Fábrica de Pobres

Agosto 2009

Los integrantes del gobierno han perdido por completo la credibilidad, si es que alguna vez la tuvieron. Durante seis largos años hicieron todo lo posible para llegar al punto de no retorno en que se encuentran. Mintieron sin descanso casi desde el principio al país y al mundo sobre cada asunto que encararon, consiguiendo que todo el sistema de la democracia de partidos, los poderes del Estado y la totalidad del aparato controlador y registrador de las variables socioeconómicas quedara falseado y desacreditado.

Son falsas las intenciones y los ideales políticos que los motivan. Es falsa la historia nacional que se inventaron para justificarlos, tanto como arcaica y fracasada hasta el hartazgo, la teoría económica aplicada para “corregir” dicho supuesto. Es errada su interpretación de cómo funcionan las relaciones internacionales y de lo que significa ser un país respetado… y educado. Como también son falsos sus preconceptos socialistas sobre las causas de miseria y riqueza de los pueblos. Falsearon y bastardearon diálogos, obras públicas, planes productivos y promesas sociales dinamitando todo puente que tendiera a unir y pacificar.

En la senda criminal de Chávez, Kim Jong Il, Castro, Ahmadineyad o Morales, el reino virtual de los progresistas argentinos está en su apogeo, con resultados a la vista. A esta altura cada cosa que dicen los falsarios, aunque sea un “buenos días”, es tomada como una mentira a priori hasta por sus mismos partidarios, en un guiño cómplice con mucho de delincuencial.

Es evidente hasta para los más distraídos que el modo democrático de “autogobernarnos” habiendo dejado atrás a reyes o dictadores, adolece de gravísimas fallas y limitaciones. Estas falencias -intrínsecas al sistema- se manifiestan aún en democracias ejemplares como las de Suiza o Estados Unidos, comprobándose en el avasallamiento de las mayorías numéricas sobre los derechos de las minorías*, con sus efectos en corrupción estructural y pésima distribución del ingreso (1).
En la Argentina ni siquiera funciona ese sistema imperfecto; lo nuestro es un híbrido mafioso o despotismo electivo, funcional a una kakistocracia agresiva (del griego; kakistoi: los peores).
No debe sorprender pues, en el contexto de manejos tan cavernarios, la severa advertencia del Papa a nuestro gobierno, tildando de escándalo a la pobreza provocada en nuestro país.

Provocada porque aquí, a diferencia de otros sitios, es algo absolutamente injustificable cuya única causa se halla en la increíble acumulación de errores de praxis y malas decisiones de la presidencia, con posterior superposición sedimentaria de fraudes, confiscaciones, subsidios y mentiras para encubrir sus consecuencias. Insistiendo con tozudez en ignorar las constantes advertencias de los expertos en contrario.
Unas pocas cifras reales lo demuestran: 14 millones de pobres más 6 millones de indigentes, con un 40 % de la población gravemente empujada hacia abajo y el 7 % de los hogares bajo serio riesgo alimentario.
Donde el escándalo, en definitiva, consiste en la decisión consciente de fabricar más miseria y seguir hundiendo la nación. Todo antes que admitir que subieron al poder para lucrar -como todo populismo- con el dolor de la indigencia, que su “modelo” no es más que una trampa caza-bobos y que son responsables de sufrimiento y exclusión social, trabajos informales y malpagos, desnutrición infantil (8 muertes por día), viviendas precarias, carencia de servicios básicos e inflación sobre millones de seres humanos inocentes por falta de educación y discernimiento.
Y donde la respuesta del gobierno peronista a tamaño descalabro de pobreza, consiste en… ¡insistir con más de lo mismo!

Vemos a la presidente redoblar esfuerzos en su siembra de división y odio entre argentinos, a modo de maniobra distractiva, bajo el expediente de lanzar a unos contra otros azuzando el más primitivo resentimiento caníbal. Tal como lo hiciera otra mujer del mismo signo a mediados del siglo pasado, dando el puntapié inicial al aspecto más irreparable de nuestro desbarranque moral.
Respuesta que también consiste en un nuevo plan que crearía 100 mil falsos empleos con cargo seguro al arruinado Tesoro nacional. Porque lo cierto es que el plan de la presidente se parece demasiado al plan de los autos, al de las heladeras, al de los créditos para inquilinos o a tantos otros planes estatistas e intervencionistas fracasados, o de muy magros resultados con relación a la inmensa escala de los logros que necesitamos para remontar la inmensa escala de nuestros retrocesos hacia la miseria.

