allá de las buenas intenciones de algunos dirigentes políticos, simplemente, no funciona. Porque no se trata de las personas; se trata del sistema. O como decía Ronald Reagan tras 2 períodos como presidente de la primera potencia mundial “el gobierno no puede resolver el problema; el problema es el gobierno”.

Cada vez que votamos más gobierno, más subsidios, más interferencia y control vejatorio sobre la iniciativa individual, más presión impositiva sobre la ganancia y el patrimonio, más Estado bajo cualquier pretexto o justificación, apostamos otra ficha al maldito monopolio, padre de la miseria de los más y de la riqueza de los menos.
Casi todo rico en Argentina está bajo sospecha de que su dinero sea malhabido. Percepción de resentimiento popular plenamente justificada al estar inmersos en un sistema regido por la extorsión, el pillaje y sobre todo, por los favoritismos discrecionales digitados desde los monopolios del gobierno para funcionarios o líderes corporativos amigos (sindicales, empresarios, militares, policiales, deportivos, mediáticos, artísticos, piqueteros, estudiantiles etc.). Muchas grandes mansiones, autos, campos, fábricas, viajes, leyes a medida y lujos de argentinos son, en efecto, producto de la victoria de la obsecuencia por sobre el mérito. Del “vivo” que transa con el monopolio para aprovecharse exprimiendo a la gente buena, esforzada y pacífica. Pisando fuerte sobre la escalera de “idiotas útiles” que todavía creen en el cuento del Estado benefactor y su reparto de favores sin consecuencias.

El antídoto para hacer retroceder toda esta violencia corrupta se llama, por supuesto, competencia.

Los ciudadanos debiéramos poder optar libremente en todo dentro de un panorama de ofertas en atractiva competencia. ¿Por qué no? No sólo para la marca de nuestro queso crema sino en cada necesidad de las que hoy el Estado provee tan mal (y tan caro).

¿Un primer paso hacia ese futuro más justo? Simple. Decir no a políticos proclives al estatismo. Decir no a quienes nos propongan darnos “derechos”, cuyo coste requiera pisar derechos anteriores de otros ciudadanos, tales como el derecho de propiedad, violado bajo el peso de un gobierno cebado de altos impuestos.

Negación

Septiembre 2010

Gran parte de la sociedad y de la dirigencia política -opositora y oficialista- reflotan en nuestra Argentina la era bárbara del oscurantismo, cuando comunidad y autoridades se anclaban en la negación mientras Galileo mesaba sus cabellos sentado en el banquillo de los “locos”. La ceguera, la falsedad, la soberbia estúpida de persistir en los mismos errores y su corrupción inherente dominan hoy y aquí el escenario, tal como entonces.
El esfuerzo dirigencial de negación es tan poderoso y persistente, que los mismos desgraciados que gritan miseria bajo los azotes de gobiernos incompetentes, ciegos a la realidad, vuelven a ofrecerles el látigo a sus verdugos eligiéndolos una y otra vez.

Nuestra sociedad debe salir de esta mazmorra, abriendo los ojos a lo que nuestra propia historia reciente nos enrostra: la idea del “Estado Benefactor” consiste en una lucha confrontacional por arrancar recursos “a otros” a través de la desprotección gubernamental a toda forma de propiedad. Concepto opuesto al esfuerzo social inteligente por satisfacer los requerimientos “de otros”. Porque el primer otros consiste en una parte del pueblo tratando de canibalizar a la otra, devorándose a sí mismo mientras que el segundo otros remite a una situación de altos salarios obreros, alta competitividad empresarial y alta satisfacción de los consumidores, repartiendo así riqueza sin que medie violencia, bajo la protección de una autoridad que respete y haga respetar bienes y libertades ajenas.

Observamos, por ejemplo, el apoyo instintivo que genera la idea de destinar más fondos para comedores escolares o para la asignación universal por hijo, cuando lo obvio es que los chicos coman en la mesa de su mamá y su papá, sin auxilio alimentario ni de vestido de ningún extraño. Cosa que se consigue creando (en serio) las condiciones para que los jefes o jefas de familia obtengan trabajos consistentes y bien pagos. Sin sucio clientelismo ni extorsión ideológica por miedo al desamparo.

Cuando de reclamos de seguridad se trata, la población que sufre en carne propia el auge de la delincuencia exige más presencia policial y más infraestructura de juzgados, con más castigos de prisión. ¡Y el gobierno procura más fondos situándose a la cabeza del clamor! Cuando son los propios funcionarios públicos los causantes del desmadre, con la tozuda aplicación de políticas populistas de ahuyentamiento de inversiones y (consecuente) pauperización. Cuando son los responsables, también, de la desesperanza vital en el vacío de una pseudo-educación plagada de anti-valores, que empuja a los jóvenes hacia la vagancia, la drogadicción y el delito.
Los estatistas causantes de este desalmado genocidio por pobreza desean -como no- reforzar su monopolio de la fuerza, ya que de ello depende la capacidad del Estado para cobrar sus pesados tributos y para infundir temor sobre quienes osen pensar en ponerse de pie, para resistirse a este círculo vicioso.

Resulta evidente que la solución a la inseguridad no está sólo en un mayor gasto represivo con cargo a más impuestos, inflación o deuda pública, sino en mejorar el ingreso social. Ingreso familiar importante de dinero honesto para pagarse una mejor educación, salud, seguridad social, vivienda y bienestar que alejen a la gente del bandidaje. Ingreso que, claro, es meta imposible para los anticuados modelos socializantes de norma en la Argentina. Ingreso solo cumplible en comunidades firmemente respetuosas del primer derecho humano, garante de todos los demás: el derecho de propiedad privada.
La negación oscurantista de este irreemplazable pilar del progreso, también está claro, es la piedra en el cuello que nos viene hundiendo.

También es negación, por ejemplo, la pretensión de que el seleccionado nacional sea el mejor del mundo. Porque nuestros jugadores son vendidos y se marchan a jugar lejos de aquí, haciendo muy difícil el entrenamiento local, constante y en equipo, necesario para alcanzar ese nivel superlativo. Y eso es consecuencia de la pobreza de los clubes argentinos, que no escapan a las generales de una “ley” económica intervencionista y mafiosa, votada “de izquierda” por los mismos fanáticos que quisieran ver a nuestros futbolistas en el podio.

