Desesperanza y Complicidad

Diciembre 2008

Nuestra democracia está hueca. Vacía. Convertida en máscara mortuoria, cartón pintado y pantalla legal que sólo sirve a una minoría depredadora para ocultar la verdadera cara del horror.
Recientes encuestas dan cuenta de que el 80 % de los jóvenes descree de la democracia. Y que el 86 % de la población descree de la igualdad de la Justicia, de su independencia y de su funcionamiento. No es para menos y sería extraño que fuese de otra manera.
Sin retroceder demasiado, quienes esto leen fueron y son testigos presenciales de 25 años ininterrumpidos de prostitución de un sistema (el democrático) que tampoco había funcionado en el pasado. Nunca. Ni siquiera en tiempos de los gobiernos conservadores, cuando nuestro despegue hacia el estatus de gran potencia asombraba al mundo. Sostener lo contrario es hipocresía lisa y llana.

La evidencia de su ineficacia no sería tan impactante si, al menos del 83 hasta hoy, los gobiernos hubiesen respetado aquello de “representativa, republicana y federal” con decisión incorruptible.
Lo que presuponía división real de Poderes y perfecto funcionamiento del sistema de controles independientes previstos en las leyes fundacionales. Ello no sucedió y la decadencia argentina es hoy un drama que impacta con crueldad en el nivel de vida, sobre todo, de las familias más necesitadas.

Lo cierto es lo que tenemos: el peligrosísimo “aparato” estatal con la suma del poder público y todos sus resortes coactivos en manos de una minoría cuyos nortes son la siembra del odio, la expropiación impositiva, el negociado, el premio a la obsecuencia y un costoso pseudo-capitalismo subsidiado, tanto como el castigo y el ostracismo a todos aquellos que ostenten un espíritu de libertad para producir y comerciar o de respeto por la dignidad de las personas con sus derechos individuales de propiedad y elección.

Con dirigentes que no poseen ninguna de las virtudes necesarias para actuar como patriotas desinteresados, y que poseen en cambio todos los atributos e historias personales necesarios para la conformación de una asociación ilícita dedicada a fines inconfesables. Una verdadera kakistocracia (del griego kakistoi; el gobierno de los peores) o bien, vulgarmente, una mezcla de mentirocracia y ladrocracia.
Todo muy lejos de la democracia republicana con sus férreas garantías constitucionales. Todo muy cerca de un híbrido mafioso basado en el engaño histórico, la mentira constante, la ignorancia económica, una rampante falta de maneras y la impía, brutal utilización de la pobreza por ellos mismos provocada.

Esta trampa -que sus beneficiarios llaman democracia- fue armada con mayor o menor pericia y perfeccionada durante muchas décadas por peronistas y radicales con prolijo continuismo durante los gobiernos militares. Y es causa directa entre otras calamidades, de precariedad laboral y habitacional, desnutrición infantil, baja calidad educativa, falta de infraestructura, falta de inversión productiva, caídas en la competitividad y en la productividad nacionales.

La gente no confía en la Justicia ni en la honestidad de los políticos. Observa cómo sus vecinos no respetan las reglas (desde las impositivas hasta las de tránsito) y ve cómo otras sociedades a las que antes mirábamos de arriba, nos van dejando cada vez más abajo. Fracasando como inútiles.

Todo lo cual conduce directamente a la desesperanza, a una visión negra sobre las posibilidades de progreso personal por derecha y al abandono de los valores morales. Como la cultura del trabajo honrado, el respeto por lo ajeno y por las normas de convivencia social.

¿Para qué esforzarse trabajando con sacrificio durante toda la existencia para vivir miserablemente y terminar vieja/o con la salud quebrantada y una jubilación de hambre? Muchas personas preferirán, a ejemplo de su dirigencia, el camino fácil de la apropiación del producto del esfuerzo de otros.
Aunque puedan terminar mal. Porque verán como aceptable el riesgo de morir o de pasar años en una cárcel frente a la casi certeza de una vida de penurias, sin derecho al honesto “sueño argentino” de llegar a mayores sin sobresaltos y dejar a los hijos en una buena posición.
La aniquilación de la esperanza creó toda una generación de ciudadanos (¿ciudadanos?), estimada hoy en más de 800.000 hombres y mujeres de escasa instrucción, acostumbrados a esperar “derechos” bajo la forma de dádivas estatales, sin cultura laboral, propensos a la violencia como modo de expresión y a los vicios como modo de encontrar “felicidad”, aceptación o coraje.
El feroz crecimiento paralelo de la inseguridad en todo el país con el novedoso plus de las agresiones gratuitas no es algo casual, por cierto, y se conecta con lo anterior.

Con mala intención o sin ella, los políticos que crearon este “modelo”, los pseudo-empresarios, sindicalistas y amigos de lo ajeno que lo apoyaron no son otra cosa que criminales.

Cuando seamos llamados a las urnas se nos presentará la opción, cada vez más clara, de ser personas de bien (aunque sea votando en blanco) o de ser cómplices.
Muchos elegirán sin dudas ser cómplices de los criminales.
Su coartada será el anonimato del cuarto oscuro. Tirarán la piedra y esconderán la mano convencidos de que eluden su responsabilidad. Los ladrones totalitarios son muchos pero de ganar, no eludirán las consecuencias. Seguirán recayendo sobre ellos sus hijos y nietos. Y sobre nuestra patria, claro.

Por su parte el voto con miedo (a perder el plan social o el mísero trabajo estatal que detentan) condicionará otra vez a millones pero está en la misión de políticos probos e inteligentes (existen algunos, si) y de periodistas valientes, aventar estos temores-trampa con racionalidad y comprensión. Abriendo ventanas a la esperanza de un mañana que puede ser mejor, si no permitimos que nos sigan sobornando con monedas.
Como decía el gran Tato Bores: en tiempo de elecciones… ¡tengan cuidado de no agacharse en la calle para recoger esa moneda tirada!

Ignorancia

Diciembre 2008

Es conocida la afirmación de Buda de que la ignorancia es el origen de todos los males, igual que la sentencia de Sócrates de que el mal no es más que desconocimiento del bien y que por lo tanto un malvado no es otra cosa que un ignorante.
Las enseñanzas de estos y otros maestros remiten como anillo al dedo a la actualidad política y económica local.

Nuestros gobiernos son nocivos porque incurren en la maldad social de enriquecimientos ilícitos, ventajas a “empresarios” amigos, venganzas infantiles contra empresarios “enemigos”, nepotismo, fomento disolvente de resentimientos con codicia de propiedad ajena, devaluación de las culturas del trabajo, del respeto, de la honestidad etc. etc., acciones todas generadoras de concentración de capital y más pobreza.
Pero también son malos por una persistencia en el error económico atribuible a simple ignorancia.
La creencia en que la intervención del Estado es capaz de generar riqueza o incluso de distribuirla con equidad es reveladora de una profunda ignorancia.

Cuanto menos se esfuerce el Estado en utilizar su poder para reducir la desigualdad en la distribución del ingreso, más pronto disminuirá esta.

Está claro, y hasta un negado/a lo sabe, que el capitalismo es el único sistema creador de riqueza. También que el dinero y los emprendedores creativos que lo generan son muy recelosos, cobardes y poco afectos a ideas tales como patria y solidaridad.

Lo brillante de la exitosa idea capitalista consistió en admitir la realidad de que el ser humano es individualista y egoísta por naturaleza. Liberando esa enorme energía innata bajo algunas simples reglas de orden general, los liberales de los siglos XVIII y XIX lograron el más espectacular shock de avance creativo, productivo y de calidad de vida que el mundo hubiera conocido.
Se trataba del individuo egoísta “suelto” y protegido, trabajando duramente (y sin proponérselo) por el bien común a través de los fantásticos mecanismos del mercado libre.
El salto desde la miseria, la desesperanza y la esclavitud feudal fue tan grande que por fuerza generó situaciones transitorias de inequidad en los tiempos de acceso al bienestar para un enorme número de familias, que pugnaban a un tiempo por salir del infierno de siglos de sometimiento.

A más iniciativa individual y más libertad de negocios, se asistió por lógica a una disminución del control estatal. Al ver cómo se les escapaban poder y privilegios de las manos las aristocracias, mafias y camarillas intelectuales gobernantes usaron aquellos temores de río revuelto en su beneficio creando superestructuras socialistas de intervención que les permitieron seguir parasitando al pueblo productor.
Nuestra dirigencia estatista sigue esta senda de freno al progreso de las masas en libertad por una cuestión de conveniencia personal para las oligarquías violentas que hoy succionan riquezas: la política, la sindical, la de empresarios cortesanos y la de vagos que pretenden “derechos” a costa de la laboriosidad de otros.

Unos cuantos (demasiados) de estos aprendices de tiranos creen todavía con inmadurez rayana en lo criminal, que pueden cambiar la naturaleza humana mediante la acción política.
Contra toda la experiencia histórica de los genocidios soviéticos, nazis, chinos o vietnamitas. Contra toda la experiencia histórica del arco de fracasos socialistas de Suecia a Rumania o de Cuba a Chile. Contra toda la experiencia histórica de 78 años de empobrecimiento argentino, tras abandonar las libertades y respetos capitalistas que nos hicieran poderosos. Agrediendo económicamente a empresas y personas que a nadie habían dañado, y que sólo aspiraban a mejorar sus vidas trabajando sin robar a nadie.

Obviamente el “Estado de Bienestar” no existe. Es solamente una trampa caza-bobos diseñada por las oligarquías dominantes para seguir con sus negocios privados de espaldas al interés general. Las pruebas de ello son tan abundantes que basta con levantar la vista para percibirlas por doquier. Nuestro gobierno “popular” es el crupier de una gran mesa de ruleta que al grito de ¡cero! limpia una y otra vez todas las fichas sobre el tapete de juego.
Existe, si, el camino correcto. El camino honesto, moral y justo. Aquel que todos conocemos desde lo más hondo de nuestras conciencias: no agredir; no trampear; no robar. Respetar a todos en su persona y en su propiedad. Cumplir con el deber. Ganarse el pan, progresar y ayudar a otros mediante el propio trabajo duro y honrado. Gozar de nuestras libertades y derechos sin invadir los de nuestros vecinos. Responsabilizarnos de todos y cada uno de nuestros actos, incluido el de elegir a un dirigente que luego cause daños a un tercero.

Si en verdad el Estado quiere ayudar a los desprotegidos lo que debe hacer es apartarse. Quitarse del camino para liberar las energías productivas de toda la población.
Esto implicaría -entre otras cosas- reducir drásticamente todos los impuestos ya que constituyen el principal obstáculo para la inversión, la investigación tecnológica y el ahorro. El principal obstáculo para la creación masiva de empleos de calidad, para la capacitación y para el aumento de los sueldos. Para el consumo a todo nivel de todo tipo de servicios y productos (de gasoil a computadoras, de queso a materiales de construcción) cuyos precios están gravemente inflados por una abusiva cadena de tributos.
La inversión productiva es, sin dudas, la mejor solidaridad económica. Es el enseñar a pescar en lugar de regalar pescado.
Una gran rebaja de impuestos sería algo que los “recelosos, cobardes, egoístas y apátridas” poseedores del dinero ciertamente entenderían. Sería hablarles en su idioma.

