Claves

Diciembre 2009

Más allá del resultado de los tests de Coeficiente Intelectual, la inteligencia de una persona puede medirse a través de su capacidad para reconocer los propios límites y potencialidades. Para mejor conectar su empatía con la de los demás en busca de una vida más plena, productiva y feliz.
A nivel comunitario, la educación universal inculcando valores elevados es, a largo plazo, el factor más determinante en orden a dicho reconocimiento de límites y perspectivas de conjunto. Promoviendo la inteligencia social como llave de riquezas y cooperación voluntaria.

Durante más de 2 generaciones, desde la escuela primaria al posgrado universitario, muchos maestros y profesores, incluso jueces, clérigos, artistas e intelectuales de ambos sexos inculcaron en las mentes susceptibles de nuestros jóvenes, una visión ética preñada de “valores” socializantes. En sintonía con un sistema de ideas y procedimientos propios del siglo pasado. Proponiendo premisas y utopías refutadas por la historia y por la ciencia. Paleo-ideologías cargadas de violencia; de despojo contra el manso y el honesto, que promovieron ruina y sufrimiento innecesario cada vez que fueron aplicadas a medias (como hoy y aquí) o que causaron muerte y desolación donde se las impuso por completo.
Este abandono de los ideales sarmientinos, esta traición infame a la Argentina alfabetizada con valores ejemplares que admiró al mundo hace cien años, los tiene como grandes responsables de nuestra decadencia. Culpables de estafa intelectual agravada.

Los propios docentes de simpatías progre cosechan su siembra en indignos sueldos de hambre, condiciones de trabajo y de vida más cercanas a las del África sub sahariana que a las de la Argentina poderosa y justa que deberíamos ser.
Si el tiro en el pie se lo hubiesen descerrajado sólo ellos, vaya y pase; hubiese sido su elección. Lo grave es que millones de argentinos de trabajo pagan hoy con falta de oportunidades y penurias de todo orden esta estúpida adscripción a su miseria intelectual. O a su inmaduro resentimiento, según se prefiera.

La consecuencia, el costo de esta infamia se ve por doquier: las Malvinas nunca estuvieron más lejos; México y Brasil nos pasaron por encima; Uruguay y Chile van camino de hacerlo; más de un tercio de nuestra población empujada a la indigencia, la desnutrición y la desesperanza. No hay inversión externa ni interna a la vista que nos salve y cada vez más piqueteros, cual mutantes andrajosos, pelean con palos en las calles por un degradante “plan social”.

No cabe duda que la educación es la clave matriz de todo lo que nos pasa. Una buena educación de las mayorías de menos recursos abriría la puerta a trabajos más sofisticados y mejor retribuidos. Dejando a la inmigración de países limítrofes socialistas en proceso de hundimiento, las tareas de menor calificación. A mayor bienestar, más propietarios luchando por recuperar para Argentina el hoy derogado derecho de propiedad privada y más padres evolucionados presionando por la calidad educativa de sus hijos.
Asimismo, un electorado de intelecto creciente guarda relación inversa con una tendencia decreciente… a elegir extorsionadores e ignorantes al comando del Estado. Porque con ciudadanos esclavizados en la des-educación y la pobreza, cualquier primate o delincuente puede resultar electo para las más altas magistraturas. Nuestra historia lo prueba de manera reiterada.

No basta, sin embargo, con construir nuevas escuelas, aumentar los días de clase, pagar muy bien a los docentes y llenar las aulas de computadoras. No basta con adoptar los más modernos métodos pedagógicos estimulando la participación, comprensión e inclusión de cada alumno. Todo eso está bien pero no basta para descontar la ventaja que otras sociedades nos sacaron ni para proyectar a la Argentina hacia un crecimiento exponencial aprovechando a fondo y sin pruritos las ventajas de la globalización, transformando en acto lo que desde hace 80 años es mero potencial.

¿Cuáles son esos valores ejemplares abandonados? Desde luego, la férrea cultura de que el estudio y el trabajo pagan y el crimen o el parasitismo no. El asumir las reglas de convivencia respetando al prójimo, sus bienes, sus diferencias y sus elecciones personales de vida. La enseñanza temprana de un fuerte sentido de responsabilidad sobre los propios actos, aceptando el costo de los propios errores (sobre todo los errores políticos) sin cargárselos a “otros”. El vivir abiertos a los cambios, nuevas ideas radicales y oportunidades de progreso con aumento de las libertades de creación individuales.
La sociedad tecnológica del conocimiento es cambiante, veloz y siempre flexible pero ofrece a cambio impresionantes oportunidades de ascenso a todo nivel. El sólo apuntar a ello pondría a nuestra gente en posición de ventaja mental, promoviendo luego a aquellos dirigentes capaces de desbrozar la telaraña dirigista que impide nuestro despegue.

La educación es un camino lento. La comprensión popular de límites estructurales y posibilidades de riqueza podría llevarnos otra generación.

Entretanto, un atajo conducente podría traducirse en el diseño de una fortísima e imaginativa campaña publicitaria masiva, de saturación prolongada. Que haga ver a los votantes más extorsionados la maldad intrínseca de quienes los hundieron, tanto como las posibilidades de bienestar que entrañan las ideas de la libertad para producir y disponer; reinvertir, crear y crecer. La publicidad, con dinero y con espíritu de solidaridad inteligente, puede ser también educación.

La intelligentzia nativa debe bañarse en un espíritu de civilización evolucionada, dejando de promover el resentimiento, la envidia, la violencia social larvada y el vetusto socialismo vampiro, que nos condujo al presente desangre económico y moral.
El populismo de izquierdas que apoyaron, cambiando la república por la “ley del jefe”, no construyó justicia social. Construyó simple corrupción mafiosa en beneficio de una élite y sus amigos, a costa de inaceptables sufrimientos para la gente de trabajo.

Legisladores

Diciembre 2009

En un sistema tan imperfecto y primitivo como el democrático, cobra vital importancia la orientación que la fuerza del número (el atávico “somos más”) imprima a la acción legislativa.
En nuestro caso, donde ni siquiera hemos alcanzado el escalón de la democracia republicana, es más vital aún: las cámaras del Congreso cargan aquí con una sobredimensión de sus responsabilidades. Deben enfrentar a un Poder Ejecutivo despótico, irrespetuoso de preceptos constitucionales y desligado tanto de reglas éticas (no mentir, no robar, no usar la pobreza etc.) como de normas de respeto y maneras civilizadas (no difamar, no cooptar con dinero público, no satisfacer resentimientos personales usando el poder del Estado etc.). Debiendo arreglárselas, además, con un Poder Judicial pusilánime, de escasa credibilidad y penosamente sometido al Ejecutivo mediante diferentes mecanismos extorsivos.

Difícil tarea la que se espera de los legisladores, casi propia de héroes dispuestos a sacrificarse arriesgándolo todo, en aras del bien de la gente de trabajo.

Porque esperamos comprendan que lo hecho por parlamentarios anteriores, podría resumirse en haber impuesto (por acción u omisión) a los ciudadanos nuevas obligaciones, restringiendo en cada caso sus previas libertades y derechos con aumento de sus cargas públicas. Disminuyendo la parte de las ganancias que antes se guardaban para sí y aumentando aquella parte de sus ingresos que ahora queda a disposición de los funcionarios.

La sórdida experiencia de estos últimos 6 años, para no ir más lejos, debería servirles para asumir en profundidad que la multiplicación de parches y soluciones artificiales buscando mitigar los sufrimientos de los necesitados, terminaron convirtiéndose en causa de esos mismos, nuevos sufrimientos. Faltó reflexión inteligente sobre los efectos colaterales, de mediano plazo y remotos de cada acción parlamentaria, que en su momento pudo parecer justificada. O bien primó la criminalidad apoyando, a sabiendas, medidas contrarias a la atracción de los capitales de inversión que necesitaba la enorme legión de los empobrecidos para salir de la miseria. Medidas contraproducentes que claramente engrosaron las filas de quienes dependen de algún subsidio, con graves implicancias en fomento de corrupción y desaliento productivo.

Bien miradas, la inmensa mayoría de las leyes votadas durante las últimas décadas no son otra cosa que intentos de corregir efectos negativos de anteriores leyes dirigistas, apoyadas a su tiempo por legisladores igualmente ineptos. Calesita que realimentó una progresiva necesidad de restricciones a la libertad y atropello económico, hundiendo cada vez más a la nación en el pantano.

Bloques parlamentarios de este nivel, se percaten de ello o no, son meras montoneras socialistas que se nutren de un creciente grado de esclavitud comunitaria. Servidumbre basada en la cada vez mayor cantidad de tiempo y trabajo que las personas sin privilegios deben emplear en beneficio de “otros” (la oligarquía política en primer término), achicando el beneficio propio. Y perdiendo cada vez más horas en colas de pago y reclamo, trámites para todo autocontrol imaginable o servicios de delación coactiva gratuitos, como el perverso juego cruzado de los “agentes de retención”. Mecanismos totalitarios si los hay.

Si la buena gente desea subsidiar a incapacitados, ancianos y seres en desgracia o padres y madres de familia que perdieron sus empleos, junto a vagos, irresponsables, violentos, ladrones y viciosos a quienes repugna el trabajo estable de horario completo, nos parece magnífico. Debieran anotarse en padrones de voluntarios donantes de impuestos especiales, para que los funcionarios distribuyan en forma ecuánime y caritativa sus dineros.
Lo que no debieran es votar a un grupo de esbirros que dispongan por ley que quienes no desean subsidiar a la gente del segundo grupo, deban hacerlo forzados bajo amenaza. Ni permitir que su sentido solidario, aún coactivo, inflija sufrimiento y haga más dura la lucha por la existencia para las mujeres y hombres que intentan mantener a sus familias y progresar por el propio esfuerzo. Los diputados y senadores progresistas han sido hasta hoy esos esbirros, al servicio de quienes proponen que “otros” paguen la cuenta de sus peregrinos ideales y deseos. Con el agravante de que esos “otros” que caen bajo las balas impositivas resultan ser, tanto en número como en porcentaje mayoritario de aportes, inadvertidas víctimas de las clases media y baja.

Los legisladores han conspirado hasta ahora, asimismo, contra consumidores y empresarios-no-subsidiados apoyando intervenciones de mercado y medidas proteccionistas, procurando que los empresarios-subsidiados protegidos ganen, a costa de que millones de argentinos pierdan. Las honorables cámaras deberían cambiar el término “proteccionismo” por el más correcto “agresionismo” para que quede clara la opción que han estado tomando: satisfacción de corto plazo a ser pagada por la siguiente generación (o gobierno) con derrumbes de competitividad, productividad, exportaciones y… nivel de ingresos de los más indefensos. Nuestra historia es aleccionadora prueba de ello.

Claramente, cuando parlamentarios ignorantes que no han comprendido ni estudiado el orden de la riqueza, pretenden poder para regular nuestra extraordinaria complejidad social, la posibilidad de que generen desastres de dimensión histórica es muy elevada. Con más razón cuando aún entendiendo el daño, lo apoyan levantando su brazo por conveniencia.

En suma: el patriotismo de los legisladores y sus servicios al pueblo quedarán demostrados solamente por aquellos que se planten con indoblegable fiereza frente a adversarios mafiosos, corruptos y ladrones. Defendiendo el núcleo duro de nuestra Constitución Nacional, que establece que cada ciudadano tiene derechos que ni las mayorías, ni los políticos todopoderosos, ni sus fuerzas de choque pueden atropellar.

¿Podremos esperar que hayan evolucionado algo, procurando salir de la era del simio en la que nos hallamos empantanados?

