Terrorismo Intelectual

Julio 2008

Lenta y solapadamente va cundiendo en la opinión pública una interpretación torcida de conceptos complejos como redistribución de la riqueza, combate a las diferencias de ingresos, inclusión social con crecimiento, reparto equitativo de la renta o el más básico los bienes del país son de todos.
No es necesario ser perspicaz para identificar un claro terrorismo intelectual de Estado ejercido hoy como estrategia de ataque a la propiedad, orientada a un paciente lavado de cerebros.
Se la lleva a cabo desde diarios y editoriales varias, estrados judiciales, universidades, televisión, escuelas, manifestaciones musicales y visuales, desde la Iglesia e incluso desde organizaciones empresariales. Estrategia que consiste en confundir a mentes poco avisadas con la infantil y pegadiza idea de que el Impuesto decidido por mayorías es la herramienta irreprochable, y el reparto a discreción del dinero obtenido, la faena natural del gobernante.

Las enseñanzas de Milenios de pobreza, violencia sobre el manso, miedo y sojuzgamientos; más siglos de dura experiencia en la evolución de la ciencia económica y del respeto por los individuos y décadas de arrollador avance tecnológico y productivo son arrojadas por la borda en esta Argentina que involuciona en majada hacia un simplismo lobotomizado.
Porque la faena de los gobernantes (si asumimos querer ser no violentos, respetuosos del prójimo, honrados y tolerantes) de ningún modo es quitar dinero a mansalva y obstruir libertades económicas por la fuerza para repartir dádivas, desgravaciones y subsidios con los que controlar votantes o funcionarios. Ni propiciar obras que dejen cometas, beneficiar a “empresarios” amigos del poder o estatizar funciones y empresas con cargo al Tesoro nacional, entre mil y un ejemplos de nuestra diaria realidad.

Su faena legítima, la única que justifica de alguna forma su existencia es sostener con férrea determinación la seguridad jurídica bajo el imperio de la Constitución, usar la fuerza para defendernos de la delincuencia o de agresiones externas y proporcionar una base subsidiaria de asistencia, salud y educación públicas, manejándose con estricto control y austeridad republicanos. Ya que dejando a un lado prejuicios primitivos y prestando acuerdo a una vieja sentencia, a pocos escapa que todo lo que el gobierno hace puede ser clasificado en dos categorías: aquello que podemos suprimir hoy y aquello que esperamos poder suprimir mañana. Y que la mayor parte de las funciones gubernamentales pertenecen al primer tipo.

Un gobierno pequeño pero honesto e inflexible en el cumplimiento de aquellos deberes esenciales garantizaría todo lo que el actual gigante, obeso de matonismo, corrupción y voracidad no logra: inversiones en enorme escala, re-inmigración calificada, fuerte innovación y creatividad empresarial, inserción exitosa en lo mejor de la globalización, multiplicación geométrica de nuestras producciones y saldos exportables, grandes aportes privados orientados a educación, capacitación laboral e investigación de punta y lo mejor de todo: reducción rápida y absoluta de pobreza y desocupación a través de trabajos reales (no subsidiados) con salarios de primer mundo que construyan la dignidad perdida, para millones de jefes de familia.

Más sociedad creando riqueza y menos Estado esterilizándola. Más reinversión y menos apropiación. Más libertad de comercio y menos regulación paralizante. Más confianza en la capacidad argentina y menos odio prejuicioso. Más apuesta a la moderna economía del conocimiento y menos fichas para sistemas de gestión paleolíticos que vienen fracasando desde hace tres cuartos de siglo. En suma, más propietarios y menos proletarios.

Sólo entonces comprobaremos que redistribuir riqueza significa reinvertir las ganancias en la propia comunidad. Que las diferencias de ingresos no tienen la menor importancia mientras el progreso económico sea evidente en todos los estratos sociales. Que la inclusión social con crecimiento únicamente se consigue dentro de una economía libre, impetuosa en la generación de dinero honesto. Que el reparto equitativo de la renta se corresponde con el reparto equitativo del mérito, la capacitación y el esfuerzo personal dentro de un sistema que premie al que trabaja con limpieza y repudie al que viva del tráfico de influencias sin producir nada. Entonces tendremos en claro que ni la tierra ni las empresas son “de todos” sino que son de sus legítimos propietarios, que pagaron por ellas y que por ellas tributaron ingentes cantidades de billetes en beneficio de toda la sociedad.
Atacar el derecho de propiedad privada como hoy se lo ataca en nuestro país implica serrucharnos las piernas, impidiéndonos descontar la distancia que otras sociedades nos sacaron.