Nuestro gobierno, claro, no quiere ayudar a los pobres, porque no le conviene. Se quedaría sin clientes. Pero aunque quisiera, no sabría cómo. La incultura agresiva que los caracteriza bloquearía la admisión necesaria y contrita de siete décadas de errores.

A Otro Perro con ese Hueso

Diciembre 2008


La acción depredadora del Estado es hoy más claramente visible que con otros gobiernos, y su enorme peso sobre la Argentina que trabaja y produce, más evidente para todos.
Mucha gente advierte con espanto que el ómnibus de nuestra nación se acerca a la curva acelerando a gran velocidad… con un adolescente alienado al volante.
Están dadas, así, algunas condiciones que propician el despertar de grandes sectores de la población a cuestionamientos largo tiempo abotagados al sopor narcótico del populismo.

Con reflexiones del tipo ¿Qué demonios estamos haciendo? ¿Cómo pudimos hundir de semejante manera un país como el nuestro? ¿Adónde acaba todo este raid suicida de violaciones a la propiedad privada? ¿Hasta cuándo vamos a seguir apoyando a los culpables fingiendo que no nos damos cuenta de su responsabilidad? ¿Cuál es el límite de traición a la patria y de humillación frente a otros pueblos necesario para que nos levantemos de la silla? ¿Qué ejemplo moral y qué inmanejable balurdo económico les estamos dejando a nuestros hijos? ¿Quiénes fueron los mal nacidos que armaron la trampera que destroza los tobillos de la república impidiéndole crecer con honestidad? ¿Falló la democracia que debía impedir el enriquecimiento descarado de sucesivas castas de crápulas? ¿Cuál fue nuestra participación en este modelo socialista de “quito, me robo y reparto lo que no es mío” que nos va africanizando sin remedio?

Veamos. Un delincuente “convencional” que roba, secuestra, extorsiona, amenaza y hasta golpea o mata tiene, a pesar de todo, cierta decencia: no miente diciendo que hace estas cosas para ayudar y proteger a otros. No pretende tener el derecho de aplicar violencia sobre su víctima. No la persigue durante toda su vida exigiéndole dinero, sumisión a sus reglas mafiosas y callado respeto. Y acepta la responsabilidad de saberse un abusador, que puede ser capturado y castigado por sus fechorías.

El Estado nacional también roba (por caso, impone impuestos por la fuerza contra nuestra voluntad), secuestra (por caso, priva de su libertad física o económica a quien se atreva a negarse a tributar), extorsiona y amenaza (por caso, el “secretario de ingresos públicos” ¿se dedica a alguna otra actividad?), golpea o mata si es necesario (por caso, a quien osara resistirse a ser detenido por no querer pagar, convalidando acciones que a todos perjudican).
Lo mismo que el malhechor “convencional” del ejemplo. Además nos miente asegurando que se queda con nuestro dinero para ayudarnos a progresar económicamente, para protegernos de ladrones y asesinos, para proveernos de seguridad jurídica o para educar al pueblo en la cultura del trabajo honrado y la civilidad. Décadas de dura insatisfacción cotidiana lo desmienten.

¿Será que el “acuerdo” de un grupo lo suficientemente numeroso de personas votando, basta para convertir en moral algo que realizado por una banda más pequeña o por un solo individuo sería considerado inmoral?
La respuesta a esta pregunta es que la cantidad no modifica el principio y que la agresión inicial contra alguien o su propiedad –es indistinto- siempre es un crimen. Ya sea que la agresión sea llevada a cabo por una sola persona, por diez mil o por cien millones. Y que el apoyo en las urnas a cualquier atropello criminal por mayoría trae implícito su propio castigo.

En nuestro caso, el castigo al resentimiento, al odio, a la envidia, al robo y a la codicia de los bienes ajenos entre otros pecados estúpidamente potenciados a partir de la cuarta década del siglo pasado, fue la decadencia.
Vale decir las villas de emergencia, las colas en obsoletos hospitales públicos, el genocidio de los ferrocarriles, la des-educación de los humildes, el acogotamiento a la Justicia, el avance de la corrupción sindical, el fin del “sueño argentino” a progresar en una generación a través del trabajo duro y honrado, la condena para los “nuevos pobres forzosos” a no tener cloacas, agua corriente, gas de red, asfalto, iluminación, seguridad y limpieza públicas, parques bien cuidados, buenos sueldos, buenos autos, buenas autopistas a todas partes, buenas casas con acondicionadores de aire y calefacción central y tantas otras cosas que desde hace décadas deberían ser de disfrute casi universal en un país como el nuestro.

Violar las reglas morales resulta ciertamente un mal negocio. Y denota poca inteligencia social, extraña cosa en un país lleno de “vivos”. De “punteros” rapidísimos y políticos que pueden “explicarlo” todo con doctoral suficiencia. Todo menos la decadencia a la que nos arrojaban, mientras se llenaban los bolsillos riéndose de los pobres.
Tratarán de “explicarnos” que tienen el derecho de disponer del fruto de nuestro trabajo porque todos tenemos con el Estado un Contrato Social que hemos aceptado (pago-por-protección), y que constituye tanto su origen como su legitimación.
Desde luego, jamás Estado alguno se originó en esta suerte de contrato que ninguno de nosotros aceptó ni firmó, sino que tuvieron su principio en medio de la conquista y la violencia.
Eventualmente un lote de Señores ambiciosos apoyados primero en la superstición y más tarde en la religión sometieron a la gente común en su directo beneficio, con el lucrativo cuento del caos y la igualdad.

A esta altura de la evolución, la corriente más civilizada sostiene con toda justicia y razón que las personas son “sagradas”, intocables, in-avasallables en sus derechos y anteriores al Estado. Que el Estado obtiene de ellas su poder y no tiene más derechos sobre esas personas de los que cada una le acuerde voluntariamente.

¿Ciencia ficción? ¿Utopía? No. Sencillamente lo que corresponde. Lo que en algún momento se impondrá por el propio peso de la dignidad. Del sentido común. De la inteligencia. O del hartazgo.

Cero Impuestos

Noviembre 2008

Cuando la República Argentina estaba en su apogeo, hacia la época del Centenario (1910), la carga tributaria -medida en estándares actuales- era insignificante.
Nuestro país se situaba entre los 7 o 10 mejores del mundo con logros que nos colocaban a la par o superando a otras grandes potencias en educación, salud pública, vida cultural, prestigio internacional, poder económico, exportaciones, vias férreas, ciencia y tecnología entre muchos otros ítems. Con una industrialización creciente y salarios superiores a los europeos, lo que nos convertía en destino preferido de inmigrantes emprendedores de todo el occidente. De hecho llegaban por millones, prefiriéndonos a Estados Unidos porque se consideraba que en pocos lustros nuestra república llegaría al nivel de super-desarrollo del gigante del norte, con más las ventajas de un temperamento de calidez latina.

Aunque esto es Historia y los totalitarios suelen reconocerlo a regañadientes, se lo descalifica con el argumento de que “había mucha pobreza”.
Justifican así –sin mayor análisis- el órdago de insensateces que siguieron, despeñándonos de las alturas de potencia mundial en ciernes al deprimente sótano de indigencia y atraso en que nos encontramos. Golpes de Estado del más obtuso nacionalismo con la importación de ideologías corporativas nazi-fascistas que fracasaban en otras partes. Fomento del odio de clase y de la cultura de la obsecuencia. De la dádiva con dinero ajeno a través de políticas impositivas de corte suicida, sustitución de importaciones con subsidios al consumo general, ataques tributarios contra la productividad de los empresarios eficientes y mil indiadas atávicas más, prolija y tenazmente aplicadas por militares, peronistas y radicales durante décadas con los resultados en pobreza y exclusión hoy a la vista.
Hablar de la “gran pobreza” que había en la época del Centenario implicaría explicar antes de qué nivel de pobreza abyecta, aislamiento social, insalubridad generalizada o analfabetismo se había partido. De cómo venían creciendo los índices de ingresos y acceso al bienestar. De cómo la Iglesia y la gente exitosa financiaban poderosas instituciones solidarias. O del hambre, la miseria, la falta de oportunidades y la humillación de la que venían los millones de personas que bajaban de los barcos. Muchos de ellos agitadores socialistas que contribuirían a nuestro colapso.

Una mención aparte merece la comprobación de que a medida que aumenta la participación estatal en la economía, decrece la tendencia solidaria entre la población.

El crecimiento de los impuestos impulsó y acompañó nuestra decadencia durante todo este tiempo. A más impuestos, más rápida decadencia. El actual paroxismo apropiador de la clase política y sus clientes remata y confirma la conclusión.
A menos robo impositivo (todo lo que se extraiga a punta de pistola es un robo) más reinversión productiva, más consumo popular, más capitales aterrizando, más competitividad a nivel país, más empleos y creación de riqueza genuina para todos. Y por supuesto, menos burocracia paralizante, menos corrupción desmoralizante, menos resentimiento, odio, envidias, parasitismo social y violencias confiscatorias, síntomas todos de un orden social alimentado –adrede- con pulsiones cavernarias.

No hace falta un gran Estado, costoso y burocrático para hacer más rica a una sociedad. Hace cien años nuestro Estado era fuerte pero pequeño, ilustrado y austero. Y la Argentina un gran país, pleno de optimismo; de futuro.
En realidad no hace falta Estado alguno para generar abundancia, porque el Estado no genera ni produce nada.
Nos quita dinero por la fuerza (visualicemos que 1 kg. de pan, 1 lt. de nafta, 1 heladera o 1 camión incluyen en su “precio” algo así como un 50 % de impuestos) para proveernos servicios poco satisfactorios. ¿O alguien está conforme con la salud pública, el sistema educativo, la seguridad, la justicia, las calles, las tierras fiscales abandonadas, las aerolíneas, las jubilaciones, los planes sociales clientelistas o las petroleras que “tenemos”? La cantidad de dinero que nos sacan es inmensa.
Ciertamente nos sobraría para comprar los servicios necesarios cualesquiera que fuesen, eligiendo entre las mejores y más avanzadas opciones que un competitivo mercado ávido de nuevos emprendimientos nos ofrecería.
Si los impuestos fuesen cero, la potencia de nuestra economía familiar sería máxima. He ahí el camino.

Hoy las grandes potencias recorren un sendero inverso. Sería nuestra oportunidad, si supiéramos aprovechar sus crisis y su desorientación.
Hasta hace un par de generaciones, por ejemplo, la Iglesia como institución estaba unida y entrelazada al poder político. Una red de relaciones y mandatos de rango legal y constitucional potenciaba mutuamente los poderes eclesiásticos y gubernamentales sobre la gente.
Hoy en día vemos en cambio como evidente la conveniencia de la separación de la Iglesia del Estado.
Resultó bueno para el Estado y en especial para la Iglesia por múltiples razones.
Por idéntica lógica nos va llegando el momento de evolucionar también de primate hacia homo sapiens libre y soberano en la separación de la tierra del Estado, la separación de los negocios del Estado, la separación de la prensa del Estado, la separación de la seguridad y los temas militares del Estado, la separación de la educación del Estado, la separación de la economía del Estado y en general la separación del Estado de prácticamente todo.
Sencillamente porque ha demostrado ser venal, caro, innecesario, prepotente y muy peligroso.