Se trata asimismo de oscurantismo mental cuando escuchamos a un diputado oficialista decir, refiriéndose a la confiscación de los montos ahorrados por futuros jubilados en las AFJP, a la imposibilidad de pagar el 82 % móvil, al otorgamiento de millones de pensiones vitalicias a personas que no realizaron aportes o al uso de fondos previsionales para tapar desmanejos del Estado, “¿o acaso esos egoístas que aportaron pretenden usufructuar solos de sus jubilaciones? Este es un gobierno solidario”.
Comprendemos entonces hasta dónde han llegado las creencias mágicas de muchísima gente y el porqué de esta Argentina de villas miseria en crecimiento, de rodillas ante otras naciones. Gente que cree que una sociedad puede prosperar en serio sobre la base de otorgar “derechos” a algunos, a ser pagados mediante la violación de derechos a otros. No puede.

Con expresión bovina, a diario empujamos Galileos (anhelos de verdadera justicia y progreso por mérito) a la hoguera de nuestra inquisición progre, “políticamente correcta”. Porque quien piensa y vota así es, objetivamente, un irresponsable que niega las consecuencias sociales a mediano plazo y los enormes daños colaterales… de sus decisiones.

Señoras, Señores, reveamos otra vez nuestras simpatías políticas, con una visión actualizada de lo que significa la palabra patriotismo.

Camino Inverso

Agosto 2010

Según recientes encuestas, 62 % de los argentinos son partidarios de un Estado fuerte y controlador de todo y de todos, fundándose en la idea de que las personas, cuando son libres para hacer dinero y así materializar sus deseos, se tornan (en su mayoría) rapaces, insensibles, egoístas… y peligrosas para el resto de la sociedad. El 63 % cree que los grupos emprendedores privados, cualquiera sea su iniciativa innovadora, deben someterse a la primacía de los monopolios estatales y el 57 % es partidario, además, de “profundizar la distribución del ingreso” entendiendo por tal la vieja muletilla quitémosle al rico para darle al pobre.

Continúa el consenso, entonces, con las políticas de quito bajo amenaza, controlo, me quedo y reparto, en aplicación continua desde hace varias generaciones.
Apañando el forzamiento bajo aquel códice primitivo. Negando la ciencia económica evolucionada, que ya mensura el horroroso costo (en pobreza) de la violencia como norma. Apoyando conceptos superados como el dirigismo repartidor de lo ajeno, promotor de más desigualdad. Conceptos minados de “trampas gatillo” pero sostenidos por casi todo el arco político y gran parte de la opinión pública de este país.

Lo que no puede explicar ningún partidario de este consenso básico ciudadano es porqué, si las personas con poder real de decisión devienen “malas”, los gobiernos (formados por personas con poder real de decisión) habrán de ser “buenos”.
Porque si no son “buenas”, entonces hemos estado colocando a gente interesada y rapaz al comando de esa peligrosísima máquina de fuerza monopólica a la que llamamos Estado. Como con el soldado futurista a bordo del transformer, en el que su capacidad de daño se magnifica de manera extraordinaria.

Sería ingenuo por otra parte, tratar de desvincular estas ideas-fuerza surgidas a partir de los años 30, de la grave pérdida de prestigio y poder económico de nuestro país en el mundo a lo largo de, precisamente, los últimos 80 años.

En realidad, sólo un reducido núcleo duro de personas poco informadas o de intelecto deshonesto sostiene en este nuevo siglo que el estatismo es superior a la libre empresa, al efecto de elevar la riqueza social. La inmensa mayoría sabe bien que las inversiones productivas son el único camino al dinero y el bienestar generales. Que a más libertad de innovación privada se corresponde más progreso material. Y que a más frenos burocráticos, faltas de respeto a la propiedad, controles discriminantes y prohibiciones discrecionales, esa modernidad para todos se ve obstaculizada e incluso se detiene.
Pero aún sabiéndolo muchos (demasiados) eligen un Estado grande y “metido”, por temor a cosas como el desamparo económico, el fantasma del abuso de poder por parte de la patronal, la delincuencia rampante… o por simple envidia.

Deberíamos procurar entonces algunas respuestas alternativas para estas cuestiones porque la misma gente que opina así, manifiesta en encuestas de más elevado porcentual aún, su descreimiento y desconfianza para con los monopolios de justicia y seguridad federal, por ejemplo, mal-provistos (justamente) por el Estado. Siendo también los mismos que torpedean su sistema, eludiendo todos los impuestos y mandatos intervencionistas que su “viveza criolla” les permita.

El desamparo económico, por su parte, es el resultado lineal de décadas de combate al capital, a la libertad de negocios, a las ganancias reinvertibles y a los emprendedores. Frenando la multiplicación de empresas eficientes en producir y exportar a precios competitivos -mediante discriminaciones de tipo tributario- para subsidiar a empresas ineficientes digitadas por burócratas “iluminados”. Décadas de un jugar a ser Dios (“controlando” billones de variables) que, como puede verse, resultaron en un espectacular tiro por la culata. Caer de potencia continental acreedora a país mendigo, significó un balazo en el hombro a generaciones de jefes y jefas de familia, que vieron su esfuerzo de elevación económica mutilado por un sistema caníbal.
No necesitamos más de lo mismo. Si, menos Estado promotor de descomposición ética, para sacar del desamparo a la creciente legión de ciudadanos empujados a la indignidad de ser carga parásita de terceros.

Por otro lado, los empresarios inescrupulosos sólo encuentran campo fértil para el abuso laboral y salarial sobre sus empleados en sistemas como el nuestro, cerrados a la competencia. La libertad de empresa con baja exacción fiscal implica explosión de aterrizaje de dineros, explosión de nuevos emprendimientos y explosión de demanda de empleo. Colocando al trabajo en posición de ventaja sobre el capital, toda vez que un muy vigoroso flujo inversor supere la oferta laboral, aún con el agregado de inmigración calificada. Iniciando una apuesta ciertamente audaz, cuyo techo consiste en acercar a nuestra Argentina a un símil “paraíso fiscal” que multiplique por cien la tasa de capitalización, la creación de negocios (¡con tecnologías y dinero succionados al Primer Mundo!), y la explosión real del ingreso de nuestros trabajadores.

La “solución” estatista (radical, socialista, peronista o militar) a este problema, consistió en aliarse a la manera fascista con sindicalistas corruptos, para extorsionar a una patronal maniatada entre mezquinas prohibiciones y gabelas e impedida de hacer crecer a sus empresas. Diseñando una republiqueta “de cabotaje”, con mil limitaciones pero bajo su control de caja.

Por último, haber votado quitarle “al rico” su ingreso para redistribuirlo “al pobre”, también está visto, fue darse con el bate en la propia nuca porque los ingresos no se redistribuyen; se ganan. Usemos el camino inverso, abriendo la oportunidad a todos de ganarlos en serio. Porque la revolución actual, la de la riqueza en una sociedad donde todos puedan ser propietarios, comienza por barrer electoralmente a quienes lo vienen impidiendo: la bien cebada oligarquía político-sindical y sus carísimos “empresarios” cortesanos.