Pueblos como el nuestro, que se creen inteligentes, acotan los derechos de propiedad rebanando la renta empresaria más eficiente para subsidiar el consumo y la sustitución de importaciones. No así los pueblos inteligentes.
No otra es la explicación a las diferencias en nivel de vida que se observan al cabo del tiempo, entre países como Nueva Zelanda y Uganda.

Estado

Julio 2008

Resulta aleccionador para muchos el hecho, hoy claramente visible, del avance del Estado sobre vidas, ahorros y propiedades. Vuelta tras vuelta, la tuerca colectivista va desangrando nuestra libertad de comerciar, de “ejercer toda industria lícita” o de disponer de nuestro patrimonio entre muchos otros atropellos. Exigiendo a grito de orden y golpe de vara un genuflexo alineamiento, indigno de hombres y mujeres libres.
La violenta trituradora impositiva. El control cada día más cerril del movimiento de los negocios privados. La adscripción del gobierno y sus clientes a la regresiva (y delincuencial) teoría de expropiar la renta a quienes la ganaron trabajando y arriesgando su capital, para mantener parásitos y enriquecer “empresarios” avivados, alimentando el reparto discrecional más corrupto. El vil propósito de someter y disciplinar al independiente a través de subsidios o amenazas. La turba del gulag stalinista otra vez intimidante con sus trapos rojos en alto. El antifaz de una democracia reducida a cáscara hueca y cartón pintado.

Todo está cruelmente a la vista. Caminamos hacia nuestro propio paraíso totalitario. Y su consecuencia: los más desprotegidos son condenados sin piedad a la hoguera de un estatismo obtuso, polvoriento de desactualización que frena la reinversión de las ganancias empresarias o el ingreso de capitales, dinamita la competitividad nacional y corta las piernas a la innovación productiva de los argentinos. Únicas puertas de salida a su pobreza. Únicas puertas de ingreso a su prosperidad.

Resulta aleccionador para muchos porque este nuevo desaguisado en proceso abre la cabeza a reflexiones superadoras, a pensamientos más elevados -y hasta utópicos- que pueden obrar como estimulante con la mirada puesta en un futuro mejor. Alejándonos con la mente del actual marasmo socialista y del reverso de su moneda: el Estado vampiro, que se nutre de la energía social.

El verdadero rostro de este succionador de sangre es el de la calavera. Los Estados causaron durante el siglo XX un total de 207 millones de muertes: 30 millones en guerras internacionales, 7 millones en guerras civiles y 170 millones de personas aniquiladas por oponerse a los designios de los gobernantes. De estos últimos, 62 millones en la Unión Soviética, 45 millones en China, 21 millones en Alemania y 42 millones más en diversos puntos del globo (“trabajos” como los del Che Guevara con Castro, Pol Pot, Idi Amín, Mugabe, Milosevic etc.). Los afortunados que conservaron la vida debieron sufrir y sufren, por su parte, expoliación, sumisión, opresión y temor constante.

El Estado ha sido hasta hoy (y lo seguirá siendo), la máquina de matar, robar y oprimir más perfecta y efectiva.
Cuidado: el terror es la naturaleza misma de la revolución socialista y nuestro gobierno ha demostrado ser particularmente afecto a esta cobarde “herramienta”. Preparando pacientemente el sitio con un socialismo a medias para que otros –o ellos mismos- vengan luego a aplicarnos un socialismo completo. Por las buenas o por las malas.