Corrupción Intrínseca

Noviembre 2009

Concordamos con la opinión mayoritaria, de estar en presencia del gobierno más corrupto de la historia.
No repetiremos en esta nota el muy extenso listado de sus actos de ataque al bienestar general, harto difundido por otra parte. De coimas, negociados, favoritismo con testaferros y cómplices, compra de conciencias, abusos de toda clase desde la posición de poder, fantástica inmunidad penal y fraude legislativo bloqueando mecanismos de autodefensa democrática. O de simples robos de media en la cabeza y revólver al puño, como es el caso de tantos impuestos confiscatorios. Pocos ejemplos, de entre la enorme cantidad de actos corruptos de gran envergadura perpetrados por este gobierno, desde sus sitiales en el Estado central y antes, claro, desde la gobernación de Santa Cruz.

A primera vista se trata de niveles de atraco inusuales hasta para un gobierno peronista, aunque nada de esto debería sorprendernos: desde hace décadas el respetado ranking de Transparency International nos ubica, descendiendo, entre los países más corruptos del mundo.

En realidad no existe gobierno sin corrupción ni Estado justiciero y benefactor alguno. Nunca lo hubo ni jamás lo habrá. Son solamente mitos caza-bobos funcionales a castas mutantes de “vivillos”, de elevadísimo costo para los menos afortunados. La élite pensante tiene el deber de asumirlo a conciencia, en defensa de todos los abusados.

Sólo personas muy ingenuas pueden creer que los funcionarios estatales son mujeres y hombres con más honestidad o intelecto de lo normal. Que son seres imbuidos de gran amor al prójimo, desinterés personal y abnegada vocación de servicio. Que sus decisiones son ecuánimes y sabias; con la mira siempre puesta en una sociedad rica, avanzada, con oportunidades reales de estudio y progreso por derecha para todos; sin robar a nadie.
La realidad es la contraria y la vivimos a diario desde que tenemos uso de razón.

Por otra parte, el 60 % de la corrupción que nos desangra y desmoraliza es el resultado matemático, perfecto, del modelo de gobierno elegido por la mayoría: técnicamente, una déspota montada sobre otra kakistocracia agresiva (*). Situación real que no debe ser confundida con su pretensión teórica: la democracia republicana, representativa y federal.

En cuanto al 40 % de corrupción y maldad restante, lo hubiésemos padecido igual aunque nuestro gobierno hubiese sido aquella deseada democracia, porque el aprovechamiento del poder con fines de beneficio personal es cosa inherente al núcleo constitutivo del sistema. Por bien que funcionen la división y el equilibrio de la tríada de Poderes, ya que no debiera perderse de vista el hecho de que los tres forman parte del mismo Estado. Cuyos integrantes cifran su bienestar y crecimiento en el dinero que logren extraernos a través de tributos cobrados sin opciones y por la fuerza, de la cual también poseen el monopolio.

Si descendiera un ente dotado de un superpoder tal como para asegurar que cada funcionario no pudiese obtener más que el beneficio de su sueldo oficial sin más ventajas, el Estado quedaría acéfalo en pocas semanas por la dimisión en tropel de la mayoría de sus integrantes. Resultaría difícil, asimismo, hallar aspirantes a ocupar estos sitiales vacantes y aquellas bancas vacías. El “negocio” del servicio público pasaría a ser el que dice la Constitución. Verdadera carga pública. Dejando de existir tal y como se lo percibe aquí… y en todas las democracias y organismos multilaterales del orbe.

Retornando a la tierra no debería sorprendernos, entonces, que las posibilidades de ventaja por izquierda sean el premio principal de las carreras políticas. ¿Para qué habrían de molestarse sino? Las personas que ocupan cargos que importen poder “corrompible”, piensan primero en si mismas, sus familiares y los amigos que los ayudaron a “llegar”. Es lógico y natural; los santos, los altruistas, los incorruptibles que además sean estadistas…son muy pocos. Son la excepción, no la regla. La proporción estadística los barre.

Y como quienquiera que tenga capacidad de estadista es ciertamente alguien muy inteligente y preparado, le será difícil dejar su lucrativo puesto en la actividad privada para pasar a brindar sus mejores años a un prójimo ingrato. Es por ello que los ignorantes pujan por llegar al poder mientras que los ilustrados pujan por alejarse. Los más inescrupulosos de entre ignorantes y predadores, por selección natural, copan en primer lugar los puestos ejecutivos desde donde maniobran neutralizando con mano de hierro cualquier veleidad independista de auditores y jueces. Y esto no es mera paranoia sino la más pura práctica en nuestra Argentina contemporánea: la resultante de tales ultrajes no puede sino derivar en más socialismo salvaje, creando y alimentando más corrupción salvaje.

La Historia nos muestra que cuanto más “espacio” ocupe el Estado en la sociedad por todo concepto, mayor será el nivel de corrupción que esa sociedad deberá tolerar, hasta que estalle. Se vio en la URSS, se ve en Bolivia, Ecuador y Venezuela (peor situados aún que nosotros en el ranking) y se está viendo aquí.

Existen notables excepciones a este aserto, como podría ser el caso de los archi-civilizados suecos pero hemos de admitir que si adoptamos como norte una virtuosa excepcionalidad, tan luego nosotros, muy probablemente nos frustraremos. Además ¿quién quiere hoy día emigrar a Suecia para crear negocios e invertir sus capitales? Los destinos más codiciados, para fastidio de los progres, son aquellos donde impera el capitalismo más libre. Mientras los propios suecos están desandando, por otra parte, su ruta socialista.

Ningún sistema de ideas como el liberal, comprende y asume como tal la realidad de la naturaleza humana. Y es con esta comprensión como guía, que el libertarianismo decodifica el genoma de la sociedad inteligente. Usando en favor de los más, el empuje natural e inevitable de los menos. Liberando la potencia creadora individual bajo implacables reglas de respeto en todo orden. Demos poder a una mujer o a un hombre y los corromperemos. Troquemos ese poder por un acuerdo voluntario y los proyectaremos hacia su desarrollo personal. Quizá se encuentre en esta sola idea, el valor-base de nuestra evolución.


(*) Hemos tenido varias. Del griego kakistoi = los peores.

Igualdad

Noviembre 2009

“El Estado es el gran ente ficticio por el cual cada uno busca vivir a expensas de todos los demás”
Frederic Bastiat

Durante unos cien años, desde mediados del siglo XIX hasta mediados del siglo XX, los Estados Unidos y la Argentina fueron receptores de un enorme caudal inmigratorio.
En ambos casos, los inmigrantes se vieron atraídos por sistemas jurídicos y económicos que se contaban entre los más libres de la tierra, haciendo accesible a más gente con voluntad de trabajo, la plena expresión del desarrollo personal. Eran mujeres y hombres de muchas procedencias; algunos de naciones culturalmente mediocres o con sistemas socio-económicos opresivos, que alcanzaron, en cualquier caso, logros de capacidad productiva que nunca hubiesen conseguido en sus países nativos.

Personas de diferentes niveles y grupos raciales que durante generaciones se habían enfrentado entre si en sus lugares de origen, aprendieron a cooperar viviendo en armonía. Y eso ocurrió porque tanto aquí como en el gigante del norte no se procuraba unir a la gente a través de una nivelación hacia lo colectivo -propia de las modernas cleptocracias- sino a través de un principio más inteligente: la protección de sus derechos individuales. De sus derechos a retener en forma casi íntegra el fruto de sus esfuerzos y a decidir, en gran medida, en qué forma aportaría cada uno a la solidaridad general.

Esta decisión benéfica y el crecimiento exponencial que lograba, comenzaron a desaparecer en paralelo con el avance del “Estado benefactor” y la “economía mixta”.
El incremento de cargas, controles y reserva de áreas económicas para el gobierno obró, así, en forma inversamente proporcional a las posibilidades de elevación social y evolución económica de las clases más bajas, que se traducía en una progresiva igualdad.

En Estados Unidos, actuó agravando el racismo contra negros e indios o la xenofobia contra los latinos por el camino de frenar las mejoras en su nivel de vida en proporción a las mejoras de los anglosajones originarios. Dicho de otro modo, al disminuir derechos individuales para aumentar los estatales lograron estancar el ascenso socio-económico de los débiles. Y en la Argentina obró estimulando resentimientos larvados, sembrados en su momento por anarquistas de izquierda y comunistas corridos de su Europa natal. Resentimientos de entraña negativa que nada bueno podían (ni pueden) generar, y que volcados a los partidos “socialmente sensibles” que tan bien conocemos, nos condujeron a un desastre de pobrezas y sufrimientos innecesarios incomparablemente mayor que el norteamericano.

También aquí la tecla equivocada fue el abandono de la protección gubernamental a los derechos de propiedad y su usufructo y de las libertades individuales para comerciar y ejercer toda industria lícita, con igualdad de reglas de juego para todos.

Lo comprobado es que la economía mixta desintegra a cualquier sociedad, lanzándola en el tiempo a una guerra de grupos de presión, cada uno de los cuales procura privilegios “legales” y tratamientos particulares a costa de todo el resto. Esto deriva, como lo vemos hoy y aquí, en “lobbys” sectoriales (industria subsidiada [reciente caso de Tierra del Fuego], movimientos piqueteros, sindicatos violentos, funcionariado “acomodado” etc.) que pujan abiertamente y con desparpajo por el favor del monarca, en detrimento del país en su conjunto. La ley de la selva es entonces inevitable y la igualdad de oportunidades cae bajo el hacha del propio Estado que debía preservarla.

El largo plazo, los derechos de las generaciones por venir, desaparecen poco a poco de la escena y los principios e ideales, por más nobles que sean, ceden su lugar a las urgencias del simio que empuja con más fuerza. De quien presiona con más palos y capuchas o de quien se vende mejor al negociado gubernamental.
En nuestra etapa terminal se trata de mafias estatizantes “colocando” funcionarios, jueces y legisladores para conseguir ventajas de corto plazo parasitando a “otros”, sin preocuparse por la destrucción general que inevitablemente los alcanzará. Porque quienes apoyan el aniquilamiento de los derechos ajenos, niegan y pierden también los propios cerrando su camino y el de sus hijos.

El supuesto Estado benefactor con su economía mixta cierra, obstaculiza y niega a cada argentino innúmeras oportunidades de expresar su potencial para hacer cosas más innovadoras, estimulantes y productivas elevando así su nivel de vida y dejando en mejor posición a sus descendientes.
Sus monopolios suman déficit al Tesoro, restando espacio y posibilidades de crecimiento a quienes podrían competir haciendo las mismas cosas a menor costo y con mayor productividad.
Reglamentaciones laborales paralizantes, financiamiento costoso y a cuentagotas, impuestos elevadísimos que cercan y depredan todo intento de actividad comercial o “leyes” discriminantes a medida de corruptos intereses particulares, son claros ejemplos de la evolución natural de este sistema maravilloso.

Parece inevitable que esto ocurra en poblaciones engañadas, como la nuestra, donde una masa crítica de votantes desea aliviar mediante más (¡más!) leyes totalitarias la desgracia visible de indigentes, sub ocupados y hasta de sinvergüenzas. Pero no a costa de si mismos sino mayormente ¡a costa de los demás! Aunque sea a través de vándalos y coimeros. Aunque se trate de apropiación de ganancias y hasta capitales de trabajo sin el asentimiento de sus dueños. Aunque sea mediante violencia. Aunque sea pisoteando más (¡más!) libertades y garantías en la búsqueda de ese inmaduro espejismo que tanto daño nos ha causado: la igualdad forzosa con dinero ajeno, rasando con el sable de la Afip-Gestapo las cabezas que pretendan sobresalir.

Porque muchos creen inocentemente, en sintonía con la edad mental inducida por nuestra des-educación pública que esta vez, ahora sí el método atropellador va a funcionar.

La Madre del Borrego

Noviembre 2009

Vemos en estos días cosas tales como la elección de Brasil para sede de los Juegos Olímpicos, el cambio de su condición de deudor a la de acreedor del FMI, o que más de 20 millones de pobres hayan trepado a la clase media durante los últimos años. Signos, entre otros, del despegue de nuestro vecino hacia el estatus de gran potencia.