De Barbaries y Vanguardias

Agosto 2010

Fue muy gráfica aquella frase del “estadista” N. Kirchner refiriéndose al complejo agroindustrial exportador argentino: voy a ponerlos de rodillas. Dio en el clavo, al salirse de sí, con la descripción del fin último y real de una institución -el Estado- nacida para forzar.

Es teoría aceptada que el Estado se originó cuando una tribu de nómades armados cayó sobre una población pacífica que vivía del cultivo de sus tierras (¿toda similitud actual será coincidencia?).
Tras el saqueo, el incendio y las violaciones de rigor los asaltantes se retiraron planeando el próximo golpe sobre otra comunidad similar. Pero pasado algún tiempo en estos menesteres, cayeron en cuenta de que sería más útil y menos costoso para ellos ejercer un saqueo controlado. Las víctimas podrían así recuperarse para volver a producir más pronto, y los nómades atacantes podrían volver al año siguiente para hacerse de más bienes. Lo que llevó, mejor aún, a terminar estableciéndose en el asentamiento sometido sin molestarse en viajar, para mejor controlar y cobrar los tributos a su tribu esclava.
Con el correr de los años el mestizaje entre dominadores y dominados eventualmente borró las diferencias étnicas y culturales. Mas la institución de control y cobro perduró intacta, perfeccionándose hasta lo que hoy conocemos como estados-nación, que siguen ejerciendo su dominio sobre una determinada área geográfica, mediante la fuerza de las armas.

¿Qué es en realidad un Estado? Es una agencia monopólica (no admite competencia) cuya tarea es la coacción institucional, con instituciones pensadas para garantizar la estabilidad y el progreso… de la propia agencia. Un ente invasor que lleva en su ADN las semillas indetenibles del incremento constante de su propio tamaño y “éxito” operativo.

Desde luego, ninguno de nosotros firmó contrato social alguno ni acepta tácitamente entregar tributos al Estado, si no es bajo amenaza. Y si alguien duda de esto, le bastaría con imaginar qué pasaría si mañana se tomase una sola y pequeña medida: despenalizar la evasión impositiva. Vale decir, quitar la pistola de la espalda a los 40 millones de ciudadanos argentinos que “eligieron libremente” vivir bajo este sistema.

Todos sabemos que a través de la historia, los Estados (no los individuos gobernados) han comandado guerras, desacuerdos, genocidios, explotación en masa, dictaduras de las mayorías sobre las minorías, discriminaciones económicas selectivas, represión, venganzas personalizadas e infinidad de calamidades cuya expresión creciente coincidió con el poder creciente de esos mismos Estados. Ayer nomás, durante el siglo XX, estos monopolios coactivos -ya crecidos- asesinaron a más de 170 millones de seres humanos (sin contar los sacrificados en guerras), que osaron oponerse a sus políticas internas.
También sabemos que sin importar qué tan perversa pueda llegar a ser una persona en particular, nunca podría causar el daño que causaron aquellas que lograron multiplicar por mil su poder, encaramándose a la maquinaria estatal (como Stalin, Hitler, Mao, Pol Pot, Milosevic, Saddam y algunos argentinos entre muchos otros). Si hubiesen tenido que afrontar el costo de sus decisiones con dinero de sus propios bolsillos o hambre de sus propios estómagos en lugar de usar la posibilidad de externalizarlo sobre cabezas ajenas, otra hubiese sido la historia.

A lo largo de la primera década de este siglo XXI la ciencia económica siguió evolucionando sobre la experiencia acumulada. La vanguardia científica de la Escuela Austríaca, responsable de los “milagros” económicos alemán, italiano y japonés de posguerra y a la que adscriben numerosos premios nobeles, sostiene ya que la nueva concepción dinámica del orden espontáneo impulsada por la función empresarial globalizada concluye dando por tierra con todas las viejas teorías justificativas de la existencia del Estado. Es más: se demuestra que, aunque se lo pretenda limitado, siempre crecerá violando sus límites dada la propia naturaleza de los seres humanos que lo usufructúan; que el estatismo es teóricamente inviable, que su destino es un nuevo colapso empobrecedor y que, en definitiva y a esta altura de la evolución tecno-informática, la excusividad del poder es totalmente innecesaria.

A nivel de la gente común se cree todavía que es necesario porque se confunde la existencia del Estado, con lo necesarios que son los muchos servicios y subsidios (tapando sus desaguisados) que hoy ofrece con carácter monopólico. Cuando bastaría que cualquier necesidad dejara de ser declarada “pública” para que surjan los incentivos necesarios posibilitando que toda la energía creativa de los emprendedores locales (y del planeta) satisfaga en competencia abierta dicho requerimiento, mejor y más barato. Apelando a todas las innovaciones jurídicas y tecnológicas necesarias descubiertas y por descubrirse, bajo la condición de liberar en serio la función empresarial con la consecuente justa y plena captación privada de sus resultados económicos.

La gente de trabajo resulta hoy esquilmada con intervenciones, regulaciones e impuestos destinados a solventar el propio aparato recaudador y controlador. Y también a financiar los mencionados gastos y servicios públicos de exorbitante costo unitario real, bien enmascarado en el fárrago estatal. Su desaparición, lejos de traducirse en el abandono de cosas como rutas, escuelas, asistencia social y hospitales implicará su mejora en calidad, cantidad y baja de costos para usuarios que a su vez ganarán más dinero, en un entorno de muy ampliadas oportunidades laborales.

Debemos reconocer que incluso el liberalismo clásico con todos sus ideales republicanos, fracasó en el intento de poner límites al poder del Estado. Y debemos empezar a considerar también que la mayoría de sus economistas y referentes políticos van quedando desactualizados al seguir proponiendo más de las mismas e ingenuas pretensiones. ¡Ni qué decir de los que, con mentalidad de bárbaros esclavistas, todavía apoyan más medidas socializantes, coercitivas y violentadoras!

No nacimos para ser forzados; una revolución pacífica de respeto, tolerancia y verdaderas libertades, está en marcha. Porque como dijo George Orwell “En época de engaños, decir la verdad es un acto revolucionario.

País Rico

Agosto 2010

La riqueza económica de un país no es otra cosa que la riqueza del promedio de sus habitantes.

Se trata, empero, de un concepto relativo ya que un rico en Bolivia puede asumirse pobre si se compara con un rico en los Estados Unidos y un pobre en Italia puede considerarse rico midiéndose con un pobre de Bangladesh.

