La Verdad Desnuda

Junio 2008

La actual crisis del gobierno, enfrentado a la rebelión fiscal del sector más competitivo (y más cargado de impuestos) del país y a la “rebelión de los mansos” por hartazgo ciudadano ante el matonismo, está actuando como revulsivo mental sobre millones.
Preguntas que pocos se formulaban, están hoy en la reflexión íntima de todos los argentinos. Tanto de los honestos como...de los que apoyan el par coerción y apropiación.

¿Hasta dónde es lícito, moral... inteligente, sacarle la ganancia reinvertible de dinero -por la fuerza- a alguien que lo gana trabajando honestamente para “redistribuirlo” a quien no lo ganó de esa manera? Y aún así ¿La enorme comisión de esa transferencia, lo que se quedan los políticos (para todos los fines que ya conocemos) y la burocracia, es admisible? Y aún así ¿ Es ético, republicano... ecuánime, quitárselo a un solo actor económico y antes de que empiece a pagar los mismos -muchos y muy altos- impuestos que todos los demás?
Este prepotente modelo del Robin Hood socialista ¿condujo a algún país al Primer Mundo brindando empleos dignos y bien pagos a los más pobres? ¿Por qué no quitar también la “ganancia extraordinaria” a los hoteleros de Calafate, a los arquitectos de los barrios cerrados, a los industriales autopartistas o a los comerciantes de electrodomésticos? O a todos los que ganen más allá de lo “suficiente”. ¿Es este un razonamiento correcto o más bien producto de nuestras pulsiones más ruines y autodestructivas?
La Constitución Nacional a la que juró ceñirse el gobierno como condición o “contrato” para que todos lo respetemos, ¿tiene algo que decirnos acerca de estas cuestiones?
Contestar a estas preguntas sería una afrenta a la inteligencia de los lectores. En el silencio de su conciencia, todo argentino o argentina de bien conoce las respuestas y sabe de qué lado está nuestro eje del mal en este gran conflicto de fondo.

Dejemos de lado que sumando todos los impuestos un agropecuario eficiente está entregando alrededor del 80 % de sus ingresos al Estado. Y que su “ganancia extraordinaria” queda en verdad repartida a lo largo de toda la cadena de valor que va del potrero a la góndola. Y que nuestros gobernantes demuestran a cada momento su ignorancia respecto del complejo negocio de riesgo del agro, de su avanzada y costosa tecnología o de su inmensa diversificación. Dejemos de lado todas las mentiras, maniobras y obcecaciones adolescentes de un Poder Ejecutivo mendaz, soberbio y retrógrado como pocos en nuestra historia. Dejemos todo de lado porque el revulsivo mental que es su consecuencia, empieza a corrernos el velo de los ojos.

La verdad desnuda es que las retenciones son un robo. Violan la equidad tributaria y suben la presión a niveles incompatibles con la vigencia del derecho de propiedad privada. Las víctimas de esta iniquidad ya contribuían con muy elevados impuestos “normales”, a nivel de los más altos del mundo.
Si 10.000.000 de personas se ponen de acuerdo en redactar una ley que confisque los bienes de 1 sola persona, sigue siendo un robo. Igual que si 10 ladrones interceptan en la calle a 1 señora para quitarle su cartera. La cantidad no modifica la calificación porque el principio es universal y porque el fin no justifica los medios.

No corresponde “acordar” la reducción de un par de puntos sobre el botín del robo ni coparticiparlo en modo alguno. Simplemente es dinero de los productores y es a ellos a quienes corresponde decidir su “redistribución”. Decisión que será, como siempre, la de reinvertirlo en sus comunidades creando real actividad económica y más trabajo mejor pago. Tributando más impuesto a las ganancias, si corresponde. Y aumentando los ingresos de otros ciudadanos que pagarán a su vez más impuestos, esta vez por derecha.

Lo único que corresponde acordar es un cronograma que lleve esta violación constitucional a cero, comprometiendo con republicana severidad a la presidencia en el desguace de todo el jurásico modelo de precios falsos, subsidios cruzados y salarios indignos que provoca la asfixia de la caja estatal con la consiguiente compulsión al saqueo y al atropello. Siguiendo los ejemplos no ya de Nueva Zelanda o Estados Unidos sino los más modestos de Uruguay o Brasil cuyas economías en fuerte crecimiento sin retenciones no provocaron, que se sepa, la muerte por inanición de sus poblaciones. Precisamente lo contrario, como cualquiera puede comprobar.

