Recaudaciones

Octubre 2006

Desde hace algún tiempo venimos leyendo en los diarios, escuchando en las radios o informándonos en los noticieros de tevé que la recaudación impositiva (en especial la nacional) crece mes a mes batiendo récords .
Cada nueva medición trae cifras que superan a las de igual período del año anterior configurando una tendencia ascendente que pone exultantes a quienes manejan el Estado y por empatía, es tomada con una sensación de satisfacción y optimismo por buena parte de la población.
A primera vista parece una buena noticia para sectores como los jubilados, empleados públicos, universidades estatales, hospitales, fuerzas de seguridad y para toda la inmensa legión de quienes dependen de las finanzas públicas en nuestro país incluyendo, claro está, a los millones de personas que cobran planes sociales y subsidios por desempleo.
Un Estado boyante de dinero y con una tendencia recaudatoria en alza, supone garantías de que todos ellos seguirán recibiendo sus billetes puntualmente e incluso genera la esperanza de que los estipendios percibidos podrían aumentar.

Ahora cambiemos por un momento el ángulo de mira y atrevámonos a pensar con más profundidad. Con más responsabilidad.
Ello implica comprender que cada peso que se quite a las empresas privadas por impuestos (a la producción, a los servicios o al comercio), es un peso que no se reinvierte en crecimiento, competitividad dentro de un mundo que se globaliza sin retorno y creación de más empleo genuino mejor remunerado.
Es comprender que el gasto que haga el Estado con el dinero extraído a la actividad privada será siempre mucho menos eficiente.
Si los argentinos usáramos la creatividad y la inteligencia que nos distinguen para ver más allá de lo obvio entenderíamos finalmente que para sacar al país del puesto número 101 (desde luego, seguimos cayendo ; y eso que el año pasado ya éramos… ¡93!) impulsándolo hacia arriba no podemos seguir insistiendo con la misma y prehistórica receta fiscalista.
Con eso contribuimos a frenar el avance del país en su conjunto, retrasando gravemente los tiempos de erradicación de la pobreza.
Y el dinero extraído por la fuerza al sector dinamizador (privado) para transferirlo al sector esterilizador (estatal) no es poco.

La presión impositiva, que hoy equivale a 30 puntos del PBI está siendo aplicada sobre el 70 % del sector privado, que es la proporción operada en blanco. La recaudación real representa entonces para los que pagan, una presión impositiva de 45 puntos del PBI, lo cual supera ampliamente el promedio de lo que se paga en los 7 países más avanzados del globo.
Recientes estudios demuestran que no ya para las empresas sino para cualquier familia tipo de clase media o media baja en la Argentina, la carga del Estado sobre el total de sus gastos oscila
¡ entre el 35 y el 40 % !

Esta tendencia no es nueva. Si bien en los últimos 45 años (desde que hay estadísticas confiables) nunca se llegó a la presión actual, lo constante a través de gobiernos radicales, militares o peronistas fue y es la preferencia por un sistema clientelista, fiscalista y estatista.
Usar la excusa de que somos un país con serios problemas de pobreza y marginalidad para justificar una presión impositiva que pone al sector más eficiente como piso del sector menos eficiente es reincidir en el error.
La receta que se aplica hoy con ciega tozudez es la que nos condujo a la pobreza. La Argentina es un país pobre porque desde hace más de 76 años viene fustigándose con esa receta. La de los países pobres.
Pruebas al canto : sigue obligándose al agro, que es el sector más competitivo y eficiente, a ser proveedor de alimentos baratos para otros sectores con el objeto de tapar la inflación y de impulsar una industria sustitutiva de importaciones, receta abandonada hace muchas décadas por el mundo civilizado. Lo que hacen los que nos están aventajando es dar rienda al sector eficiente para que sea una locomotora que arrastre a otros sectores en su crecimiento.
Pero no. Lo “políticamente correcto” es ¡ considerarlo una oligarquía a la que hay que expropiarle la renta !
Hace 50 años, por caso, esto se hizo a través del IAPI y hoy se lo lleva a cabo a través de prohibición de exportaciones o de retenciones, entre otros tratamientos fiscales discriminatorios.
El caso del agro es solo un ejemplo del recetario de la indigencia, alrededor del cual los argentinos y las argentinas seguimos dando vueltas como mulas encadenadas a una noria.

El voto mayoritario convalida hoy a los que hunden a los sectores eficientes, apoyando la vigencia de un socialismo a la criolla que socava la seguridad jurídica, ataca el vital principio de propiedad privada (entre otras cosas con altísimos impuestos) y restringe tanto las libertades básicas como la seguridad personal. La receta totalitaria a pleno.
El resultado de este apoyo es ir quedando cada vez más atrás en competitividad y mejoras en el nivel de vida de los sectores de bajos ingresos, dejando que otras sociedades ocupen mercados que deberían ser nuestros por historia, capacidad y recursos.
Consecuentemente, la alegría gubernamental y el optimismo de quienes dependen del Estado para vivir son , como tantas veces nos pasó, pan para hoy y hambre para mañana. Pan para la próxima elección y hambre para la Argentina posible.

