Elecciones 2007 - Otra Óptica

Noviembre 2007

Sin pretender más que una mirada superficial sobre el ítem electoral de nuestro sistema representativo, republicano y federal caben por cierto algunas reflexiones.
Redondeando cifras, teníamos un padrón (habilitados para votar) de 27.090.000 personas.

De este total hubo 7.637.000 (más del 28 %) que no se presentaron a hacerlo, a pesar de que en Argentina constituye todavía una obligación cuyo incumplimiento está penado por ley.
1.187.000 fueron los votos en blanco (mayormente), anulados o impugnados sumando a lo anterior otra enorme cantidad de ciudadanos disconformes con el sistema.
La suma de todos ellos ¡ constituye más del 32 % del padrón electoral !
Las causas de esta abstención consciente pueden ser varias (enfermedad, distancia etc.) pero primó un claro desinterés por la cosa pública en una enorme mayoría de esa gente.

Los sondeos de opinión confirman desde hace tiempo este creciente sentimiento de indiferencia, de dar escasa importancia, de trampa cívica, de gran descreimiento y sordo rencor hacia todo lo político.
Nuestra historia reciente, por otra parte, aporta sobrada experiencia práctica de que muchísimos cargos relevantes en la función pública son buenos curros muy útiles para una camarilla de beneficiarios, que invariablemente mejoran su situación económica y la de sus allegados.

Un total de 10.060.000 ciudadanos votaron por la oposición al actual gobierno (más del 37 %) y finalmente unos 8.204.000 personas (algo más del 30 %) apoyaron con claridad al oficialismo peronista.
No se entiende muy bien la real legitimidad de un gobierno de fuerte cuño autoritario y discrecional (por decirlo suavemente) sobre una población en la cual casi 7 de cada 10 personas no lo avalan.
Aún así, las picardías de la ley electoral (acuñada por los propios políticos, claro) llevan a concluir que el 45 % de la gente quiere a Cristina Kirchner al mando.

Otro pequeño análisis puede hacerse, de interés para las ciudades y poblaciones enclavadas en la provincia de Bs. As que dieron su voto a la candidata oficial. Algunos políticos sostienen así, que “el campo votó al gobierno”.
En verdad los productores agropecuarios y sus familias son conscientes del tremendo saqueo impositivo exclusivo contra el sector y de la torpe intervención en los mercados que los lleva a falsear con graves consecuencias el cálculo económico entre ingreso y reinversión en sus empresas. Y por ello votaron mayormente a candidatos opositores o se abstuvieron.

Pero es verdad también que son solo pocas decenas de miles de personas, frente a un gran número de empleados de comercio, de los medios, bancarios y de la agroindustria, municipales y pequeños profesionales, pasivos y de diferentes rubros laborales con sus familias, que a causa de una mala comunicación no se sienten parte de la cadena productiva del agro que los sostiene.
Ni siquiera se llega con este mensaje de unión para un progreso estilo siglo XXI (integración en red horizontal de la producción, los servicios y el comercio en una economía de alta eficiencia tecnológica achicando el gran peso parasitario del Estado en beneficio de una riqueza popular mejor distribuída) a la base misma de la producción : peones, tamberos, mecánicos, fleteros, carniceros, gomeros, torneros, albañiles, maquinistas o administrativos entre muchos otros oficios conexos cuyas labores dependen directamente de lo que el campo genera dentro de sus comunidades.

No otro sino nuestro campo fue el factor que durante los últimos años permitió el resurgimiento de nuestros pueblos luego del último colapso cíclico peronista-radical-socialista (1998 – 2002).
Fueron los aumentos de precio, las condiciones internacionales y la fortaleza de nuestro campo que gana, invierte y se queda en nuestra tierra.
Si esto se comprendiera cabalmente, el cambio electoral sería muy significativo. Revolucionario en serio.

El camino oficial es otro : pactos corporativos y el sector agroindustrial como simple “caja” de una democracia prebendaria.
Quienes se atrevan a pensar analizando estos puntos de vista con honestidad, habrán avanzado un paso en el largo camino de la recuperación argentina que, pacientemente, sigue a la espera.

Política Educacional y Condicionamiento Mental

Noviembre 2007

El presente de nuestra Argentina no es agradable. Muchas son las cosas que funcionan mal en nuestra sociedad.
Aunque sabemos que podríamos ser un gran país, meca de cerebros, emprendimientos de última generación y capitales de inversión a gran escala, no lo somos.
Aunque sabemos que deberíamos ser un país de altísimo ingreso per cápita, sin pobreza, de fuerte movilidad social, con infraestructura de avanzada, tecnología de punta y oportunidades de progreso para todos, no lo somos.
Aunque anhelamos ser respetados, admirados por nuestro aporte a la civilización y escuchados con atento interés por el resto del mundo, no lo somos.