“Es imposible introducir en una sociedad un mayor cambio y un mal mayor que este: la transformación de la ley en un instrumento para el saqueo” o también “La gente empieza a darse cuenta de que el aparato del gobierno es costoso. Lo que aún no ven es que el peso recae sobre ellos” sentencias ambas de Frederic Bastiat, insigne economista francés del siglo XIX.

Cipayos

Noviembre 2008

Definimos vulgarmente como cipayos a aquellos nativos traidores que eligen ser colaboracionistas de fuerzas opresoras de ocupación territorial.
Los ocupantes son percibidos como amos-parásitos cuyo objetivo es absorber en su beneficio las energías vitales del pueblo a través de pesados gravámenes y reglamentos sobre la producción local, deprimiendo los niveles de vida, libertad y desarrollo en general.
También llamados vendepatrias, los cipayos responden como tropa disciplinada a las órdenes de la jefatura violenta y aprovechadora que los compra con el dinero extraído de la propia sociedad que yace bajo sus botas.
Lo opuesto al cipayaje es la resistencia, o coincidencia de hombres y mujeres valientes que se arriesgan enfrentando la opresión y el saqueo en una lucha patriótica, por la libertad de todos.

Los enfrentamientos de la resistencia libertaria contra los cipayos opresores discurrieron con suerte disímil a lo largo de la historia.
La India de Gandhi y su resistencia no violenta contra los invasores del Imperio Británico, son ejemplo de un enfrentamiento con final exitoso: los ingleses se retiraron, dejando al pueblo hindú la libertad de elección.
Los campesinos e intelectuales rusos y su resistencia pasiva contra la colectivización de Stalin y su Imperio Soviético, son ejemplo de un enfrentamiento con final trágico: 62 millones de disidentes aniquilados y la continuidad del bárbaro experimento socialista degollador de derechos individuales, durante varias décadas más.

Es precisamente esta última ideología homicida la que nutrió a la revolución cubana, al Che Guevara y a las guerrillas armadas que asolaron nuestro país desde fines de los años 60. Las mismas que intentaron la implantación violenta de un “orden comunista” sin contacto alguno con la democracia republicana.
Cipayos del amo soviético, combatieron a favor de la abolición de la propiedad privada, la libertad personal de elección y el concepto de lo individual. Lo hicieron mediante el asesinato, el secuestro y el robo de bienes, tal como hoy lo hacen las FARC y otros grupos ferozmente anti-humanos, amigos de parasitar y esclavizar sin piedad a los que trabajan y producen.

Sus herederos y apologistas, hoy en el poder, continúan el intento de implantar en la Argentina (ahora de manera más gradual y disfrazada) un orden totalitario.
Se trata de un orden que busca acabar de una vez por todas con nuestro derecho a decidir o no “redistribuir” el fruto de nuestro trabajo a vagos, corruptos y mafiosos. Que busca acabar con el derecho de propiedad privada a través de expropiaciones como la impositiva o la previsional. O acabar con la libertad de elección: de sindicalizarse, dónde jubilarse, aportar para un sistema de salud, educarse con un mejor nivel o… elegir adquirir un auto nuevo (¡la mitad de su precio son impuestos!) entre miles de otras ilegítimas prohibiciones coactivas de facto.
Los soviéticos naufragaron hace 20 años en los horrores de su propia bilis de odio a la evolución humana pero sus cipayos locales todavía se baten contra la resistencia civil.

Se trata de infames y traidoras, como lo dice nuestra Constitución: “Los diputados y senadores no pueden conceder a la presidente de la Nación facultades por las cuales la vida, el honor o la fortuna de los argentinos queden a merced de gobierno o persona alguna, porque tendrán nulidad insanable y quienes las formulen, consientan o firmen, incurrirán en el delito de infames traidores a la Patria” (artículo 29). O el también tajante “La confiscación de bienes queda borrada para siempre de las leyes argentinas” (art. 17).

La siniestra fuerza ideológica del socialismo, tiene a sus mujeres y hombres al comando del Estado nacional.
Estos cipayos son los mariscales de un nuevo desastre que los argentinos pagaremos durante generaciones. ¡Cuando seguimos pagando las salvajes farsas populistas aún calientes de Cámpora, Perón, Isabel, Videla, Galtieri, Alfonsín, Menem, De La Rua y Duhalde!

Comandantes de este ejército de ocupación conformado por una atildada oligarquía de altos funcionarios, legisladores genuflexos, jueces comprados, pseudo-empresarios ventajeros, sindicalistas millonarios, punteros políticos, vagos envidiosos y piqueteros profesionales que viven de lo hurtado a la labor del prójimo. Prohijado también por periodistas, docentes e intelectuales que no logran madurar su resentimiento de adolescentes rebeldes… y por la ignorante claque de siempre, con el cerebro bien lavado por educación estatal-basura.

Toda una tropa de colaboracionistas, idiotas útiles y viles traidores a aquella Argentina poderosa y admirada del Centenario. La que pisaba fuerte en el mundo. La Argentina ante la que Europa inclinaba con respeto sus testas coronadas. Líder indiscutida de todo el continente, sólo superada por los Estados Unidos (mas encaminada a competir con ellos de igual a igual). La de los salarios superiores a los del primer mundo. Meca de millones de inmigrantes atraídos por un sistema de gran libertad económica y de empresa. Donde podían hacer dinero y prosperar trabajando limpiamente en lugar de sobrevivir en la pobreza como gusanos temiendo al Estado ladrón del esfuerzo ajeno, al monarca inamovible, al tirano y sus despreciables recaudadores.

La República Argentina que pudo, y la que podría ser.

Altísimos impuestos (gran parte de ellos ocultos en cada cosa que tocamos) y multitud de decretos, leyes injustas, reglamentaciones, ordenanzas y presiones indignas, sostienen a este ejército de esbirros vendepatrias firmemente en el poder. Succionando la sangre vital de nuestro pueblo. Lucrando sin escrúpulos con la pobreza y la ingenuidad de los sencillos para que todo siga igual. Para seguir comprando voluntades con las que mantener sus malhabidos privilegios.

La Argentina se hunde mientras los cipayos resisten, vendiendo nuestro destino, verdaderamente imperial, por un plato de lentejas.
Y cuidado. También son colaboracionistas quienes, aún de buena fe, se tapan los ojos, la boca, los oídos y callan por cobardía.

El Poder del Mito

Noviembre 2008

Una sufrida Argentina transita en estos años lo que probablemente sea el peor, el más ignorante y dañino gobierno de su historia. La segunda mujer presidente peronista está resultando más incompetente aún que la primera, lo cual ya es mucho decir.

Vivimos atrapados en una sociedad donde el saqueo de dineros ajenos es ley cotidiana convalidada por parlamentos serviles. Donde la delincuencia campea victoriosa, desde los despachos, baños y valijas de altos funcionarios hasta los monobloks de las “villas” en franca exaltación de lo indigno. Donde la respuesta oficial a las incontables calamidades causadas por el dirigismo anti-empresario es… más estatismo apropiador.
Y donde centenares de miles de ciudadanos honestos van profundizando sus ya serias dudas sobre la real utilidad para ellos y sus familias, del Estado y el sistema de la democracia tal y como están aquí planteados.

Tanto el desasosiego reinante como la fuerte sensación de estar mal encaminados como país, constituyen un entorno favorable a las reflexiones de fondo:
Cercanos al bicentenario, podríamos inspirarnos en los valientes patriotas de 1810 que, rompiendo las cadenas de un Estado ladrón y prepotente que los esclavizaba, crearon audazmente sus propias reglas más libres y justas.
Ciertamente nuestro país necesita hoy varios millones de patriotas de similar coraje: el interior profundo, el campo argentino y muchos otros ciudadanos de pie frente a los atropellos ya transitan ese sendero.

Entretanto, el poder del mito de la inevitabilidad del Estado-Mamá y su biberón clientelista es grande.

La explicación de la tolerancia de la mayoría a este sistema de “robo-con-violencia-de-baja-intensidad” en que se convirtió nuestra democracia (antes republicana) bien puede ser, por otra parte, simple resignación.
La mayor parte de las personas tiene el conocimiento vago e intuitivo de que el gobierno está gravemente implicado en el saqueo, el engaño y la depredación pero lo tolera, en la suposición de que también es solidario y altruista con los necesitados. Suposición esta, que falla al menos por tres lados:
Primero, porque nunca; jamás el fin justifica los medios y consentirlo es caer en la inmoralidad más explícita.
Segundo, porque los inmensos montos quitados a las personas en contra de su voluntad (la única diferencia entre un recaudador de impuestos y un ladrón es que el primero opera con una poderosa maquinaria por detrás apoyándolo) constituyen fondos que sus propietarios no reinvertirán, potenciando una expansión económica que crearía más y mejores empleos reales. Que contribuirían mucho mejor que la dádiva o el empleo público a mejorar la situación de los que hoy necesitan de la solidaridad y el altruismo. Y que estimularían a su vez el ingreso de capitales externos para todo tipo de fines productivos, realimentando un círculo virtuoso de riquezas.
Y tercero, porque ya deberíamos saber que los altos funcionarios no son seres moralmente superiores, sabios y desinteresados que se sacrifican por el bien de todos sino mujeres y hombres comunes, cuya principal motivación es su bienestar, el de sus familiares, amigos y de los muchos “socios y clientes” políticos que los ayudaron a encaramarse en esa situación de poder. Lo que garantiza que una gran parte del dinero “solidario” será redireccionado a discreción según les convenga, y que una gran parte del poder que ingenuamente les conferimos será utilizado para asegurarse regímenes de privilegio, obtener sobornos y diferencias económicas particulares.

Despertemos. No dejemos que nos sigan empaquetando.

El mito de lo inevitable y conveniente del Estado se sostiene en la antigua alianza entre “intelectuales” y políticos. Desde hace siglos, ideólogos y docentes amanuenses difunden entre las masas la creencia de que los dirigentes gubernamentales (el presidente, el rey, el déspota y su equipo legal etc.) son gente ilustrada y bondadosa que está allí por nuestro bien, que debe ser respetada y obedecida. O al menos que son inevitables y mejores a cualquier otra alternativa concebible.
A cambio de esto, el Estado les garantiza prestigio académico, puestos públicos en la burocracia, seguridad material y estatus. Desde allí pueden planificar “científicamente” la reingeniería socioeconómica más funcional al Gran Hermano político de turno.

Aunque no podamos desarmar al monstruo en forma inmediata, la verdad última es que no existe función del Estado que no pueda ser hecha por los individuos; el pueblo llano y trabajador con su sentido común, su iniciativa particular, su originalidad, su diversidad, su respeto por el prójimo y sobre todo, su innata dignidad.
Incluso servicios como los de justicia, salud, seguridad o educación que tan penosamente fallan a cargo del Estado desde hace décadas y más décadas a pesar de todos los esfuerzos en contrario, pueden ser prestados a menor costo, con mucha mayor eficiencia, honestidad y tecnología por la actividad privada. Con enorme ventaja para los usuarios de bien y mejores remuneraciones y oportunidades de progreso para los empleados de mérito.

Existe desde luego gente inteligente que ha estudiado en profundidad estos y otros casos de beneficio popular, arrojando al cesto de los tabúes primitivos el mito ruinoso que nos esclaviza.
Solo debemos confiar en nosotros mismos como comunidad inteligente, creativa, cooperativa y capaz.
No dejando que nos convenzan que somos y seremos una manejable majada de idiotas.