Por otra parte, los recursos naturales de un país no garantizan la riqueza del promedio de sus habitantes. Nigeria es un gran país con enormes recursos naturales, donde el ingreso promedio de sus ciudadanos es muy bajo mientras que Holanda, casi sin recursos naturales y con mayor densidad poblacional, goza de un ingreso por habitante de entre los más elevados del mundo.

Ni siquiera un buen promedio de habitantes cultos, bien alimentados, sanos, con aceptables niveles de educación secundaria, terciaria y fuerte tradición emprendedora garantizan una situación de bienestar. Como podría ser el caso de Argentina, un país que además cuenta con grandes recursos físicos, y que sin embargo no cesa de decaer en cuanta medición comparativa exista.

Aunque no siempre fue así, hoy día la nuestra es una nación relativamente pobre y lo que es peor, con tendencia hacia el empobrecimiento. Los pobres en Argentina ganan poco pero también los ricos, comparativamente, tienen bajos ingresos. Hay poco dinero efectivo, tangible, gastable en el país. Vemos con desánimo que “no nos alcanza” mientras en otras partes del planeta este dinero se genera con cierta abundancia, e incluso sobra para ahorrar, consumir y reinvertir.

El destino, está visto, pertenece a los audaces y si queremos programar un país donde el habitante promedio tenga altos ingresos (y que después cada uno haga con sus ganancias lo que quiera), debemos ponernos de acuerdo en crear riqueza con menos mezquindad; en grande; con más audacia y decisión.

Sería fácil hacerlo, si quisiéramos, porque nuestra Argentina tiene todavía 2 de los 3 factores básicos que abren las puertas, por derecha, al reparto acelerado de dinero. Y puede obtener el tercero con mera decisión política (vía presión del voto ciudadano). Porque del tercer factor, las sociedades más ricas están llenas y se hallan a la búsqueda, casi desesperada, de sitios atractivos dónde ponerlo.
Los 2 factores que tenemos son el capital humano (gente preparada y preparable) y el capital físico (recursos naturales, cierta infraestructura y ventajas comparativas). El tercer factor, el que nos falta y el más fácil de conseguir porque sólo depende de nuestra voluntad, es el capital efectivo (las inversiones en metálico).

Lléguese por la vía que se llegue, en la estación terminal del razonamiento social, la disponibilidad de dinero y el bienestar para el mayor número son simples cuestiones de capital de inversión. Razón por la cual lo que nuestros pobres (y también nuestros ricos) necesitan es un sistema de reglas que lo atraiga, lo aferre y lo multiplique sin más pérdida de tiempo.
Ese sistema ya está inventado por gente mucho más inteligente que nosotros, por supuesto, y se llama capitalismo.

Obreros con buenos sueldos, buenas casas y buenos autos, es capitalismo. Jubilados disfrutando sin apremios de sus “años dorados”, es capitalismo. Educación y servicios de salud de primera, es capitalismo. Autopistas, trenes bala, puertos ultramodernos y comunidades ecológicas, es capitalismo. Moneda fuerte para viajar y orgullo nacional detrás del poder económico, es capitalismo. Orden, respeto por lo ajeno y seguridad con tecnologías de punta… es capitalismo.
Incluso banderas socialistas como participación en las ganancias, mejor distribución de la propiedad y una más efectiva solidaridad son puro y avanzado capitalismo. En los hechos, no en los sueños. Con aportes voluntarios de tiempo, creatividad y dinero reemplazando a la ineficiente coacción estatal contra natura.

Nuestra propia historia muestra lo que toda persona sabe de antemano en lo más profundo de su mente y de su corazón: el autoritarismo económico, el dirigismo y el intervencionismo -que no funcionan sino a punta de pistola- son juegos de suma negativa. Maniatan la iniciativa privada, expulsan cerebros e inversiones, dislocan mercados, deprimen la productividad del conjunto y… galvanizan rencores.
Juegos agradables a la satisfacción del resentimiento, pero tóxicos para la elevación del espíritu y la riqueza en una sociedad.
Los monopolios estatales argentinos (seguridad, infraestructura, subsuelo, espacio aéreo, salud, jubilación, legislación, moneda, educación, reglamentarismo financiero, justicia, prisiones etc.) además, han sido y son fuente inagotable de la más ruin discriminación y de su hija: la mega-corrupción. Simplemente porque son monopolios y porque quienes los comandan no son santas ni superhombres sino débiles seres humanos.

Toda persona sabe en lo profundo, también, que el juego de suma positiva se llama libertad de empresa, se llama creatividad en competencia, se llama no discriminación ni violencia impositiva sobre el manso. Todo lo cual constituye la esencia del sistema capitalista.

A más libertad de negocios, a menos monopolio asfixiante, mayor será la lluvia de capitales de inversión. A más estatismo “protector” (léase parasitario, corrompedor, frenador), a menos confianza en la potencia creadora individual, mayor resultará la sequía de capitales de inversión. Es una ecuación de hierro.
Si existiera un pueblo con la audacia de avalar la asunción de un gobierno de verdadera pureza capitalista a todo orden, esa sociedad se convertiría en poco tiempo en una de las más prósperas y opulentas del planeta. Aunque se tratase de un arruinado país centro africano, porque el ejército global de los inversores no discrimina: sólo pide (y devuelve) productividad y seguridad.

Por entendibles motivos de “autopreservación política” los sistemas del mundo real son mixtos, reptando todos muy lejos de la pureza. Y la mixtura argentina, por su elevada dosis de estatismo, es altamente tóxica para la creación de riqueza.
Desintoxicar el sistema acercándose al juego de suma positiva implica el voto de la crónica mayoría peronista, radical y socialista pobre, en defensa propia. Fulminando a los traidores de lesa patria que sigan proponiendo el atrasismo del “Estado protector” que los pisó… fulminando su bienestar.

Prohibido Explotar

Julio 2010

Lo que necesitamos, en verdad, es un gobierno que deje de explotar a nuestra economía.

Tenemos al peronismo kirchnerista que la explota con saña pero de nada vale apoyar a figuras, partidos o conglomerados opositores de reemplazo cuya intención confesa es seguir explotándola. Con menos prepotencia, con más orden en las calles y más respeto por las formas institucionales, pero sin cambiar el planteo explotador de fondo. Partidos que levantan sus voces con indignación contra efectos y síntomas (corrupción, pobreza, inflación, delincuencia, contaminación etc.) pero que dejarán intactas las causas que los generan.

Casi todos los argentinos estaríamos de acuerdo en que nuestro país tuviera poder económico, autoridad moral y fuera escuchado con respeto en el concierto internacional. En recuperar las Malvinas y convertirnos en meca de capitales, tecnología e inmigración calificada. O en que nuestra población accediera a la mejor educación, salud, seguridad y justicia disponibles en el planeta.