Hoy día su economía es 5 veces la nuestra pero no siempre fue así. Como todo el mundo sabe, la Argentina, que llegó a ser la segunda economía de América y la séptima del planeta, estaba llamada a ser un país líder; de primer orden. Mucho antes y en forma más contundente que Brasil. Con un alto nivel de vida general e integrada al mundo sin indigentes ni ignorantes. Apuntando a una matriz productiva de altísima tecnología asentada sobre una sociedad evolucionada y cosmopolita.

¿Qué pasó? ¿Quién apagó la luz? ¿Dónde estamos? Estamos en la Argentina quebrada y mendicante, maleducada y violenta que supimos conseguir. Fiel reflejo de nuestros votos socializantes, dándonos con el bate en la propia nuca. Porque fue el sufragio mayoritario el que entronizó a la larga lista de ignorantes y ladrones que, bajo la promesa de satisfacer resentimientos vergonzantes, hizo pedazos aquel sueño de llegar a ser un país de primera división.

El razonamiento lineal que los políticos proponen a una población cada vez más hundida en la des-educación y la miseria es “saquémosle a los que más tienen para disminuir la pobreza”, “más impuestos progresivos” o “que la crisis la paguen los ricos”. Cuando lo justo -siempre- es que la crisis la pague quien la causó; en este caso, los votantes kirchneristas. Con el colaboracionismo de votantes “de izquierdas” cuyos legisladores apoyaron todos los ataques al capital, a la propiedad y su usufructo que impidieron el aflujo de cerebros y dinero. Y cuando ya deberíamos saber que extorsionando a “los ricos” bajo impuestos excesivos sólo se arriba al efecto opuesto, demostrado una y otra vez durante 8 mil años de Historia: la redistribución final de más pobreza.

No es preciso ser muy listo para entender que a mayor ganancia, el privado destinará más dinero a inversiones en su afán de ser más competitivo; y que a mayor competitividad y crecimiento le seguirá una elevación del nivel salarial y una mayor demanda de personal, poniendo cada vez más dinero en manos de más gente.
Es más: también distribuirá riqueza sin intermediación estatal parasitaria, a través de una mayor demanda productiva de servicios y otros bienes creados por terceros.
Es el comienzo del capitalismo popular, fabricando una sociedad de propietarios. No existe modo más rápido, más sustentable y menos duro de poner dinero en bolsillos de los que menos tienen.

En este círculo virtuoso el impuesto es un serio obstáculo, ya que se extrae a costa de la ganancia y opera, por tanto, en el sentido opuesto a la creación de riqueza. Más impuestos significan menos dinero en manos de más gente, menos demanda puntual para lo que ofrecen los sectores comercial y de servicios, menos inversiones en crecimiento y menor competitividad del país en su conjunto.
También significan precios más altos para todo lo que un argentino cualquiera necesite para avanzar; desde una manzana a un movimiento bancario, pasando por un litro de gasoil, un teléfono celular con internet o la cuenta de la peluquería. Los impuestos están enquistados de manera intrincada en los costos de cada necesidad de nuestra vida, encareciéndola de manera notable.

Se supone que para proteger el derecho de todos a acceder al bienestar, el Estado se hace del dinero a través del sistema tributario, apoyado en la fuerza policial. Y cumple dicho supuesto a través de la provisión de servicios como educación, justicia, seguridad, salud y (ahora) jubilación… públicas y universales. Lo hace también a través de la construcción de calles y rutas, de centrales de energía, control de fronteras o asistencia a los desvalidos dentro de un cierto “modelo” planificado de sociedad.

Un creciente número de ciudadanos, no obstante, va cayendo en cuenta de la terrible contradicción existente entre ese derecho “a acceder al bienestar” y los resultados obtenidos mediante la provisión de todos estos servicios e infraestructuras.
Con niveles impositivos de entre los más elevados del mundo, el Estado argentino retribuye a su pueblo con calidades de educación, justicia, seguridad, salud, jubilaciones, caminos, energía, defensa y contención social… a niveles de desastre.
Señoras y señores: bienvenidos al mundo extorsivo y rasador del anarco-estatismo, con protestas simultáneas de todos los sectores y por todos los “servicios”, con marchas, cortes, huelgas, corrupción desbocada, matonismo gubernamental y violencias retroalimentadas. Bienvenidos a la consecuencia de los votos victoriosos como solidarios, progres, con sensibilidad social o simpatizantes de Papá-Estado-Benefactor.

Es la competencia lo que hace eficiente a un sistema, lo que mejora servicios y disminuye costos. Y es el dinero en poder de la gente de trabajo (no de la oligarquía política y sus amigos) lo que potencia esa competencia, con el público eligiendo entre distintas opciones. Mejorando el resultado cuanto mayor sea el número de áreas abiertas a la opción popular.
Lo estatal es la negación de la competencia y de sus incentivos. Es el pago obligatorio con independencia de la calidad del producto entregado. Es la ineficiencia, el derroche, la corrupción inevitable a gran escala y finalmente, el canibalismo social.

¿Queremos superar otra vez al Brasil? ¿Queremos acceder en serio al bienestar general? Quebremos los colmillos de este gobierno vampiro y sus “leyes” e impuestos desangrantes, volviendo esa enorme masa de dinero a manos de las personas del llano. Sobraría entonces poder económico para que, quienes son hoy víctimas de la escuela o el hospital estatal, elijan en competencia buenos colegios privados para sus hijos y medicina de primera para sus familias.

Argentina, Levántate y Anda

Noviembre 2009

Tallada en piedra sobre el Monumento a la Bandera en Rosario, Santa Fe, se encuentra la siguiente inscripción:

“Cuán execrable es el ultrajar la dignidad de los pueblos violando su Constitución”
Manuel Belgrano

Sentencia que cae como una maza sobre la conducción política sin duda execrable, que a diario ultraja nuestra dignidad nacional, violando en letra y espíritu la Constitución protectora de libertades que nos legaran los Padres Fundadores. Verdadero decálogo para un desarrollo acelerado que, mientras fue letra viva, nos impulsó a la vanguardia del mundo.

Al gobierno argentino no le interesa la competitividad, el aumento de nuestras producciones ni la elevación real (a escala seria, con abundante empleo y altos salarios) del nivel de vida de su gente. No tiene como objetivos mediatos volver a superar a Brasil y México ni recuperar las Malvinas. No desea establecer condiciones de progreso para etnias autóctonas, pobres e indigentes ni promover un clima de concordia, austera eficiencia estatal ni sana cultura del trabajo. No busca que nuestro país sea meca inmigratoria de artistas, creativos, deportistas, científicos, educadores de avanzada, empresarios de punta y capitalistas emprendedores. O de toda mente valiosa y fortuna en fuga, que se sienta oprimida por la máquina de absorber e impedir de su Estado natal.

A nuestro gobierno le interesa antes que nada y como sea, atornillarse al poder para asegurarse impunidad, privilegios y oportunidades de seguir haciendo fortuna. Y en segundo lugar, exprimir y manejar a todo argentino que muestre alguna señal de actividad bajo su (varias veces) fracasado modelo de Estado atropellador, reglamentarismo obtuso y asfixiante presión impositiva. Acciones que, claro, chocan de frente con lo anterior.

A los votantes kirchneristas tampoco les interesan estas cosas. Prefieren la ventaja de corto plazo de un “plan” social, de vivienda o tarifas subsidiadas por “alguien”, de carne de vaca barata y de fútbol codificado “gratis”. Prefieren seguir siendo rentistas estatales como sea, en todo y hasta el fin a costillas de “otros”, con la secreta satisfacción de ver cómo quiebran o sufren vecinos y conocidos que pusieron capacitación y esfuerzo en superar la situación de pobreza que los igualaba. Para esos… ¡leña impositiva por alcahuetes individualistas! El hundimiento de la patria y su traición a los ideales de Belgrano y otros próceres les tiene sin cuidado; asumen muy bien su voto parásito o delincuente.

Por su parte los simpatizantes socialistas, cobistas, pinosolanistas, radicales, aristas y otros que en general dicen querer aquella Argentina de primera, en realidad no la desean.
Ya nadie puede llamarse a engaño sobre los antecedentes de sus candidatos “de oposición” que, cada vez que juzgan, gobiernan o legislan se atropellan en el apuro por regimentar más aún toda actividad productiva o ahuyentar inversiones a través de más quiebres a la seguridad jurídica. Siempre listos al aumento del torniquete tributario, a estatizar lo que se pueda y a sumarse a la inmadura estudiantina de chillidos antiliberales.
Lo que en realidad desean estos votantes es una Argentina pequeña, de cabotaje, pacata y bajo estricto control de un Estado-Papá, donde no despunten grandes negocios, grandes fortunas ni grandes libertades; creativas, personales ni de disposición patrimonial. Pulsiones que desnudan a un gran sector, penosamente mezquino y empantanado en un resentimiento vergonzante que es espejo de su propia cobardía.

La estúpida administración de pobrezas en la que todos estos argentinos están embarcados sólo nos lleva al desastre. Pobreza ética, pobreza de ideas superadoras, pobreza de ambiciones y sobre todo, pobreza de patriotismo nos conducen por una bien merecida espiral descendente cuyo espantoso fondo empezamos a distinguir: decadencia, desesperación, delincuencia, indigencia, desnutrición y muerte.

Es imperioso un cambio mental cualitativo que nos ayude a quebrar esa espiral. Acelerando el despegue y salteando etapas, apalancados por la potencia moral de valores definitorios. Como la decisión de no tolerar violencia social alguna. Como dar preeminencia a las elecciones personales por sobre las imposiciones coactivas. Como volver a confiar en las personas. Como responsabilizar y hacer resarcir sin atenuantes a quien cause daños o perjuicios a terceros o a sus bienes. Como empezando a entender el derecho humano básico "a no formar parte" y el absoluto derecho a decidir a qué organizaciones vamos a aportar, y a qué nivel, para formar parte. Y que bajo reglas contractuales de convivencia inteligente, los ciudadanos gocen de enormes libertades para florecer y desarrollarse como cada uno elija, en un entorno de civilizada tolerancia. En suma, iniciando un camino que democratice el poder de decisión poniéndolo en manos de la gente y quitándoselo a los simios del látigo.

La fabulosa tecnología informática, el imparable avance de las redes de interconexión personales y la fuerza de la economía del conocimiento en este siglo XXI, lo hacen más posible que nunca.
La proliferación de nuevos emprendedores y grandes capitales dispuestos a huir del dirigismo y de la torpe angurria impositiva de los países centrales, nos abren posibilidades únicas. Sólo hay que saber verlas. Logrando la claridad mental y el amor a la patria necesarios para usarlas en beneficio de nuestra población. Porque esto sería pasar a administrar riqueza bajo aquel mismo espíritu constitucional, bien reinterpretado.

En un entorno semejante, no sólo kelpers y brasileños pedirían formar parte de una Argentina en crecimiento exponencial, sino que hasta los propios europeos volverían a empujarse tras el mostrador de ingreso.

De tener en claro estos objetivos de máxima, cada quien podría apoyar con su voto a los candidatos cuyas propuestas se orienten en la dirección más conducente: aquellos que nos propongan más libertades de todo tipo y menos estatismo opresor.

Democracia y Cia. S.R.L.

Octubre 2009

La democracia republicana, representativa y federal argentina está muerta y enterrada. Fue reemplazada por extorsión mafiosa en estado puro, camuflada tras una bulliciosa pantalla de instituciones castradas. El resultado no es democrático ni constitucional, desde luego. Ni siquiera se ajusta al paraguas de la montaña sedimentaria de leyes-basura populistas que en sí, no son más que codificación de la injusticia.