Rompiendo Contratos

Junio 2008

El contrato social que nos une, el “pegamento” que evita la dispersión, la rebelión y la anarquía, el acuerdo previo que da sentido, forma y pertenencia a nuestra república es, por supuesto, la Constitución de 1853. Antes de aquella fecha sólo habíamos tenido la dominación monárquica por parte de España y una sucesión de guerras civiles entre cambiantes autocracias regionales de tendencia secesionista.
La Carta Magna aún en vigencia conjuró la posibilidad del desmembramiento nacional apelando a una clara serie de acuerdos de convivencia e ideas fundacionales inspiradas mayormente en la constitución capitalista y liberal norteamericana. Había quedado definido el “modelo de país”.

Eso y sólo eso posibilitó los 80 años de espectacular crecimiento que le siguieron, llevando a Argentina de comarca salvaje y semidesértica a país del primer mundo. Hacia 1930 éramos una potencia que, según analistas europeos, iba en firme camino de rivalizar con los Estados Unidos.
Los siguientes 80, son la historia de nuestra caída ininterrumpida (acelerada durante los últimos 5) hasta el puesto... ¿130? para rivalizar en la actualidad con corruptos estados delincuentes africanos.
¿La causa? Pisotear el respeto por las garantías individuales consagrado en la letra y el espíritu de nuestra Constitución.
Y dicho respeto constituye, señoras y señores, el núcleo irreductible del contrato social argentino.

En caso de abolirse la Constitución Nacional o simplemente de derogarse de facto las cláusulas fundamentales que protegen la libertad y la propiedad, millones de argentinos considerarían asimismo derogado el contrato social o acuerdo tácito de cada habitante, que permitió hasta aquí nuestra supervivencia como nación indivisa.
Algo parecido está ocurriendo ante nuestros ojos en la cercana Bolivia, donde un gobierno aymará filo-comunista pretende avasallar estos mismos derechos. La reacción lógica y civil de la población violentada apunta a abroquelarse en fuertes autonomismos de clara vocación secesionista.

El modelo de país aceptado por todos los argentinos es, entonces, el de la actual Constitución con sus férreas garantías de defensa de la libertad de comercio y propiedad privada, entre muchas otras.
Una enorme cantidad de ciudadanos experimenta en estos días la muy preocupante sensación de que el modelo que se intenta imponer está violando estos derechos absolutamente irrenunciables. Se observa con zozobra cómo nuestros gobernantes, a caballo de una victoria electoral, derogan en los hechos y con soberbia mendaz, las garantías básicas de nuestro contrato social.
Cierto es que la misma Constitución consagra como última instancia de autodefensa frente a expropiadores y totalitarios que pretendan pisotearla, al Tercer Poder encarnado en la Corte Suprema.
Sin embargo y tras (por lo menos) un lustro de sistemática prostitución de todas las instituciones de control republicano, del sistema federal y del delicado equilibrio de independencia de Poderes con especial saña en el sometimiento del Poder Judicial, esos mismos ciudadanos ven con serio escepticismo la capacidad de salvaguarda real y efectiva de la Corte.

El contrato está siendo rasgado ante la mirada de propios y extraños al confiscar hoy lo que por derecho le pertenece a un sector económico. El que más ha hecho en los últimos 80 años para sostener al país, siendo pato de la boda y pagando los platos rotos de todos los insensatos e inviables planes y gobiernos estatistas que nos condujeron al colapso. Al fracaso más traumático, humillante y vergonzoso frente a decenas de pueblos que antes nos miraban desde abajo con admiración.
Nueva confiscación al agro que implica esta vez transformarlos en meros arrendatarios en su propia tierra. Trabajando duramente para entregar a otros el producto de su esfuerzo y de su capital sin derecho, por ejemplo, a reinvertir sus legítimas ganancias en sus comunidades ni a mejorar sus capacidades de producción y conservación ambiental en bien de todos. Cuando no empujándolos a desaparecer. O a quedar sometidos a los subsidios vitales del amo. Todo muy, muy lejos del espíritu de la Constitución liberal y capitalista que nos hizo grandes, respetados, meca de inmigrantes e inversores y destinados a una prosperidad grandiosa.