Cualquier excusa sirve en lugar de dejar de pisar con la bota estatal el cuello de las empresas privadas, eliminando impuestos y regulaciones como modo inteligente de estimular enérgicas inversiones reales a gran escala, para generar no 100 mil subsidios más sino millones de nuevos empleos reales.
Porque el control que brinda el poder logrado a partir de esa agresión constituye la llave de toda kakistocracia en funciones.

Resulta obvio que el partido de gobierno no está interesado en resolver los problemas de base en orden al fin de la pobreza, porque tal acción sería equivalente a serruchar la rama que los sostiene. Se trata, por otra parte, de la misma rama que soporta el considerable peso de radicales, socialistas, nacionalistas o pinosolanistas y de todos quienes todavía apoyan la ficción de un Estado monopólico, salomónico, omnipresente, gran recaudador, reglamentador y solucionador de los dramas de pobres y ausentes.
Dramas como el de la pobreza, claro está, fabricados previamente por el mismo Estado.

Un gran escenario de fantoches avivados para engañar a un público poco informado, haciéndoles creer que todo aquello que viene fallando a escala-catástrofe desde que tenemos uso de razón, esta vez, ahora sí va a funcionar.
Despertemos. Lo único que crea el Estado son palos en la rueda de la economía privada, dificultando siempre el progreso. Por eso abolición de pobreza y abolición de estatismo son diagonales destinadas a coincidir.



* La minoría más pequeña es una sola persona.
(1) http://libertadynoviolencia.blogspot.com/2008/06/desigualdad-y-redistribucin.html
ver artículo “Desigualdad y Redistribución”

Seguridad

Agosto 2009

Los actuales Estados son máquinas de forzar gente en casi todos los sentidos. En especial el económico, creando, recreando y perfeccionando un campo minado de impuestos que cerca todos nuestros actos. Violentándonos con sus monopolios de empresas estatales que siempre pierden y de muchas otras áreas reservadas. Todo costoso, burocrático e ineficiente, como corresponde al dominio de lo coactivo.

La gente inteligente sabe que el futuro súper tecnológico que nos espera, el avance de la economía del conocimiento y la progresiva integración global, llevan en definitiva hacia sistemas de organización social cada vez más abiertos y descentralizados. Apoyados electrónicamente en interconexiones individuales para la resolución de necesidades, en grandes redes de diferentes niveles creadas por iniciativa privada y de integración voluntaria.
Literalmente, la tecnología y la educación nos liberarán en forma gradual de los déspotas agresivos. O más bien posibilitarán el desarrollo de una gran autonomía y libertad de elección con enorme cantidad de opciones, para aquellas sociedades que tengan la perspicacia de comprender sus ventajas y de defenderlas.

¿Es necesario el monopolio para que algo funcione mejor? Al contrario. ¿Porqué monopolio es mala palabra en el ámbito privado pero intocable vaca sagrada en el ámbito público?
La verdad es que si el Estado permitiese lealmente y en igualdad de condiciones la competencia de emprendedores privados en cualquiera de sus áreas de exclusión… estaría cavando su propia fosa. Una fosa para la impunidad, los “negocios”, los privilegios de sus integrantes y la continuidad del parasitismo social crónico que les asegura los votos. Razones suficientes para no hacerlo.
Y porque la gente se daría cuenta de que es posible recibir un mejor servicio de seguridad, por ejemplo, a una fracción del costo que hoy paga.

La seguridad es un tema que figura desde hace mucho como motivo central de disconformidad e indignación ciudadana.
La actual policía estatal tiene como prioridad la defensa y custodia del gobierno (que decide y efectiviza sus haberes) y el enorme sistema que lo sostiene. Los ciudadanos comunes con sus pretensiones y quejas, son potenciales amenazas… ¡para los gobernantes! De allí el frenético énfasis en mantener a la sociedad productiva desarmada para mejor controlarla y ordeñarla, bajo la excusa de “mantener el orden social”.

A medida que avance la civilización, los servicios de policía derivarán hacia lo competitivo. En la Argentina, ya son más de 150.000 los guardias de agencias de seguridad privadas, que hacen todo lo que el Estado no ha ilegalizado (y que irán por más cuando se abra el juego).
Las agencias privadas también están más interesadas en defender a sus mandantes, como vimos con el caso de la actual fuerza policial.
El gobierno puede permitirse gestionar la defensa de los ciudadanos en forma ineficiente y si falla, simplemente pide más dinero de impuestos. Así ha ocurrido siempre. Pero si una de estas agencias falla, el cliente prescindirá de ella y eventualmente quebrará quedando fuera del mercado. Si pudiésemos prescindir del Estado cada vez que falla, sin duda este habría sido abolido hace tiempo.

