Yo Me Pregunto

Diciembre 2007

Los funcionarios políticos del Estado - de la presidente para abajo - ¿están a nuestro servicio o nosotros estamos al servicio de ellos? Porque la evidencia disponible apunta claramente a lo segundo.
Se matan por llegar al servicio público no para servir como un Cristo lavando los pies a sus discípulos sin pretender otra cosa que cargar en silencio con su cruz sino para situarse en una posición de poder.
Una vez allí se dedican a lo que todos sabemos : asegurar rápidamente su futuro económico y el de su familia. En un contexto ideal (de mucho poder), por varias generaciones y en extremos no tan notables (de poco poder) con alguna jubilación de privilegio o prebenda similar.
Su lealtad no está con la gente a quien deben servir sino con quien los ayudó a conseguir el puesto. Lealtad de silencio frente a las picardías financieras de sus compañeros políticos. Lealtad con el sistema educativo-legal-impositivo-ideológico vigente que permitirá a nuevas generaciones de políticos acceder, a su turno, al mismo beneficio.
También se dedican a otras cosas, claro está, como repartir bienes ajenos a partidarios, sindicalistas y empresarios serviles para que nada cambie.
Dádivas que se retribuyen con votos, subsidios a dedo, mercados cautivos, sobrecargas y aprietes impositivos a la carta, prohibiciones de exportar y tarifas politizadas. Franquicias, zonas liberadas y cotos de caza legales sobre contribuyentes forzozos en áreas como la sanitaria, la educativa y la previsional, son métodos habituales de disfrazar como “bien común” al puro y simple robo. Al puro y simple servirse del prójimo.

Nos preguntamos en qué momento la Constitución dejó de asegurar el vital derecho de propiedad para pasar a un sistema discrecional donde un presidente o un legislador deciden, en base a cuánto dinero necesita el gobierno para sostener su sistema de prebendas, qué monto de dinero ajeno extraerán para sostenerlo. Obviamente el razonamiento constitucional correcto es el inverso : dada una presión impositiva compatible con un veloz crecimiento empresario de alta reinversión, se definen en todo caso las prioridades del gasto gubernamental.

Nos preguntamos en qué momento la Constitución dejó de asegurar el vital mandato de equidad en las cargas públicas para pasar a un sistema donde los funcionarios deciden cuál es la ganancia suficiente para una determinada persona o actividad, ganancia a partir de la cual se confisca el sobrante bajo la forma de impuestos a medida.
Se viola el espíritu constitucional cuando se admiten aberraciones económicas como la mencionada siendo el castigo a tal violación : menos negocios, menores inversiones, pérdida de competitividad y menor producción con menos trabajo ofrecido y sueldos más bajos a los que hubieran podido observarse de habernos evitado estas recetas de paleo-economía socialista.

Nos preguntamos en qué momento la igualdad ante la ley y la igualdad de oportunidades, empezaron a trastocarse en una tendencia hacia la igualdad de ingresos que procura nivelar estúpidamente hacia abajo con tributos progresivos, impuestos “a la riqueza” y gabelas diferenciales y aduaneras para quienes deseen objetos de mayor precio y calidad.
La desigual distribución de la riqueza en el mundo se debe a la desigual distribución del capitalismo y en el orden interno, para nuestro caso, a la no vigencia de la libertad económica capitalista, único método conocido tras ocho mil años de historia, para crear riqueza general.

Nos preguntamos, en fin, si en verdad estamos todos de acuerdo en que cada ser humano es único e irrepetible, con derechos y libertades personales que deben ser respetados y que el individuo es anterior al servidor público que lo gobierna ya que de él deriva su mandato, porqué debemos permitir que se nos trate como un objeto o medio al servicio de los fines de otros. Nos quitan dinero por la fuerza para una enorme variedad de fines con los que no coincidimos.
Un obrero promedio en Argentina, entrega al Estado más del 33 % de lo que gana entre impuestos directos e impuestos encubiertos. Con ese dinero, se financia por ejemplo a la “Universidad de las Madres de Plaza de Mayo” abiertamente pro comunista o se costean los viajes en jet privado de nuestros mandatarios en giras de shopping y autopromoción.

Quisiera finalizar esta breve invitación al pensamiento original citando a la extraordinaria escritora y filósofa Ayn Rand (1905 – 1982)
“Cuando vean que para producir necesitan obtener la aprobación de quienes no producen nada ; cuando vean que el dinero fluye a quienes comercian no en bienes sino en favores ; cuando vean que los hombres se hacen más ricos a través de la estafa que del trabajo, y sus leyes no lo protegen de ellos, pero los protegen a ellos de ustedes ; cuando vean que la corrupción es recompensada y la honestidad se convierte en un sacrificio personal ; sabrán que su sociedad está condenada ”

Falsedades

Diciembre 2007

El consenso universal es imposible. Hay sin embargo algunos conceptos básicos en los cuales las personas civilizadas estamos de acuerdo.

El respeto a la vida y la dignidad del ser humano deben prevalecer sobre sus violaciones, causadas por abusos de poder. El comportamiento ético (no dañar, no robar, no engañar, respetar lo ajeno etc.) debe prevalecer sobre el comportamiento contrario. La tolerancia, los acuerdos voluntarios y la no violencia deben prevalecer sobre los prejuicios, la amenaza de coacción o el uso de la fuerza como solución de controversias. La responsabilidad personal, el hacerse cargo de lo que cada uno haga, deben prevalecer sin excepciones sobre la impunidad y la irresponsabilidad.

Pero vemos gobiernos, medios periodísticos, asociaciones políticas, empresas, corporaciones y personas hipócritas que dicen cumplir y promover estos mandatos mientras a diario los pisotean con cinismo. Aquellos que violan estas normas primarias de conducta civil saben, aunque no lo admitan que algo está muy podrido en sus acciones.

Sabemos también que nada justo y duradero puede construirse sobre cimientos podridos porque el fin no justifica los medios y porque además a la larga, el crimen no paga. Hay quienes así y todo lo apoyan. Hay quienes se obstinan en construir con reglas torcidas, haciendo un mal para conseguir un supuesto “bien”. Saben en su fuero más íntimo, sin embargo, que se afanan sobre una insolente Torre de Babel cuyo destino final será, como ya va siendo costumbre, la parálisis y el derrumbe.

Vivimos en una sociedad falsa. Es falso nuestro mismísimo sistema de gobierno ya que, como todo argentino con dos dedos de frente sabe, aquí no funcionan (ni funcionaron) los delicados mecanismos de contrapeso de poderes sobre los que se basa una verdadera democracia representativa, republicana y federal. El mero acto de votar a un déspota no legitima los atropellos posteriores.