La propia Constitución fue siempre una “molestia” para las volátiles mayorías argentinas y hubo de ser violada de un modo u otro por multitud de sicarios electos, liquidando libertades cívicas o económicas según el particular paladar de quien ejercía el poder. No sirvió en la práctica, al menos durante los últimos 79 años. Tampoco el bello sistema democrático allí propuesto, con sus delicados contrapesos republicanos.
Poco pudo hacer el Poder Judicial (el Tercer Poder que iba a controlar con incorruptible ejemplaridad a los otros dos), superado por incontables desbordes, infiltraciones, amenazas y ahogos financieros que acabaron sometiéndolo al Ejecutivo.

Aceptamos que ese texto constitucional representa el único pacto o “contrato social” básico que todos los argentinos acordaríamos “firmar” y respetar. Comprendemos que es el acuerdo que mantiene unida a la sociedad haciendo posible la existencia de la Argentina como nación sin secesiones. Y podemos también afirmar sin sombra de duda, que el pacto no se cumplió.

Vemos por otra parte, que el actual gobierno hace todo lo posible por confirmarnos que aquí no habrá república ni federalismo. Que seguirá derogando propiedad privada y derechos individuales con las armas discrecionales de la Afip-KGB-Gestapo-Oncca, del amedrentamiento con palos y capuchas, del control de la prensa, del pago en efectivo por la prostitución de legisladores “opositores” y del manejo clientelar de pobreza e ignorancia.

Vivimos algo así como un clímax -exaltado a toda orquesta- en la película de nuestra vida, donde la voladura final de las bases sobre las que asentábamos nuestra anuencia, nos releva de cualquier “promesa” anterior de respeto y obediencia hacia representaciones espurias; que no reconocemos como propias.

Llevándonos a preguntarnos en feroz seguidilla ¿pero…por qué trabajar para este ilícito 6 meses al año (es lo que nos cuesta a cada uno “la contribución”) y sólo 6 para el resto de nuestros sueños y necesidades familiares? ¿A santo de qué contrato se nos exige tirar nuestro tributo al pozo sin fondo de vagos, corruptos y ladrones? ¿Cuándo autorizamos a esta gente a violentar nuestras libertades, que son superiores y muy anteriores a ellos? ¿Qué poder creen por ventura que les cedimos para maniatar, amenazantes, nuestros movimientos comerciales o para embretarlos entre gigantescos monopolios estatales, fuentes de la peor corrupción? ¿Quiénes son estos padrinos para disponer con prepotencia de nuestros bienes, de nuestra capacidad de crecimiento y de nuestro esfuerzo a su infeliz criterio, mientras hunden a nuestra sociedad en la decadencia más humillante frente a países de menor potencial? ¿Por qué habríamos de sentirnos atados a los reglamentos y respetos de esta Democracia S.A. dominada por corporaciones prebendarias igualmente mafiosas, “legitimada” por electores corrompidos con nuestros impuestos? ¿Para esquivar el látigo del déspota y a los esbirros de su Estado policial? Muy probable. ¡El zorro está dentro del gallinero! ¿Hay vida más allá de esta brutal dictadura de mayorías? ¿En qué momento delegamos en estos taimados individuos, supuestos servidores abocados a la protección de nuestros derechos, el monopolio de la fuerza resignando el rol de ciudadanos mandantes, bien armados para la autodefensa? ¿Cómo es posible que nos expriman a impuestazos mientras choferes y secretarios, sindicalistas y otros amanuenses descarados se enriquecen a través de ventajas discrecionales hasta niveles de escándalo? ¿Somos tan idiotas como para conformarnos con un cambio de amo, a cual más extorsionador, cada cuatro años? Porque de eso se trata esa cáscara vacía que pomposamente denominamos democracia.

Es necesario caer en cuenta de que sin poner límites claros, estrictos e inviolables a quienes pretendan ostentar algún poder sobre nosotros, no podemos proceder a elección alguna. No haber tenido la inteligencia de preverlo, nos condujo a lo que vemos en esta explosión de podredumbres, donde un grupo de mafias conjuradas va perfeccionando el control de nuestro territorio.

Deberíamos recordar que la democracia no es un fin sino un medio entre muchos otros probados por el hombre, en busca del mejor sistema de organización social. En modo alguno es el final del camino en la búsqueda de este noble objetivo. A lo sumo podríamos considerarla como un paso intermedio, bastante primitivo por cierto, en la vía de experimentación, inteligencia social y avance tecnológico que nos llevará al siguiente estadío.

El fin es el bienestar de la gente, no el hacer funcionar a cualquier costo sistemas imperfectos y dañinos. Nunca está bien obcecarse empleando la fuerza bruta, y menos aún en el campo de la acción humana ya que, como lo entendieron los más evolucionados de la especie (de Einstein a Gandhi, de Confucio a Cristo) el único camino válido es el de la libertad y la no violencia.

Existe un solo sistema social compatible con estos elevados estándares y ese es el libertarianismo, donde las personas optan por los códigos de vida de su preferencia sin robar ni ser robados, asociándose a otras personas o comunidades con iguales y pacíficos intereses. Las tecnologías actuales lo hacen posible en teoría y ya existen partidos libertarios en el mundo que privilegian la tendencia tecnológico-informática hacia la heterarquía (o estructuras de diverso grado en forma de red) por sobre las actuales jerarquías (o estructuras políticas en forma de pirámide) que pugnan por demorar estos avances. Se trata, en síntesis, de lo voluntario primando por sobre lo coactivo. Única forma definitiva y civilizada de superar el odio, la envidia y el resentimiento que emponzoñan nuestra patria.

Deberemos lidiar entretanto con funcionarios plantados en la ignorancia y con terror al pensamiento, que ni siquiera rinden pleitesía al Estado como institución sino, peor aún, a unas pocas personas bien identificadas.

Tierra de Maleantes

Octubre 2009

Ciertamente, nuestra Argentina es un crisol de razas. De una afortunada combinación que nos legó elevados estándares de inteligencia y belleza. De aptitudes para el liderazgo y la creatividad en campos como la ciencia, el arte o la producción.
Así se lo demostramos al mundo cuando la tremenda corriente inmigratoria que había estado llegando desde finales del siglo XIX al amparo de las reglas liberales de nuestra Constitución, hizo estallar la prosperidad catapultando a nuestro país al estatus de gran potencia emergente, a principios del siglo XX.

La fusión fecunda de todos esos temperamentos criollos y extranjeros se produjo a través de la protección del derecho de cada uno a su individualidad. Comprendiendo, en acuerdo con las ideas de nuestros Padres Fundadores y con el espíritu de su Carta Magna, que el respeto por la sagrada institución de la propiedad privada, constituía el alfa y el omega del desarrollo.
No se trató de la unión a través de la nivelación hacia abajo con un igualitarismo gris, golpeador, estúpido y contraproducente como el que tenemos en la actualidad. Nadie hubiese venido con estas reglas.

La cultura del trabajo, el espíritu de progreso, el optimismo avasallante, la poderosa tendencia al ahorro y la inversión que caracterizaron a aquellos compatriotas, aparecieron sólo cuando se dieron ciertas condiciones: gran libertad económica y seguridad jurídica, muy pocos impuestos y regulaciones laborales.
Millones de personas bajaron de los barcos votando con los pies, tras la promesa de que aquí se respetaba la propiedad, el derecho a ejercer toda industria lícita y a gozar íntegramente del usufructo del trabajo honrado, sin temor de que burócratas iluminados pretendiesen quitárselo. Venían para ser juzgados y premiados por su capacidad y ambición individuales, no por su pertenencia a algún grupo con privilegios. Venían tras el derecho a ser individuos plenos y productivos, huyendo de una Europa socialmente anquilosada, autoritaria, minada de impuestos discriminatorios y reglas paralizantes que mataban la creatividad y el surgimiento de nuevas oportunidades para su población en aumento.

A nadie le interesa emigrar hoy a Cuba ni a Venezuela. Ni siquiera a Suecia. Como que nadie que valga la pena quiere venir ni traer negocios, trabajo y capitales a esta Argentina que involuciona hacia el colectivismo.

Los electores peronistas y radicales (socialistas) cleptómanos que nos arruinaron, siguen buscando en la ilusión de una autoestima tribal (el privilegio de un grupo a costa de otro grupo) la identidad individual que no logran a través del sano esfuerzo laboral que sirvió a sus bisabuelos. Esfuerzo que hacen imposible a otros para no tener que verlos crecer, a través de intrincadas prohibiciones productivas o financieras y cargas tributarias de la más vil factura.
Sus dirigentes sobreviven entre una masa de votantes-clientes aferrados al criminal argumento de que el trabajo y la vida del individuo “pertenecen a la sociedad” y que ellos tienen derecho a quitarle su dinero a discreción, en beneficio de un difuso “bien de todos”. Aunque ¡oh!... algo no funciona cuando la única forma de llevar a la práctica una doctrina de esta naturaleza, es por medio de la fuerza bruta.

Obviamente, el bienestar de la mayoría se perjudica en forma grave cuando cientos de miles de emprendedores son expropiados de los fondos que hubiesen podido emplear en capitalizar sus emprendimientos, generando mayor competitividad, empleo y riqueza social. Una y otra vez, el sabio axioma de que el fin no justifica los medios devuelve el sopapo corrector a estos violadores compulsivos de derechos de propiedad, sumiéndolos en más pobreza y pérdida de oportunidades. Sus votos de izquierda son, qué duda cabe, un verdadero tiro en el pié.

El que un tercio de los sufragios haya apoyado la opción de violación vengativa representada por el oficialismo es algo preocupante. Pero que otro tercio continúe apoyando consignas que suponen insistir con este estatismo reglamentador, escupidor serial de “leyes” que combaten al capital con fuerza de metralla, es algo digno de ser labrado en las puertas de la Fundación de Ayuda al Suicida. Los “moderados” radicales apoyaron durante décadas todo tipo de leyes impositivas, discriminatorias y contrarias a la libertad de comercio e industria que garantizaba la Constitución. Todas violatorias de la propiedad y su usufructo como, hace muy poco, la ley que confiscó los activos de los fondos de jubilaciones y pensiones (AFJP). Lo mismo los “civilizados” socialistas y del ex-Ari que vienen de bendecir la reestatización de Aerolíneas, los superpoderes del Ejecutivo, el Consejo de la Magistratura o la precipitada y corrupta ley mordaza (o de Medios).

Santo Tomás de Aquino establece al respecto en su Suma Teológica, que las leyes son injustas si son contrarias al bien común o si la distribución de las cargas es desigual (presupuestos cabalmente cumplidos aquí). Y que sin esas condiciones “la ley es violencia tiránica y debe ser resistida”.
Agrega, por si hubiese alguna duda, que la ley injusta no es propiamente ley y que nadie está obligado en conciencia a su cumplimiento.

La tierra de los próceres de mente avanzada y dirigentes honestos, con vocación de servicio hasta el límite de la propia pobreza, cambió su paradigma a tierra de maleantes.
Como no podía ser de otra manera, también cambiamos educación, prestigio internacional, crecimiento productivo y opulencia financiera por el descrédito de ser un país cuasi delincuente, triste monigote agresivo que se junta con la escoria del planeta a rumiar resentimientos y robar a los suyos.

No es casual que seamos la sociedad con mayor número de psicólogos per cápita y que dos tercios de nuestra población se encuentren empantanados en una inmadura creación destructiva. En lugar de apoyar la destrucción creativa que significaría la adultez de barrer a maleantes e ineptos volviendo a liberar, como nuestros mayores, la potencia creadora de cada argentino.

La Mejor Intención, el Peor Resultado

Octubre 2009

La Iglesia y muchas otras organizaciones solidarias claman por el “combate contra la pobreza” como verdadera prioridad nacional.
¿Quién podría estar en desacuerdo? El flagelo de la desnutrición, la deserción escolar por miseria, la desesperanza como madre de delincuencias o la degradación de dignidad y autoestima que conlleva la indigencia son gravísimas realidades de esta Argentina que, en su oportunidad, elegimos deconstruir.