La Argentina no se instalará en el lugar que la historia le tiene reservado mientras no logremos una dirigencia cuyas mentes estén en sintonía con ideas modelo siglo XXI.
Ideas en línea con los últimos avances en la ciencia de la economía del conocimiento y con una sociología que evoluciona hacia la protección y promoción de los derechos de elección individuales.
Precisamente la explicación de que nuestra sociedad se encuentre hoy sometida a una bajísima calidad institucional o escasez de inversión creativa entre muchas otras causas de decadencia es que nuestra dirigencia sigue en sintonía con un sistema de ideas y procedimientos propios del siglo pasado.
Y como la dirigencia es un verdadero “extracto” porcentual del conjunto de votantes, podemos concluir que son los ciudadanos y no meramente los dirigentes quienes imponen estas ideas anacrónicas al país.
Podría pensarse entonces que la mayor parte de los argentinos son gente malintencionada que aprovecha el secreto del sufragio para descargar impunemente lo peor de sus pulsiones negativas.
Las motivaciones del voto, así, serían sentimientos como envidia, resentimiento, complejos de inferioridad social, codicia de los bienes ajenos, impotencia por admisión de la propia ignorancia, facilismo o el terco orgullo de persistir en lo incorrecto.
O podría pensarse con una mayor dosis de optimismo que el voto mayoritario es limpio, patriótico y bienintencionado siendo solamente la falta de educación y convicciones de decidido respeto al prójimo lo que nos hace errar al blanco una y otra vez.

Se dice que los cambios de mentalidad preceden siempre a los cambios políticos exitosos. Se dice que la educación debería ser prioridad uno en el presupuesto nacional. Se dicen muchas cosas ciertas y en verdad existen algunos políticos y funcionarios dispuestos a trabajar contra los propios intereses de su corporación elevando el nivel educativo de la población.

Sin embargo y como muchos sospechan con razón, el problema no es tan sencillo. No basta con aumentar los días de clase. No basta con pagar bien a los profesores. No basta con llenar el aula de computadoras y construir nuevas escuelas. No basta con enseñar más matemática, geografía, historia, gramática o química. Ni siquiera basta con adoptar los más modernos métodos pedagógicos estimulando la participación entusiasta y la comprensión, la inclusión y contención de cada alumno individual. No.
Todo eso está muy bien pero no es suficiente para la meta de crear una Argentina que derrame prosperidad sobre sus habitantes y sea ejemplo para otras sociedades que empiezan a globalizarse. No basta para recuperar el tiempo perdido, descontar la ventaja que nos sacaron y crecer velozmente a tasas “chinas” compitiendo en un mundo cada día más interdependiente que ofrece novísimas e impensadas oportunidades.
Ese plus sagaz que necesitamos incluir en el cóctel de nuestra política educativa para preparar a nuestros niños desde el jardín de infantes hasta el posgrado universitario es algo que podríamos llamar “la esencia del éxito”.
Cada materia, desde biología a instrucción cívica, desde educación física a plástica ; cada actitud de maestros y profesores en proceso de enseñanza dentro y fuera de las clases debe estar imbuída del espíritu de civilización evolucionada necesario (casi más necesario que la materia misma) para sobrevivir, crecer y “ganar” (ser felices) como sociedad dentro del sistema que nos tocó en suerte para este siglo. El solo apuntar a ello, ya nos coloca en situación de ventaja.
¿Cuáles son los valores a inculcar? Son simples y de sentido común.
Son conceptos que están en la base de la moral y la ética de la mayoría de las personas comunes que viven de su trabajo con sacrificio, honestidad y respetando los derechos del semejante. De las personas que enseñan a sus hijos a no comenzar peleas o agredir a otros. A no engañar, trampear o robar.
Este espíritu de civilización evolucionada presupone enseñar a pensar por si mismos, a tener permanente conciencia crítica tanto sobre su persona como sobre quienes los dirigen, a exigir y dar lo suyo al prójimo respetando las reglas de convivencia, las propiedades ajenas, las diferencias físicas y culturales o las elecciones individuales de vida.
Presupone inculcar un fuerte sentido de responsabilidad de los propios actos, de asumir las consecuencias de los errores en las decisiones de vida sin hacer cargo a otros, de estar abiertos a los cambios en las relaciones del trabajo, a las oportunidades de progreso y al aumento del poder de las libertades individuales que el mundo tecnológico de este siglo reclama de las sociedades que asumen su futuro.

El gobierno estatista y controlador que hoy sufrimos en Argentina padece de una incapacidad estructural para adaptarse a estos cambios.
Volvamos a considerar serenamente nuestro próximo voto ciudadano.