Es falsa nuestra economía, ya que se asienta sobre precios falsos conseguidos mediante un intrincado festival de subsidios cruzados. Es altamente negativo apropiarse mediante intimidación y amenaza de bienes ajenos para sostener estos subsidios, cuando dicha apropiación significa violar principios como los de propiedad privada (elevadísimos impuestos discrecionales) o de igualdad ante la ley (gravámenes especiales para algunos) saboteando de facto el ingreso de inversores al país.
Los precios falseados inducen decisiones económicas erradas que minan nuestra eficiencia productiva comprometiendo nuestro futuro, mientras las sociedades inteligentes del planeta se integran comercialmente y se globalizan en todo sentido. Es falsa la afirmación de que así se beneficia a los que menos tienen, cuando toda la experiencia mundial nos muestra que la desconexión se traduce en pérdida de competitividad y esta, en tapiarnos la puerta de acceso al mundo desarrollado, donde nuestros pobres dejarían de serlo.
Lo correcto sería dejar de expoliar y frenar la potencia innovadora del capital privado, permitiendo que la gente cobrara salarios mucho más altos, capaces de pagar precios verdaderos en rubros como energía, servicios y alimentación.

Es falso que los anacrónicos socialismos que nos gobiernan y los que (desde la oposición) pretenden gobernarnos, quieran la riqueza generalizada de nuestro pueblo. Lo que quieren es mantener el sistema de dádivas estatales que les asegura su puesto político como repartidores de lo ajeno, con todas las ventajas y poderes que esto conlleva. Lo que hacen (y proponen) para mantenerlo así, es asegurar una educación sin valores evolucionados, manteniendo al mayor número en la ignorancia y la dependencia.
Lo cierto es que los socialistas le temen al capital, a la riqueza, a la libertad de educación y de elección individuales ya que estos caminos llevan a una sociedad firmemente defensora de la no violencia y de acuerdos estrictamente voluntarios. Los repartidores de lo ajeno, desde luego, no podrían operar sin violenta coerción estatal de por medio.

Se falsea el respeto a la vida y la dignidad de nuestra gente cuando se la condena a vivir por décadas y décadas en un país empobrecido, sin las coberturas médicas, condiciones de trabajo y jubilaciones que ya podría tener (entre muchísimas otras ventajas) de haber accedido nuestra Argentina al sitio que le estaba reservado entre los países poderosos. Situación que se hubiese dado de no haber mediado los cínicos populismos que nos autoinfligimos.

Así las cosas, digamos la verdad o perfeccionemos la hipocresía cambiando la Constitución liberal de nuestros Padres Fundadores por otra a la medida de cuño totalitario. Generaciones de argentinos valiéndose del sistema democrático, han encumbrado a gente que dañó, robó, engañó y no respetó lo ajeno, muy a pesar de todas las declamaciones huecas que venimos escuchando desde niños.

Los falsarios son legión. Los idiotas útiles continúan dándoles su apoyo, codeándose entre sonrisas socarronas. Nuestros vecinos regionales y otras sociedades que antes nos miraban desde abajo con admiración también se codean entre sonrisas más socarronas aún. Ellos se alejan raudos del cartón pintado adentrándose en la economía globalizada mientras ven caer en el ranking a la otrora poderosa República Argentina.

Elecciones 2007 - Otra Óptica

Noviembre 2007

Sin pretender más que una mirada superficial sobre el ítem electoral de nuestro sistema representativo, republicano y federal caben por cierto algunas reflexiones.
Redondeando cifras, teníamos un padrón (habilitados para votar) de 27.090.000 personas.

De este total hubo 7.637.000 (más del 28 %) que no se presentaron a hacerlo, a pesar de que en Argentina constituye todavía una obligación cuyo incumplimiento está penado por ley.
1.187.000 fueron los votos en blanco (mayormente), anulados o impugnados sumando a lo anterior otra enorme cantidad de ciudadanos disconformes con el sistema.
La suma de todos ellos ¡ constituye más del 32 % del padrón electoral !
Las causas de esta abstención consciente pueden ser varias (enfermedad, distancia etc.) pero primó un claro desinterés por la cosa pública en una enorme mayoría de esa gente.

Los sondeos de opinión confirman desde hace tiempo este creciente sentimiento de indiferencia, de dar escasa importancia, de trampa cívica, de gran descreimiento y sordo rencor hacia todo lo político.
Nuestra historia reciente, por otra parte, aporta sobrada experiencia práctica de que muchísimos cargos relevantes en la función pública son buenos curros muy útiles para una camarilla de beneficiarios, que invariablemente mejoran su situación económica y la de sus allegados.

Un total de 10.060.000 ciudadanos votaron por la oposición al actual gobierno (más del 37 %) y finalmente unos 8.204.000 personas (algo más del 30 %) apoyaron con claridad al oficialismo peronista.
No se entiende muy bien la real legitimidad de un gobierno de fuerte cuño autoritario y discrecional (por decirlo suavemente) sobre una población en la cual casi 7 de cada 10 personas no lo avalan.
Aún así, las picardías de la ley electoral (acuñada por los propios políticos, claro) llevan a concluir que el 45 % de la gente quiere a Cristina Kirchner al mando.

Otro pequeño análisis puede hacerse, de interés para las ciudades y poblaciones enclavadas en la provincia de Bs. As que dieron su voto a la candidata oficial. Algunos políticos sostienen así, que “el campo votó al gobierno”.
En verdad los productores agropecuarios y sus familias son conscientes del tremendo saqueo impositivo exclusivo contra el sector y de la torpe intervención en los mercados que los lleva a falsear con graves consecuencias el cálculo económico entre ingreso y reinversión en sus empresas. Y por ello votaron mayormente a candidatos opositores o se abstuvieron.

Pero es verdad también que son solo pocas decenas de miles de personas, frente a un gran número de empleados de comercio, de los medios, bancarios y de la agroindustria, municipales y pequeños profesionales, pasivos y de diferentes rubros laborales con sus familias, que a causa de una mala comunicación no se sienten parte de la cadena productiva del agro que los sostiene.
Ni siquiera se llega con este mensaje de unión para un progreso estilo siglo XXI (integración en red horizontal de la producción, los servicios y el comercio en una economía de alta eficiencia tecnológica achicando el gran peso parasitario del Estado en beneficio de una riqueza popular mejor distribuída) a la base misma de la producción : peones, tamberos, mecánicos, fleteros, carniceros, gomeros, torneros, albañiles, maquinistas o administrativos entre muchos otros oficios conexos cuyas labores dependen directamente de lo que el campo genera dentro de sus comunidades.

No otro sino nuestro campo fue el factor que durante los últimos años permitió el resurgimiento de nuestros pueblos luego del último colapso cíclico peronista-radical-socialista (1998 – 2002).
Fueron los aumentos de precio, las condiciones internacionales y la fortaleza de nuestro campo que gana, invierte y se queda en nuestra tierra.
Si esto se comprendiera cabalmente, el cambio electoral sería muy significativo. Revolucionario en serio.