Sin perjuicio de ello, la lucha de los periodistas contra la Ley de Medios, la de los hombres de la agroindustria contra los impuestos expropiatorios o la de los juristas contra el Consejo de la Magistratura, no deben considerarse como “distracciones” sectoriales que restan energía al más urgente combate contra la pobreza. Esas y otras nobles luchas civiles coinciden en la prioridad señalada. Pero como mujeres y hombres de acción práctica denuncian, atacan y se oponen a iniciativas estatales que son las génesis de esa pobreza que nos ahoga. Prefieren embestir contra las causas de que el sistema que nos rige sea una fábrica de hacer pobres… además de seguir paliando desde la retaguardia sus interminables efectos.

Los gobiernos de las últimas décadas se distinguieron por su esfuerzo en intentar un gran asistencialismo bajo múltiples formas. Y en paralelo para solventarlo, una cada vez mayor presión impositiva y reglamentaria sobre el agro, la industria, el comercio y los servicios. Sobre los que crean, distribuyen y multiplican la riqueza en nuestra sociedad.
Como sea, la transferencia de fondos bajo la forma de subsidios al consumo o de aportes directos en efectivo, fue enorme.

Aún dejando de lado lo que implica en el rubro corrupción un manejo semejante, la fórmula en sí debe ser revisada: el lamentable resultado-país que se presenta ante nuestros ojos, es prueba irrebatible de que avanzamos por el camino errado. Seguir apretando el torniquete de la asfixia sobre los únicos que pueden crear empleos y sueldos reales, es algo que sencillamente no sirve. Y que llama en forma temeraria a una rebelión fiscal, considerando que por atracos impositivos de menor cuantía de los que estamos teniendo aquí, Luis XVI, su familia y sus cómplices fueron guillotinados o Ceausescu y su mujer, fusilados en la plaza.

La solución al dilema excede el espacio de un artículo de divulgación, pero podríamos empezar señalando algunas verdades del más puro sentido común.

La idea clásica del asistencialismo (antes llamado caridad) era la de ayudar a los necesitados a ayudarse a sí mismos. Apoyando al beneficiario para hacerlo independiente y productivo sin pérdida de tiempo.
Conveniencias políticas de índole electoral han cambiado el enfoque de esta cuestión, llevándolo a equiparar asistencia con “derecho” y a equiparar ese supuesto derecho con oportunidad ventajosa de obtener un aporte permanente a costa de los demás. Se genera así un enfrentamiento crónico entre diferentes corporaciones (empresas públicas, industrias prebendarias, sectores económicos subsidiados etc.) o grupos de presión (piqueteros, desocupados, beneficiarios de “planes”, de viviendas cuasi gratuitas etc.) que pugnan ante los funcionarios por alzarse con los favores y dineros.

La alternativa sería, claro, una economía libre con fuertes aportes de capital privado, generando riqueza y empleos bien pagos en grandes cantidades. Creando un ambiente de ahorro y sana cultura laboral, para bajar los índices “de necesidad” a niveles civilizados. Cobrarían entonces importancia distintas organizaciones y nuevas formas de asistencia privadas (Cáritas, Red Solidaria, ONGs, fundaciones con desgravación impositiva, donaciones testamentarias particulares, cooperativas de trabajo etc.) relevando progresivamente al Estado de tales funciones.
Demás está decir que la eficiencia privada para hacer que cada peso llegue a su legítimo destinatario fue, es y será incomparablemente más efectiva que la del gobierno. Y mucho menos susceptible al cobro de “comisiones”.

Esto cambiaría la noción del “derecho” a la asistencia como amenaza constante sobre la producción del prójimo, perdiendo el merecimiento de auxilio quienes simplemente se nieguen a trabajar y pretendan usufructuar estos dineros en forma fraudulenta. O como decían nuestros abuelos, aquellos cuya condición se debe a la vagancia, los vicios, la imprevisión y el derroche.
Por definición, el dinero privado además de voluntario es limitado y está sujeto a auditorías más estrictas que el dinero malhabido del gobierno. Este último es virtualmente ilimitado en el sentido de que puede seguir extrayéndose por la fuerza de los sufridos contribuyentes sin coto aparente, tal como ha venido sucediendo en nuestro país.

Cierta saludable tendencia a una incomodidad creativa se hace necesaria, si pretendemos estimular una suerte de disuasión en lugar de seguir ofreciendo avivadas atractivas a los potenciales beneficiarios. Esto puede lograrse si la ayuda incluye condiciones “desagradables” (estricta contraprestación laboral, aceptación de empleo ofrecido, capacitación obligatoria, severas normas de responsabilidad parental etc.). Los recursos limitados, así, traen implícito cierto nivel de elegibilidad que impide el engaño por parte de quien no merezca ser auxiliado por el sacrificio ajeno.

Resulta claro para toda persona decente, que la mujer o el hombre que reciban asistencia de otros deberían considerarlo algo transitorio e indigno. Casi como pedir limosna por las veredas; y que el mero ofrecimiento de tal dádiva debería ser sentida casi como un insulto al respeto por ellos mismos.
Sí deberían exigir con toda justicia y firmeza, las condiciones de orden, garantías constitucionales y bonanza económica que les permitan ganarse honestamente la vida, acceder al confort de la modernidad y progresar por el propio esfuerzo sin tener que entregar bajo amenaza gran parte de lo obtenido, para que otros vivan de manera parasitaria.

El mensaje socialista es, en cambio, de una disolvencia inmoral. “Carenciados argentinos: no pierdan su gloriosa despreocupación, sus vicios espontáneos ni su naturaleza antisocial o agresiva. Sigan votando populismos. El Estado siempre les garantizará casa, comida, salud y educación nacional y popular a costillas de otras personas”.

Honores Inmerecidos

Septiembre 2009

Uno de los subproductos de la decadencia que, en todos los órdenes, caracteriza a nuestra República Argentina lo constituye esa turbia afición -desde unos 25 años a esta parte- por cambiar los nombres a calles y otros sitios públicos, imponiendo los de personas inapropiadas.
Difícilmente exista lugar en el país donde ediles, legisladores o mandatarios se hayan abstenido de este tipo de torpeza que desnuda, por cierto, penosas miserias culturales y éticas tanto de sus autores como de quienes los apoyan.

Es sabido que la verdadera Historia de cualquier personaje sólo puede empezar a escribirse, libre de apasionamientos, no menos de 50 años después de su muerte. Los períodos históricos no pueden ser calificados por los propios actores interesados. Serán entonces los estudiosos que nos sobrevivan quienes tendrán la última palabra con respecto a las políticas de Estado y los hacedores de hoy. Los resultados que, para el conjunto social, el prestigio y la potencia económica de la patria tengan sus acciones en el largo plazo marcarán el tenor de su inclusión en los libros definitivos, de la mano del análisis de los bisnietos de aquellos contemporáneos.

En definitiva, la ilusión de brindar lustre y grandeza precipitada a través de este tipo de “homenajes” amañados, sólo consigue un inútil desacuerdo generador de rencores. Y la seca enseñanza por defecto, de lo siguiente: el honor póstumo que se pretende imponer, no es más que un cínico recordatorio de aquellas personas que se creyeron con “derecho” a disponer por la fuerza la redistribución de la riqueza que otros produjeron, reduciendo a esos trabajadores-creadores a bienes de uso. Recordatorio subrayado por el desastre de desnutrición, delincuencia y pobreza “inexplicable” que nos viene golpeando, producto directo de haber conducido a la nación por esa senda infame. Porque es claro que no existe tal “derecho” de algunos hombres a violar el derecho de los demás; y que la única forma de llevar tal atropello adelante es poniéndoles un revólver en la espalda. Todo inmoral, primitivo y contraproducente, por cierto.

Como todos los populismos, el socialismo vampiro que nos viene arruinando es una sicótica búsqueda de lo inmerecido. Porque a la grandeza se llega a través de la racionalidad en apoyo del honesto esfuerzo productivo individual, mientras que los falsarios tratan (con soberbia) de dejar de lado el ejercicio racional de admitir la preeminencia de la libertad sin coacciones, sin robo, como único camino ético y moral hacia la gloria. Violando con espectacular descaro el grito sagrado de nuestro Himno y el espíritu liberal de nuestra Constitución.
Al no respetar cabalmente el derecho a la propiedad privada, los estatistas nativos dinamitaron por la base la construcción de una sociedad más inclusiva y progresista (en el buen sentido de ambas palabras). Asfixiantes y abusivos impuestos de toda clase o torniquetes reglamentarios contrarios al libre ejercicio de toda industria lícita son claras muestras de tal (estúpida) violación.

Las señoras y señores que nos perjudicaron gobernando mal, ya sea por ineptitud e ignorancia, ya sea por medio de mafias corruptas con fines de lucro malhabido, ya sea movidos por resentimientos derivados del odio hacia sí mismos o por una combinación de todo esto, son responsables de que hoy los argentinos no disfrutemos de los ingresos, infraestructuras y ventajas que desde hace tiempo deberíamos tener.
Abundancia de empleos ofrecidos e ingresos elevados a todo nivel para que cada cual pueda comprar lo que soñó o ser generoso en lo que quiera sin robárselo a otro, usando al gobierno como arma. O infraestructura normal con decenas de miles de kilómetros de autopistas, trenes bala entre ciudades y modernizados cargueros para mover la producción entre océanos, más y mucho mejores aeropuertos, energía limpia y renovable sin restricciones, educación y salud pública subsidiarias de primer nivel, seguridad y justicia súper tecnologizadas, grandes nuevos puertos de aguas profundas, asfalto en zonas rurales, agua potable y manejo de deshechos con la más moderna ingeniería urbana para todos los centros poblados, wi fi sobre todo el territorio nacional y cientos de otras ventajas básicas.

Como cientos de avenidas, instituciones y hasta poblaciones que llevan hoy los nombres de mujeres y hombres que dedicaron su vida a impedir, por limitaciones intelectuales e intereses personales, que nuestro despegue se concretara. A no dejar que los argentinos de los últimos 60 años viviéramos bien.
Jugaron con la falta de educación y la desesperación de los indefensos, maniobrando a espaldas de todo patriotismo para mantener su antigualla anti-empresa en el poder. Fracasaron en toda la línea y el pueblo pagó con su sangre esta caída.

Aún seguimos teniendo las herramientas y las oportunidades para volver a ser el faro ético y económico de los pueblos malgobernados del planeta. Para construir velozmente (y sin mucho esfuerzo) una Argentina opulenta y generosa, abierta a todos y llena de oportunidades.
Mas no podremos gozar ese destino sin antes convencernos de que el virus socialista que bajó de los barcos oculto entre las oleadas inmigratorias del Centenario y que hoy sigue causando nuestro desangre, debe ser combatido y aniquilado con masivos antibióticos capitalistas. Enormes aportes de capital. Enorme surgimiento de nuevos negocios y emprendedores. Enormes producciones y exportaciones. Enormes ganancias empresarias (por derecha) y reinversiones. Enormes aumentos (reales) de sueldos con requerimientos de más empleados. Enormes mejoras en el bienestar de los más postergados. Y para lograr ese milagro argentino, enormes libertades económicas, creativas, reglamentarias, laborales y de disposición patrimonial. Todo muy avanzado y abierto. Lejos de nuestras obsoletas, mezquinas obsesiones dirigistas.

Ese día, los carteles de dirigentes e intelectuales colaboracionistas que traicionaron y vendieron al país llevándolo de potencia acreedora a tierra de mendigos, serán descolgados en silencio.