Para ello, estaríamos también de acuerdo en multiplicar los negocios honestos dando lugar a más empresas, emprendimientos y cooperativas de toda clase. Es decir, a que se invirtiera mucho más dinero y creatividad en actividades generadoras de más y mejores empleos.

Casi todos estamos de acuerdo en esto y en algunas otras cosas pero nos falta ser conscientes de algo: no pudimos lograrlo durante el último siglo (ni lo podremos lograr en el próximo), por la vía elegida de explotar a nuestra economía.
El planteo explotador de fondo sólo cambiará cuando la mayoría de los argentinos, votando en defensa propia, le bajen el pulgar a las variantes parasitarias para subírselo a las productivas.

Por poner un ejemplo, la vía civilizada para recuperar las islas pasa, guste o no, por la autodeterminación de los kelpers. Y estos sólo elegirían formar parte de la Argentina si nuestro país fuese más respetuoso que Gran Bretaña en ítems como propiedad a salvo del fisco, en protección de derechos individuales o en las libertades para contratar, acordar, crear, consumir y comerciar; seguridades jurídicas que harían de la nuestra una nación varias veces más rica, estimulante, poderosa y atractiva que su actual madre patria.

Lo cierto es que la ingenuidad y falta de educación de nuestras mayorías impide aquel voto popular, corrector e inteligente, que implica entender la dinámica del Estado.
La Argentina llegó a ser un gran país, a imitación de los Estados Unidos, poniendo ambos en funciones constituciones que obligan al Estado a respetar integralmente las libertades de la gente. Aunque en la realidad, esa pretensión fue igual a querer que funcione un cinturón de castidad dejando la llave en poder del usuario.

El idealismo de la teoría funcionó (en términos históricos) poco tiempo. Mientras duró, la nación del norte experimentó un aumento tan veloz de energía económica liberada y de bienestar, como el mundo jamás había conocido. Con cien años de retraso, nuestro país siguió esas cláusulas libertarias y como es sabido, su crecimiento asombró al orbe. Fuimos la segunda potencia de América y, mientras Estados Unidos se enredaba en la guerra civil, propiciando el comienzo de un intervencionismo estatal que constituiría el virus de su decadencia, nuestro país avanzó a zancadas de gigante, descontando la ventaja.

Sin embargo el caso argentino fue como un relámpago iluminando la noche: sólo un par de generaciones en la historia de nuestra sociedad (1536-2010), que en la actualidad sigue insistiendo con el corporativismo como modelo, a contramano del espíritu constitucional.

En el caso norteamericano, el mundo asiste al drama de su Estado hipertrófico, macrocéfalo, causando el debilitamiento de su vigor productivo, la mengua de su status de ejemplo de civilización en libertad y las tremendas torpezas de su actuación como gendarme del planeta.

Así las cosas, debemos usar el hambre de bienestar y la sed de justicia que nos devoran para hacer comprender a los oprimidos (que somos todos menos el gobierno, sus amigos “empresarios” con privilegios, los activistas totalitarios y los capo-mafia sindicales) el daño que nos causa esta brutal explotación de la economía por parte de los beneficiarios de nuestro sistema fascista corporativo, mal disfrazado de democracia republicana.

Como enseña el abogado, escritor y pensador argentino Carlos Mira “en la Argentina, una enorme porción del derecho general civil ha sido derogada por el derecho laboral general y este, a su vez, ha sido derogado en gran medida por los estatutos profesionales especiales. La manía fascista de dividir a la sociedad según “ramas de actividad” arruinó la idea de un orden jurídico universal para nuestra sociedad y, por ese camino, ha lesionado incluso el principio de igualdad ante la ley. Este sistema obliga a la sociedad a estar en una permanente tensión entre grupos sociales y pone al Estado (en realidad a los vivos que lo ocupan) en la situación ideal del repartidor que, como todo el que reparte, se queda con la mejor parte.” (*)
Explotando nuestra economía mediante el expediente de darle gas al enfrentamiento tribal entre sectores que exigen a Mamá Estado que los beneficie a costa de otros sectores, los funcionarios gobernantes obtienen riqueza e impunidad.

Tenemos entonces al sector explotado (los indigentes y asalariados con la inflación y otros impuestos, el agro con las retenciones, la industria eficiente con el subsidio a la otra, los desocupados con las reglas laborales sindicales que ahuyentan empleadores etc. etc.) hundiéndose en una pérdida general de competitividad, reflejada con claridad en el descenso-país.
Y tenemos al sector explotador (parásitos de ley, con “derecho” vitalicio al esfuerzo ajeno), que vive y prospera a expensas de los legítimos derechos a la prosperidad de terceros, prosperidad que sin fascismo se redistribuiría en bienestar y crecimiento, a través del consumo y la reinversión.



(*) del sitio www.economiaparatodos.com.ar

Armas

Julio 2010

A esta altura de la historia, la Argentina debería ser uno de los 3 o 4 mejores países de la Tierra: era un sitial al que estábamos destinados. La inteligentzia mundial así lo preveía hasta hace unos 80 o 90 años, con el liberalismo de la Constitución de Alberdi todavía en el poder.

Los países “de las inferiores”, sin embargo, nos pasaron por arriba y hoy vociferamos junto a otros payasos socialistas desde la retaguardia resentida de esa misma historia, debatiéndonos entre el canibalismo económico creador de miseria y la más abyecta decadencia ética. Con seguridad, algo digno de la triste mezcla de cretinos y delincuentes que signó al corporativismo dirigista aplicado desde entonces.

Pero nuestros gobernantes (y los aspirantes con posibilidades a serlo), no se dan por aludidos. Ellos siguen pidiendo crédito electoral bajo el mantra autista: júzguennos por nuestras buenas intenciones y no por las consecuencias de nuestras creencias y acciones.
Por razones que no viene al caso comentar aquí, nuestros votantes les han otorgado este crédito una y otra vez, sin fisuras, durante generaciones. Avalando a los representantes de nuestros dos partidos mayoritarios de centro izquierda en el gobierno de la nación, con las catastróficas consecuencias que, a todo orden, tenemos a la vista.

Uno de estos órdenes es el de la inseguridad.
El delito impune, los crímenes y la violencia gratuita campean por todas partes, a imagen y ejemplo de quienes ejercen las más altas magistraturas. Los ciudadanos de bien se arraciman, corren y se esconden donde pueden como conejos asustados, mientras mafias y pandillas tejen lazos de mutua seguridad corrupta con nuestros representantes policiales, judiciales y políticos. Es la Argentina caída y saqueada del bicentenario, donde las leyes los protegen a ellos de nosotros.