El camino oficial es otro : pactos corporativos y el sector agroindustrial como simple “caja” de una democracia prebendaria.
Quienes se atrevan a pensar analizando estos puntos de vista con honestidad, habrán avanzado un paso en el largo camino de la recuperación argentina que, pacientemente, sigue a la espera.

Política Educacional y Condicionamiento Mental

Noviembre 2007

El presente de nuestra Argentina no es agradable. Muchas son las cosas que funcionan mal en nuestra sociedad.
Aunque sabemos que podríamos ser un gran país, meca de cerebros, emprendimientos de última generación y capitales de inversión a gran escala, no lo somos.
Aunque sabemos que deberíamos ser un país de altísimo ingreso per cápita, sin pobreza, de fuerte movilidad social, con infraestructura de avanzada, tecnología de punta y oportunidades de progreso para todos, no lo somos.
Aunque anhelamos ser respetados, admirados por nuestro aporte a la civilización y escuchados con atento interés por el resto del mundo, no lo somos.

La Argentina no se instalará en el lugar que la historia le tiene reservado mientras no logremos una dirigencia cuyas mentes estén en sintonía con ideas modelo siglo XXI.
Ideas en línea con los últimos avances en la ciencia de la economía del conocimiento y con una sociología que evoluciona hacia la protección y promoción de los derechos de elección individuales.
Precisamente la explicación de que nuestra sociedad se encuentre hoy sometida a una bajísima calidad institucional o escasez de inversión creativa entre muchas otras causas de decadencia es que nuestra dirigencia sigue en sintonía con un sistema de ideas y procedimientos propios del siglo pasado.
Y como la dirigencia es un verdadero “extracto” porcentual del conjunto de votantes, podemos concluir que son los ciudadanos y no meramente los dirigentes quienes imponen estas ideas anacrónicas al país.
Podría pensarse entonces que la mayor parte de los argentinos son gente malintencionada que aprovecha el secreto del sufragio para descargar impunemente lo peor de sus pulsiones negativas.
Las motivaciones del voto, así, serían sentimientos como envidia, resentimiento, complejos de inferioridad social, codicia de los bienes ajenos, impotencia por admisión de la propia ignorancia, facilismo o el terco orgullo de persistir en lo incorrecto.
O podría pensarse con una mayor dosis de optimismo que el voto mayoritario es limpio, patriótico y bienintencionado siendo solamente la falta de educación y convicciones de decidido respeto al prójimo lo que nos hace errar al blanco una y otra vez.

Se dice que los cambios de mentalidad preceden siempre a los cambios políticos exitosos. Se dice que la educación debería ser prioridad uno en el presupuesto nacional. Se dicen muchas cosas ciertas y en verdad existen algunos políticos y funcionarios dispuestos a trabajar contra los propios intereses de su corporación elevando el nivel educativo de la población.

Sin embargo y como muchos sospechan con razón, el problema no es tan sencillo. No basta con aumentar los días de clase. No basta con pagar bien a los profesores. No basta con llenar el aula de computadoras y construir nuevas escuelas. No basta con enseñar más matemática, geografía, historia, gramática o química. Ni siquiera basta con adoptar los más modernos métodos pedagógicos estimulando la participación entusiasta y la comprensión, la inclusión y contención de cada alumno individual. No.
Todo eso está muy bien pero no es suficiente para la meta de crear una Argentina que derrame prosperidad sobre sus habitantes y sea ejemplo para otras sociedades que empiezan a globalizarse. No basta para recuperar el tiempo perdido, descontar la ventaja que nos sacaron y crecer velozmente a tasas “chinas” compitiendo en un mundo cada día más interdependiente que ofrece novísimas e impensadas oportunidades.
Ese plus sagaz que necesitamos incluir en el cóctel de nuestra política educativa para preparar a nuestros niños desde el jardín de infantes hasta el posgrado universitario es algo que podríamos llamar “la esencia del éxito”.
Cada materia, desde biología a instrucción cívica, desde educación física a plástica ; cada actitud de maestros y profesores en proceso de enseñanza dentro y fuera de las clases debe estar imbuída del espíritu de civilización evolucionada necesario (casi más necesario que la materia misma) para sobrevivir, crecer y “ganar” (ser felices) como sociedad dentro del sistema que nos tocó en suerte para este siglo. El solo apuntar a ello, ya nos coloca en situación de ventaja.
¿Cuáles son los valores a inculcar? Son simples y de sentido común.
Son conceptos que están en la base de la moral y la ética de la mayoría de las personas comunes que viven de su trabajo con sacrificio, honestidad y respetando los derechos del semejante. De las personas que enseñan a sus hijos a no comenzar peleas o agredir a otros. A no engañar, trampear o robar.
Este espíritu de civilización evolucionada presupone enseñar a pensar por si mismos, a tener permanente conciencia crítica tanto sobre su persona como sobre quienes los dirigen, a exigir y dar lo suyo al prójimo respetando las reglas de convivencia, las propiedades ajenas, las diferencias físicas y culturales o las elecciones individuales de vida.
Presupone inculcar un fuerte sentido de responsabilidad de los propios actos, de asumir las consecuencias de los errores en las decisiones de vida sin hacer cargo a otros, de estar abiertos a los cambios en las relaciones del trabajo, a las oportunidades de progreso y al aumento del poder de las libertades individuales que el mundo tecnológico de este siglo reclama de las sociedades que asumen su futuro.

El gobierno estatista y controlador que hoy sufrimos en Argentina padece de una incapacidad estructural para adaptarse a estos cambios.
Volvamos a considerar serenamente nuestro próximo voto ciudadano.

La Década Infame

Octubre 2007

Suele entenderse por “década infame” el período que se inicia en el año 1930 a partir del derrocamiento del presidente radical Hipólito Irigoyen. Según sus apologistas, aquellos años estuvieron signados por los negociados, la corrupción y el fraude electoral, siendo recordados como una década verdaderamente sombría y fatal en nuestra historia.

Fue algo digno de idiotas, ciertamente, interrumpir la evolución natural de aquel segundo gobierno radical cuyos problemas se acrecentaban por si solos. Más aún valerse de fraudes electorales para sostenerse en el poder invocando a la democracia.
Con seguridad existieron negociados y corrupción en los gobiernos de los ´30 de Justo, Uriburu, Ortiz y Castillo.
Sin embargo y pasado un lapso prudencial con respecto a esos acontecimientos, vemos ahora que lo que siguió a lo largo del resto del siglo XX más lo que llevamos del siglo XXI puede empezar a rotularse para la Historia como “El Siglo Infame”.

El llamado fraude patriótico de entonces, condenable sin duda, tuvo el atenuante de servir a una élite ilustrada para beneficiar a la población colocando a la Argentina entre los 10 mejores países del planeta, con todo lo que ello significa. El fraude actual, en cambio es un fraude mafioso donde el gobierno sigue siendo "el gran elector" a través del más despreciable clientelismo, beneficiando tan sólo a algunos "empresarios" amigos, gángsters y políticos corruptos.