El Porqué de un Imposible

Septiembre 2009

Bajo diversas denominaciones (desde FreJuLi a Frente para la Victoria), el partido peronista rigió con escaso impedimento los destinos nacionales desde 1945.
Sus postulados básicos de fuerte intervención del Estado, de menosprecio por la ciencia económica seria, de pactos con cúpulas corporativas y del mantenimiento de desigualdades sociales crónicas a través del tándem impuestos-subsidios-inflación-deuda, han marcado el derrotero y el resultado argentino desde entonces.
Los interregnos militares de facto, resultaron períodos signados a fuego no sólo por los oficiales de simpatías peronistas que siempre conformaron una considerable fracción de sus filas, sino por la adscripción mayoritaria del ejército a un sustrato ideológico nacionalista, corporativo y filo-fascista desde antes, incluso, de la irrupción de Juan Perón como elemento dominante.
Por su parte el radicalismo, tercera pata responsable de la actual situación, difirió sólo en cuestiones de grado y modo con aquella concepción de la sociedad. Sus sucesivos intentos de cooptar o transar con el aparato sindical y con las burocracias de educación, seguridad social o salud clientelizadas por los peronistas, terminaron en estruendosos fracasos. El omnipresente movimiento se rió de estos esfuerzos por trocar el refrito en un “populismo domesticado”, hostilizando sin piedad a los radicales y a sus aliados socialistas cada vez que fueron gobierno.

Vanos esfuerzos e inmensas pérdidas de tiempo, tratando por todos los medios de hacer funcionar un sistema paternalista de “reordenamiento” de ingresos y sujeción fiscal de empresas y ciudadanos, a todas luces inviable. Todos los recursos de la portentosa imaginación nacional se aplicaron a full, sin escrúpulos ni desmayos y durante más de seis décadas en aras de aquel objetivo imposible.

Los estudiosos saben que casi todos los fracasos éticos, conflictos de intereses, enfrentamientos armados, decepciones sociales o productivas y en general los males de la sociedad, son causados por entes colectivos; no por una supuesta agresividad individual. Parafraseando al brillante filósofo social Arthur Koestler (1905-1983) diríamos con mayor precisión que “los males de la humanidad no se deben a formas individuales de locura sino que son causados por delirios colectivos siempre generados por algún sistema de creencias basado en las emociones”. Koestler había evolucionado después de una vida dedicada a la reflexión, desde el socialismo marxista hasta la defensa de las libertades creativas y productivas manifestadas en la búsqueda personal de cada ser humano.

Nuestro Movimiento Peronista es claramente un sentimiento (una emoción) de escaso asidero lógico. Cualquier análisis objetivo de sus acciones y consecuencias, lo hubiera suprimido por contraproducente a poco andar.
La fría razón, sin embargo, poco tiene que ver aquí. Esto se trata (y eso sí provoca frío) de conveniencia mafiosa en pos del enriquecimiento de la casta dirigente, combinado con el sostenimiento de un gran número de parásitos-clientes.

La técnica usada consiste en el fomento deliberado de un atávico sentimiento tribal, que pone al valor seguridad por encima del (más riesgoso) valor progreso.
Apelando al instinto de pertenencia (el sentirse querido, contenido y aceptado) a la tribu, al grupo o a la masa, se desalienta intencionalmente la más laboriosa (y superadora) búsqueda personal de uno mismo.
Promoviendo una sumisión grupal con uniformidad de simbolismos, acciones y creencias se logra desarticular parte de la identidad individual en favor de la identidad de grupo, haciendo que la gente resigne libertad de pensamiento, de expresión y de actuación propia. Se trata de una identificación cómoda y segura; protectora; tranquilizadora…y sumamente funcional a los intereses de su dirigencia.

Pero el tribalismo no aporta al progreso social porque implica identificar al propio grupo como el más importante, considerando a “los otros” como distintos, de menor importancia relativa y por lo tanto inferiores en valor, o con menos derechos.
No debe olvidarse que las malintencionadas referencias al “bien público” olvidan que “el público” es sólo una cierta cantidad de individuos con nombre y apellido. Y que cualquier divergencia presunta entre los intereses de las personas reales y este difuso “bien público”, se traducirá en el atropello de legítimos derechos de algunas mujeres y hombres con familias, sueños y problemas en beneficio de los deseos y conveniencias de otras mujeres y hombres, también con nombre y apellido.

La trampa consiste en estimular la percepción de una sociedad claramente dividida, donde la concordia será siempre un bien transitorio. Esto bloquea en forma inevitable la corrección de desigualdades sociales, ya que las muchas tensiones subyacentes entre las diferentes “tribus” impondrán límites de corto alcance a cualquier forma de cooperación. La historia peronista, desde el “cinco por uno” hasta la “guerra de la soja” pasando por los “imberbes estúpidos”, se ha apoyado siempre en la desunión y es prueba viviente de dichas limitaciones.

El nudo del conflicto entre grupos se halla en la renuncia a las identidades individuales en favor de una identidad colectiva. Perdiendo conciencia personal, se anestesia la tendencia a reconocer razón y humanidad a gente de otros grupos que podrían ostentar diferentes creencias o apariencia.
Esta modalidad segregante y desconfiada que actúa entre turbas (o legislaturas) disciplinadas e incitaciones al “voto clasista”, impide que nos acerquemos unos a otros como individuos iguales en nuestra propia humanidad. Único basamento válido para construir progreso y desmontar desigualdades, superando los prejuicios primitivos que el progresismo promociona sin descanso.

Es claro que los logros del ser humano alcanzan su realización más plena cuando las personas encuentran su identidad como seres únicos, valiosos e irrepetibles. Nunca cuando la pierden diluyendo sus responsabilidades en una identificación tribal.
Nadie podrá empujarnos a ejercer violencia (usando al gobierno como arma) sobre otro ser humano distinto, si nos sabemos parte de un solo grupo: la humanidad.
No existe otro modo civilizado de reconocer y ser reconocido como persona y de contar con el derecho humano individual a no ser violentado en forma alguna.

Pura Conveniencia

Septiembre 2009

El Estado poco puede hacer para generar riqueza, pero mucho para destruirla
Juan Bautista Alberdi

A gran parte de los empresarios argentinos, no les conviene el sistema de la libertad; de la sociedad abierta. Porque para seguir disfrutando sus bellos automóviles, mansiones de veraneo en Punta del Este, cuentas numeradas en las Islas Caimán, costosos colegios para sus hijos y viajes de shopping a Miami para sus mujeres necesitan del apoyo y la complicidad del Estado.

Dado que el Estado no produce ni crea nada, el apoyo que les da a estos millonarios para que no decaiga su tren de vida, consiste en dinero extraído por la fuerza de: a) empresarios que no piden subsidios ni reglas especiales para generar riqueza b) profesionales, comerciantes, asalariados, desocupados e indigentes de todo el país y c) rentistas, receptores de planes sociales, jubilados y pensionados.
Todos ellos aportan su tributo a esta causa nacional y popular a través de fuertes impuestos a la producción, al trabajo o al consumo cargados sobre cada cosa que tocan y cada movimiento de mejora que intentan. También aportan forzadamente a través de fraudes gubernamentales como inflación, corrupción o endeudamiento público. Y siguen aportando por medio de la pegajosa red de vallas y trampas, de zancadillas, mochilas y frenos “legales” de toda clase a la libertad económica, de inversión, de usufructo y creación, que impiden con eficacia cualquier crecimiento genuino aliviador.

La simbiosis entre estos señores de la prebenda y el Estado repartidor de lo ajeno es perfecta: los falsos empresarios amenazan con declararse en quiebra y despedir a miles de trabajadores si el gobierno les retira sus privilegios productivos de ley. El gobierno acepta la extorsión y mantiene el sistema, en la inteligencia de que los beneficiarios de este gran capitalismo de amigos apoyarán a la mano que les da de comer. Afirmando así el poder del Estado en favor de los oligarcas de la política y del sindicalismo, de sus parientes y de sus fuerzas de choque.
El medio para que esta asociación mafiosa funcione es el clientelismo, abonado por la pobreza y la des-educación crónicas que la propia falta de eficiencia económica del sistema asegura a rajatabla. Comprando los votos, las voluntades y las impunidades que sean necesarias para que este festín de los vivos no se detenga, y para que el sector honesto de la población siga pagando las cuentas que los parásitos generen.

Todo argentino con honradez intelectual y que tenga dos dedos de cultura histórica sabe que el drama de nuestro empresariado subsidio-dependiente, incapaz de competir sin perjudicar a otros argentinos, inició su malformación severa a partir de 1945.
Forzando políticas fascistas imbuidas de las ideas económicas derrotadas en la guerra, nuestro país se embarcó en un proteccionismo tan costoso y falto de visión cuanto fútil.
Fabricamos, así, un modelo de país inviable. Vampirizando nuestra fortaleza agroindustrial para canjear su cadáver por un festival de subsidios, impuestazos y reglas anti comercio que nos condujeron sin escalas a la mendicidad.
Naciones que estaban por debajo de nosotros (Canadá, Australia etc.) y que se resistieron al camino fácil, demagógico, estúpido de la “sustitución de importaciones” y del “vivir con lo nuestro”, hoy son potencias económicas, científicas, industriales ¡y también agroexportadoras! Nos pisan la cabeza contra el fango populista y (¡horror!) sus pueblos nos humillan a diario exhibiendo la alta calidad de vida que nos hubiera correspondido.

La poderosa Argentina liberal del Centenario (1910) ante la que Europa inclinaba sus testas coronadas, completará su trueque para el Bicentenario (2010) en esta Argentina socialista, mendiga, maleducada y de rodillas ante los países avanzados.

Salir del fangal no será sencillo. La conveniencia del pacto estatal-empresario-sindical-piquetero con su violencia a flor de piel, lo está impidiendo. Por eso, los patriotas que levanten la bandera de una Argentina otra vez admirada y respetada, de gran poder económico, vocación de élite mundial y alto nivel de ingresos para todos, deberán ser no ya “políticamente incorrectos” sino en verdad revolucionarios.

La revolución hoy, está en la conveniencia de la mayoría: de la gente pobre que ha sido usada, de la clase media expoliada y de los auténticos trabajadores y empresarios que insisten en producir bajo reglas de competitividad internacional.
Proponiendo una libertad de negocios sin límites de velocidad; con ideas audaces, extremas, inspiradoras, enarboladas por dirigentes íntegros y creíbles para dotar a este capitalismo poderoso y mítico, justamente, de integridad y credibilidad. Única manera de entusiasmar a la gente para que siga y apoye un cambio revolucionario de tal naturaleza.
Un camino gradual y no violento -aunque veloz- de evolución libertaria. Con inclusión expresa de compromisos-gatillo en distribución del crecimiento, con participación de los empleados en las ganancias (y pérdidas) de la empresa como audaz impulso de incentivación política y económica, mediante acuerdos libres e individuales. Con inclusión expresa de una sólida red básica de contención social, de educación y de salud con índices de protección atados contractualmente a los índices del crecimiento (o decrecimiento) de la riqueza nacional. Para hacer a toda la sociedad, socia responsable del progreso en las buenas y en las malas. Estableciendo de esta manera el compromiso maduro de cada votante con el pacto social que lo elevará.

Compromisos por parte del capital que tendrían como ineludible contrapartida, desde luego, la plena e irrestricta vigencia de los hoy conculcados derechos de propiedad privada y de absoluta libertad de empresa. Con las seguridades de una Justicia con mayúsculas, muy bajas alícuotas impositivas y un Estado de fuerte vocación hacia la subsidiariedad de todas sus funciones.

Los ladrones populistas y los timoratos socialistas atacan y calumnian con furia el ideario de la libertad humana pues es en el control, la pobreza y el sometimiento de las masas donde ellos medran y se reproducen. Saben bien que si en algún momento esa libertad de producción y creación impetuosa de riqueza lograra ser puesta en práctica, el liberalismo se tornaría en una fuerza inatajable, sin competencia, imposible de voltear en buena ley… y su “negocios” estarían liquidados.