Modelando la Arcilla del Futuro

Octubre 2006

Reiteradamente definida como “el peor sistema de gobierno exceptuando todos los demás”, la democracia representativa, republicana y federal es en verdad un pésimo sistema de gobierno.
Y lo es aún en aquellas sociedades cuyo sistema democrático es mirado con admiración, como Suiza o los Estados Unidos, donde la división de poderes es un hecho tangible y aceitados mecanismos de contralor ciudadano hacen que todo funcione como un mecanismo de relojería.
Es lo mejor que se ha probado si lo comparamos con caudillos sanguinarios, impíos dictadores comunistas, monarquías absolutistas y hereditarias, oscuros regímenes tribales, peligrosos líderes iluminados o incluso con el siempre presente fantasma de un anarquismo caótico y salvaje.
Comparada con las lacras, genocidios y abusos de toda índole sufridos por los individuos a lo largo de milenios, la moderna democracia parece ciertamente un sistema aceptable.
¿Por qué decimos que así y todo es pésimo? Porque aunque nos moleste recordarlo, el fin no justifica los medios. Y los medios necesarios para que el aparato democrático se mueva, se basan en conceptos altamente inmorales : violencia, coerción, robo, amenazas, impedimentos al libre albedrío, imposiciones contra nuestra voluntad y multitud de atropellos contra hombres y mujeres que a nadie han dañado.
¿Cómo es esto? la organización que se necesita para coordinar los enormes y complejos engranajes institucionales que la democracia precisa, se mueve con dinero. Nadie podría poner reparos a esto si el dinero en cuestión fuese aportado voluntariamente.
¿Se imagina alguien la implementación de impuestos voluntarios? El Estado que pusiese esto en práctica caería por tierra en pocos meses muriendo fatalmente de inanición.
Los impuestos, pues, son coercitivos. Estemos o no de acuerdo, hayamos o no votado por ese gobierno, deberemos pagar bajo pena de que el Estado (que ejerce el monopolio legal de la violencia) caiga sobre nosotros para obligarnos por la fuerza.


Los que enarbolan el garrote quitan el producto de su esfuerzo al más débil quien lo entrega bajo amenaza de castigo, siendo que de otro modo no lo entregaría a esas personas. Esto se llama robo, independientemente de quien o quienes lo perpetren.
Si cien millones de personas se ponen de acuerdo para quitarle a una sola persona algo que esta tiene y aquellas codician, sigue llamándose robo por más que los cien millones hayan votado ordenadamente prestando su consentimiento al despojo y que hayan acordado la sanción de una ley que lo permita.
El número no modifica el principio y el caso de los impuestos democráticos es solo un ejemplo.
El fin de sostener a un Estado que imponga redistribuciones a su arbitrio por encargo de una mayoría de personas no justifica los medios de coerción violenta aplicados sobre una minoría desarmada para obtener el dinero necesario.
Es en verdad un muy mal sistema aquel que parte de la base de aplicar procedimientos incorrectos, como violencia y robo, para lograr que la cosa funcione.
Desde luego, la democracia no es el fin del camino en el prosaico asunto de cómo debemos organizarnos, sino tan solo un estadío, y bastante primitivo, en el largo devenir de la historia de las ideas y las interacciones humanas.
A esta altura del siglo XXI deberíamos empezar a comprender las enseñanzas de Gandhi sobre el culto del respeto absoluto por el prójimo y la filosofía de la no violencia.
Los acuerdos voluntarios, los aportes de dinero o trabajo libremente decididos, los contratos entre personas, grupos, cooperativas o sociedades que estén de acuerdo en una determinada forma de solucionar un determinado problema (desde la seguridad personal contra las agresiones hasta el trazado y uso de autopistas pasando por decisiones sobre justicia o educación) son la manera de avanzar en los beneficios de la civilización sin caer en el viejo vicio totalitario de la violencia.
En el futuro, redes de 1º, 2º, 3º y 4º grado de acuerdos voluntarios conformarán una heterarquía (estructura horizontal en forma de red) que paulatinamente reemplazará al actual sistema coercitivo de jerarquía (estructura vertical en forma de árbol).