El siglo infame que vamos transitando convierte en niños de pecho a los protagonistas de aquella mala década.
Los negociados y la corrupción del período peronista entre los ´40 y los ´50 fueron de un nivel jamás visto degenerando con toda lógica en una tiranía (eso si, electiva) que sucumbió en un órdago de coerción corporativa, quema de iglesias, clima de guerra civil, lenguaje desbocado, división visceral de los argentinos azuzados a un odio insensato y finalmente de violenta contrarrevolución.
Así arrancó el desbarranque argentino de potentado a mendigo, del Primer al Tercer mundo, del prestigio al desprecio internacional, de niveles de vida promisorios a la maraña de miserables planes sociales, falsedades y subsidios cruzados que hoy nos asfixia.
Una penosa letanía de gobiernos militares, radicales y peronistas signó nuestro tiempo. Básicamente se trató del mismo perro con distinto collar : nacionalismo adolescente, intervencionismo estatista, corrupción a mansalva, nulo patriotismo (sí patrioterismo), ideario bárbaramente desactualizado, pasión por la burocracia y el clientelismo, desconfianza de todo lo que huela a libertad, necia tendencia al igualitarismo socialista y un cinismo a toda prueba a la hora de mentir, robar, enmascarar crisis y confundir a las gentes simples.

Atracados de educación pública y publicidad política basura, la castigada mayoría convalida con su voto una y otra vez este estado de cosas. Y a no dudarlo, volverá a convalidarlo este mismo mes de Octubre del 2007 convalidando también nuestro tránsito hacia una decadencia que nos aleja progresivamente de las nuevas naciones avanzadas.
Debiendo tener un país rico, poderoso y respetado, sin pobreza ni violencia social, optamos por dirigentes con las mismas ideas de paleo economía y paleo política que nos condujeron al vagón de cola del planeta.
Desde la lectura obligatoria de “la razón de mi vida” hasta las actuales divagaciones del “historiador” Pigna, varias generaciones de argentinos han sido engañados sobre los métodos, las convicciones morales y los sistemas económicos que conducen a la prosperidad, el progreso, la paz social y la riqueza generalizada. Sencillamente, votamos desde una ensalada mental suicida.

Son condiciones de esclavización y engaño que favorecen a una clase política que desde entonces se llena los bolsillos a costa de los desheredados, impidiéndoles salir de la pobreza. Verdadero crimen de lesa humanidad cometido contra la Argentina, sumiendo en la oscuridad a un pueblo que estaba destinado a ser la luz de muchos otros. Nuestro siglo infame está en apogeo

En verdad y como dice el autor, historiador y diplomático Abel Posse, bastó que hubiera un idiota que hablara de “década infame” para que todos lo repitieran como gansos.

Lo único que no era infame en el mundo de los ’30 era la Argentina. ¿Quiere que enumere los horrores, asesinatos y genocidios?: la década más miserablemente criminal de Stalin, ante el silencio de un izquierdismo mundial hipócrita. ¡Piense en la Alemania de los ’30 y ’40! En Italia con el ricino y los bastones largos. El millón de muertos en España. Las carnicerías de China con Chiang Kai-shek entrando en Shanghái y metiendo miles de comunistas en las calderas encendidas de las locomotoras. ¿Y Estados Unidos después del 29? Diez años de miseria, gangsterismo y desocupación. ¿Y nosotros qué? No vengan con historias. Aquí no pasó nada. No arrimamos bochín en lo que fue el dolor del mundo a partir de los ’30.

Responsables

Septiembre 2007

La proximidad del bicentenario de nuestra independencia y, más cerca, de las elecciones presidenciales, marcan momentos especialmente indicados para la reflexión colectiva.
El destino de la República Argentina estaba, hace 100 años, claramente marcado. Nuestra nación marchaba a paso veloz por la senda de un progreso constante y sustentable que ya llevaba 40 años, dejando atrás a países como España, Italia, Japón, Australia o Brasil entre muchos otros que ahora nos superan.

Vistas desde nuestro siglo XXI, las condiciones de vida de parte de aquella población nos hacen hoy fruncir el ceño (como también lo hace la visión actual de cartoneros o piqueteros) pero debemos considerar que antes de aquel tiempo esas condiciones eran peores aún.
Y que al momento del Centenario (en 1910) los salarios promedio en Argentina ¡eran mayores que los europeos !… y muchísimo mayores que los latinoamericanos o asiáticos.

Éramos líderes indiscutidos desde México hacia abajo en educación y salud pública, vida cultural, prestigio internacional, poder económico, exportaciones, vias férreas, ciencia y tecnología entre muchos otros ítems.
El optimismo mundial por nuestra impresionante evolución se traducía en masivas oleadas de inmigración calificada que apostaban a que la Argentina atravesaría el siglo XX consolidando ese liderazgo en todas las áreas.
De haber seguido aquel derrotero hoy seríamos sin duda una potencia de primer orden, sin pobreza, envidiada, emulada y respetada en el concierto internacional. Acreedora y benefactora. Con un nivel de vida y confort en las clases medias y bajas enormemente superior al que tenemos.
De civilización avanzada y a estas alturas, lanzada a la economía del conocimiento y al futuro más brillante para nuestros hijos.
Como les ocurrió por cierto a otras pocas naciones que alejándose de recetas fascistas, nacionalistas y socialistas (que privilegian la coerción y la apropiación) continuaron sus caminos con recetas más liberales y capitalistas (que privilegian la libertad y el respeto por la propiedad).
Pero sucedió que guillotinamos a la gallina de los huevos de oro.
Y aquel proyecto de grandeza se desangró ante nuestros ojos, los de nuestros padres y madres y los de nuestros abuelos y abuelas. Hoy nos debatimos entre la pobreza y el descrédito, pagando con humillación nuestra ceguera.
Podremos aducir que todo fue culpa de los dirigentes políticos olvidándonos que fue el voto mayoritario, el aplanador poder del número, quien los puso y los pone en el mando. Podremos decir que en ocasiones votamos por la oposición, silenciando que la oposición de izquierdas es solo la alternativa del resentimiento encubierto, la profundización del desatino. Podremos decir muchas cosas pero no podremos eludir la responsabilidad y culpabilidad individual, por haber encumbrado a todos y cada uno de esos “estadistas” y “legisladores” (incluso a los militares, que no fueron sino el resultado matemático, previsible y obtuso de gobiernos civiles incapaces).