Cuidado. Para millones de argentinos, la agresión verbal, la prédica irónica del odio, el ejemplo corrupto y la tergiversación mafiosa de leyes e historia que siembra este gobierno empiezan a hacerlos sentir relevados de las obligaciones del Contrato tácito que hasta ahora los unía.

Desigualdad y Redistribución

Junio 2008

No coincide con los ideales de la filosofía del resentimiento ni con los justificativos de la envidia. Tampoco con los ideales de quienes codician los bienes ajenos. Pero lo cierto es que los objetivos de sacar a millones de personas de la pobreza y de disminuir las diferencias de riqueza son mutuamente excluyentes.
Y con “sacar a millones de personas de la pobreza” no nos referimos a subsidiarlas con planes sociales y precios falsos sino a reconvertirlas en clase media próspera, con trabajos bien pagos, estabilidad económica seria y servicios de primera.

La evidencia mundial pone ante los ojos de quien quiera verlo, lo que privilegian los progresistas (radiografiados en los dos primeros párrafos de esta nota) a saber: que los ricos no se hagan más ricos es más satisfactorio e importante que terminar con la pobreza.
La revista The Economist se preguntaba a fines del año pasado ¿acaso importan las desigualdades mientras la pobreza disminuye? citando investigaciones del Banco de Desarrollo Asiático (ADB) demostrativas de una disminución mucho mayor de la pobreza en aquellos países donde las desigualdades de riqueza han aumentado con respecto a países donde las desigualdades de ingresos fueron menores.

Aunque la hipocresía nos ha caracterizado durante décadas, hoy estamos en un raro momento de maduración colectiva.
De cuestionamiento de todo un sistema de redistribución y crecimiento que supone, asimismo, la valentía de aceptar realidades, asumir errores y llamar a las cosas por su nombre.
Al pan, pan y al vino, vino. Las mujeres y hombres honestos que están en situación de pobreza no están interesados en acabar con los ricos sino en enriquecerse ellos mismos. Van despertándose al “descubrimiento” de que es mejor apoyar el aumento de rentabilidad de las empresas internacionalmente competitivas como estrategia inteligente para escapar a la desesperante pobreza social-demago-populista que nos asfixia.
Y que eso se logra quitándoles impuestos para que ganen en grande y reinviertan en grande. Sin miedos estúpidos de que alguien gane mucho.
“Descubriendo” que mientras la presión tributaria tienda a cero, la reinversión productiva tenderá a infinito en proporción geométrica.
Empieza a caer de maduro el concepto de que el crecimiento económico alineado con lo que el mundo pide atrae enormes sumas de dinero y que estas inversiones de capital se traducen en más empresas de todo tipo incorporándose al círculo virtuoso de la bonanza. Más empresas viables que compiten en una carrera de salarios y mejoras de vida, por los mismos que hoy están desocupados, sub-ocupados, con ocupaciones poco estimulantes y malpagas o con planes de limosna estatal.

En un entorno semejante, la posición patronal sería más difícil que la actual pues los empresarios se verían enfrentados a la necesidad de disfrutar menos para invertir más, crecer, mejorar en productividad y condiciones laborales asociando incluso a los empleados al éxito de la empresa mediante bonificaciones atadas al propio resultado so pena de sucumbir a la competencia perdiendo a los mejores colaboradores.
Las ventajas estarían entonces del lado de la mayoría honesta y trabajadora. La que prefiere ganar buen dinero con su esfuerzo en lugar de votar ladrones que se lo roben por izquierda a quienes lo ganaron en buena ley.
Eso se llama redistribuir riqueza. Tentar al capitalista a esforzarse y competir en busca de buenas ganancias, en bien de toda la sociedad aunque esa no haya sido su elección intencional.

En cuanto a la “igualdad” lo que las victimas del populismo quieren, es igualdad de oportunidades para salir adelante y poder pagar, por ejemplo, la mejor atención médica. Igualdad ante la Ley (que la oligarquía política, sindical o de empresarios prebendarios no puedan perjudicarlos comprando jueces). Igualdad de seguridad pública contra los delincuentes (aunque no puedan acceder a barrios cerrados). Igualdad de oportunidades en educación para sus hijos e igualdad de trato, libre de discriminaciones en todas las áreas de la vida.