El populismo que nos bajó a garrotazos del primer mundo y la consecuente suba de incompetentes y gángsters siempre imperturbables al gobierno, son las causantes directas de este desastre. Pobreza por doquier, malnutrición, exclusión social, desesperanza laboral, des-educación, fogoneo de bajas pasiones como el odio, el resentimiento o la envidia, discriminación ideológica y por honestidad entre muchas otras duras lacras progresistas, guisaron a fuego lento el apogeo delictivo que hoy padecemos.

Se trata de un cáncer que viene creciendo desde hace décadas pero responsables prima facie de este caos, como es el caso del actual gobernador de Buenos Aires, insisten ante los medios y las legislaturas con la más curiosa de las soluciones: desarmar por completo a la población. Refiriéndose con esto a los millones de ciudadanos, trabajadores de bien y pagadores de impuestos que poseen armas legalmente adquiridas, declaradas y registradas.
Quedando de este modo su uso reservado al bando del Estado… y la delincuencia. Porque los malvivientes siempre encontrarán formas de estar bien armados, obviamente, sin declarar nada a nadie. ¿Solución curiosa? No tanto: observada con mirada adulta, nuestra pseudo democracia tiene en las fuerzas de seguridad estatales su mejor reaseguro de protección al gobierno. Contra cualquier intento del soberano (la ciudadanía) de ponerse de pie para plantarse frente sus desmadres o de rebelarse contra el peso esclavizante de sus tributos. Ellos quieren un jefe que se desarme ante su servidor, resignándose a ser un “soberano” tímido, manejable, pusilánime y genuflexo.

Más allá del clarísimo tema de la responsabilidad que pueda caberle a quien use armas, nuestra Constitución no nos prohíbe su portación. La de los Estados Unidos, que nos sirvió de modelo, lo permite expresamente siendo sus ciudadanos celosos custodios de este derecho fundamental, propio de hombres y mujeres libres.
Prohibirlo, al decir de Cesare Beccaria (1738–1794, considerado el padre del derecho penal) “sería lo mismo que prohibir el uso del fuego porque quema o del agua porque ahoga”. Con el mismo argumento habría que prohibir los cuchillos en las casas o los autos en las calles: son armas letales, como podrían serlo cientos de otros objetos y elementos de la vida cotidiana.

Más armas en poder de quienes no piensan delinquir (la enorme mayoría de la gente) disminuye la criminalidad, como lo demuestran las más serias investigaciones estadísticas, y viceversa. Porque el conocimiento por parte del atracador de que la víctima podría estar armada, tiene un fuerte efecto disuasivo, protector de propiedades y vidas humanas.
Un arma en poder de un padre o madre de familia hace más difícil, no más fácil, la acción del violador, el secuestrador, el asaltante o el criminal merodeador. ¿O acaso la legítima defensa propia dejó de ser un derecho humano protegido por nuestros jueces? Porque si así fuese, se impondría la necesidad de otra acción civil correctora, en aras de nuestra propia seguridad.

La táctica propiciada por las autoridades de la no resistencia, la entrega y el sometimiento al desquiciado, puede resultar atractiva para algunas personas pero la crónica diaria desmiente su supuesta efectividad, teniendo en cuenta el “efecto coctel” de: juventud sin horizontes, educación basura (sin principios) y droga fácil que nos inunda al compás del estatismo clientelar. Que a su vez es el arma propia de esas mismas autoridades, para abrirse paso hacia la cueva de la impunidad política, el enriquecimiento sucio y las repugnantes sociedades del poder.
Y esa sí es un arma de altísima peligrosidad, que deberíamos quitarles mediante otra arma igualmente letal para ellos: el voto inteligente; el voto patriótico; el voto no comprado; el voto en defensa propia y de todos los honestos y honestas, que son carne de matadero en esta tierra de maleantes en que se va convirtiendo nuestra Argentina.

Estado Garca

Junio 2010

La palabra garca designa en nuestro lunfardo a los oligarcas que prosperan aplicando sobre sus relaciones aquel mismo término del inicio, con sus sílabas invertidas.

Todos sabemos que en nuestro bello país exportador, los productores de materias primas tributan un elevado impuesto antes de impuestos: las tremendas “retenciones” a las exportaciones. Bajo la ley “el que exporta se jode”, se los despoja de ganancias legítimas que hubieran sido reinvertidas en sus lugares de origen, tras lo cual pasan a enfrentar al igual que el resto de la población una larga lista de pagos al Fisco.

Aparte del Impuesto Inflacionario pagamos aquí un IVA muy importante, burdamente sumado sobre cada cosa que tocamos. Desde un par de zapatillas hasta el repuesto de un molino eólico. Desde un camión con acoplado hasta la vianda y el cuaderno de un escolar. Dinero restado de las manos de todos, que también podría haber sido reinvertido en sus lugares de origen a través de las decisiones individuales de compra de millones de personas; no de la decisión de un burócrata, por más iluminado que se crea.

Nuestros patrióticos funcionarios han cargado, además, impuestos fantásticamente altos sobre ciertos productos de interés masivo, como los combustibles, el tabaco, los automóviles, el fluido eléctrico, las loterías y muchos otros que resultan encarecidos, en forma artificial.
Pero todo esto constituye solamente un piso. Desde allí nuestro Estado, cual ejército de ocupación, pasa a exigir fuertes tributos permanentes para las burocracias municipales, sobre todos nuestros bienes y ganancias, sobre los ingresos brutos, sobre los terrenos y casas (otra vez), sobre los depósitos y extracciones bancarias, a través de mañosos “sellados” siempre obligatorios, sobre nuestros vehículos (otra vez, para permitirnos usarlos), sobre cualquier cosa que sea importada, sobre el trabajo en blanco o el sindicato forzoso, a través de la estafa previsional, el impuesto a la herencia y sobre muchos otros ítems tan violentadores como injustos.

Dicen que cierta vez el presidente Ronald Reagan ironizó sobre el sinsentido del Estado ordenando: “Si se mueve, póngasele un impuesto. Si se sigue moviendo, regúlese y si no se mueve más, otórguesele un subsidio”. Su ironía se cumple aquí a rajatabla.

Menos de la mitad de todo lo que generamos con grandes sacrificios queda en nuestro poder: no es que seamos un pueblo de vagos que no quieren avanzar; es que nos exprimen, nos frenan y regulan demasiado. Queda poco que podamos reinvertir y gastar para generar más riqueza social interactuando con otros conciudadanos. Ni hablar de quienes sueñan con (y precisan de) la inversión extranjera.