Fábrica de Pobres

Agosto 2009

Los integrantes del gobierno han perdido por completo la credibilidad, si es que alguna vez la tuvieron. Durante seis largos años hicieron todo lo posible para llegar al punto de no retorno en que se encuentran. Mintieron sin descanso casi desde el principio al país y al mundo sobre cada asunto que encararon, consiguiendo que todo el sistema de la democracia de partidos, los poderes del Estado y la totalidad del aparato controlador y registrador de las variables socioeconómicas quedara falseado y desacreditado.

Son falsas las intenciones y los ideales políticos que los motivan. Es falsa la historia nacional que se inventaron para justificarlos, tanto como arcaica y fracasada hasta el hartazgo, la teoría económica aplicada para “corregir” dicho supuesto. Es errada su interpretación de cómo funcionan las relaciones internacionales y de lo que significa ser un país respetado… y educado. Como también son falsos sus preconceptos socialistas sobre las causas de miseria y riqueza de los pueblos. Falsearon y bastardearon diálogos, obras públicas, planes productivos y promesas sociales dinamitando todo puente que tendiera a unir y pacificar.

En la senda criminal de Chávez, Kim Jong Il, Castro, Ahmadineyad o Morales, el reino virtual de los progresistas argentinos está en su apogeo, con resultados a la vista. A esta altura cada cosa que dicen los falsarios, aunque sea un “buenos días”, es tomada como una mentira a priori hasta por sus mismos partidarios, en un guiño cómplice con mucho de delincuencial.

Es evidente hasta para los más distraídos que el modo democrático de “autogobernarnos” habiendo dejado atrás a reyes o dictadores, adolece de gravísimas fallas y limitaciones. Estas falencias -intrínsecas al sistema- se manifiestan aún en democracias ejemplares como las de Suiza o Estados Unidos, comprobándose en el avasallamiento de las mayorías numéricas sobre los derechos de las minorías*, con sus efectos en corrupción estructural y pésima distribución del ingreso (1).
En la Argentina ni siquiera funciona ese sistema imperfecto; lo nuestro es un híbrido mafioso o despotismo electivo, funcional a una kakistocracia agresiva (del griego; kakistoi: los peores).
No debe sorprender pues, en el contexto de manejos tan cavernarios, la severa advertencia del Papa a nuestro gobierno, tildando de escándalo a la pobreza provocada en nuestro país.

Provocada porque aquí, a diferencia de otros sitios, es algo absolutamente injustificable cuya única causa se halla en la increíble acumulación de errores de praxis y malas decisiones de la presidencia, con posterior superposición sedimentaria de fraudes, confiscaciones, subsidios y mentiras para encubrir sus consecuencias. Insistiendo con tozudez en ignorar las constantes advertencias de los expertos en contrario.
Unas pocas cifras reales lo demuestran: 14 millones de pobres más 6 millones de indigentes, con un 40 % de la población gravemente empujada hacia abajo y el 7 % de los hogares bajo serio riesgo alimentario.
Donde el escándalo, en definitiva, consiste en la decisión consciente de fabricar más miseria y seguir hundiendo la nación. Todo antes que admitir que subieron al poder para lucrar -como todo populismo- con el dolor de la indigencia, que su “modelo” no es más que una trampa caza-bobos y que son responsables de sufrimiento y exclusión social, trabajos informales y malpagos, desnutrición infantil (8 muertes por día), viviendas precarias, carencia de servicios básicos e inflación sobre millones de seres humanos inocentes por falta de educación y discernimiento.
Y donde la respuesta del gobierno peronista a tamaño descalabro de pobreza, consiste en… ¡insistir con más de lo mismo!

Vemos a la presidente redoblar esfuerzos en su siembra de división y odio entre argentinos, a modo de maniobra distractiva, bajo el expediente de lanzar a unos contra otros azuzando el más primitivo resentimiento caníbal. Tal como lo hiciera otra mujer del mismo signo a mediados del siglo pasado, dando el puntapié inicial al aspecto más irreparable de nuestro desbarranque moral.
Respuesta que también consiste en un nuevo plan que crearía 100 mil falsos empleos con cargo seguro al arruinado Tesoro nacional. Porque lo cierto es que el plan de la presidente se parece demasiado al plan de los autos, al de las heladeras, al de los créditos para inquilinos o a tantos otros planes estatistas e intervencionistas fracasados, o de muy magros resultados con relación a la inmensa escala de los logros que necesitamos para remontar la inmensa escala de nuestros retrocesos hacia la miseria.

Cualquier excusa sirve en lugar de dejar de pisar con la bota estatal el cuello de las empresas privadas, eliminando impuestos y regulaciones como modo inteligente de estimular enérgicas inversiones reales a gran escala, para generar no 100 mil subsidios más sino millones de nuevos empleos reales.
Porque el control que brinda el poder logrado a partir de esa agresión constituye la llave de toda kakistocracia en funciones.

Resulta obvio que el partido de gobierno no está interesado en resolver los problemas de base en orden al fin de la pobreza, porque tal acción sería equivalente a serruchar la rama que los sostiene. Se trata, por otra parte, de la misma rama que soporta el considerable peso de radicales, socialistas, nacionalistas o pinosolanistas y de todos quienes todavía apoyan la ficción de un Estado monopólico, salomónico, omnipresente, gran recaudador, reglamentador y solucionador de los dramas de pobres y ausentes.
Dramas como el de la pobreza, claro está, fabricados previamente por el mismo Estado.

Un gran escenario de fantoches avivados para engañar a un público poco informado, haciéndoles creer que todo aquello que viene fallando a escala-catástrofe desde que tenemos uso de razón, esta vez, ahora sí va a funcionar.
Despertemos. Lo único que crea el Estado son palos en la rueda de la economía privada, dificultando siempre el progreso. Por eso abolición de pobreza y abolición de estatismo son diagonales destinadas a coincidir.



* La minoría más pequeña es una sola persona.
(1) http://libertadynoviolencia.blogspot.com/2008/06/desigualdad-y-redistribucin.html
ver artículo “Desigualdad y Redistribución”

Seguridad

Agosto 2009

Los actuales Estados son máquinas de forzar gente en casi todos los sentidos. En especial el económico, creando, recreando y perfeccionando un campo minado de impuestos que cerca todos nuestros actos. Violentándonos con sus monopolios de empresas estatales que siempre pierden y de muchas otras áreas reservadas. Todo costoso, burocrático e ineficiente, como corresponde al dominio de lo coactivo.

La gente inteligente sabe que el futuro súper tecnológico que nos espera, el avance de la economía del conocimiento y la progresiva integración global, llevan en definitiva hacia sistemas de organización social cada vez más abiertos y descentralizados. Apoyados electrónicamente en interconexiones individuales para la resolución de necesidades, en grandes redes de diferentes niveles creadas por iniciativa privada y de integración voluntaria.
Literalmente, la tecnología y la educación nos liberarán en forma gradual de los déspotas agresivos. O más bien posibilitarán el desarrollo de una gran autonomía y libertad de elección con enorme cantidad de opciones, para aquellas sociedades que tengan la perspicacia de comprender sus ventajas y de defenderlas.

¿Es necesario el monopolio para que algo funcione mejor? Al contrario. ¿Porqué monopolio es mala palabra en el ámbito privado pero intocable vaca sagrada en el ámbito público?
La verdad es que si el Estado permitiese lealmente y en igualdad de condiciones la competencia de emprendedores privados en cualquiera de sus áreas de exclusión… estaría cavando su propia fosa. Una fosa para la impunidad, los “negocios”, los privilegios de sus integrantes y la continuidad del parasitismo social crónico que les asegura los votos. Razones suficientes para no hacerlo.
Y porque la gente se daría cuenta de que es posible recibir un mejor servicio de seguridad, por ejemplo, a una fracción del costo que hoy paga.

La seguridad es un tema que figura desde hace mucho como motivo central de disconformidad e indignación ciudadana.
La actual policía estatal tiene como prioridad la defensa y custodia del gobierno (que decide y efectiviza sus haberes) y el enorme sistema que lo sostiene. Los ciudadanos comunes con sus pretensiones y quejas, son potenciales amenazas… ¡para los gobernantes! De allí el frenético énfasis en mantener a la sociedad productiva desarmada para mejor controlarla y ordeñarla, bajo la excusa de “mantener el orden social”.

A medida que avance la civilización, los servicios de policía derivarán hacia lo competitivo. En la Argentina, ya son más de 150.000 los guardias de agencias de seguridad privadas, que hacen todo lo que el Estado no ha ilegalizado (y que irán por más cuando se abra el juego).
Las agencias privadas también están más interesadas en defender a sus mandantes, como vimos con el caso de la actual fuerza policial.
El gobierno puede permitirse gestionar la defensa de los ciudadanos en forma ineficiente y si falla, simplemente pide más dinero de impuestos. Así ha ocurrido siempre. Pero si una de estas agencias falla, el cliente prescindirá de ella y eventualmente quebrará quedando fuera del mercado. Si pudiésemos prescindir del Estado cada vez que falla, sin duda este habría sido abolido hace tiempo.

En la competencia de un mercado libre, las agencias de protección se verían compelidas a brindar el mejor servicio al menor precio posible. Estarían interconectadas y buscarían mayor eficiencia cooperando entre sí, tanto como elevando sus niveles en nuevas tecnologías, armas y equipos de última generación, alertas tempranas, investigaciones de inteligencia y servicios especiales para clientes con diversas necesidades, como comprobar las puertas, patios y ventanas de las casas cuando los propietarios están fuera.
A través de dicha competencia, los consumidores proveerían al mercado de los fuertes incentivos que un servicio de tanta importancia como la seguridad pública necesita, para funcionar cada vez mejor. Las prácticas más exitosas tenderán a desplazar a las menos apropiadas, a diferencia del actual funcionamiento monopólico sin auditoría del consumidor, donde los mayores incentivos actúan a favor de que el Estado mantenga la exclusividad en el uso de las armas… en apoyo de sus políticas.

Una derivación natural de organizaciones como las descriptas, será una alta participación de las compañías de seguros en el sistema. Asegurar una vida, una agresión, una casa, un auto, un barrio o una eventualidad de estafa con un plus costo, nos abonará a la agencia de seguridad que la misma compañía integrará y/o gerenciará. Esta estará interesada al máximo en que tales siniestros no ocurran o en recuperar los bienes robados.
Quedaría entonces instalada la práctica de la indemnización por fallas en la seguridad. Concepto impensable con el actual monopolio estatal, donde la policía no tiene incentivos para recuperar lo robado ni los funcionarios dejan de cobrar sus elevados salarios por más que los ciudadanos sigan siendo agredidos.
Las compañías y agencias procurarán asimismo que sus propios clientes y empleados no sean agresivos, ya que no querrán correr con las elevadas indemnizaciones que podrían corresponderles por daños a la propiedad de terceros. Campañas diversas para la disminución de la violencia social y el uso responsable de armas podrían ser de moneda corriente, y a su costa.

Cada persona o familia decidirá el nivel óptimo de seguridad compatible con lo que esté dispuesta a pagar, considerando que dicho costo de protección será individual y proporcionalmente menor al inmenso costo que hoy se solventa con impuestos, con inflación o con endeudamiento. En tal caso el gobierno deberá quitar imposiciones al consumo popular (entre muchas otras, las que se incluyen en las facturas de servicios como gas o electricidad) hasta compensar la correspondiente baja del gasto, poniendo así el dinero en manos de la gente. Habilitándola a contratar a la agencia privada de su medida y elección.

“Todo lo que el gobierno hace puede ser clasificado en dos categorías: aquello que podemos suprimir hoy y aquello que esperamos poder suprimir mañana. La mayor parte de las funciones gubernamentales pertenecen al primer tipo”. David Friedman.