Hay sin embargo una clase de ciudadanos que son más responsables que otros : una clase de argentinos notables que por su exposición pública son escuchados por millones. Ellos y ellas son deportistas, actores, actrices, cantantes, periodistas, intelectuales o artistas destacados que no se privan de opinar sobre política económica y social basándose en sus rencores y miserias personales (o en la conveniencia más vil) antes que en el verdadero bien común.
Su ignorancia de fondo sobre aquello que recomiendan y sobre sus consecuencias reales para la patria parece tenerlos sin cuidado.
Estos pseudo-comunistas de salón son doblemente responsables pues cuando avalan soluciones calcadas de las que se vienen aplicando una y otra vez durante el curso de nuestro desbarranque, son escuchados con unción por aquellas mentes sencillas que luego conforman la mayoría electoral. Gentes simples que nada se cuestionan, aplauden sonrientes y “eligen” más de lo mismo para luego seguir sufriendo con paciencia los resultados de una Argentina perdedora que no puede ofrecerles las ventajas (tremendas ventajas para los menos afortunados) de ser ciudadanos de un país de primera.
Son verdaderos ángeles exterminadores, vendedores de buzones … peligrosos y efectivos promotores de miseria.

Eligiendo al Gobernante

Septiembre 2007

Según indican las encuestas, la Sra. de Kirchner resultará probablemente electa como presidenta con más de la mitad de los sufragios.
Alguna chance podría caberle a la Sra. Carrió o al Sr. Lavagna si un imponderable catastrófico alterase la intención de voto de aquí al 28 de Octubre, colocando a alguno de ellos en una eventual segunda vuelta.
Tres candidatos de centro izquierda nacionalista (más bien representantes de un socialismo híbrido “a la criolla”) se disputan, pues, el poder por los próximos 4 años.

Está claro para los argentinos pensantes, por otra parte, que ninguno de los tres encabezará la revolución copernicana (giro de 180 grados) que nuestra patria necesita para saltar de la decadencia presente a una fulgurante prosperidad real en este mundo que se globaliza velozmente, sin piedad, sin pedirnos opinión ni esperarnos.
Sencillamente, la posibilidad de que alguno de ellos nos conduzca por el camino de la “explosión de crecimiento” que necesitamos no existe en sus bagajes ideológicos ni culturales. No está en sus historias partidarias personales y ni tan siquiera en sus declaraciones más actuales. Sus recetas destilan olor a naftalina aún antes de ser aplicadas. Los tres privilegian el par coerción y apropiación por sobre el par libertad y propiedad.
Carecen de la visión avanzada de siglo XXI que, con audacia, honestidad y valentía innovadoras, podría lanzar a la Argentina al primer mundo sin escalas.
Lo que en verdad nuestro país necesita es un equipo de gobierno que garantice la seguridad política tanto como la económica. Un programa que conste de solo 2 palabras : Constitución y Propiedad.

El subdesarrollo no tiene solución (ni aquí ni en Namibia) si no hay seguridad política y económica para los emprendedores. La elite productiva de creadores de riqueza y empleo debe trabajar sin las manos atadas. No debe interesarnos si no son simpáticos, cultos y educados sino que trabajen a marchas forzadas ¡ porque de su trabajo se beneficia la sociedad entera !
El almácigo de futuras empresas es el ahorro personal y debemos tener presente que los tres candidatos lo atacan a conciencia cuando apoyan políticas impositivas de progresividad en el impuesto sobre los réditos y una tributación elevada a los que más ahorran con el objetivo de eliminar diferencias de ingresos nivelando hacia una masa indiferenciada.
Por cierto que son ideas obtusas (entre multitud de otras iniciativas que favorecen a la clase política) que no incitan a seguir invirtiendo.
Normas laborales y sindicales paleolíticas, regulaciones burocráticas paralizantes, corrupción que demuele hasta la seguridad jurídica o la imagen de un gobierno hambriento de dineros ajenos para seguir “invirtiendo” en la compra de voluntades y votos mientras perpetúan (y usan) la pobreza son denominadores comunes a estas recetas del fracaso.

El socialismo es inferior a la libre empresa no solo porque ésta es más eficiente y eficaz en crear riqueza general sino porque es moralmente injusto. El capitalismo popular que tanto los atemoriza y la comunidad de trabajo como filosofía empresaria viven y crecen cuando hay respeto cabal a la propiedad privada y acuerdos voluntarios mientras que el sistema en vigencia (y el que se nos aplicará en lo inmediato) prioriza el manejo de los precios, el planeamiento de todas las variables económicas y el dirigismo “científico”, tan caro a las mentes falsamente distributistas que nos vienen gobernando.
En lugar de promover el bien común promovieron inmoralmente nuestra pobreza, la brecha entre ricos y pobres y la brutal caída Argentina en el ranking mundial de prosperidad de los pueblos.

El despegue hacia el futuro de nuestra sociedad vendrá cuando la mayoría estafada comprenda que el método no consiste en programar y controlar todo robando al laborioso para subsidiar al vago, sino en codificar los derechos fundamentales a partir de los cuales los individuos podrán actuar y desarrollar sus iniciativas.
No habrá una Argentina poderosa mientras nuestro dinero esté a merced de la inflación o expuesto al saqueo impositivo, nuestro patrimonio sujeto al capricho del gobernante y nuestro derecho empresario asfixiado por las reglamentaciones populistas. ¿O alguien entre los pensantes todavía cree lo contrario?

Acerca de los Impuestos

Agosto 2007

Somos cada vez más quienes pensamos que los fundamentos en los que se basa nuestro sistema impositivo deben ser redefinidos.
Después de todo ¿cómo deben quitarse recursos al sector privado sin minar su potencial máximo de crecimiento? ¿Qué utilidad nos ha prestado el Estado en las últimas décadas garantizándonos protección y justicia? ¿Podemos continuar con esta política de educación pública sin serio riesgo de perder definitivamente el tren hipertecnológico del siglo XXI? ¿Nos conforma el resultado obtenido de la enorme masa de recursos impositivos aplicados en el sistema de salud pública durante los últimos decenios? ¿Qué eficiencia en la creación de riqueza generalizada pueden ostentar la Afip, el gobierno nacional, los gobiernos provinciales o municipales? ¿Cuánto nos cuesta el “servicio”? ¿Para qué sirve hoy, en verdad, nuestro oneroso Estado ? ¿Cuáles son sus límites?
¿Cómo dejar, en suma, de acogotar a la gallina de los huevos de oro?

Preguntas como estas y otras parecidas, son imperativos éticos que nos ponen en deuda con lo más hondo de nuestra conciencia patriótica.
Preguntas que los servidores públicos ciertamente no se hacen .
Si deseamos honestamente que la Argentina se convierta en un gran país, deberemos mirar a los impuestos desde el punto de vista de quienes tienen que sacar el dinero de sus billeteras en lugar de mirarlos desde el lado de quienes gastan la plata ajena después de obtenerla por la fuerza.
Porque el diccionario define como “apropiación” el acto de tomar para si una cosa, haciéndose dueño de ella en contra de la voluntad de su propietario… y en esto consisten básicamente los impuestos.

