Seguridad

Agosto 2009

Los actuales Estados son máquinas de forzar gente en casi todos los sentidos. En especial el económico, creando, recreando y perfeccionando un campo minado de impuestos que cerca todos nuestros actos. Violentándonos con sus monopolios de empresas estatales que siempre pierden y de muchas otras áreas reservadas. Todo costoso, burocrático e ineficiente, como corresponde al dominio de lo coactivo.

La gente inteligente sabe que el futuro súper tecnológico que nos espera, el avance de la economía del conocimiento y la progresiva integración global, llevan en definitiva hacia sistemas de organización social cada vez más abiertos y descentralizados. Apoyados electrónicamente en interconexiones individuales para la resolución de necesidades, en grandes redes de diferentes niveles creadas por iniciativa privada y de integración voluntaria.
Literalmente, la tecnología y la educación nos liberarán en forma gradual de los déspotas agresivos. O más bien posibilitarán el desarrollo de una gran autonomía y libertad de elección con enorme cantidad de opciones, para aquellas sociedades que tengan la perspicacia de comprender sus ventajas y de defenderlas.

¿Es necesario el monopolio para que algo funcione mejor? Al contrario. ¿Porqué monopolio es mala palabra en el ámbito privado pero intocable vaca sagrada en el ámbito público?
La verdad es que si el Estado permitiese lealmente y en igualdad de condiciones la competencia de emprendedores privados en cualquiera de sus áreas de exclusión… estaría cavando su propia fosa. Una fosa para la impunidad, los “negocios”, los privilegios de sus integrantes y la continuidad del parasitismo social crónico que les asegura los votos. Razones suficientes para no hacerlo.
Y porque la gente se daría cuenta de que es posible recibir un mejor servicio de seguridad, por ejemplo, a una fracción del costo que hoy paga.

La seguridad es un tema que figura desde hace mucho como motivo central de disconformidad e indignación ciudadana.
La actual policía estatal tiene como prioridad la defensa y custodia del gobierno (que decide y efectiviza sus haberes) y el enorme sistema que lo sostiene. Los ciudadanos comunes con sus pretensiones y quejas, son potenciales amenazas… ¡para los gobernantes! De allí el frenético énfasis en mantener a la sociedad productiva desarmada para mejor controlarla y ordeñarla, bajo la excusa de “mantener el orden social”.

A medida que avance la civilización, los servicios de policía derivarán hacia lo competitivo. En la Argentina, ya son más de 150.000 los guardias de agencias de seguridad privadas, que hacen todo lo que el Estado no ha ilegalizado (y que irán por más cuando se abra el juego).
Las agencias privadas también están más interesadas en defender a sus mandantes, como vimos con el caso de la actual fuerza policial.
El gobierno puede permitirse gestionar la defensa de los ciudadanos en forma ineficiente y si falla, simplemente pide más dinero de impuestos. Así ha ocurrido siempre. Pero si una de estas agencias falla, el cliente prescindirá de ella y eventualmente quebrará quedando fuera del mercado. Si pudiésemos prescindir del Estado cada vez que falla, sin duda este habría sido abolido hace tiempo.

En la competencia de un mercado libre, las agencias de protección se verían compelidas a brindar el mejor servicio al menor precio posible. Estarían interconectadas y buscarían mayor eficiencia cooperando entre sí, tanto como elevando sus niveles en nuevas tecnologías, armas y equipos de última generación, alertas tempranas, investigaciones de inteligencia y servicios especiales para clientes con diversas necesidades, como comprobar las puertas, patios y ventanas de las casas cuando los propietarios están fuera.
A través de dicha competencia, los consumidores proveerían al mercado de los fuertes incentivos que un servicio de tanta importancia como la seguridad pública necesita, para funcionar cada vez mejor. Las prácticas más exitosas tenderán a desplazar a las menos apropiadas, a diferencia del actual funcionamiento monopólico sin auditoría del consumidor, donde los mayores incentivos actúan a favor de que el Estado mantenga la exclusividad en el uso de las armas… en apoyo de sus políticas.

Una derivación natural de organizaciones como las descriptas, será una alta participación de las compañías de seguros en el sistema. Asegurar una vida, una agresión, una casa, un auto, un barrio o una eventualidad de estafa con un plus costo, nos abonará a la agencia de seguridad que la misma compañía integrará y/o gerenciará. Esta estará interesada al máximo en que tales siniestros no ocurran o en recuperar los bienes robados.
Quedaría entonces instalada la práctica de la indemnización por fallas en la seguridad. Concepto impensable con el actual monopolio estatal, donde la policía no tiene incentivos para recuperar lo robado ni los funcionarios dejan de cobrar sus elevados salarios por más que los ciudadanos sigan siendo agredidos.
Las compañías y agencias procurarán asimismo que sus propios clientes y empleados no sean agresivos, ya que no querrán correr con las elevadas indemnizaciones que podrían corresponderles por daños a la propiedad de terceros. Campañas diversas para la disminución de la violencia social y el uso responsable de armas podrían ser de moneda corriente, y a su costa.

Cada persona o familia decidirá el nivel óptimo de seguridad compatible con lo que esté dispuesta a pagar, considerando que dicho costo de protección será individual y proporcionalmente menor al inmenso costo que hoy se solventa con impuestos, con inflación o con endeudamiento. En tal caso el gobierno deberá quitar imposiciones al consumo popular (entre muchas otras, las que se incluyen en las facturas de servicios como gas o electricidad) hasta compensar la correspondiente baja del gasto, poniendo así el dinero en manos de la gente. Habilitándola a contratar a la agencia privada de su medida y elección.

“Todo lo que el gobierno hace puede ser clasificado en dos categorías: aquello que podemos suprimir hoy y aquello que esperamos poder suprimir mañana. La mayor parte de las funciones gubernamentales pertenecen al primer tipo”. David Friedman.

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