Repensemos con cuidado nuestro próximo voto ciudadano. Aunque se trate de uno en blanco.

Crisis

Octubre 2008

El gobierno nacional quedó alineado, como de costumbre, con el nutrido grupo de ignorantes y rezagados ideológicos que siguen sosteniendo los postulados de un socialismo anti-mercado superado por la Historia.
Desde esa lamentable vereda, se regodean con la crisis del norte en una actitud que provoca tristeza y vergüenza ajena, aunque no sorpresa entre los argentinos pensantes. Ese sacarse la careta desnudando las miserias del resentimiento y la propia incompetencia constituye, a estas alturas, algo totalmente esperable de la obtusa dirigencia que nos toca.

Desde luego, lejos está la actual situación de demostrar las “fallas del mercado libre” o el “fracaso del capitalismo” que tanto desean los totalitarios, la mala gente violenta y en general los que quieren vivir a costillas del prójimo.
Demuestra, en cambio, las fallas del estatismo dirigista que asfixia y entorpece (también en los Estados Unidos) la potencialidad creadora y la capacidad de acuerdos voluntarios útiles de los hombres y las mujeres libres. El dueño del colapso financiero es una vez más, claro está, el Estado. En este caso puntual, la admirada administración norteamericana.

La democracia intervencionista que campea en los países del primer mundo en general basa, y supone con notable candidez que las decisiones que toman los gobiernos provienen de personas mayormente sabias y bondadosas que persiguen el bien común.
Sin embargo y a poco que se observen las tendencias naturales en el comportamiento usual de cualquier ser humano, debería asumirse que no funcionan así las cosas.

Esta simple observación empírica... se alza como verdadera “madre del borrego” de la mayor parte de los problemas de nuestro mundo.
Existen y predominan grupos de lobby y de intereses particulares organizados por gente que consigue grandes ganancias a través de la acción del Estado. El interés individual lleva velozmente a la corrupción y a los negociados cuando las personas encaramadas en el gobierno, ejercen su control sobre los muchos resortes obligatorios y “legales” de una economía dirigista como la actual.
Se trata del mismo interés individual que, en un mercado libre, provoca la cooperación benéfica creadora de riqueza.

Los gobiernos, en verdad, generan un “desorden espontáneo” (digamos que no intencional) allí donde intervienen, cual verdadera mano invisible en negativo. El mismo acto de decidir algo para ser aplicado coactivamente sabotea la medición de las preferencias individuales, medición imprescindible para la toma de decisiones económicas racionales (vale decir, buenas para los ciudadanos-consumidores).

Los incentivos para ejercer una administración de gobierno orientada al bien de toda la sociedad, por otra parte, son poco convincentes y efectivos en el mundo real: cada funcionario estatal se encuentra motivado en primer lugar, por sus intereses particulares. Sus eventuales decisiones “sabias y bondadosas” pensando en el conjunto, no le producirían rédito alguno y los descreídos contribuyentes-votantes, cansados de ser burros de pago, tampoco premiarían su sacrificio en el nivel que sería necesario.
Es más; el contribuyente ni siquiera se enteraría.

La crisis que nos ocupa constituye un ejemplo más de los malos actos gubernamentales: la burbuja inmobiliaria causante del colapso en cadena, fue motivada por decisiones de la Reserva Federal (hace no mucho tiempo) de mantener la tasa de interés en el 1 % durante 1 año y de consentir complejas operaciones financieras contrarias al derecho de propiedad.

Esta falsa señal al público indujo decisiones económicas erradas en la adjudicación de créditos hipotecarios. Quedaba así sembrada la semilla del desastre: el intervencionismo en acción, provocando la “falla del mercado”.

El pésimo gobierno actual de los Estados Unidos (igual de intervencionista y dañino que otros anteriores) no nos exime de reconocer la existencia de disidencias y alternativas en esa sociedad. El precandidato republicano Ron Paul lleva años denunciando la crisis del sistema económico y los manejos de la Reserva Federal.
Proponía un programa basado en el gobierno limitado, la libertad de comercio, el no intervencionismo militar, la salida de EE UU de la ONU y de la OTAN, la amnistía de los inmigrantes ilegales e incluso la vuelta al patrón oro. Todo en línea con la Constitución de 1787 y las 10 enmiendas de la famosa Carta de Derechos de 1791, sentencias del más puro liberalismo libertario que hicieron de esa nación el faro económico y moral del planeta.

En nuestra Argentina, las malas decisiones del gobierno (altos impuestos distorsivos, precios controlados, prohibiciones al comercio libre, ataques al derecho de propiedad etc. etc. etc.) provocan también desde hace años, malas decisiones privadas en la asignación de recursos. Consolidando la tendencia hacia un panorama económico esquizofrénico que espanta inversiones de capital restando puestos laborales, mejoras salariales y productividad.

Cae entonces la competitividad del país junto con nuestra posición en el ranking global mientras sectores enteros de la economía (como el campo y la agroindustria) sacrifican inútilmente crecimiento en aras de una minoría de beneficiarios: políticos profesionales, empresarios amigos, sindicalistas acomodados y clientes de la dádiva estatal.
El mundo tiene suerte de que seamos una sociedad necia, periférica, atrasada e irrelevante que solo se cuece en su propia salsa. De otra manera hubiéramos sido causantes hace tiempo, de gravísimos colapsos económicos a la humanidad.

Intervencionismo

Octubre 2008

Últimamente muy nombrada la ONCCA es, por cierto, blanco de fuertes cuestionamientos por parte de los representantes del agro. Sabemos que se trata de un organismo del gobierno cuya función es autorizar los movimientos comerciales internos y de exportación de todo el sector. La sigla significa, justamente, Oficina Nacional de Control Comercial Agropecuario.
Las quejas apuntan hacia esta dependencia estatal, como culpable visible de serios entorpecimientos a la producción a través del manejo discrecional de premios y castigos, autorizaciones y prohibiciones o liberaciones y regulaciones reglamentarias sobre bienes privados a escala masiva.
Aunque no sea la única responsable de la insólita caída en las producciones de granos, carne, lácteos y especialidades regionales, ni de la increíble pérdida de mercados y competitividad que golpean duramente al motor más importante de la economía la ONCCA es, sin duda, otro instrumento “de manual” de nuestra economía centralmente planificada ( totalitaria o socialista).

Se justifica su existencia bajo el argumento del bien común de toda la población argentina: prohibamos la exportación de carne (por ejemplo) para volcar al consumo interno todo lo que hubiese ido afuera. La sobreoferta local hará caer los precios beneficiando a los más pobres. ¡Brillante! Claro que a mediano plazo los que producen terneros quiebran, salen del negocio o reducen su actividad (menos genética, tecnología de insumos, intensificación y cantidades). Queda entonces listo el escenario para un faltante del producto que conducirá a una escalada mayúscula de precios. ¿Importar carne? Imposible porque hasta en Uruguay los precios son (y serán) mucho más altos que aquí. ¡Afuera no comen vidrio!
Resultado: pan para hoy y hambre agravado para mañana. Conclusión: el tan meneado bien común resultó burlado. Procedimiento: la Gestapo totalitaria de la ONCCA dio por tierra con las garantías constitucionales de libertad de comercio y propiedad privada para someter por la fuerza bruta y el imperio del miedo a los productores. Decidió a su antojo sobre cupos de exportación o prohibiciones de faena desechando las señales del mercado (el mercado ganadero fue durante décadas ejemplo de transparencia y libertad en las transacciones privadas) y llevó a efecto, con soberbia, la clásica política peronista de intervención.

Burlar a los pobres hundiéndolos más y más mientras sermonean sobre bien común y distribución de riqueza es la actividad tradicional del populismo igualitario. Poco les importa el destino de los desgraciados que van quedando en el camino o la vergüenza de poner a nuestro país de rodillas también frente a nuestros vecinos, antes más atrasados que nosotros. Lo importante es que la ONCCA (y cada repartición del entero gobierno) sea fuente de privilegios, honorarios, comodidades y eventualmente fortunas logradas desde posiciones de poder que provean oportunidades de decidir a discreción... ¡sobre los bienes y libertades de otros, que a nadie han dañado, engañado ni robado!

Bien sentenciaba la genial Ayn Rand (filósofa, visionaria y escritora, 1905-1982) que cuando los que producen algo necesitan la autorización de quienes no producen nada, la sociedad puede considerarse perdida.

Retornando al pequeño ejemplo de la ONCCA, podríamos guardar la esperanza de un sablazo electoral justiciero (¿a cada Gestapo le llega su Nuremberg?) que invirtiese los términos.
Podría haber una ONACRG, Organización Nacional Agropecuaria para el Control del Robo Gubernamental, con poder de veto sobre cualquier intento de violar la Constitución avasallando la libertad de comercio o la propiedad privada. Intentos de robo cuya consecuencia directa son el freno de la producción, la detención de inversiones y aplicación de tecnologías conservacionistas, la pérdida de mercados de exportación, el aislamiento internacional, el impedimento a la creación y distribución de riqueza genuina mediante trabas estúpidas y el empobrecimiento del interior.

Naturalmente los muy altos impuestos (explícitos u ocultos) aplicados con especial saña contra el agro pero que también castigan a las demás actividades, constituyen un asalto a la propiedad no consentido por los contribuyentes ni permitido por la Constitución.
Junto con los palos en la rueda de dependencias burocráticas como la ONCCA, constituyen un freno extraordinario al crecimiento de nuestro país. Freno a la prosperidad de las comunidades provinciales, al aumento de remuneraciones a empleados de empresas que generen (sin tanta rapiña estatal) más riqueza. E incluso freno al aumento de ingresos al fisco, a través de impuestos “sensatos” como el de Ganancias, ya que las empresas ganarían más. Más empleo real, mejor pago y por derecha.
El actual ciudadano pobre del ejemplo que necesita carne vacuna barata para subsistir con su indigno plan social, con su salario o jubilación de hambre, pasaría a poder comprarla al precio normal de mercado. Como ocurre en el primer mundo. Como corresponde a sistemas sociales que avanzan hacia niveles de vida superiores.

La ONCCA es sólo un ejemplo. Detengámonos a reflexionar sobre lo que venimos avalando, voto a voto, como lo más conveniente para nuestra Argentina.

Políticamente Incorrecto

Septiembre 2008

Los argentinos tenemos una Constitución extraordinaria desde hace 155 años. Mientras su enunciado de derechos y garantías individuales fue letra viva, la Argentina progresó pero cuando aquello pasó a ser letra muerta, (desde hace unos 78 años y hasta el dia de hoy) la decadencia ganó la partida. Un trayecto parabólico de país inexistente a potencia número 7 del mundo y de allí nuevamente a país inexistente. ¿Nos sirvió? No. La Constitución, como queda demostrado en la práctica real contemporánea y por más inteligente que sea, no nos sirve. No tuvo éxito en proveernos suficientes salvaguardas contra los quintacolumnistas que, desde adentro, nos hundieron. Las personas que (aún suponiendo con inocencia la mejor de las intenciones) nos hundieron, pudieron socavar con legalidad aquellos enunciados constitucionales apoyándose en las reglas formales de la democracia.
Esta aseveración horroriza ya que casi todos toman como un hecho incuestionable el que la democracia es la forma ideal de “gobernarnos a nosotros mismos”. La meta definitiva del largo camino de la humanidad en busca de la convivencia social perfecta. No hay nada mejor. ¿O si?
En tal sentido Papá-Estado está siempre pronto al puñetazo rector sobre la mesa de los infantes al grito de ¡la democracia no se cuestiona! ¡prohibido pensar! ¡no hay opciones más que esto o la dictadura! Y es muy entendible que la clase política reaccione así en defensa de sus privilegios.