Nuestro pueblo debe despertar y advertir que la presión impositiva sobre las personas ha sobrepasado los límites de lo racional y hace el efecto de guillotina económica impidiendo la reconstrucción de la clase media y el ascenso social de los más pobres. Esto es así porque está impidiendo la reinversión productiva y el ingreso masivo de capitales sin los cuales el crecimiento económico sostenido es imposible.
Entre impuestos directos e impuestos ocultos, un indigente paga al fisco el 20 % de lo poco que logra juntar y un obrero entrega en nuestro país el 33,5 % de sus ingresos. Un profesional es despojado del 41,3 % de lo que gana y un mediano comerciante, del 51,8 %.
Un importante ejecutivo debe desprenderse del 53,9 % del producto de su trabajo y la clase más alta soporta una presión sobre sus rentas del 39,5 %.
Se trata por cierto de guarismos elevadísimos para un país de nuestras características y constituyen un poderoso depresivo para la creatividad capitalista y las inversiones empresarias, únicas creadoras de más empleos genuinos y mejores salarios para los que en verdad quieren progresar.
Pegan como un mazo en la pérdida de competitividad y en la grave caída de la productividad que venimos sufriendo como país, con particular intensidad durante los últimos cuatro años.
Porque hasta los menos avisados empiezan ahora a darse cuenta de que el “gran” crecimiento argentino del último quinquenio es igual al que tuvieron la mayoría de los países en vias de desarrollo, y se debe al muy favorable (e inestable) mercado internacional de productos agropecuarios.
Nuestros impuestos son asimismo parte primordial en la explicación de la decadencia nacional de largo plazo que sigue azotándonos.

El meollo de este drama quedó claramente descripto por el economista Jerome Smith en su libro The Coming Currency Collapse, Emece, Buenos Aires 1981, cuando nos alertaba : “ el gobierno consiste en un grupo de hombres comunes como usted y yo. En general, ellos no tienen ningún talento especial para administrar los asuntos del gobierno, ni les preocupa saberlo. Solo tienen viveza para conseguir el cargo y mantenerse en el.
El principal recurso para tal fin es apoyarse en bandas de individuos que desean algo que no pueden tener por si mismos y prometerles públicamente que se lo van a dar. Nueve de cada diez veces esa promesa no sirve de nada. Pero la décima vez se cumple esquilmando a otros para satisfacer a sus seguidores. Los esquilmados son personas que llevan una vida honesta, pagan sus impuestos, cumplen sus obligaciones, acumulan reservas para la vejez, depositan sus ahorros en el banco o invierten en títulos públicos. En pocas palabras, los que están en el gobierno son vendedores de ilusiones.
En cada campaña electoral se vuelven mentirosos y las elecciones son una especie de subasta anticipada de bienes que van a robar a otros.”

Las falsas promesas de asistencialismo social que acaban hostigando a las empresas y atacando al capital solamente agravan las situaciones que pretenden arreglar.
Al pan, pan y al vino, vino : fomentando en la gente sentimientos de envidia distributista y de resentimiento los políticos logran su objetivo personal de dinero fácil y estabilidad obligando al inteligente, al honrado, al trabajador, al creativo, al fuerte, al tenaz y al habilidoso a entregar parte importante de su renta al abúlico, al derrochador, al torpe, al ineficiente, al haragán y al delincuente.
Las constantes reformas superpuestas del sistema impositivo han creado un caos discriminatorio y destructivo, contrario al principio constitucional de que “la igualdad es la base del impuesto y de las cargas públicas”.
Personas y empresas van trastocándose en meros instrumentos cuyas libertades, patrimonios y honras quedan a merced del capricho del gobernante de turno o del grupo de presión que lo atemorice más.
El recaudador justifica sus desvaríos y el gasto en perpetuo aumento con el argumento de que debe tributar más quien más tiene para pagar el gasto asistencial dando por cierto que la nueva función del Estado es imponer una “solidaridad” forzosa.
Los contribuyentes inscriptos (el bando de los honestos) quedan así rehenes del fisco y sometidos al abuso de su autoridad.
Objetivos individuales, necesidades familiares, proyectos de vida y hasta vocaciones filantrópicas no interesan en lo más mínimo a este moderno leviathan criollo que solo se interesa en el desapoderamiento y la exacción rápida apoyado en las duras leyes auspiciantes del sistema, aprobadas por los propios beneficiarios.

Esto no es compatible con una sociedad libre, claro. Desaparecen así las motivaciones para la cooperación social voluntaria, condición principal del orden civilizado, del respeto por los derechos del prójimo y de la seguridad jurídica esenciales para un verdadero progreso general.
¡El tema no es nuevo ! El propio Santo Tomás de Aquino se refería al mismo cuando escribía hace siglos “la ley del impuesto se torna injusta cuando su peso no es igual para todos los miembros de la comunidad ; en tal caso más que leyes éstos son actos de violencia” .
Argentina necesita impuestos más orientados al consumo que a la ganancia, de fácil comprensión y cálculo sencillo, de alícuotas bajas y uniformes, sin sectores discriminados ni sectores privilegiados. Porque así se combate más eficazmente la evasión y se recauda más, porque se produce más.
Deshechando la progresividad que solo espanta a los inversores de riesgo y poco aporta al tesoro. Facilitando la creación de cientos de miles de nuevos emprendimientos mediante la simplificación extrema de la burocracia que nos paraliza y la comprensión cabal de que la prosperidad en estos tiempos nace de la flexibilidad y la adaptación. De la inteligencia para montarnos ya mismo en la economía del conocimiento de los pueblos más civilizados integrándonos con decisión a un planeta que se globaliza sin esperarnos. Beneficiando espectacularmente a los países que ofrecen las más amplias libertades económicas y respetan las propiedades y derechos individuales de sus habitantes.
Todo lo contrario de lo que aquí vemos a diario. Pero tan cercano como una simple ronda electoral. Previa educación del soberano, claro.