Cada quien podrá en este maravilloso juego de no violencias, elegir voluntariamente cuánto o qué aportar, a qué grupo de personas organizadas y para recibir qué cosas a cambio.
Las fronteras dibujadas en el suelo perderán relevancia (un planeta globalizado ya puede entreverse) a medida que las personas progresen en el armado de redes de convenios libremente pactados, y como tales respondan a sus convicciones y conveniencias tanto individuales como grupales, cediendo, otorgando y exigiendo dentro de un maduro y justo juego de responsabilidad individual donde, a diferencia de lo actual, cada uno deberá responder por sus actos.
Los que tengan convicciones socialistas o comunistas compartirán todo lo que crean necesario entre los que voluntariamente adhieran a sus redes de convenios y los que quieran vivir según sus propias reglas bohemias, podrán hacerlo sin impedimentos mientras no dañen a otras personas con sus actos.
El Estado tal como lo conocemos no será entonces necesario y los “impuestos” serán en verdad contribuciones voluntarias.
Al ir desapareciendo el peso muerto de la estructura estatal, gigantescas sumas de dinero pasarán a reinvertirse en emprendimientos productivos, inyectando dinamismo, empleos y prosperidad en una escala aún desconocida.
Por eso el valor más importante para quienes ya están trabajando en este sentido es el de la libertad, protegiendo la sociedad civil que es voluntaria en contraposición a la sociedad política, que es obligatoria. Y por eso se promueven las soluciones de mercado, que son libres, en oposición al intervencionismo que es coactivo.
El futuro parece lejano pero solo si sabemos hacia dónde queremos dirigirnos, podremos dar sentido a nuestro próximo voto democrático.

Los Costos del Atraso

Octubre 2006

El reciente accidente del ómnibus con jóvenes estudiantes chocado frontalmente por un camión en una ruta santafesina, no es sino uno más de los incontables costos que los argentinos venimos pagando por el hecho de vivir en un país con demasiados rasgos del Tercer Mundo. Del mundo envidioso de los “no alineados”.
Este nuevo y luctuoso desastre podría haberse evitado si la ruta por la que transitaban hubiese sido una autovía de dos manos de ida y dos de vuelta. Esa y no otra es la respuesta civilizada que debemos esperar ya que todo el mundo sabe que en esa clase de rutas se producen mucho menos accidentes.

A semejanza de los países avanzados, Argentina debería contar a esta altura del siglo XXI con una vasta red de autopistas de cuatro carriles, decuplicando las que hoy tenemos.
Los chicos murieron porque nuestro país no está donde debería estar. Porque nuestros gobiernos no hicieron lo que debían hacer con honestidad e inteligencia. Porque el voto argentino eligió a demagogos en lugar de a estadistas, que obviamente nos condujeron a pantanos económicos e institucionales sin salida, causando a su vez intervenciones de militares ineptos que no atinaron a otra cosa que continuar en lo esencial con el inviable sistema que heredaban. Una y otra vez. Y otra vez más otros políticos cínicos y desactualizados con la misma polvorienta cantinela dirigista, causando miserias y atrasos sin cuento.

Esta historia que cada argentino conoce en su fuero íntimo, lo reconozca o no, es la historia de nuestro camino hacia el infierno.
Un infierno agravado por la tortura de ver lo que otras sociedades que estaban detrás nuestro han logrado y logran, usando el sentido común que desde hace décadas venimos desechando.
Porque, no nos equivoquemos : este “nuevo” gobierno peronista que recicla recetas ya probadas allá por el 45 no tiene nada de nuevo.
En los 3 años que lleva el actual mandato, no pudimos superar siquiera los índices básicos del odiado período de la convertibilidad cuando nos dirigía la dupla Menem-Cavallo.
Tanto los datos de crecimiento del PBI como los datos del índice de reducción de la pobreza fueron superiores durante los 3 primeros años de aquel (también) “nuevo” peronismo. Desde luego, todo terminó donde tenía que terminar.
Y eso a pesar de que la actual administración partió de un estado de depresión económica y postración social fenomenal, causada a su vez por los “nuevos” radicales y sus aliados socialistas.

Según parecen anticipar las encuestas, volveremos a insistir con más de lo mismo en las próximas elecciones.
Mientras tanto, la Argentina sigue cayendo (también durante los 3 últimos años) en el ranking mundial de competitividad. Eso significa que seguimos perdiendo el tren de la Historia. Significa que año a año más países nos dejan en la polvareda del atraso mientras sus sociedades gozan de mayores inversiones en beneficio de la gente. Más autopistas, pero también más y mejor justicia que proteja los derechos de propiedad de los inversores, más y mejor educación modelo siglo XXI para todos, más y mejor seguridad a toda hora y en todos lados y tantas otras cosas que conforman la calidad de vida de los pueblos que progresan.

Los costos del atraso son fabulosamente altos. El lujo de elegir gobernantes ignorantes y obcecados que no se interesan por asimilar las más modernas corrientes del pensamiento económico y social, es fabulosamente caro. La pretensión de superar nuestras gravísimas limitaciones aplicando las mismas recetas que nos desbarrancaron a esta democracia no republicana, no representativa ni federal con su correlato de pérdida de posiciones en el concierto mundial es fabulosamente necia.
Son costos que implican la muerte o la desesperanza y el resentimiento de millones de compatriotas que siguen trabajando y produciendo , tratando de avanzar con el barro impositivo a la cintura. A ellos nos debemos. Ilustremos pues al soberano. No hay salidas de emergencia en este juego.