En la competencia de un mercado libre, las agencias de protección se verían compelidas a brindar el mejor servicio al menor precio posible. Estarían interconectadas y buscarían mayor eficiencia cooperando entre sí, tanto como elevando sus niveles en nuevas tecnologías, armas y equipos de última generación, alertas tempranas, investigaciones de inteligencia y servicios especiales para clientes con diversas necesidades, como comprobar las puertas, patios y ventanas de las casas cuando los propietarios están fuera.
A través de dicha competencia, los consumidores proveerían al mercado de los fuertes incentivos que un servicio de tanta importancia como la seguridad pública necesita, para funcionar cada vez mejor. Las prácticas más exitosas tenderán a desplazar a las menos apropiadas, a diferencia del actual funcionamiento monopólico sin auditoría del consumidor, donde los mayores incentivos actúan a favor de que el Estado mantenga la exclusividad en el uso de las armas… en apoyo de sus políticas.

Una derivación natural de organizaciones como las descriptas, será una alta participación de las compañías de seguros en el sistema. Asegurar una vida, una agresión, una casa, un auto, un barrio o una eventualidad de estafa con un plus costo, nos abonará a la agencia de seguridad que la misma compañía integrará y/o gerenciará. Esta estará interesada al máximo en que tales siniestros no ocurran o en recuperar los bienes robados.
Quedaría entonces instalada la práctica de la indemnización por fallas en la seguridad. Concepto impensable con el actual monopolio estatal, donde la policía no tiene incentivos para recuperar lo robado ni los funcionarios dejan de cobrar sus elevados salarios por más que los ciudadanos sigan siendo agredidos.
Las compañías y agencias procurarán asimismo que sus propios clientes y empleados no sean agresivos, ya que no querrán correr con las elevadas indemnizaciones que podrían corresponderles por daños a la propiedad de terceros. Campañas diversas para la disminución de la violencia social y el uso responsable de armas podrían ser de moneda corriente, y a su costa.

Cada persona o familia decidirá el nivel óptimo de seguridad compatible con lo que esté dispuesta a pagar, considerando que dicho costo de protección será individual y proporcionalmente menor al inmenso costo que hoy se solventa con impuestos, con inflación o con endeudamiento. En tal caso el gobierno deberá quitar imposiciones al consumo popular (entre muchas otras, las que se incluyen en las facturas de servicios como gas o electricidad) hasta compensar la correspondiente baja del gasto, poniendo así el dinero en manos de la gente. Habilitándola a contratar a la agencia privada de su medida y elección.

“Todo lo que el gobierno hace puede ser clasificado en dos categorías: aquello que podemos suprimir hoy y aquello que esperamos poder suprimir mañana. La mayor parte de las funciones gubernamentales pertenecen al primer tipo”. David Friedman.

Impacto Profundo: en la autopsia del error

Agosto 2009

Nuestra conciencia natural, nuestro saber innato nos dice que iniciar una agresión contra alguien que no nos ha agredido está “mal”. Y que defenderse de esa agresión no provocada mediante una reacción proporcional, está “bien”. Condenamos en nuestro corazón y en nuestra mente el ataque inicial que violenta la mansa privacidad de otra persona, tanto como justificamos la respuesta de la agredida en (y sólo en) defensa propia. Es un hecho correcto y natural que así lo sintamos y afirmemos. Es de persona bien nacida percibir lo pacífico y lo voluntario como moralmente superior a lo violento o lo coactivo.

El mandato primordial de nuestra conciencia es claro: obtener algo (cualquier cosa; desde dinero hasta sexo) irrumpiendo sin consentimiento en la esfera propia de un ser humano pacífico está mal. Sin excepciones e insanablemente, mal.

Nada cambia para estas invasiones forzadas a lo personal si el agresor, en lugar de ser uno, son tres. O es un grupo de treinta, una multitud de trescientos mil o una mayoría electoral de treinta millones que comisiona a algunos líderes políticos para que lleven a efecto agresiones a gran escala. Ni si el agredido deja de ser una sola persona para pasar a constituir una mayor cantidad de individuos que sean, supongamos, honestos propietarios de bienes que otras personas desean tomar.
Nuestro gobierno lo hace a diario y con soberbia, amenazando a quienes trabajan, crean y producen con temibles represalias si no pagan los abusivos impuestos que decide cobrarles o si no respetan los abusivos reglamentos que decide imponerles.
No hemos avanzado gran cosa, por cierto, desde la época del César, de Atila o de Luis XVI. La fuerza de las armas por sobre las fuerzas de la razón, del pacifismo o del derecho a no formar parte. Propio de los simios con su “ley del más fuerte”. Propio de la turba delincuente con su ley del “somos más” e impropio de seres que se consideran a sí mismos evolucionados.