Lo correcto, lo no violento, lo justo, avanzado y pacifista consiste en empezar por impugnar la existencia misma del Estado, un mal innecesario y peligroso que inicia las agresiones de modo sistemático. Agresiones (económicas, por ejemplo) contra quienes no dañaron ni agredieron a nadie. En realidad no se trata sino de una banda de aprovechadores afianzando su bienestar y seguridad a través del expediente de restringir la libertad y la propiedad de los demás. Una mafia -con su propio blindaje legal y códigos de lealtad- que detenta el monopolio del uso de la fuerza y, claro, del cobro de impuestos.
Porque, señores, quienes están en el gobierno no son más que seres humanos. Hombres y mujeres comunes y corrientes. Con los mismos defectos y deseos de todos. De ningún modo abnegados superhéroes o santos y santas con una moral superior al resto. Tampoco especialmente inteligentes. Ni siquiera conocen bien su trabajo.
Igual que cualquier obrero o empresario, el alto funcionario aspira a llevar su bienestar tan lejos como pueda. La diferencia está en que el obrero y el empresario no pueden recurrir al uso de la fuerza ni a promesas que queden incumplidas. Ellos deben afrontar a diario la aprobación del gerente y de los clientes, satisfaciendo sus expectativas.

Los estatistas, por su parte, tratan de hacernos creer que la democracia tal como está planteada es la competencia en el mercado político. Mas la competencia es buena sólo en la producción de bienes, no de males. La competencia para elegir al mejor delincuente, asesino o mentiroso nunca beneficia a la gente honesta y trabajadora.
Las elecciones, así, son una gran mascarada donde los políticos subastan anticipadamente entre sus clientes, los bienes que robarán a otros cuando accedan al poder.
Claro que la ficción de que todos traten de vivir a costillas del prójimo revela su falsedad en el hecho de que nueve de cada diez de estas promesas de ventaja fácil queden sin cumplir. Y que la décima beneficie casualmente a los gobernantes y sus “amigos”.

El camino de toda persona libre, bienintencionada y pensante es el que conduce a nuestra sociedad hacia las metas de un Estado mínimo primero y de ningún Estado en absoluto al final. Final utópico que podría no llegar pero que sirve como fuente de luminosa inspiración.

Ausencia de Estado monopólico no significa anarquía, ciertamente. Muy por el contrario, supone el perfeccionamiento gradual de estructuras de ordenamiento cívico en red, mucho más justas y democráticas. Grandes redes de contratos voluntarios. Interconectadas, complementarias y compatibles en todas direcciones, que vayan desarrollándose a lo largo de años o décadas en un marco de evolucionado respeto a la propiedad e iniciativa privadas. Ofreciendo servicios de todo lo que la gente necesite a medida que el Estado deje libre el vasto campo de acción que nunca debió ocupar ni corromper.
Oferta de servicios que proveería rápidamente y con lo mejor de la iniciativa mundial a la exigente demanda social de seguridad, justicia o educación, por ejemplo. A costos inferiores a los que provee el ineficiente y coercitivo Estado actual, que los cobra a través de pesados impuestos cargados sobre cada cosa que tocamos. Generando en poco tiempo una riqueza explosiva, con inversiones que centupliquen las actuales y una asombrosa distribución de beneficios en trabajo, salarios, innovación y oportunidades.
Con la tecnología de sistemas actualmente disponible podrían prosperar redes de comunidades “autónomas” (virtuales o no), integradas voluntariamente a toda la oferta de bienes y servicios que sus integrantes consientan. Incluso comunidades socialistas donde sus integrantes (presuntamente todos los que hoy se dicen progresistas) compartan solidariamente sus propiedades, ahorros y libertades viviendo sus convicciones sin robar ni agredir a nadie. ¡La no violencia en acción!
No hay guerras, opresiones ni bravatas amenazantes cuando no hay Estado que pueda costearlas con plata y sangre ajenas. Porque aventuras fútiles y costosas como esas difícilmente hallarían financiamiento voluntario, excepto en casos de prevención y defensa frente a agresiones reales.

Tal el breve pantallazo de un futuro posible sobre el que muchos hombres y mujeres inteligentes vienen trabajando desde hace tiempo. Tal la enorme distancia que debemos acortar. Tal el norte que debe guiar, desde la educación de nuestros hijos al cumplimiento de nuestras actuales obligaciones cívicas. Tal el concepto más civilizado de las palabras libertad y responsabilidad.

El siglo que pasó (donde permanece anclado nuestro gobierno) ha sido del poder estatal, de los Hitler, Stalin, Castro; del dominio que surge del fusil. Con menos confusión mental y un poco de suerte, el siglo XXI puede ser el siglo del hombre libre.