Porque al fin y al cabo ¿qué es tan fantástico en un gobierno de la mayoría? La mayoría puede ser tan dictatorial sometiendo a las minorías (y la minoría más pequeña es un solo individuo) como cualquier tirano.
La historia está llena a más no poder de ejemplos de personas -más pobres que ricas- explotadas por un gobierno de la mayoría.
Desde antiguo, los filósofos políticos descalificaron al sistema democrático bajo el argumento de que los demagogos usarían y alimentarían las pulsiones egoístas y apropiatorias de la mayoría con el fin de mantenerse en el poder. Tal presunción resultó absolutamente cierta. Como también la advertencia de que tales gobiernos podrían hacer “con justicia” casi cualquier cosa, con el solo requisito de que lo aprobase la consabida mayoría. Hoy resulta normal que las leyes dictadas por gobiernos populistas se acumulen como mera codificación de la injusticia porque su “derecho” es fiel expresión de intereses sectoriales y corporativos.
En palabras del patriota estadounidense Thomas Jefferson: desde tiempos remotos los déspotas utilizan una parte del pueblo para someter a la otra.

Eso si. Podemos votar. Mala suerte si la mayoría vota por quitarle a usted su dinero con la ilusión de repartírselo entre ellos. Su libertad consiste en votar por el candidato que le robe menos, aunque pierda una vez tras otra hasta quedar arruinado. Aunque la estadística demuestre que es más probable que muera camino del comicio a que su voto haga alguna diferencia. ¡Qué le vamos a hacer amigo, son las reglas!
Sin juicio previo ni derecho a defensa, la mayoría podrá castigarlo por vivir en este sistema, sacándole todo lo que crea conveniente a través de la inflación y los impuestos. Semejante penalidad monetaria de por vida difícilmente sería aplicada a estafadores y corruptos de la peor calaña, por corte alguna.

La democracia se basa en dos conceptos: libertad e igualdad.
Sin embargo tanto mujeres como hombres se sienten más atraídos por la igualdad, a la que entienden erróneamente como igualdad moral, de valor, de mérito y mental. El sufragio, que se cuenta pero no se pesa, ayuda a los ignorantes a imponer esta interpretación haciendo posible que cualquier inútil o delincuente resulte electo por una avalancha de votos.
No importa tanto que todos (aún los que no lo votaron) quedemos forzados a obedecer las órdenes insensatas del (o la) inútil, si “somos iguales”.
La libertad, por su parte, promete crecimiento personal y económico aunque con disciplina y sacrificio. Es el camino más gratificante... y el más difícil.
Evidentemente los límites de la democracia no son otros que nuestros límites como sociedad, lo que define como malo y burdamente ineficaz al propio sistema.
Otro grave problema es el inevitable fomento del profesionalismo político. Los funcionarios no buscan resultados a largo plazo con “visión de estadistas” sino resultados rápidos que los posicionen para el próximo puesto en la siguiente ronda electoral.
Su esperanza está en una mejor remuneración y más poder que los habilite con ventaja en el lucrativo negocio de conceder los “favores” estatales a cambio de votos o dineros.
Por desgracia, los resultados rápidos, mágicos, de efecto clientelista inmediato, muy rara vez favorecen al bien común de toda la sociedad, a la creación de riqueza genuina o a la elevación del nivel moral, intelectual y ético de la gente común.
Así planteadas las cosas, es obvio que el “secreto del éxito” de los políticos consiste en mantener el engaño encubriendo bajo la careta democrática el miedo a la libre competencia con que deben someter al pueblo, haciendo que combatan por su esclavitud como si fuese su salvación.

La verdad es que las sociedades crecen a pesar de los Estados y no gracias a ellos.

Saliendo de este momento de grave “incorrección política”, aclaremos que lo que debe esperarse de los argentinos correctos no es, por ahora, que se lancen al desguace de este modelo de reglas primitivas que nos sigue violentando como esclavos.
Es, si, aprovechar cada una de las escasas posibilidades que la democracia con su sistema de partidos nos ofrece, para combatir la corrupción y el avance de la melaza intervencionista en todos los frentes. Es defender sin “peros” la vigencia irrestricta de la Constitución Nacional, hoy seriamente bastardeada.
Es difundir desde la tranquilidad de una conciencia que despertó a la verdad sin cortapisas, el valiente credo de la libertad y de la no violencia.

Hombre Mirando al Norte

Septiembre 2008

Un antiguo aforismo asegura que para el navegante que no sabe adónde va, nunca hay vientos favorables.
Por fortuna, un número creciente de conciudadanos está levantando su vista del suelo y ahora otea el horizonte con creciente preocupación. Notan que el vendaval de cola del precio de los cereales está amainando. Con su ayuda hemos recorrido muchos kilómetros durante días y noches bailando bajo la cubierta. Consumiendo las viandas que había en nuestra bodega.
Pero... ¿dónde estaba el Norte?

El partido de gobierno con la presidente a la cabeza marcha otra vez en nerviosa procesión, a contramano de la Historia.
Millones la siguen por la escalinata descendente, ciegos a un futuro que ya nos cae encima como lápida. Un futuro que, por cierto, no se apiada de necios ni de ignorantes.
En la Argentina 2008 los que no saben adónde vamos, son legión.

La crisis hipotecaria de Estados Unidos y sus consecuencias sobre los mercados financieros marcan, probablemente, el fin de este ciclo de excepción. Una vez más el peronismo dejó a la Argentina parada en la estación y a sus habitantes varios escalones más abajo en el ranking mundial de nivel de vida.
Perdimos otra vez el tren. Otros 5 años de ineptitud y falta de visión, de lo peor del populismo demagógico, torcieron el brazo a la Argentina productiva forzándola a resignar más y más espacio a nuestros competidores. Desperdiciando con inteligencia cero un lustro de increíbles oportunidades de crecimiento sinérgico que nos hubieran colocado en ventaja y a las puertas del desarrollo.

Más allá de esta asombrosa irresponsabilidad “coyuntural”, sin embargo, la dirigencia gobernante sigue sin comprender dónde está el norte de mediano y largo plazo.
La interdependencia de los pueblos es cada vez mayor.
El comercio y los negocios, la banca y los servicios, las culturas y los códigos se integran a lo largo del planeta a velocidad de Internet. Crece una conciencia de humanidad global, un sentimiento de destino compartido, protección ambiental inteligente y de multiculturalismo imparable, al ritmo acelerado de las comunicaciones, la tecnología y los avances científicos.
La medida de la mejora en el nivel de vida de la gente se corresponde con lo que cada sociedad sea capaz de exportar, intercambiar, aprender y adaptar con eficiencia a su entorno de ventajas comparativas.
Las viejas fronteras nacionales crujen, incapaces de frenar los desplazamientos de bienes y personas, de arte y electrónica, de turismo y religiones, de idiomas y modas juveniles, de videojuegos e ingeniería genética. Y también de pobrezas innecesarias y riquezas al alcance de comunidades de ojos abiertos. Los gobiernos empiezan a verse superados por la rapidez de los cambios, con sus costosos reglamentos, prohibiciones y controles burocráticos muchos pasos por detrás del ritmo de adaptación social. Las necesidades van en avión y las instituciones en carreta. El fastidio de la gente con la inoperancia “oficial” en cientos de cuestiones diarias semeja el efecto gradual de una olla de presión con tapa roscada.
Los Estados-nación van por el mismo camino de obsolescencia y paquidérmica ineficacia que caracteriza a pesadas organizaciones inter-estatales como las Naciones Unidas, el Fondo Monetario o la OTAN. Los aguarda el mismo destino de los dinosaurios.

El mundo es uno solo y la especie humana también. Los retrógrados racistas que no comprenden que la globalización vino para quedarse, que todavía se oponen al intercambio libre y creciente, sostienen una causa perdida. Tan miope como ruin.
La nueva economía del conocimiento domina el nacimiento de esta era post-industrial. Las fábricas y las manufacturas siguen estando, claro, pero ocupan ya un segundo plano en el mapa del poder, la riqueza y la influencia de los pueblos.

Cabrán retrocesos parciales; dos pasos adelante y un paso atrás, pero la tendencia de largo plazo es (por suerte para los honestos) inmodificable.
Lo pequeño va prevaleciendo sobre lo grande, lo especializado sobre lo masivo, lo creativo sobre lo rutinario y lo libre sobre lo coercitivo tanto como la inteligencia sobre la necedad ideológica.
La diversidad crece, poderosa y fecunda. A la par, los derechos del individuo ganan en todos lados espacio e importancia a expensas del viejo igualitarismo obligatorio de los colectivistas, en un avance mental cualitativo de importancia incontrastable.
Hacia fines de este siglo, es muy probable que la interacción de tendencias como las arriba apuntadas nos haya llevado a la abolición de límites territoriales y Estados tal como hoy los conocemos. Será otro mundo, por cierto. ¿Estamos preparados?

Nada de esto se ha asumido aquí en profundidad y no existe plan alguno para alinear con visión de estadista a nuestra Argentina en las “reglas para el éxito” del siglo XXI. Al contrario. Es obvio que el tema supera a esta dirigencia, que tiene puesta la prioridad en sus finanzas familiares.

Nuestra sociedad sigue siendo capaz de adaptarse a lo que viene, pero no con este sistema de manos atadas a la espalda. Con la melaza socialista a la cintura no podemos competir en esta maratón, donde se juega la opción de que nuestros hijos dejen un día de ser esclavos trabajando duramente para burócratas y parásitos. Sean estos nativos o (en el futuro) extranjeros.

Nuestro Leviatán *

Septiembre 2008

Sacudamos nuestra modorra mental y seamos “políticamente incorrectos” derribando algunos tabúes. Al menos por un rato.

Ninguna invención humana como la institución del Estado ha sido tan mitificada, sacralizada, idealizada, reasegurada y machacada como inevitable e imprescindible.
Con ningún otro preconcepto se ha intentado un lavado de cerebros tan persistente durante tanto tiempo sobre hombres y mujeres procurando persuadirnos de su necesidad, en oposición a convenientes imágenes de caos, anarquía, depredación y salvajismo. Inculcándonos desde la más tierna infancia la “razonabilidad” de respetar y apoyar activamente la moralidad y supremacía del Estado.

Un dato objetivo -probado a través de la historia- es la tendencia natural del ser humano hacia la obtención de poder para asegurar la provisión de dinero con el que comprar placeres, lujos y honores.
En cualquier escala, a más poder, más dinero y satisfacciones.
Otro dato objetivo -y probado- es el reiterado logro de este objetivo por parte de minorías que lo consiguieron, aferrándose a superestructuras de dominio sobre una determinada (y arbitraria) área geográfica, conocidas comúnmente como Estados.
Un tercer dato objetivo es la evidente conveniencia que, para esa minoría, tiene el mantenimiento de esta superestructura que detenta el monopolio del uso de la fuerza, del dictado de reglamentos y del cobro de tributos en forma coactiva. Y del apoyo a las instituciones internacionales que reaseguran, “reconocen” y refuerzan la potestad de los miembros de la cofradía de naciones-estado para seguir usufructuando de sus rentables monopolios extractivos individuales.