Secesión

Junio 2007

Existe la idea en muchas personas de que la humanidad se encamina en forma gradual e inexorable hacia un orden que algún día debería acabar en un sistema unipolar de gobierno mundial unificado.
Un orden en el que la tecnología será usada para controlarnos, eliminar diferencias y sojuzgarnos sin alternativas de elección.
La preferencia de los individuos, sin embargo, marcha en sentido opuesto.
Y múltiples son las señales de esta tendencia hacia la dispersión, valoración de lo diferente y respeto por lo individual antes que al aglutinamiento.
Las vimos en el desmembramiento imparable de la colectivizada Unión Soviética, de Yugoslavia o Checoslovaquia. Y las vemos en las fuertes tendencias secesionistas de regiones de España e Italia.
La señal más reciente, por caso, fue el claro pronunciamiento de los votantes de Escocia que avalaron a líderes políticos locales en su propósito de llevar a su nación a la secesión de Gran Bretaña en el mediano plazo.
O la explícita amenaza de tres provincias bolivianas de propiciar la secesión, dejando atrás al régimen totalitario indigenista de Evo Morales y a Bolivia como país. O el actual proceso de disolución de Irak, con varias facciones en feroz trance de división por motivos étnicos y religiosos…

El veloz avance de las tecnologías digitales, del procesamiento de información en tiempo real, de una seguridad bajo cánones de prevención, control y castigo de delincuentes en comunidades pequeñas mediante sistemas ultra modernos o el simple acceso ciudadano a sistemas informatizados de control de la gestión pública entre cientos de otros ejemplos, están cambiando las cosas.
El control remoto está cambiando de manos pasando de la masa (del Estado) al ciudadano, posibilitando cosas tales como la democracia directa municipalizada, la diferenciación casi individual del consumidor en los mercados modernos o las crecientes oportunidades del trabajo y el estudio a distancia.
La era de la computación nivela las disparidades y da armas al indefenso. Internet incomoda a los totalitarios y autoritarios que, cual dinosaurios, ven acercarse su fin.

El viejo anhelo humano de vivir en forma pacífica sin estar sometidos por la fuerza a normas y exacciones con las que no comulgamos podría estar más cerca de lo que suponemos.
Poder crecer como personas y en nuestro patrimonio sin cargar a la espalda con costosísimas y corruptas superestructuras estatales.
Sentirnos dueños de nuestras propias decisiones en lugar de esclavos de las decisiones tomadas por otros (aunque se nos permita cambiar de amo cada cuatro años).
Poder crear gradualmente un sistema que haga del pacifismo, el respeto absoluto por el otro y la no violencia una realidad de vida en lugar de simples declamaciones huecas y demagógicas. Un sistema modelo siglo XXI donde lo voluntario reemplace a lo obligatorio y donde una justicia implacable sin hijos y entenados castigue al delincuente forzándolo sin escape a resarcir a la víctima (no a “la sociedad”) el daño causado en forma individual. Ya existen medios. Ya está la tecnología. Ya están los capitales. Ya puede liberarse la creatividad al servicio de la seguridad y el progreso de los honestos y los laboriosos.
Podemos empezar a abrir los ojos y a vislumbrar dónde está el mejor futuro para nuestros hijos.
O podemos seguir votando lo mismo de siempre : jueces asustados, periodismo comprado, empresarios corruptos, jubilados y empleados públicos muertos de hambre (y jubilados políticos de privilegio), hospitales colapsados, desnutrición infantil, impunidad, inseguridad, piqueteros por todos lados, paros docentes, clientelismo crónico con desocupación, enseñanza pública desactualizada y sin Valores, mentiras del Indec, protestas del agro, más y más impuestos, más leyes anticonstitucionales, más trabas al comercio y al empleo genuino, más reglamentación laboral, estatismo, dirigismo…… violencia socialista obligatoria sin coto, con todas sus consecuencias.

Secesión no es una mala palabra. Por el contrario. Remite a hombres y mujeres que se ponen de pie con valentía en defensa de sus derechos, de sus libertades, de su manera de ver la vida y de su futuro. Nos recuerda que llegado el caso podemos no resignarnos a que nos violenten impunemente a caballo del totalitario “somos más”.
Es una palabra que refleja la propia naturaleza humana, siempre indómita en su búsqueda de dignidad, respeto y mejores oportunidades.
Nuestro país no está maduro aún para pensar en alguna secesión aunque caminando del brazo con Chávez, Castro y Morales nos hallemos en la ruta indicada.
Con algún dejo de humor podríamos imaginar, por ejemplo, una mancomunidad independiente formada por Tandil, Olavarría, Azul y Tapalqué que, tras plebiscitar su secesión de una Argentina socialista pusiera en marcha una revolución productiva de verdad. Paraíso fiscal, puerto libre, polo financiero y tecnológico, libertad económica total, férreas garantías de verdadera justicia y seguridad. De brazos abiertos a emprendedores, creativos, capitalistas, educadores, trabajadores, artistas e intelectuales del país y del mundo. Una sociedad civilizada, tolerante, diversa, abierta y pacífica ; globalizada con lo mejor de la civilización actual, con la más avanzada tecnología disponible y respetuosa de las decisiones de sus ciudadanos y vecinos.
Una sociedad así podría lograr en poco tiempo tal nivel de crecimiento que a poco de andar sobrepasaría en producto bruto a la Argentina restante, proporcionando a sus habitantes un nivel de vida que asombraría al continente entero. Una explosión de prosperidad general que llevaría a nuestros minúsculos (en términos de importancia económica) partidos al primer mundo sin escalas.
Una utopía espectacular, y posible por cierto. Pero para la cual nuestros votantes no están preparados ni suficientemente despiertos. Los dinosaurios aún dominan la tierra y a ellos la libertad real de elección no les va. Prefieren el orden de la fuerza bruta y el miedo, desde luego, porque les conviene.
Las utopías pueden parecer lejanas pero todo gran logro exitoso empezó alguna vez con una utopía. La democracia fue hace 2300 años una idea utópica en un mundo administrado por tiranos y salvajes.
Ponderemos con cuidado nuestro próximo voto ciudadano, en la dirección correcta. Pongamos inteligencia en nuestros sueños e ideales. No hay otro camino hacia el futuro.

El Poder al Pueblo

Mayo 2007

Si bien en teoría nuestra Argentina se rige por el sistema de democracia representativa, republicana y federal, en la práctica nos encontramos sometidos a algo muy diferente.
El contrato está escrito. Se llama “Constitución Nacional de 1853” y fue redactada por sabios estadistas que de este modo catapultaron al país de desierto despoblado y semisalvaje a nación desarrollada, meca de inmigrantes europeos y reina indiscutida de iberoamérica.
Millones de pobres y desesperados de todo el orbe se agolparon en nuestros puertos para ingresar (el famoso “voto con los pies”), porque en la Argentina se vivía cada vez mejor, porque era posible progresar y hacer dinero honradamente y porque éramos un país de futuro luminoso.
Desde luego, cierto es que la democracia poco tuvo que ver con esta espectacular evolución. El gobernante Partido Conservador se constituyó en una aristocracia ilustrada que respetó el espíritu liberal de la Constitución en lo económico, en lo jurídico y en lo educativo mas no en los procesos electorales.
El resto es historia conocida. Pasada la primera década del siglo XX, una sucesión ininterrumpida de gobiernos radicales, militares y peronistas condujeron a nuestra patria por la pendiente de decadencia que aún hoy continuamos transitando.
Argentina perdió (y pierde) prestigio, credibilidad, potencia económica y calidad de vida con respecto a otros países por haberse apartado de aquel espíritu de progreso ilustrado.
Por haber bastardeado lo de “republicana y federal” quedándonos solo con lo de “representativa” ( Robespierre, Stalin, Hitler, Mao, Castro, Pol Pot, Chavez, Morales o Correa fueron y son claramente “representativos”).