Ese innato sentido de lo apropiado y justo nos dice también que todo lo que se logre a través del uso o amenaza de la fuerza bruta (como también del engaño político, que es otra forma de agresión) está viciado, podrido desde su génesis. Aún sin haberlo estudiado, todos “sabemos” o “sentimos” que no es posible obtener buenos resultados partiendo de malos procedimientos. Acciones impropias nunca podrán lograr resultados satisfactorios, virtuosos para todos o exentos de violencia contra los mansos.

La proporción en la que estas verdades tan elementales como evidentes fueron ignoradas, marcó el grado del castigo que cada sociedad, por pura lógica, sufrió. La Historia lo demuestra con gran claridad en el registro de milenios de cruel dominación de déspotas o monarcas endiosados, sobre seres humanos indefensos por ignorancia y pobreza. Y durante el paroxismo del terror estatista del pasado siglo, cuando entre el socialismo marxista (comunistas) y los nacional-socialistas (nazis) asesinaron a 170 millones de mujeres y hombres que trataron de oponerse a ser forzados en su patria y por sus conciudadanos.

Quienes defienden al Estado y a su potestad de forzar a seres humanos que no desean ser forzados, defienden a la máquina de matar, robar y oprimir más perfecta y efectiva que existe. La incapacidad para buscar, explorar o probar alternativas más justas, menos primitivas, no los exime de la vileza de estar apoyando algo intrínsecamente perverso.

Podríamos mal-argumentar que en una sociedad con muy poco o ningún Estado algunas personas darían rienda suelta a su más malvado egoísmo, olvidando que eso se vería muy acotado por los poderosos efectos de la competencia que se genera en un ambiente de gran libertad. Pensemos en cambio que lo que ahora mismo tenemos es a personas así pero con un poder de daño inmensamente magnificado, al comando de la máquina del gobierno con sus monopolios de fuerza armada, dictado de reglas, cobro de tributos y aplicación de sanciones. ¿O alguien por ventura cree que nuestros gobernantes son (o han sido) seres desinteresados, serviciales, plenos de virtuosa inteligencia y serena bondad?

La principal agresión del Estado sobre los ciudadanos es la de carácter económico (las demás son funcionales a esta, incluida la educativa). Se sabe que una reducción en la violencia impositiva redunda en un aumento de la tasa de capitalización de las empresas. Y que esto se traduce en mayores reinversiones con aumentos de producción y más empleos de calidad. También en más ingreso de dinero foráneo y emprendedores creativos. Haciendo rodar un círculo virtuoso que, de a poco, puede dejar a la coacción fuera -por innecesaria- y a los acuerdos voluntarios dentro. Acuerdos libremente pactados, innovadores, para todo fin imaginable y de todas las clases posibles.

A menos sobrecarga estatal forzosa, entonces, más bienestar para todos; no para los que están en el gobierno y sus “amigos”.

Es la lógica que explica porqué asistimos al desastre de pobreza, exclusión y descenso en todos los rankings de esta Argentina gobernada por peronistas filo-mafiosos, militares filo-fascistas o radicales filo-socialistas. ¡El crimen no paga! La estupidez tampoco: insistir en implementar sistemas sociales que pretenden terminar con la pobreza imponiendo ataduras, dogal y látigo a quienes crean riqueza, es poner el trineo delante de los perros. Es ir contra natura y contra conciencia.

Está claro que civilización y evolución son conceptos que van de la mano con la no-violencia; con el consecuente respeto y protección de las libertades individuales de elección.

Sabiendo cuál es nuestro Norte a largo plazo y qué cosa es lo correcto, sabremos poner la palabra y la acción debidas a cada circunstancia. Desde qué hacer con nuestro próximo voto hasta qué valores inculcar a nuestros hijos. Desde cómo aconsejar a los menos instruidos para ayudarlos a ayudarse, hasta despojar al Estado de su aura benefactora, para verlo como lo que realmente es: un agresor a gran escala y un enorme obstáculo en el camino, sobre todo, de los más indefensos.