Todos estos impuestos son como hilos de miedo, sudor y sangre que se suman, debilitándonos entre los colmillos del Estado vampiro con la contundencia final de una yugular abierta.
Dando forma a un “capitalismo” altamente inmoral de amigos corruptos y empresas estatales deficitarias, que sólo crean riqueza suficiente para que las pandillas políticas consigan sus objetivos de más poder aplicable a impunidad, clientelismo y venganza sucia. Beneficiando a una minoría y perjudicando a la mayoría mediante la tenaza desangre - competencia desleal, aplicada sobre los negocios privados no subsidiados.

Este sistema infame y esclavista a la medida de vivos y parásitos, tranquiliza a muchos, a pesar de todo. Son los que piensan que si las cosas les salen mal, Mamá Estado vendrá al rescate pero si no van tan mal, será satisfactorio saber que están contribuyendo para auxiliar a quienes sí estén en problemas.

Desde luego no habrá rescate decente alguno porque el círculo vicioso de nuestra decadencia ya tomó la temible forma de una espiral descendente. Y aquel altruismo hipócrita falla por la base, cuando la misma gente que encadena con sus votos a toda la población en esta trampa, es la que primero procura escabullirse de Mamá Estado pagando lo menos posible y evadiendo las cargas hasta donde su temeridad se lo permita.
Es la misma gente que huye en cuanto puede de los “beneficios universales y gratuitos” ofrecidos por el gobierno, haciendo estudiar a sus hijos en escuelas privadas, asociándose a la medicina prepaga o defendiéndose mediante alguna agencia de seguridad. Servicios e innovaciones que otros argentinos ofrecen, luchando con la dificultad de tener que generar algo con la limosna que les queda tras haber sido garcados.

Lo estatal, el progresismo socialista que nos hunde, no es más que la expresión de esa oligarquía política haciéndose rica a la vista de todos y a costa de sacrificar increíbles oportunidades de creación de riqueza social, que beneficiarían a todos menos a ellos. Carcajeándose off the record de los infelices ciudadanos de toda clase que los votan y que aportan soñando con paliar desigualdades, caídas laborales y miserias ¡100 % causadas por la succión de energías creativas de nuestro propio... Estado garca!

¿Otra Vez Sopa?

Junio 2010

La causa del colapso de nuestra gran nación, lo que nos frenó y nos frena, lo que viene causando gravísimos daños a nuestro país, es la colisión entre lo que nos proponen una y otra vez los políticos de siempre y la cada vez más grave necesidad de algo inteligente, superador, evolucionado.
Entendiendo por inteligente, hoy, el aprovechamiento a fondo de la globalización y de los avances tecnológicos, insertados en una economía del conocimiento modelo siglo XXI. Tres palancas que están elevando el bienestar de pueblos con menos capacidades y ventajas comparativas que el nuestro. ¿Por qué nuestros políticos no quieren usarlas? Porque estos motores sólo funcionan bien con grandes cantidades de capital privado ingresando al circuito productivo. Un factor inalcanzable con sus anticuadas ideas basadas en el “quito, me quedo, reparto y controlo”.

Tras enterrar el inconmensurable error colectivista del siglo pasado, la experiencia empírica nos enseña día tras día, incluso observando lo que pasa con los quiebres estatales de Europa hoy, que a más libertades de opción y respeto a los bienes ajenos, se corresponde más riqueza y paz social para más personas. Y que esto choca de frente con el dirigismo reglamentarista, subsidiador, corrupto y de altos impuestos progresivos que bajo distintas denominaciones, las mayorías argentinas eligen desde hace muchas décadas.

Esta colisión entre lo que predican nuestros políticos y lo que nos conviene a todos es una tragedia atribuible a simple y masiva ignorancia. Ignorancia trabajada por estos mismos náufragos de las ideologías tóxicas del pasado (socialismo, comunismo, populismo, corporativismo) fundadas en la envidia, el robo, el odio y el forzamiento. Insistiendo en instalar aquella vieja estupidez (ya sepultada por la Historia junto con los regímenes totalitarios) de la “lucha de clases” con el individuo malo, peligroso y egoísta contra el Estado bueno, paternal y justiciero.

Estado “bueno” pero… comandado por miles de altos funcionarios de todo nivel que ¡oh! son personas con las mismas motivaciones que las demás. Esto es: conseguir tanto bienestar como puedan para ellos y sus familias. Igual que el individuo “malo, peligroso y egoísta” que no se arriesgará trabajando duramente y bancando un emprendimiento productivo si no espera, a su tiempo, conseguir un buen lucro.
Porque dejando de lado los cuentos de hadas, señoras, todos sabemos que nadie entra al gobierno para empobrecerse, perder popularidad y vivir peor que antes. El patriotismo y la vocación de servicio, señores, murieron de muerte natural hace tiempo. Probablemente entre 1910 y 1930.

Es natural que todos tengamos las mismas inclinaciones, pero existe un pequeño problema: mientras que el individuo (o el directorio de una empresa, es igual) obtiene su dinero del aporte voluntario de quienes consumen su servicio o producto, los altos funcionarios sólo pueden obtener su lucro achicando (robando con las armas del Estado) nuestra propiedad y nuestra libertad. Vale decir, nuestros bienes más preciados.

Además, el emprendedor privado debe moverse en un mundo contractual y entre reglamentos estatales tan arbitrarios como intrincados. Rebuscándoselas sin “sacar los pies del plato” so pena de terminar incriminado, despojado y preso.
Nuestros políticos no. Ellos lucran bajo otra ley, minada de fueros y omertá, haciendo crecer al Estado para llevar más y más lejos su poder (y con él su propia impunidad). Acojinados por dinero ajeno, ponen amplificador a sus cuentos de control institucional, legislativo, judicial o constitucional: partes de un juego destinado a adormecer o sobornar a los votantes que hacen este sistema posible, haciéndoles creer que mejoró la igualdad y que así se redistribuye mejor. Cuando la realidad indica que el país del trabajo no subsidiado no hace otra cosa que caminar hacia su propia ruina, bajo las órdenes de quienes no producen nada.

El cálculo costo-beneficio de esta colisión ha resultado increíblemente desventajoso para el contribuyente forzoso (el 99 % de los argentinos) tanto como para el necesitado/ignorante cautivo que sostuvo a los funcionarios, si lo medimos por sus resultados: nuestro ingreso per cápita cayó de entre los 10 mejores del mundo hace cien años al puesto número 60 o 70 actual. Fracasamos como nación. ¡Nos pasaron por arriba! Somos mucho más pobres, dependientes y “desiguales” que antes.

Lo cierto es que resulta casi imposible hacer coincidir el juego real de la democracia con lo que más conviene al pueblo (el bienestar masivo de una sociedad de propietarios).
Aunque… si existe una oportunidad, esta se encuentra en la creación de las condiciones para el ingreso de inversiones de capital productivo, de capital tecnológico, de capital cultural, educativo y humano sin trabas, como lo comentábamos al principio.