Pero la madre del borrego no es la democracia y su sistema de contrapesos republicanos. El fondo real del asunto es la gente, el pueblo y sus libertades inalienables. El ciudadano y su derecho a ser respetado pase lo que pase en su persona y en su propiedad.
He ahí el meollo de la civilización.
El ejercicio y goce de las enormes ventajas de la libertad como sistema, sin embargo, está íntimamente unido al grado de cultura individual y social que se posea.
Para pasar algún día el poder al pueblo deberemos antes exigir algo que va directamente en contra de los intereses de la clase político-sindical-anti derechos que nos rije : educación de verdad.
Exigir no solamente una educación de calidad modelo siglo XXI sino una educación que forme deliberadamente ciudadanos pensantes por si mismos, críticos de la opresión y la violencia, respetuosos y custodios a ultranza del derecho ajeno, estimulados en la cultura del trabajo honrado y del progreso material, férreos defensores de su propia libertad en la elección del modo de vida y enormemente conscientes de su responsabilidad como individuos respecto de las consecuencias de sus actos.
Este es, qué duda cabe, el tipo de exigencia ineludible que cada uno de nosotros debería ponderar serenamente a la hora de elegir en las urnas, una vez más, a quienes decidirán nuestro destino colectivo.

Representatividad

Marzo 2007

Nuestra sociedad acepta de facto un “contrato social” de convivencia basado en la forma de gobierno que llamamos Democracia Representativa, Republicana y Federal.
Se trata de un sistema ideado hace unos 2.400 años por los antiguos griegos luego dejado de lado durante centurias y finalmente remozado para adaptarlo a una sociedad que se masificaba, hacia mediados del siglo XVIII.
La constitución de los Estados Unidos, de la segunda mitad de aquel siglo, sustenta y ejemplifica aún hoy la mejor aplicación práctica lograda del “moderno” sistema democrático.
Nos rige pues, un ordenamiento social con olor a naftalina y que en la inmensa mayoría de los casos ha generado y genera dosis demasiado altas de corrupción, atropello de derechos individuales, muy costosas burocracias con jubilaciones de privilegio a costa de “otros” y enormes frenos de toda clase a la creatividad y al progreso personal.
Es un orden que se adapta mal a los sistemas de creación de riqueza de la tercera ola (la primera ola fue la economía agraria, la segunda fue la economía industrial y la tercera es la economía del conocimiento), sistemas en los que nuestra Argentina debiera estar a la vanguardia.
La democracia representativa, republicana y federal no es, ciertamente, el fin del camino de la humanidad en su búsqueda de mayores estándares de confort y libertad, respeto por el prójimo y no violencia. Es solo un estadío más en el largo derrotero que nos aleja penosamente de la barbarie, y bastante primitivo.
Si todo ello se verifica en aquellas sociedades que solemos poner como ejemplo de buen funcionamiento democrático, qué queda para nuestro país, donde podemos comprobar a diario (y hasta por horas) que las dos últimas palabras que definen al sistema, “republicana y federal”, son tan solo cartón pintado y declamación hueca.
Demás está decir que los regímenes autoritarios o totalitarios (con o sin apoyo en las urnas) son todavía peores bajo la óptica civilizada de la absoluta no violencia a la que debemos aspirar.
Pero dejemos por ahora todo esto de lado y examinemos un poco la segunda palabra : “representativa”.
¿A quién representan quienes están al mando? Se supone que representan fielmente a quienes los votaron. El presidente y sus ministros, por ejemplo, actúan en representación de todas aquellas personas que votaron su lista. Un diputado de la oposición actúa en representación (por cuenta y orden) de quienes pusieron su nombre en la urna.
En el primer caso los votantes, por interpósita persona, son (o deberían ser) personalmente responsables de las consecuencias de los actos de gobierno.
En el segundo caso, sus representantes solo influyen con su anuencia o su oposición a través de las leyes que emite el Poder Legislativo siendo su responsabilidad un tanto menor en las malas decisiones que puedan estarse adoptando.
Y decimos “malas decisiones” con la mirada puesta en la retrospectiva de una Argentina que no cesa de caer en el ranking de las naciones desde hace muchas décadas, donde precisamente uno de los responsables de esta decadencia económica y moral sentenció “la única verdad es la realidad”.
Aún así, quienes emitieron de buena fe su voto lo hicieron bajo la condición implícita de votar dentro de una democracia representativa, republicana y federal. Lo cual aquí dista de ser cierto.
Probablemente la Argentina se esté manejando dentro de un sistema de autoritarismo electivo con escasas garantías constitucionales (puede hacerse casi cualquier cosa que al gobierno se le ocurra) y casi nula influencia opositora.
¡Qué decir, finalmente, de quienes votan en blanco!
Votos que expresan desacuerdo con tal estado de cosas y que se niegan a convalidar a representantes que ingresen en su nombre dentro de un sistema que no aprueban de ninguna manera.
Tal vez no se sepa lo que estos ciudadanos concretamente quieren mas sí se sabe lo que no quieren. Hubo ocasiones en las que el voto en blanco logró altos porcentajes pero como esto no conviene a los intereses de la corporación política que hizo las reglas del juego, simplemente no cuentan. Se los deshecha sin considerarlos quitándoles todo peso, cuando su opinión verdadera puede traducirse en bancas vacías en el parlamento y nulo respaldo a la carta blanca del Poder Ejecutivo para cometer sus tropelías.
Y no debemos olvidar que la minoría más pequeña es la de una sola persona, y que sus derechos valen tanto como los de millones porque la voluntad de todo un pueblo pisoteando los derechos de uno solo no puede hacer justo lo que es injusto.

Es claro que el principio de sacrificar minorías invalida el derecho e introduce la arbitrariedad.
La democracia es en si misma un deficiente sistema de organización social. Desactualizado, obsoleto y propio de épocas todavía más oscuras y atrasadas de la civilización.
Aún en los mejores ejemplos, mal adaptada a la economía del conocimiento, a la no violencia y a las libertades individuales que deben signar nuestro futuro.
Y en nuestra Argentina, donde se constituyó desde hace tiempo en simple dictadura de la mayoría por los gravísimos defectos que la desnaturalizan, carece ya de cualquier sustento lógico o ético en el marco de un mundo que ofrece increíbles oportunidades de progreso a las sociedades que privilegien el respeto cabal al individuo, a su libertad, a la propiedad, a la seguridad y a la verdadera justicia.
Pretender que todos nos sintamos representados por quienes están hoy al mando es en verdad una pretensión temeraria.
Al menos para quienes creemos tener un modesto grado de evolución, alguna amplitud de visión y la necesidad de expresarla libremente.