La existencia del Estado es, así, perfectamente entendible y muy deseable para este grupo de personas inclinadas a vivir y prosperar a expensas del esfuerzo ajeno, manteniendo siempre (en un aceitado sistema de postas electorales) los garrotes en alto.

A caballo de estos datos reales, a esta altura del siglo XXI , del avance de la civilización y la decadencia de nuestra nación, cabe a la gente pensante el deber de “quitarse el chip” de la nuca. De abstraerse del estereotipo vulgarmente aceptado deteniéndose a reflexionar con independencia sobre esta cuestión básica. Cuestión que desde luego afecta en forma muy grave a nuestra Argentina actual pero afectará más aún a futuro la vida de nuestros hijos y nietos.

Saquemos a la luz del sol lo que todos sabemos y tragamos. El actual Estado-nación es un gigantesco peso muerto que obstruye el crecimiento económico, las libertades y los derechos civiles tanto como las soluciones eficientes y de sentido común en todas las cuestiones en las que interviene.
Nuestra patria constituye, en tal sentido, un perfecto “ejemplo de manual”. De cómo el crecimiento de las regulaciones y prohibiciones ad infinitum, del torniquete impositivo, del fascismo sindical, del “empresariado” corrupto y protecto-dependiente, de la “inteligentzia” cobarde (docentes, intelectuales, artistas, periodistas etc.) cobijada al calor estatal, del paleo-nacionalismo militar y de cómo el uso clientelista del hambre y la desesperación así provocadas, quebraron el espinazo de un gran país.

El Estado ha sido en verdad el enemigo común de la humanidad.
Es la mayor fuente de violencia, freno a la creación libre de riqueza y narcótico que desbarata la maduración colectiva, el cuidado ambiental y la cooperación voluntaria, a escala mundial.
Sus intelectuales-clientes han contribuido por siglos adoctrinando en la creencia de que sería traición o locura no respetar el “contrato social” (que nadie firmó) de obediencia al gobierno, al soberano legítimo. Banderas, condecoraciones, pactos solemnes entre algunos individuos, himnos, ceremonias y rituales vistosos, marcial defensa de fronteras -todas artificiales y xenófobas- físicas, raciales o culturales y tantos otros símbolos de división nacionalista, inculcados para revestir de legitimidad a la minoría beneficiaria.
Algún día la gente simple comprenderá porqué Albert Einstein definió al nacionalismo como “el sarampión de la humanidad”, una enfermedad ciertamente infantil.

Se dirá: pero ¿puede una sociedad funcionar sin Estado, sin soberano, madurando hacia la adultez sin ese papá sabelotodo mezcla de bonachón y golpeador?
La respuesta es que no solo es posible sino que ya fue demostrado en la práctica. Vaya para ello tan sólo un ejemplo real: Irlanda, el país que está hoy en boca de todos. Porque bajando decididamente los impuestos, derogando trabas burocráticas, liquidando sobrecostos laborales y dando relativa rienda libre a la iniciativa individual pasó de eterna cenicienta de Europa a tigre regional. Encabezando los rankings de crecimiento y prosperidad popular mientras se posiciona velozmente como nueva potencia emergente del mundo globalizado.
Tal vez no por nada los irlandeses se encuentren hoy camino al estrellato. Durante unos 1.000 (mil) años y hasta su brutal sometimiento a las armas inglesas en el siglo XVII , la isla de Irlanda prosperó sin Estado alguno. Constituyeron una sociedad sumamente compleja, erudita, civilizada y la más avanzada de la Europa de su tiempo. Unidos en comunidades voluntarias respetuosas de los derechos del prójimo, conformaban unidades territoriales delimitadas por la extensión de las tierras de sus integrantes, quienes eran libres de permanecer en esa comunidad o unirse a otra vecina. Una vez al año elegían a un representante religioso para que presidiera los ritos (pre-cristianos) y asambleas donde se decidían cuestiones generales. Dicho líder no era soberano de nadie, no podía dictar leyes ni impartir justicia siendo que la ley se basaba en un cuerpo de tradiciones transmitida por juristas profesionales, elegidos en cada caso particular por las partes en litigio. Las condenas se aplicaban a través de un sofisticado sistema de seguros, compensaciones, castigos y garantías privadas en el que todo ciudadano estaba comprometido so pena de ostracismo.
¿Qué tal esos celtas? Todo sin un gobierno coercitivo y territorial obteniendo sus ingresos por la fuerza mediante el monopolio de las armas.

Señoras, señores, tenemos al zorro dentro del gallinero.
Existen desde luego muy modernos sistemas alternativos estudiados por personas inteligentes que aman la no violencia, la libertad, la prosperidad, el mutuo respeto y la paz. Que ofrecen tecnología sin tecnocracia, crecimiento sin contaminación, libertad sin caos, ley sin tiranía y defensa de todos los derechos personales sin discriminación. El estatismo, el igualitarismo y la uniformidad compulsiva, la supremacía del Estado sobre el individuo... no son la única opción.

Optemos en cada decisión cívica y docente de nuestras vidas por no transigir con la violencia. A no aceptar en ningún caso la declaración de derechos que, para ser cumplidos, necesiten de la existencia de un grupo de personas explotadas a las que se obliga a proveerlos.

* Leviatán: monstruo bíblico devorador de hombres.

Educación Pública

Agosto 2008

Millones de alumnos sufren en estos días las consecuencias de reiteradas huelgas docentes en la provincia de Buenos Aires. Maestras y profesores protestan contra el gobierno por sus magros salarios, negándose a trabajar.

Nótese que casi nunca los reclamos son por los contenidos o por la cantidad de días de clase.
Cualquiera puede observar el grave déficit en la enseñanza de valores (honestidad intelectual, cultura del trabajo, respeto del derecho ajeno, responsabilidad individual frente a la decadencia argentina etc.). O en la duración de nuestro ciclo lectivo en comparación con las sociedades de civilización avanzada a las que deseamos emular, alcanzar y superar.
Las quejas se centran en la incapacidad del Estado para resolver la ecuación económica que logre sueldos atractivos y jubilaciones dignas para los trabajadores de la educación.
Un mantra con visos de autismo, que se repite desde hace décadas porque quien pretende resolver el problema (el Estado) es precisamente el problema.

Los impuestos que nos quitan contra nuestra voluntad han tenido una tendencia creciente y se encuentran en la actualidad en niveles muy elevados para toda la población, cualquiera sea el modo en que se los mida (un obrero entrega más del 33 % de sus escasos ingresos entre impuestos explícitos y ocultos; un comerciante, más del 51 %).
Aún así, el dinero no alcanza para pagar a los docentes lo que con justicia merecen. ¡Ellos son sólo uno de los incontables gastos del Estado, que de por sí arrastra enormes deudas y déficit operativo crónico!

La respuesta peronista provincial será, una vez más, aumentar la presión tributaria (ya están pensando subir aún más los Inmobiliarios urbano y rural) además de aprovechar a fondo el impuesto inflacionario creado por el gobierno nacional.
Es una mala respuesta porque la Argentina que todavía produce se encuentra próxima al estallido de una rebelión fiscal y no parece dispuesta a seguir con una escalada de aprietes y exacciones que nos acerque cada día más al “paraíso” castrista.

La respuesta inteligente es que los docentes deben cobrar más que la pequeña mejora que les ofrece el Estado, y los ciudadanos contribuyentes deben tributar una menor proporción de sus ingresos. Y que al cabo del tiempo, los maestros y profesoras con mayor vocación, preparación y eficacia en la enseñanza cobren mucho más mientras que las personas que no utilizan el servicio educativo, no paguen nada. ¿Es posible? Desde luego. Pero antes debe entenderse algo: como en casi todos los problemas sociales, el Estado es el impedimento; el gran estorbo, el gran ladrón que impide por la fuerza de su codicia y estupidez las mejoras en nivel de vida y oportunidades, sobre todo, de los que menos tienen.

El sistema actual, maniatado entre un anticuado “estatuto docente” y la “máquina de impedir” estatal con su fárrago reglamentarista, se hunde haciendo agua por todos lados.
La otrora ejemplar educación argentina se ahoga en un mar de atraso tecnológico, precariedad edilicia, escasa oferta diferencial para padres que quieren “otra cosa”, salarios indignos, planteles burocratizados, colegios privados anémicos y subsidiados, programas desactualizados con respecto a un planeta que se globaliza velozmente al compás de la moderna economía del conocimiento y otras mil rémoras.

Es hora de salir de este pantano de sesenta años, saltando hacia un futuro creativo, poderoso, original, donde nuestra patria vuelva a marcar el paso adelantándonos al resto del mundo.
Para relevar al Estado de obligaciones que no sabe, no debe ni puede cumplir habría que acordar un plan gradual de algunos (pocos) años con objetivos como:

a) Transformar cada escuela pública posible en una institución privada de tipo cooperativo, donde el plantel directivo y docente asuma todas las responsabilidades, decisiones empresariales y de oferta educativa que considere más apropiadas. Incluyendo las de fijar su directorio, sus propias remuneraciones o decidir sobre sus sistemas de seguridad social, salud y agremiación.

b) Bajar del presupuesto educativo (tanto a nivel nacional como provincial o municipal) las importantes partidas relativas a todo el gasto burocrático y operativo que ahorre la reconversión citada. El Estado sólo fiscalizaría que se cumplieran contenidos básicos de mínima.

c) Con el presupuesto disponible así fortalecido, repartir todo el dinero, mensualmente, entre los padres cuyos hijos dependan total o parcialmente para su educación del sistema público, mediante algún sistema de pago electrónico que no pueda usarse con otro fin.
Los padres podrían elegir en qué institución inscribir a sus hijos, aplicando el crédito mensual al establecimiento que mejor interprete sus ideales, sean estos de tipo cultural, idiomático, religioso, ideológico, étnico etc.
El crédito podría ser considerable, dándose las condiciones descriptas. De tal manera, la misma escuela que antes dependía del gobierno, con los mismos alumnos de antes, dispondría de un mayor ingreso mensual ahora libremente administrado por sus nuevos dueños.

d) Las cooperativas tendrían libertad para fusionarse o asociarse entre sí o con instituciones de otros países, estableciendo convenios y proyectos de todo tipo con fundaciones filantrópicas, universidades, empresas comerciales o bancos y organismos argentinos o extranjeros a criterio de su dirección.
Con creatividad aplicada a pedagogías de punta, investigación, inserción laboral o universitaria. Decidiendo también sobre los programas de estudio, más allá del mínimo establecido.
Sacudidas las obsoletas trabas operacionales y programáticas tanto como las paralizantes regulaciones sindicales, una enorme cantidad de escuelas básicas, medias y superiores pasarían a ser rentables, compitiendo por los alumnos, posibilitando fuertes mejoras salariales y buenas ofertas laborales con prestigio jerárquico para los docentes que tengan vocación de progreso.

e) La mayor parte de estas nuevas instituciones estarían en condiciones de abonar al Estado un moderado alquiler por las instalaciones originales, fondo que el gobierno aplicaría para subsidiar aquellas escuelas que por motivos de distancia, pobreza o escasa cantidad de alumnos no pudieran financiarse solas.