Esto significaría superar el choque frontal entre lo que conviene a los políticos de siempre y lo que conviene a la gente del llano que trabaja, produce y crea para mantenerlos.
Ya tomamos la sopa de estos vivillos durante más de tres generaciones. No sigamos siendo colaboracionistas.

No es función de esta columna indicar a nadie qué es lo que debe hacer. Antes bien sugerir repensar sobre lo que no debería.
Pero como sostiene el intelectual español Manuel Lamas “Las economías crecen y los individuos prosperan a pesar de los gobiernos, no gracias a ellos. Este antagonismo se dirime hoy entre estatistas y liberales: Estado o mercado; público o privado; planes sociales o capital; intervención o desregulación; subsidios o iniciativa; dirigismo o creatividad; masa o individuo; igualitarismo material o libertad.” A lo que nosotros agregaríamos en definitiva: continuar apoyando el forzamiento vejatorio de los mansos o intentar avanzar apoyando la no-violencia en todo el campo de la acción humana, sin excepciones.

Tendencia

Junio 2010

Un político argentino contemporáneo ya fallecido, uno de los muy pocos que unió en su persona las virtudes de sensibilidad social, honestidad e inteligencia superior, y que por supuesto nunca gozó de apoyo electoral suficiente, es autor de una notable enseñanza conocida como “Postulado de la Tendencia”. La idea subyacente es que aún partiendo de una situación social enferma (como la actual, donde ya no podemos llamar sino decadencia a una “emergencia” que lleva cien años), no es necesario alcanzar de golpe formas puras de economía de mercado antimonopólicas; no violentas, sino que basta ponerse en movimiento en dicho sentido para lograr resultados inmediatos y positivos. Lo que cuenta es el sentido del movimiento porque la perfección de lo ideal, en política, no existe.

Bien. Todos conocemos el poder de las expectativas como generadoras de autoprofecías -de opresión y caída- cumplidas. Y del pesimismo o el cinismo nacional como lubricadores de nuestro sufragio cabizbajo, como reses en el matadero socialista.

Lo cual nos lleva a suponer que, mediando un mayor conocimiento popular del sentido de la Historia, enterándose de cuáles son las ideas que marchan en la línea de vanguardia de la evolución humana, del enorme poder libertario que nos acerca la informática, de las ventajas de apostar a una economía del conocimiento globalizada y de alta tecnología… sería dable esperar un cambio de expectativas.

Si las mayorías supiesen hacia dónde va el mundo en realidad, el sentido del movimiento se vería acompañado de la creencia en un futuro mejor, apalancando así nuestro escape de la trampera.
Es hora de recordarlo: si los Estados con sus costosísimas imposiciones al pueblo emprendedor, si los funcionarios con sus costosísimas conveniencias corruptas, si la estupidez y la ceguera -abonadas por la ignorancia- no hubiesen entorpecido el florecimiento de la cooperación y de la iniciativa voluntarias, ninguno de los principales problemas que hoy agobian al planeta existiría.

La energía no sería un problema, ni deberíamos preocuparnos de ahorrarla. Por el contrario, su costo sería muy bajo y su obtención abundante, sin contaminación ni desastre climático. La fusión, o tal vez el control del poder de la antimateria ya se hubiesen producido, además de masivos aprovechamientos eólicos, geotérmicos, mareológicos y solares, incluso desde el espacio.

El hidrógeno (energía limpia, el elemento más abundante del universo) habría reemplazado ya a los combustibles fósiles y el agua potable, otro drama actual, sería obtenida sin límites mediante el tratamiento del agua de mar, merced a ese mismo sobrante energético.
Beneficios como el riego y la forestación en gran escala, la proliferación de eco emprendimientos y comunidades ultramodernas en sitios hoy inhabitables, serían cosa habitual.
La biotecnología y la ingeniería genética hace tiempo hubieran obtenido resultados asombrosos en la multiplicación de “panes y peces” liberando a todos los pueblos del flagelo del hambre y del agobio de muchas enfermedades evitables.

Sin motivos de discordia por energía, alimentos, espacio vital o agua, las distintas sociedades hubiesen tendido a interconectarse cooperando entre sí mediante el libre intercambio de valores, conocimientos, ventajas, servicios y personas.
El comercio competitivo, destructor de monopolios y promotor primario de fortuna, hubiese distribuido bienes, inversiones y empleos en su expansión. Los niveles de vida serían hoy mucho más altos y esta creciente sociedad de propietarios nos hubiese asegurado una mayor paz, ya que las personas estarían más interesadas en proteger el orden y sus respectivos derechos de propiedad que en depredar los del vecino para sobrevivir.

En un contexto semejante, el multiculturalismo interracial hubiera avanzado con ventaja para todos, las barreras aduaneras hubieran tendido a desaparecer más rápido y los Estados coactivos hubieran ido perdiendo sus excusas para frenarnos debiendo sus integrantes, finalmente, pasar a trabajar en algo productivo como todos los demás.

¿Quién dijo que la escasez, el temor y los sufrimientos son el estado natural del ser humano? Sólo a un retrógrado estatista (discriminador y parásito) se le pudo ocurrir esto, en su beneficio.
El estado natural de la humanidad es la riqueza, el bienestar y la cultura general, el ocio creativo, la espiritualidad sin impedimentos, la nutrición abundante, la absoluta libertad de elección individual y la expansión de las fronteras de nuestra ciencia y nuestra raza más allá de la Tierra y de los prejuicios.

El enemigo de los pobres del mundo (y ahora de la supervivencia del planeta mismo) ha sido siempre el Estado opresor y ladrón con sus efectos esterilizantes sobre la iniciativa privada.
Y los amigos de esos millones de desheredados serán siempre la libertad y el respeto por lo ajeno, promotores de la inventiva y el progreso.

Entonces es la educación, otra vez y como siempre, la instancia final donde todo debe resolverse. Desde la capacitación laboral adecuada, hasta el aporte de información cierta, accesible a todos desde la escuela, sobre las tendencias de largo plazo (motivadoras, porque eso es elevar enseñando) en el apasionante tema de la evolución de nuestros ordenamientos sociales.

Se trata de una empresa de largo aliento pero un atajo para el mientras tanto podría intentarse a través de una mega campaña publicitaria, masiva y prolongada, de gran creatividad y perspicacia, a cargo de los mejores profesionales.
Mostrando en forma palmaria y con numerosos ejemplos el brutal engaño del dirigismo populista. La horrible realidad de sus efectos. Lo monstruoso del genocidio nacional en proceso.
Y mostrando de manera edificante las muchas ventajas y posibilidades de bienestar que una sociedad abierta brindaría a todas las familias argentinas.