Impacto Profundo: en la autopsia del error

Agosto 2009

Nuestra conciencia natural, nuestro saber innato nos dice que iniciar una agresión contra alguien que no nos ha agredido está “mal”. Y que defenderse de esa agresión no provocada mediante una reacción proporcional, está “bien”. Condenamos en nuestro corazón y en nuestra mente el ataque inicial que violenta la mansa privacidad de otra persona, tanto como justificamos la respuesta de la agredida en (y sólo en) defensa propia. Es un hecho correcto y natural que así lo sintamos y afirmemos. Es de persona bien nacida percibir lo pacífico y lo voluntario como moralmente superior a lo violento o lo coactivo.

El mandato primordial de nuestra conciencia es claro: obtener algo (cualquier cosa; desde dinero hasta sexo) irrumpiendo sin consentimiento en la esfera propia de un ser humano pacífico está mal. Sin excepciones e insanablemente, mal.

Nada cambia para estas invasiones forzadas a lo personal si el agresor, en lugar de ser uno, son tres. O es un grupo de treinta, una multitud de trescientos mil o una mayoría electoral de treinta millones que comisiona a algunos líderes políticos para que lleven a efecto agresiones a gran escala. Ni si el agredido deja de ser una sola persona para pasar a constituir una mayor cantidad de individuos que sean, supongamos, honestos propietarios de bienes que otras personas desean tomar.
Nuestro gobierno lo hace a diario y con soberbia, amenazando a quienes trabajan, crean y producen con temibles represalias si no pagan los abusivos impuestos que decide cobrarles o si no respetan los abusivos reglamentos que decide imponerles.
No hemos avanzado gran cosa, por cierto, desde la época del César, de Atila o de Luis XVI. La fuerza de las armas por sobre las fuerzas de la razón, del pacifismo o del derecho a no formar parte. Propio de los simios con su “ley del más fuerte”. Propio de la turba delincuente con su ley del “somos más” e impropio de seres que se consideran a sí mismos evolucionados.

Ese innato sentido de lo apropiado y justo nos dice también que todo lo que se logre a través del uso o amenaza de la fuerza bruta (como también del engaño político, que es otra forma de agresión) está viciado, podrido desde su génesis. Aún sin haberlo estudiado, todos “sabemos” o “sentimos” que no es posible obtener buenos resultados partiendo de malos procedimientos. Acciones impropias nunca podrán lograr resultados satisfactorios, virtuosos para todos o exentos de violencia contra los mansos.

La proporción en la que estas verdades tan elementales como evidentes fueron ignoradas, marcó el grado del castigo que cada sociedad, por pura lógica, sufrió. La Historia lo demuestra con gran claridad en el registro de milenios de cruel dominación de déspotas o monarcas endiosados, sobre seres humanos indefensos por ignorancia y pobreza. Y durante el paroxismo del terror estatista del pasado siglo, cuando entre el socialismo marxista (comunistas) y los nacional-socialistas (nazis) asesinaron a 170 millones de mujeres y hombres que trataron de oponerse a ser forzados en su patria y por sus conciudadanos.

Quienes defienden al Estado y a su potestad de forzar a seres humanos que no desean ser forzados, defienden a la máquina de matar, robar y oprimir más perfecta y efectiva que existe. La incapacidad para buscar, explorar o probar alternativas más justas, menos primitivas, no los exime de la vileza de estar apoyando algo intrínsecamente perverso.

Podríamos mal-argumentar que en una sociedad con muy poco o ningún Estado algunas personas darían rienda suelta a su más malvado egoísmo, olvidando que eso se vería muy acotado por los poderosos efectos de la competencia que se genera en un ambiente de gran libertad. Pensemos en cambio que lo que ahora mismo tenemos es a personas así pero con un poder de daño inmensamente magnificado, al comando de la máquina del gobierno con sus monopolios de fuerza armada, dictado de reglas, cobro de tributos y aplicación de sanciones. ¿O alguien por ventura cree que nuestros gobernantes son (o han sido) seres desinteresados, serviciales, plenos de virtuosa inteligencia y serena bondad?

La principal agresión del Estado sobre los ciudadanos es la de carácter económico (las demás son funcionales a esta, incluida la educativa). Se sabe que una reducción en la violencia impositiva redunda en un aumento de la tasa de capitalización de las empresas. Y que esto se traduce en mayores reinversiones con aumentos de producción y más empleos de calidad. También en más ingreso de dinero foráneo y emprendedores creativos. Haciendo rodar un círculo virtuoso que, de a poco, puede dejar a la coacción fuera -por innecesaria- y a los acuerdos voluntarios dentro. Acuerdos libremente pactados, innovadores, para todo fin imaginable y de todas las clases posibles.

A menos sobrecarga estatal forzosa, entonces, más bienestar para todos; no para los que están en el gobierno y sus “amigos”.

Es la lógica que explica porqué asistimos al desastre de pobreza, exclusión y descenso en todos los rankings de esta Argentina gobernada por peronistas filo-mafiosos, militares filo-fascistas o radicales filo-socialistas. ¡El crimen no paga! La estupidez tampoco: insistir en implementar sistemas sociales que pretenden terminar con la pobreza imponiendo ataduras, dogal y látigo a quienes crean riqueza, es poner el trineo delante de los perros. Es ir contra natura y contra conciencia.

Está claro que civilización y evolución son conceptos que van de la mano con la no-violencia; con el consecuente respeto y protección de las libertades individuales de elección.

Sabiendo cuál es nuestro Norte a largo plazo y qué cosa es lo correcto, sabremos poner la palabra y la acción debidas a cada circunstancia. Desde qué hacer con nuestro próximo voto hasta qué valores inculcar a nuestros hijos. Desde cómo aconsejar a los menos instruidos para ayudarlos a ayudarse, hasta despojar al Estado de su aura benefactora, para verlo como lo que realmente es: un agresor a gran escala y un enorme obstáculo en el camino, sobre todo, de los más indefensos.

Elegir el Sufrimiento

Julio 2009

Nuestra sociedad ha elegido apañar la desnutrición para muchos cientos de miles de niños, afectando para siempre su desarrollo neuronal y físico. También eligió educarlos (y a muchos otros más) de manera insuficiente, afectando severamente su capacidad de evolución intelectual y cívica. Eligió asimismo coartar sus posibilidades de progreso económico y social como adultos, afectando así su autoestima y sus chances de realización personal.

Nuestra sociedad sigue eligiendo cada día amargar la vida de millones de compatriotas a través de las ansiedades, mala calidad de vida (evitable) y consecuentes quebrantos de salud, provocados al vivir bajo un “modelo” agresivo y desactualizado. También elige castigar a sus mayores con inseguridad económica, humillación moral por dependencia y muerte prematura por privaciones, al haberles bloqueado el bienestar de modernidad civilizada que les hubiese correspondido.

Hemos elegido todo este sufrimiento durante más de seis décadas de manera deliberada. ¿Cómo? optando una y otra vez por demagogos, mafiosos, ignorantes ineptos, violentos o simples ladrones para que comandaran desde el Ejecutivo nuestro derrotero. No caben aquí las excusas del “no sabía”. Todos supimos perfectamente quién era quién. Y la fuerza bruta del número hizo lo suyo, arrastrando en su marejada primitiva a la totalidad de la población. Incluyendo a los muchos ciudadanos que estaban -y están- en absoluto desacuerdo.

A consecuencia de estas elecciones también tuvimos parlamentos dominados por incultos y oportunistas que convalidaron un reglamentarismo cerril de tendencia coactiva, retrógrada, confiscante. A contramano de la inteligencia pero funcional al “políticamente correcto” resentimiento de moda. Los delicados derechos de propiedad privada y de libertad de empresa que se suponía debían proteger, cayeron heridos de gravedad bajo la metralla socialista mientras nuestro brillante futuro de gran potencia se hacía añicos, ante la socarrona mirada del mundo.

Los mismos nefastos gobiernos militares, con su tosco estatismo nacionalista y sus excesos criminales, no fueron más que obvia, buscada y matemática consecuencia de la sumatoria de incapacidades, sinvergüenzadas y estúpidos desmadres de la clase política que elegimos. Basta mirar a nuestro alrededor o releer los primeros párrafos de esta breve crónica para comprobar la bajeza de lo que le hemos hecho a los más desprotegidos con nuestros muy democráticos votos.

No todo está perdido, sin embargo. Podemos seguir eligiendo cada tanto, entre otras acciones de resistencia. Y esa elección podría empezar a tornarse más autodefensiva, menos comprada en el caso de las familias más sufridas, votando a quienes más se acerquen a ideas realmente avanzadas en orden a su más pronto ingreso a la economía del conocimiento y sociedad de consumo modelo siglo XXI.
Tal vez sólo dependa de un buen publicista con un presupuesto generoso, aportado por instituciones y empresas dispuestas a una solidaridad inteligente. Tal vez no todos los sueños y anhelos puedan ser comprados por los corruptores. La verdad, la corrección, el sentido común… no han dejado de ser herramientas formidables. Tampoco el afán de verdadera justicia. Ni las nuevas ideas con capacidad de movilizar entusiasmos.

Ideas avanzadas, hoy, son aquellas que se basan en ciertos conceptos irrenunciables, soportes de un alto grado de civilidad.
Conceptos que son, por otra parte, los que potencian exponencialmente la tasa de capitalización (promoviendo inversiones, ahorro, producción, innovación, crecimiento, inclusión, bienestar) en cualquier sociedad. La evolución humana progresa por el camino de objetivos y verdades como las que siguen:

La meta debe ser establecer una sociedad libre y próspera donde nadie necesite y todos posean en abundancia. En el trayecto, una sociedad donde se fabricase riqueza sin pudores a todo nivel nos permitiría ser más solidarios, porque quien posee más, puede ayudar más con sus recursos.

La igualdad significa igualdad de oportunidades para conseguir mejor salario, justicia, seguridad, jubilación, vivienda o la felicidad que se desee mediante transacciones, convenios, arreglos, contratos, acuerdos voluntarios con otros hombres.

La política sólo actúa en el ámbito de la coerción mientras que la libertad, desde luego, significa ausencia de coerción aunque es también y principalmente, responsabilidad. Limitar el poder, pues, reduce el daño que la gente puede hacer a otros a gran escala a través de la política, violando libertades personales.

Tolerancia significa que no podemos usar la fuerza para imponer nuestras opciones a los otros. Siempre es inmoral tratar a las personas como medios, sin importar los pretextos que se usen. Las interacciones humanas deben ser estrictamente voluntarias y pacíficas. Convenzámonos: usar la fuerza o el fraude para conseguir algo de los demás tiene un nombre: robar.
A contramano del intercambio voluntario, los impuestos son un claro ejemplo del saqueo coercitivo a la propiedad de la gente sin tener su consentimiento previo. Debemos tender a aplicar al gobierno la misma norma de sentido común que se aplica cuando un individuo interfiere con otro. Y terminar aplicando estricta y coherentemente el principio de la no agresión a todo el campo de la acción humana. Quien no esté de acuerdo con esto, es agresivo.

Las guerras y matanzas, las disputas políticas que jalonan la historia humana subyacen a la pregunta ¿quién tiene derecho a imponer su voluntad sobre su prójimo para obligarlo a hacer lo que él quiere? y la respuesta correcta es: nadie. Ninguna persona o mayoría bajo ninguna circunstancia tiene el derecho de obligar a los demás a hacer (o dejar de hacer) nada. Es derecho básico del ser humano que los demás no puedan actuar en forma violenta contra su vida, su libertad y su propiedad. Y la propiedad de una persona es la extensión de su vida. Los derechos, señores, no se disfrutan a costa de otros. So pena de sufrimiento social elegido como el que tenemos.

Todos estos conceptos han sido ignorados o atropellados, en especial por el largo rosario de los gobiernos responsables de nuestra decadencia. Los anteriores los atropellaban menos, bastándonos eso para ser el país estrella que fuimos hacia la época del Centenario.
Lo que no quita que ahora sepamos que de elegir el camino de sociedad abierta y de libertad total a nuestra creatividad, la explosión de bienestar que nos elevaría podría dejar sordo y mareado al resto del planeta.