Resulta lógico presumir que un gobierno con el coraje de poner al sistema educativo en una senda de avanzada como esta, también lo tendría para liberar las enormes energías creativas de nuestra nación en otros órdenes, como el económico, o de los sistemas judiciales y de seguridad por ejemplo.

Una Argentina que rompa las cadenas de sus temores adolescentes y se lance a un crecimiento explosivo, como sin dudas podría darse en el actual contexto internacional, generaría y distribuiría riqueza y bienestar a una escala asombrosa.
En ese marco, el aporte Estatal al presupuesto educativo disminuiría muy rápidamente a medida que los padres dejaran gradualmente de necesitar el crédito escolar y empezaran a pagar por sí mismos una buena educación para sus hijos al costo real de mercado, como ocurre hoy con los mejores colegios privados.
Eso sería, a años luz de lo actual, verdadera “igualdad de oportunidades” para todos.

Divididos

Agosto 2008

Al igual que muchos otros pueblos -aunque impiadosamente visible tras la rebelión fiscal de Marzo- los argentinos estamos divididos.
De la boca para afuera la división es tenue; casi cuestión de detalles superficiales. Pero dentro de nuestras conciencias, la verdad sin anestesia es muy diferente.

En apariencia, salvo antisociales y dementes, todos están de acuerdo en aspirar a un modelo de país donde impere en serio la no violencia, el respeto al prójimo, a su propiedad, a sus opiniones y a su libre elección de forma de vida. Con libertad de comercio, de prensa y de circulación. Que haga fácil y generosa la solidaridad constructiva con los menos favorecidos tanto como el cooperativismo social y de negocios. Que logre afianzar la sensación general de que todo delincuente recibirá sin excepciones el castigo que se merece. Donde el trabajo honesto vuelva a ser paradigma ético y sinónimo de progreso económico.
Y que con todo eso en vigor, asegure para quien lo desee una educación de excelencia, un sistema de salud moderno e inclusivo y una seguridad social de largo plazo con fondos a salvo del saqueo estatal, tan solvente como justa y atractiva para quienes con sacrificio realizaron sus aportes.

Las diferencias de opinión acerca de estas aspiraciones básicas son, como dijimos, de detalle o de forma. Todos dicen querer esto.

Los argentinos, sin embargo, se dividen en dos clases de personas. Por un lado están quienes desean realmente vivir con honestidad de su trabajo, respetando los derechos del semejante sin engañar, trampear ni robar y renunciando a iniciar forma de violencia ni amenaza alguna contra quienes no los agredan. Sin importar por qué partidos o candidatos hayan votado en el pasado, este grupo reúne a la mayor parte de la población. Mujeres y hombres de conducta honrada, respetuosa, pacífica, sensible al dolor ajeno y con un recto sentido de lo que es ético, de lo que es moral y de lo que es justo. Son la “gente buena”, que todos conocemos.

Y por otro lado está la minoría de quienes no lo desean.
Estos últimos aspiran de palabra al modelo social aceptado por todos y descripto más arriba pero no aceptan en su fuero íntimo renunciar a vivir del esfuerzo de otro, a engañar, trampear, robar o amenazar con la violencia a quienes no los han agredido, para conseguir sus objetivos por la fuerza. No aceptan respetar los derechos del prójimo (en especial el de propiedad) ni su libertad de elegir con cuánto desean contribuir para sostenerlos, sin trabajar en algo que sea productivo para la sociedad.
Se trata de mujeres y hombres que no se atreven a confesar en público sus malas intenciones, ni a apoyar el revólver contra la nuca de un comerciante. Utilizan en cambio el cuarto oscuro a modo de arma para elegir a los sicarios que ejercerán coacción y robo en su representación. Amparados en el anonimato procuran dar rienda a sus deseos, vicios, conveniencias, odios y en ocasiones al acceso a fortunas, a costillas del duro trabajo productivo de otras personas.

Pisoteando preceptos constitucionales clarísimos, esta minoría lo ha logrado una y otra vez en Argentina con breves excepciones durante los últimos 78 años.
Los resultados están a la vista. Nuestra nación está hoy vencida, de rodillas frente a un mundo que nos pasa por arriba riéndose entre dientes de nuestra ciega estupidez.
Ha sido posible mediante el accionar inescrupuloso de algunos militares, intelectuales, mafiosos con grupos de choque, pseudo-empresarios, pseudo-educadores, vividores políticos profesionales, artistas o deportistas que oficiaron de “idiotas útiles” e incluso de religiosos. Grupos relativamente poco numerosos pero con gran ascendencia sobre la “gente buena”. Con dinero, prestigio, autoridad en algún tema, posiciones de poder o bien con cruel inteligencia y facilidad de palabra para convencer a millones de mentes sencillas sobre la “conveniencia” de votar su sistema. El sistema populista que les aseguró siempre (a ellos y a sus clientes) posiciones de ventaja. Porque las personas que en su fuero íntimo no quieren dejar de agredir a los honestos son las que viven de la mayoría trabajadora mediante subsidios e impuestos a discreción, ventajas monopólicas, prohibiciones selectivas, inmunidades legales de facto, jubilaciones o salarios de privilegio, nepotismo y las más amplias posibilidades de corrupción. Quedándose con el agradecimiento popular sobre caridades realizadas con dinero ajeno, para tapar desaguisados que les son propios. Y lo que es peor: hundiendo cínicamente a la República Argentina entre mendacidades, obcecaciones e irreparable pérdida de oportunidades, entre otros graves errores que bien podrían calificarse como verdaderos crímenes de lesa patria.

Superar esta división obligando a ganarse el pan a los deshonestos que frenan nuestro despegue es un objetivo cívico de primer orden. Desenmascarar ante la gente buena y sencilla a los aprovechadores que se turnan para succionar sus energías vitales empujándolos a la pobreza como frutas exprimidas, un deber patriótico ineludible.

Terrorismo Intelectual

Julio 2008

Lenta y solapadamente va cundiendo en la opinión pública una interpretación torcida de conceptos complejos como redistribución de la riqueza, combate a las diferencias de ingresos, inclusión social con crecimiento, reparto equitativo de la renta o el más básico los bienes del país son de todos.
No es necesario ser perspicaz para identificar un claro terrorismo intelectual de Estado ejercido hoy como estrategia de ataque a la propiedad, orientada a un paciente lavado de cerebros.
Se la lleva a cabo desde diarios y editoriales varias, estrados judiciales, universidades, televisión, escuelas, manifestaciones musicales y visuales, desde la Iglesia e incluso desde organizaciones empresariales. Estrategia que consiste en confundir a mentes poco avisadas con la infantil y pegadiza idea de que el Impuesto decidido por mayorías es la herramienta irreprochable, y el reparto a discreción del dinero obtenido, la faena natural del gobernante.

Las enseñanzas de Milenios de pobreza, violencia sobre el manso, miedo y sojuzgamientos; más siglos de dura experiencia en la evolución de la ciencia económica y del respeto por los individuos y décadas de arrollador avance tecnológico y productivo son arrojadas por la borda en esta Argentina que involuciona en majada hacia un simplismo lobotomizado.
Porque la faena de los gobernantes (si asumimos querer ser no violentos, respetuosos del prójimo, honrados y tolerantes) de ningún modo es quitar dinero a mansalva y obstruir libertades económicas por la fuerza para repartir dádivas, desgravaciones y subsidios con los que controlar votantes o funcionarios. Ni propiciar obras que dejen cometas, beneficiar a “empresarios” amigos del poder o estatizar funciones y empresas con cargo al Tesoro nacional, entre mil y un ejemplos de nuestra diaria realidad.

Su faena legítima, la única que justifica de alguna forma su existencia es sostener con férrea determinación la seguridad jurídica bajo el imperio de la Constitución, usar la fuerza para defendernos de la delincuencia o de agresiones externas y proporcionar una base subsidiaria de asistencia, salud y educación públicas, manejándose con estricto control y austeridad republicanos. Ya que dejando a un lado prejuicios primitivos y prestando acuerdo a una vieja sentencia, a pocos escapa que todo lo que el gobierno hace puede ser clasificado en dos categorías: aquello que podemos suprimir hoy y aquello que esperamos poder suprimir mañana. Y que la mayor parte de las funciones gubernamentales pertenecen al primer tipo.

Un gobierno pequeño pero honesto e inflexible en el cumplimiento de aquellos deberes esenciales garantizaría todo lo que el actual gigante, obeso de matonismo, corrupción y voracidad no logra: inversiones en enorme escala, re-inmigración calificada, fuerte innovación y creatividad empresarial, inserción exitosa en lo mejor de la globalización, multiplicación geométrica de nuestras producciones y saldos exportables, grandes aportes privados orientados a educación, capacitación laboral e investigación de punta y lo mejor de todo: reducción rápida y absoluta de pobreza y desocupación a través de trabajos reales (no subsidiados) con salarios de primer mundo que construyan la dignidad perdida, para millones de jefes de familia.

Más sociedad creando riqueza y menos Estado esterilizándola. Más reinversión y menos apropiación. Más libertad de comercio y menos regulación paralizante. Más confianza en la capacidad argentina y menos odio prejuicioso. Más apuesta a la moderna economía del conocimiento y menos fichas para sistemas de gestión paleolíticos que vienen fracasando desde hace tres cuartos de siglo. En suma, más propietarios y menos proletarios.

Sólo entonces comprobaremos que redistribuir riqueza significa reinvertir las ganancias en la propia comunidad. Que las diferencias de ingresos no tienen la menor importancia mientras el progreso económico sea evidente en todos los estratos sociales. Que la inclusión social con crecimiento únicamente se consigue dentro de una economía libre, impetuosa en la generación de dinero honesto. Que el reparto equitativo de la renta se corresponde con el reparto equitativo del mérito, la capacitación y el esfuerzo personal dentro de un sistema que premie al que trabaja con limpieza y repudie al que viva del tráfico de influencias sin producir nada. Entonces tendremos en claro que ni la tierra ni las empresas son “de todos” sino que son de sus legítimos propietarios, que pagaron por ellas y que por ellas tributaron ingentes cantidades de billetes en beneficio de toda la sociedad.
Atacar el derecho de propiedad privada como hoy se lo ataca en nuestro país implica serrucharnos las piernas, impidiéndonos descontar la distancia que otras sociedades nos sacaron.

Pueblos como el nuestro, que se creen inteligentes, acotan los derechos de propiedad rebanando la renta empresaria más eficiente para subsidiar el consumo y la sustitución de importaciones. No así los pueblos inteligentes.
No otra es la explicación a las diferencias en nivel de vida que se observan al cabo del tiempo, entre países como Nueva Zelanda y Uganda.

Estado

Julio 2008

Resulta aleccionador para muchos el hecho, hoy claramente visible, del avance del Estado sobre vidas, ahorros y propiedades. Vuelta tras vuelta, la tuerca colectivista va desangrando nuestra libertad de comerciar, de “ejercer toda industria lícita” o de disponer de nuestro patrimonio entre muchos otros atropellos. Exigiendo a grito de orden y golpe de vara un genuflexo alineamiento, indigno de hombres y mujeres libres.
La violenta trituradora impositiva. El control cada día más cerril del movimiento de los negocios privados. La adscripción del gobierno y sus clientes a la regresiva (y delincuencial) teoría de expropiar la renta a quienes la ganaron trabajando y arriesgando su capital, para mantener parásitos y enriquecer “empresarios” avivados, alimentando el reparto discrecional más corrupto. El vil propósito de someter y disciplinar al independiente a través de subsidios o amenazas. La turba del gulag stalinista otra vez intimidante con sus trapos rojos en alto. El antifaz de una democracia reducida a cáscara hueca y cartón pintado.

Todo está cruelmente a la vista. Caminamos hacia nuestro propio paraíso totalitario. Y su consecuencia: los más desprotegidos son condenados sin piedad a la hoguera de un estatismo obtuso, polvoriento de desactualización que frena la reinversión de las ganancias empresarias o el ingreso de capitales, dinamita la competitividad nacional y corta las piernas a la innovación productiva de los argentinos. Únicas puertas de salida a su pobreza. Únicas puertas de ingreso a su prosperidad.

Resulta aleccionador para muchos porque este nuevo desaguisado en proceso abre la cabeza a reflexiones superadoras, a pensamientos más elevados -y hasta utópicos- que pueden obrar como estimulante con la mirada puesta en un futuro mejor. Alejándonos con la mente del actual marasmo socialista y del reverso de su moneda: el Estado vampiro, que se nutre de la energía social.

El verdadero rostro de este succionador de sangre es el de la calavera. Los Estados causaron durante el siglo XX un total de 207 millones de muertes: 30 millones en guerras internacionales, 7 millones en guerras civiles y 170 millones de personas aniquiladas por oponerse a los designios de los gobernantes. De estos últimos, 62 millones en la Unión Soviética, 45 millones en China, 21 millones en Alemania y 42 millones más en diversos puntos del globo (“trabajos” como los del Che Guevara con Castro, Pol Pot, Idi Amín, Mugabe, Milosevic etc.). Los afortunados que conservaron la vida debieron sufrir y sufren, por su parte, expoliación, sumisión, opresión y temor constante.

El Estado ha sido hasta hoy (y lo seguirá siendo), la máquina de matar, robar y oprimir más perfecta y efectiva.
Cuidado: el terror es la naturaleza misma de la revolución socialista y nuestro gobierno ha demostrado ser particularmente afecto a esta cobarde “herramienta”. Preparando pacientemente el sitio con un socialismo a medias para que otros –o ellos mismos- vengan luego a aplicarnos un socialismo completo. Por las buenas o por las malas.

Lo correcto, lo no violento, lo justo, avanzado y pacifista consiste en empezar por impugnar la existencia misma del Estado, un mal innecesario y peligroso que inicia las agresiones de modo sistemático. Agresiones (económicas, por ejemplo) contra quienes no dañaron ni agredieron a nadie. En realidad no se trata sino de una banda de aprovechadores afianzando su bienestar y seguridad a través del expediente de restringir la libertad y la propiedad de los demás. Una mafia -con su propio blindaje legal y códigos de lealtad- que detenta el monopolio del uso de la fuerza y, claro, del cobro de impuestos.
Porque, señores, quienes están en el gobierno no son más que seres humanos. Hombres y mujeres comunes y corrientes. Con los mismos defectos y deseos de todos. De ningún modo abnegados superhéroes o santos y santas con una moral superior al resto. Tampoco especialmente inteligentes. Ni siquiera conocen bien su trabajo.
Igual que cualquier obrero o empresario, el alto funcionario aspira a llevar su bienestar tan lejos como pueda. La diferencia está en que el obrero y el empresario no pueden recurrir al uso de la fuerza ni a promesas que queden incumplidas. Ellos deben afrontar a diario la aprobación del gerente y de los clientes, satisfaciendo sus expectativas.

Los estatistas, por su parte, tratan de hacernos creer que la democracia tal como está planteada es la competencia en el mercado político. Mas la competencia es buena sólo en la producción de bienes, no de males. La competencia para elegir al mejor delincuente, asesino o mentiroso nunca beneficia a la gente honesta y trabajadora.
Las elecciones, así, son una gran mascarada donde los políticos subastan anticipadamente entre sus clientes, los bienes que robarán a otros cuando accedan al poder.
Claro que la ficción de que todos traten de vivir a costillas del prójimo revela su falsedad en el hecho de que nueve de cada diez de estas promesas de ventaja fácil queden sin cumplir. Y que la décima beneficie casualmente a los gobernantes y sus “amigos”.

El camino de toda persona libre, bienintencionada y pensante es el que conduce a nuestra sociedad hacia las metas de un Estado mínimo primero y de ningún Estado en absoluto al final. Final utópico que podría no llegar pero que sirve como fuente de luminosa inspiración.

Ausencia de Estado monopólico no significa anarquía, ciertamente. Muy por el contrario, supone el perfeccionamiento gradual de estructuras de ordenamiento cívico en red, mucho más justas y democráticas. Grandes redes de contratos voluntarios. Interconectadas, complementarias y compatibles en todas direcciones, que vayan desarrollándose a lo largo de años o décadas en un marco de evolucionado respeto a la propiedad e iniciativa privadas. Ofreciendo servicios de todo lo que la gente necesite a medida que el Estado deje libre el vasto campo de acción que nunca debió ocupar ni corromper.
Oferta de servicios que proveería rápidamente y con lo mejor de la iniciativa mundial a la exigente demanda social de seguridad, justicia o educación, por ejemplo. A costos inferiores a los que provee el ineficiente y coercitivo Estado actual, que los cobra a través de pesados impuestos cargados sobre cada cosa que tocamos. Generando en poco tiempo una riqueza explosiva, con inversiones que centupliquen las actuales y una asombrosa distribución de beneficios en trabajo, salarios, innovación y oportunidades.
Con la tecnología de sistemas actualmente disponible podrían prosperar redes de comunidades “autónomas” (virtuales o no), integradas voluntariamente a toda la oferta de bienes y servicios que sus integrantes consientan. Incluso comunidades socialistas donde sus integrantes (presuntamente todos los que hoy se dicen progresistas) compartan solidariamente sus propiedades, ahorros y libertades viviendo sus convicciones sin robar ni agredir a nadie. ¡La no violencia en acción!
No hay guerras, opresiones ni bravatas amenazantes cuando no hay Estado que pueda costearlas con plata y sangre ajenas. Porque aventuras fútiles y costosas como esas difícilmente hallarían financiamiento voluntario, excepto en casos de prevención y defensa frente a agresiones reales.

Tal el breve pantallazo de un futuro posible sobre el que muchos hombres y mujeres inteligentes vienen trabajando desde hace tiempo. Tal la enorme distancia que debemos acortar. Tal el norte que debe guiar, desde la educación de nuestros hijos al cumplimiento de nuestras actuales obligaciones cívicas. Tal el concepto más civilizado de las palabras libertad y responsabilidad.

El siglo que pasó (donde permanece anclado nuestro gobierno) ha sido del poder estatal, de los Hitler, Stalin, Castro; del dominio que surge del fusil. Con menos confusión mental y un poco de suerte, el siglo XXI puede ser el siglo del hombre libre.

La Verdad Desnuda

Junio 2008

La actual crisis del gobierno, enfrentado a la rebelión fiscal del sector más competitivo (y más cargado de impuestos) del país y a la “rebelión de los mansos” por hartazgo ciudadano ante el matonismo, está actuando como revulsivo mental sobre millones.
Preguntas que pocos se formulaban, están hoy en la reflexión íntima de todos los argentinos. Tanto de los honestos como...de los que apoyan el par coerción y apropiación.

¿Hasta dónde es lícito, moral... inteligente, sacarle la ganancia reinvertible de dinero -por la fuerza- a alguien que lo gana trabajando honestamente para “redistribuirlo” a quien no lo ganó de esa manera? Y aún así ¿La enorme comisión de esa transferencia, lo que se quedan los políticos (para todos los fines que ya conocemos) y la burocracia, es admisible? Y aún así ¿ Es ético, republicano... ecuánime, quitárselo a un solo actor económico y antes de que empiece a pagar los mismos -muchos y muy altos- impuestos que todos los demás?
Este prepotente modelo del Robin Hood socialista ¿condujo a algún país al Primer Mundo brindando empleos dignos y bien pagos a los más pobres? ¿Por qué no quitar también la “ganancia extraordinaria” a los hoteleros de Calafate, a los arquitectos de los barrios cerrados, a los industriales autopartistas o a los comerciantes de electrodomésticos? O a todos los que ganen más allá de lo “suficiente”. ¿Es este un razonamiento correcto o más bien producto de nuestras pulsiones más ruines y autodestructivas?
La Constitución Nacional a la que juró ceñirse el gobierno como condición o “contrato” para que todos lo respetemos, ¿tiene algo que decirnos acerca de estas cuestiones?
Contestar a estas preguntas sería una afrenta a la inteligencia de los lectores. En el silencio de su conciencia, todo argentino o argentina de bien conoce las respuestas y sabe de qué lado está nuestro eje del mal en este gran conflicto de fondo.

Dejemos de lado que sumando todos los impuestos un agropecuario eficiente está entregando alrededor del 80 % de sus ingresos al Estado. Y que su “ganancia extraordinaria” queda en verdad repartida a lo largo de toda la cadena de valor que va del potrero a la góndola. Y que nuestros gobernantes demuestran a cada momento su ignorancia respecto del complejo negocio de riesgo del agro, de su avanzada y costosa tecnología o de su inmensa diversificación. Dejemos de lado todas las mentiras, maniobras y obcecaciones adolescentes de un Poder Ejecutivo mendaz, soberbio y retrógrado como pocos en nuestra historia. Dejemos todo de lado porque el revulsivo mental que es su consecuencia, empieza a corrernos el velo de los ojos.

La verdad desnuda es que las retenciones son un robo. Violan la equidad tributaria y suben la presión a niveles incompatibles con la vigencia del derecho de propiedad privada. Las víctimas de esta iniquidad ya contribuían con muy elevados impuestos “normales”, a nivel de los más altos del mundo.
Si 10.000.000 de personas se ponen de acuerdo en redactar una ley que confisque los bienes de 1 sola persona, sigue siendo un robo. Igual que si 10 ladrones interceptan en la calle a 1 señora para quitarle su cartera. La cantidad no modifica la calificación porque el principio es universal y porque el fin no justifica los medios.

No corresponde “acordar” la reducción de un par de puntos sobre el botín del robo ni coparticiparlo en modo alguno. Simplemente es dinero de los productores y es a ellos a quienes corresponde decidir su “redistribución”. Decisión que será, como siempre, la de reinvertirlo en sus comunidades creando real actividad económica y más trabajo mejor pago. Tributando más impuesto a las ganancias, si corresponde. Y aumentando los ingresos de otros ciudadanos que pagarán a su vez más impuestos, esta vez por derecha.

Lo único que corresponde acordar es un cronograma que lleve esta violación constitucional a cero, comprometiendo con republicana severidad a la presidencia en el desguace de todo el jurásico modelo de precios falsos, subsidios cruzados y salarios indignos que provoca la asfixia de la caja estatal con la consiguiente compulsión al saqueo y al atropello. Siguiendo los ejemplos no ya de Nueva Zelanda o Estados Unidos sino los más modestos de Uruguay o Brasil cuyas economías en fuerte crecimiento sin retenciones no provocaron, que se sepa, la muerte por inanición de sus poblaciones. Precisamente lo contrario, como cualquiera puede comprobar.